Categoría: Reseñas
Rebelión en la granja
El escritor británico George Orwell (1903-1950), fue un adelantado para su época. La famosa obra 1984, en la que crea a su personaje más celébre, el Gran Hermano, sigue siendo hoy un éxito editorial al que los lectores contemporáneos acuden para constatar que la “absurda” utopía literaria se ha convertido en la cruda realidad del presente: denuncias de espionaje, escuchas telefónicas, violaciones de la intimidad, ministerios de la felicidad y otras tantas aberraciones contra la libertad de las personas.
Su novela Rebelión en la Granja, fue escrita en 1943 y publicada en 1945 tras una serie de tropiezos con varias editoriales que la rechazaron por su ácido contenido político. En 1971 apareció un prólogo escrito por el propio autor en el que explica que el rechazo de las editoriales a su novela se debió a que esta fábula no estaba dirigida en general a todas las dictaduras y todos los dictadores, sino expresamente a la Rusia de los soviets y sus dos tiranos más renombrados, algo que, en aquellos años para el Reino Unido, su aliado, era bastante inconveniente.
Sin embargo, quien lee esta obra puede comprender –igual que en el caso de 1984-, que su contenido es mucho más amplio que una crítica al régimen totalitario soviético. Rebelión en la Granja es en realidad un tratado atemporal sobre las tiranías pasadas y presentes que azotan al planeta.
La historia empieza, como casi todas la dictaduras, con una revolución, pero en este caso son los animales de una granja inglesa los que se rebelan contra el ser humano. Liderados por los cerdos que resultan ser mucho más inteligentes que los demás animales, en poco tiempo toman el control absoluto de la finca expulsando a sus propietarios. Napoleón, un cerdo de dimensiones enormes y mente aguda, se convierte en el líder de la rebelión. Snowball, otro cerdo de gran perspicacia será siempre su sombra y su contrapunto. Squealer, el cerdo de oratoria más clara es el encargado de la comunicación oficial, y así como informa sobre las decisiones del líder, también trastoca los mandamientos de la revolución, convence a los gobernados de que las cosas siempre van bien, e incluso manipula los hechos históricos para condenar a los enemigos y elevar a los altares a los amigos.
Hay en esta rebelión, por supuesto, una manada de ovejas: tontuelas, reverentes y obsecuentes con el líder; repetidoras del estribillo patriótico, que, siempre en buen número, ayudan a mantener la mayoría.
También hay, como en todas las tiranías, mandamientos iniciales que cambian o se derogan, corrupción y violencia, silenciamiento y liquidación de opositores y contradictores, miedo, represión y un control absoluto de todos los poderes. Y, claro, lo que no hay en la granja revolucionaria es libertad, que como Orwel decía es solamente: “el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oir”.
Mil soles espléndidos
Detrás de este precioso título se esconde uno de los relatos más crueles de la literatura contemporánea. La novela del afgano Khaled Hosseini repasa las últimas décadas en la historia de Afganistán. Una historia embarrada de sangre, fanatismo y horror que se traslada desde la ocupación soviética hasta una cruenta guerra civil, pasando por el abominable dominio Talibán y terminando en la invasión estadounidense y el intento de resurrección de un pueblo aniquilado por sus propias creencias.
La opresión de la mujer y la intolerancia de carácter político y religioso moldean el fondo de esta obra en que la ficción es apenas un ancla que marca un punto terrenal, una mera referencia espacial, que nos muestra las atrocidades cometidas por seres humanos en el nombre de una divinidad cuyos mandatos, a los ojos de la razón y la cordura, resultan ignominiosos.
Las espeluznantes escenas de la justicia Talibán caen de forma inapelable contra los ciudadanos que miran la televisión o leen un libro (que no sea el Corán), o contra las mujeres que salen de su casa sin la compañía de sus maridos, contra las que no usan el velo o han osado maquillarse, ni que decir con las acusadas de adúlteras que son lapidadas en un enorme estadio ante miles de personas que rugen alabando a su dios.
Al leer “Mil Soles Espléndidos” le queda a uno la sensación opresiva de aquellas obras literarias que son capaces de sacudirnos y golpearnos, de esos libros magistrales que, aunque uno los termine y los devuelva a la biblioteca, la potencia de la historia nos persigue en la noche en forma de sueños o durante el día como dolorosos recuerdos taladrando la memoria.
En este caso, la cruenta historia de Hosseini duele más porque la realidad es muy superior a la ficción, y estremece más aun cuando uno se pregunta: ¿qué clase de divinidad inspira los horrores que se cometen contra otros seres humanos? Las respuestas, por supuesto, serán tan infinitas como contradictorias y discutibles. Basta leer o ver los últimos acontecimientos en los países árabes -sí, aquellos que se jactaban de haber vivido una “primavera” liberadora que no ha pasado de ser una quimera-, en los que todo ha seguido desarrollándose bajo una siniestra normalidad de burkas forzosos, ejecuciones públicas, terrorismo y tantas atrocidades cotidianas.
En contrapartida, seguimos asistiendo al espectáculo macabro de provocación y desafío de extremistas y fanáticos de otros credos e iglesias que, lejos de llamar al orden y la paz mundial en el nombre del dios que dicen defender, pretenden dirigir el caos con las lanzas de la “palabra sagrada, única y verdadera” que todos profesan.
Mientras allí fuera seguimos en caída libre hacia la oscuridad, nos quedan maravillas como el verso del poema “Kabul” del persa Saib-e-Trabrizi: “Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas, o los mil soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.”
Marilyn en el Caribe
Está comprobado que la música calma a las fieras. También un buen libro puede obrar el milagro de templar los ánimos por más enardecidos que se encuentren. En tiempos revueltos nos viene bien a todos (aunque a algunos les vendría mejor que a otros), aliviar la tensión y bajar tensiones con un libro entre las manos, y mejor todavía si ese libro además de narrar una buena historia con prosa amena y estética, tiene la musicalidad que necesitan las fieras para convertirse en inofensivos gatitos.
‘Marilyn en el Caribe’, la nueva obra del escritor Raúl Vallejo, recientemente galardonada con el Premio de Novela Breve Pontificia Universidad Javeriana 2014 en Bogotá, Colombia, mantiene el ritmo sensual del son cubano aderezado con las confesiones íntimas de una de las divas más famosas de Hollywood en el siglo XX, la voluptuosa Marilyn Monroe, esposa, amante y objeto de deseo de grandes líderes mundiales, intelectuales, estrellas del deporte y el espectáculo. La muerte de la bella actriz por una aparente sobredosis de barbitúricos cuando apenas tenía treinta y seis años de edad, fue el detonante de la leyenda que se ha tejido a su alrededor durante más de medio siglo.
La novela de Vallejo tiene como protagonista principal a John G. Green, un viejo estadounidense que en su juventud trabajó de jardinero en una de las mansiones del mítico barrio de Beverly Hills en Los Ángeles, California, durante los dorados años sesenta. Green fue un amigo muy cercano de Norman Jefferies, el jardinero más importante y la envidia de muchos personajes de aquel vecindario, pues era empleado directo de la bella Marilyn Monroe en la época de su mayor apogeo y también de sus grandes escándalos públicos.
Tras la muerte de Marilyn en 1962, su famoso diario desapareció misteriosamente. Poco tiempo después, John G. Green llegaría a refugiarse en La Habana portando de forma clandestina aquel objeto ansiado por innumerables personajes de la época que habrían dado cualquier cosa por poseerlo. El contrapunto de la historia es Odalys, una imponente mulata caribeña, la Marilyn de Green, su conviviente y amante.
El idilio de los personajes se desarrolla en dos dimensiones delimitadas por la verja de hierro que separa la pequeña vivienda de ambos con el vecindario del parque Coppelia enclavado en una extensa barriada de la capital cubana cuya belleza y esplendor se desvanecen lentamente a lo largo de la novela. Odalys cruza ese umbral a diario para ejercer su oficio de prostituta en las calles de la Habana, mientras Green se entrega con igual devoción a cuidar el jardín y a develar una y otra vez los secretos íntimos en el diario de Marilyn a través del que mira no solo la azarosa vida de la actriz, sino su propia relación amorosa con Odalys.
‘Marilyn en el Caribe’ es una obra refrescante y seductora que enlaza la historia y la ficción de forma amena e ingeniosa, una receta ideal para alejarse por un momento de las turbulencias diarias del país.
El encuentro de Melville y Manuela
La ficción logra muchas veces aquello que en la realidad ha sido imposible, o cuando menos improbable. Hace pocos días terminé de leer la novela “Historia Secreta de Costaguana”, de Juan Gabriel Vásquez, y entre otras maravillas que el autor relata alrededor de la independencia de Panamá y la construcción del canal, (como los viajes de Joseph Conrad a lo largo de la costa del Pacífico norte, por ejemplo), se refiere también al encuentro que se habría producido en Paita, allá por el año 1845, entre Herman Melville y Manuela Sáenz.
Gabriel García Márquez en su obra “El General en su Laberinto”, ya había recogido el suceso aproximándolo con su pluma a la antesala de una verdad histórica: “Tres visitas memorables –dice- la consolaron de su abandono: la del maestro Simón Rodríguez, con quien compartió las cenizas de la gloria; la de Giuseppe Garibaldi, el patriota italiano que regresaba de luchar contra la dictadura de Rosas en Argentina, y la del novelista Herman Melville, que andaba por las aguas del mundo documentándose para Moby Dick.”
También la escritora Silvia Miguens, en su novela “La Gloria Eres Tú” menciona el supuesto encuentro de los dos personajes. Y, cómo no, en la última película que se hizo sobre ella, del director Diego Rísquez, titulada “Manuela Sáenz”, un joven Herman Melville encuentra a la dama envejecida y enferma, aunque siempre luminosa por aquel halo radiante de heroína que la acompañó hasta la muerte.
El escritor Jaime Marchán en su ensayo “Sobre Herman Melville y el Ecuador: Travesía y Ficción”, desmenuza con arte y pasión la vida del autor neoyorkino y la maravillosa obra que lo consagró en el mundo de las letras: Moby Dick. Y entre los viajes obsesivos del capitán Ahab en las aguas ecuatoriales buscando al monstruo blanco, también hace referencia a la “ficción posible” de aquel encuentro. Marchán enumera cronológicamente los hechos que mantenían a Manuela Sáenz en Paita (enferma, pobre, desterrada), y a Melville bordeando la costa chilena, peruana y ecuatoriana a bordo del ballenero Acushnet.
Existen registros de que el escritor pasó por Paita en 1845, y aunque no hay constancia documental alguna de que hubiera visitado a Manuela Sáenz en aquel lugar, es muy probable que la reunión se haya concertado pues conocer a la mujer quiteña, reconocida en el orbe por su relación con Bolívar y su participación en las guerras independentistas, era casi una obligación que, además, satisfacía la curiosidad de los personajes que desembarcaban en esas tierras.
Por ahora la única verdad es la que se encuentra en las páginas de los libros que, entre el oficio y el artificio de los buenos escritores, entretejen deliciosas mentiras a partir de la veracidad probable de ciertos hechos, y nos invitan a soñar.
Literatura y muerte
Siempre el destino es caprichoso, pero cuando se trata de libros probablemente lo es más. Aunque el lector tiene el derecho de no terminar de leer un libro, a veces él es abierto en un momento poco adecuado, o en un tiempo distinto al que merecía, y entonces, si no nos hemos desencantado en forma definitiva, será bueno dejarlo otra vez arrumado entre los pendientes para retomarlo más adelante. Lo mejor, sin embargo, es esperar a que sea el libro el que lo escoja a uno. Ése es el tiempo exacto.
La semana anterior, un libro que llevaba poco tiempo en la biblioteca cayó en mis manos. Su título no es el más atractivo, pero había leído muy buenos comentarios sobre él y he tenido la oportunidad de leer varias obras de su autora con verdadero deleite. Ella es Rosa Montero y él, La Ridícula Idea de No Volver a Verte. El tema de fondo de este tratado sobre dos vidas paralelas (la de Marie Curie y la autora), es la muerte. En el caso de Curie el fallecimiento de su esposo Pierre, atropellado por un carro tirado por caballos en 1906, y en el de Montero la de su esposo Pablo, hace pocos años, tras una larga enfermedad. Sin embargo, la esencia de la obra no está en estos hechos históricos o anecdóticos, sino en la profunda exploración del fenómeno más enigmático de la vida: su extinción. A partir de estas tragedias, Montero se interna en el laberíntico mundo de la muerte: sus consecuencias para los que quedan vivos, la convivencia con el dolor y el vacío, la trascendencia del alma…
Me encontraba ensimismado en esa lectura cuando me hicieron una invitación para entrevistar a la escritora colombiana Piedad Bonnett, que visita el Ecuador estos días con su nueva obra, Lo que no tiene Nombre. Recibí el libro y me encontré con otra historia sobre la muerte, pero en este caso -si es que cabe la comparación- una muerte más dolorosa, la del hijo de la autora que se suicida tirándose al vacío desde el tejado de un edificio en Nueva York. Y entre uno y otro, alternando textos, conmovido y extasiado por ambas historias, me sumergí en las honduras del alma humana, allá donde normalmente no llegamos por temor a descubrir lo que de verdad somos. Y me encontré entonces con dos autoras potentes que han sabido trocar su dolor personal por la belleza de la literatura.
Estos mismos días, poco antes de terminar los dos libros, la literatura y la muerte llamaron otra vez a la puerta. Había fallecido la escritoria Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007. De inmediato fuí a la biblioteca y revisé lo que tenía de ella: Instrucciones para un viaje a los infiernos y El quinto hijo, dos novelas extraordinarias. Y entonces, desde un costado de la estantería, de entre varios tomos pendientes, saltó a mis manos El cuaderno dorado, la que se dice ha sido su obra cumbre. Hoy la tengo entre mis manos, abierta, al parecer en su tiempo.
Literatura de altura
Este verano ecuatorial trajo excelentes noticias para nuestra literatura. En el preámbulo de las vacaciones se publicó Matrioskas, un libro de cuentos de Marcela Ribadeneira. Un poco más tarde, debutó como novelista Juan Carlos Moya con Caballos en la Niebla, y como remate llegó a mis manos Desde el silencio, la novela negra del reconocido autor Francisco Proaño Arandi.
He disfrutado enormemente con las tres obras que muestran la solidez y originalidad con la que llegan las nuevas generaciones de escritores, y la madurez y solvencia con la que trabajan autores como Proaño con un mayor recorrido. Todo esto solo confirma mi convicción de que el presente de la literatura ecuatoriana es positivo, y de que el futuro resulta esperanzador.
Matrioskas es una recopilación de veinte y cuatro relatos cortos, simétricos y agudos. Sus principales fortalezas son precisamente la homogeneidad de forma y fondo, la precisa y pulida narración casi exenta de adjetivos y la contundencia de sus desenlaces. El debut narrativo de la escritora Marcela Ribadeneira no podía ser mejor. Los cuentos que conforman Matrioskas penetran profundamente en la exploración del comportamiento humano y en la búsqueda del sentido de esta vida tan efímera como compleja. También destaca en la obra la imaginación de la autora que destripa a sus personajes como auténticas matrioskas para mostrar al lector que, casi siempre, en el interior se oculta la verdad de la fachada.
En su primera novela, el escritor quiteño Juan Carlos Moya ha buscado refugio en una solitaria cabaña enclavada en los misteriosos páramos andinos, al pie del Cotopaxi. Allí, entre la niebla espesa y el galope furioso de los caballos salvajes, ha colocado a Lucas, un personaje sólido y complejo que camina en el umbral de la locura. Lo ha convertido en guardabosques de este maraviloso paraje de la serranía para que intente liberarse de los fantasmas del pasado que lo asedian. Y Lucas, solícito, se ha fundido en la magia de un bosque neblinoso y sus extrañas criaturas. Una historia narrada con buen gusto y delicadeza, trabajada con un lenguaje diáfano que se sostiene con aforismos contundentes y precisos.
La última novela de Francisco Proaño, Desde el silencio, envuelve y atrapa al lector en un manto de intrigas y secretos, de sangre y venganzas. Jiménez, investigador de Policía, tiene el encargo de resolver la muerte violenta del fiscal general Federico Altamirano. Las pesquisas llevarán a Jiménez a conocer los misterios de un familia cuyo equilibrio normal ha sido destruido por un oscuro episodio acontecido varios años antes. El silencio como ominosa presencia se convertirá en el hilo conductor de una novela de prosa fina y lenguaje depurado, algo a lo que Proaño ya nos tiene acostumbrados.
Las reputaciones
Uno de los caricaturistas más influyentes del país está a punto de renunciar a su trabajo. Durante muchos años sus dibujos cargados de humor e ironía han sido capaces de enardecer al poder, de provocar la ira soberana, de revocar leyes, de remover funcionarios, de trastocar fallos judiciales e incluso de derrocar autoridades. Sin duda es un hombre importante, una voz autorizada y respetada, un guerrero armado con hojas de papel, frascos de tinta china, lapiceros y lo más importante, un enorme sentido del humor.
Cada vez que sus caricaturas se publican en la prensa, las reputaciones de los personajes dibujados por este artista se ven alteradas, en raras ocasiones para ensalzarlos y homenajearlos, casi siempre para ridiculizarlos y ponerlos en evidencia. Sus comentarios, ácidos y precisos, complemento importante pero no imprescindible para la crítica gráfica, normalmente dejan en las víctimas heridas profundas. El caricaturista además sabe que el humor le resulta incómodo al poder, y por eso lo usa cada día con inteligencia, como arma de ataque, por supuesto, pero también de defensa cuando esos poderosos han pretendido silenciarlo.
El caricaturista, tras enviar al diario el que quizá será su último trabajo, una vez más, como todos estos años, se ha preguntado: ¿De qué han servido sus caricaturas? ¿Acaso algo ha cambiado en el país por revelar un acto de corrupción o desemascarar a un político infame? ¿De qué la ha servido al dibujante arruinar la vida de un tipo perverso? Y por otra parte se sigue cuestionando si quizá no debió quedarse callado, si no era mejor hacerse el que no veía, el que no sabía, y dibujar puras pendejadas… ¿Qué habría sido peor, callar y convertirse en cómplice o denunciar con su lápiz y su histrionismo para bien del país?
Entonces él, presintiendo el final, se entregará a la tarea de remover sus recuerdos para encontrar respuestas, para intentar sacar conclusiones y hacer un balance final de ésta, su profesión, ligada por entero a una vida de monigotes narigones y labios profusos, de orejas elefantiásicas y cejas espesas, de barrigas abultadas y extremidades disparatadas, de garabatos y esperpentos, de carcajadas, y claro está, de un significativo poder de opinión pública.
Esta es en síntesis la trama de la nueva obra de Juan Gabriel Vásquez, “Las Reputaciones”, una novela corta e intensa con un personaje entrañable: Javier Mallarino, el caricaturista más respetado de Colombia, que ha entrado en la recta final de su profesión entre las reflexiones y las mortificaciones propias del que ha tenido la oportunidad de cambiar en algo el curso de la historia con su quehacer crítico e informativo, pero que en el fondo sospecha que sus caricaturas, más allá de arrancar iras o risas, no han cambiado nada.
Las rayuelas
Releer Rayuela, la obra cumbre de Julio Cortázar, es como leer un libro nuevo. La antinovela –como alguien dijo, creo que equivocadamente-, o la contranovela -como prefería llamarla su autor-, son muchas novelas en una sola.
Las 50 sombras del buey
A pesar de que la celebración del día del libro ya es agua pasada, siempre es un buen momento para regalar un libro a quien se aprecia y se valora, pues el libro como obsequio lleva necesariamente implícito un voto de confianza a favor de esa persona.
Ahora bien, si usted es de aquellos que regala libros por salir del paso y sin ninguna consideración especial por el homenajeado, tenga cuidado pues aquel voto de confianza podría revertirse en su contra y en lugar del gracias correspondiente, podría caerle, como cualquier sábado por la mañana, una descarga de sapos, culebras y más alimañas. Le doy un ejemplo práctico: si usted regaló a alguien ‘Las 50 sombras de Grey’ porque escuchó o leyó en algún lugar que era genial y graciosa, es posible que esa persona le califique a usted para toda la eternidad de morbosa, caretuco, ojialegre, viejo verde, calentona o simplemente que se quede con la impronta de ignorante tatuada en la frente con tinta indeleble. Y lo peor es que usted ni siquiera se habrá enterado de que el libro que en realidad quería regalar, ése sí inteligente e hilarante, era ‘Las 50 sombras del buey’ (que no es precisamente autobiográfica).
También podría suceder que el beneficiario del regalo, que nunca antes leyó nada o lo máximo que leyó fue algo que le recordaba vagamente a unas venas sangrantes, se hubiera quedado deslumbrado por la obra del tal Grey. En ese caso usted, además de las gracias, podría recibir un nombramiento de altura en el Plan Familia de cualquier revolución conservadora como un homenaje sincero a la virginal Anastasia que, siguiendo las directrices del no-banano-antes-del masterado, sólo se entregó al hombre (un pelucón trasnochado en la larguísima noche neoyorkina), cuando estaba a punto de graduarse en la universidad, y eso porque ya había aprobado los cursos oficiales de ‘amor pleno II’ y ‘valores absolutos X’; y, digamos las cosas como son, también por que el tal Christian dicen que era guapísimo y riquísimo, y en consecuencia el futuro de la chica estaba garantizado por el pérfido capital del sátiro.
Por eso mejor le recomiendo asesorarse bien antes de regalar libros, no sea que termine siendo usted el próximo asesor adjunto 3 del ministerio de la felicidad perpetua. Y le recuerdo también que el libro de verdad se llama ‘Las 50 sombras del Buey’, y su autor es Rafael Lugo, un escritor irreverente y controvertido que profundiza con humor, aparente sabiduría y enorme ironía en temas como: Historia Sagrada, Urbanidad y Asimetría Sexual, Política y Bioviolencia, Buzón de Quejas y Mea Culpa. Eso sí, la obra está contraindicada para menores de edad, revolucionarios curuchupas, princesas o príncipes de papi o mami, adoradores de Grey o reencarnados de la santa inquisición. Si usted entra en una o más de estas clasificaciones no la lea nunca, pero si se valora a sí mismo y valora a alguien más, regale este libro antes de que salga la película y lo arruine por completo.
La oculta
Al hablar de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958), es inevitable recordar ‘El olvido que seremos’, la obra de tintes autobiográficos que rompió las expectativas de ventas en Colombia y otros países de habla hispana, y que está en proceso de traducción a varios idiomas.
El último libro del escritor colombiano es ‘La Oculta’ (Alfaguara, 2015), una novela narrada a tres voces por los hermanos Pilar, Eva y Antonio Ángel, los últimos propietarios de una finca de gran extensión enclavada en las montañas del departamento de Antioquia. El fundo, de nombre tan sugestivo como misterioso, ha estado en posesión de la familia Ángel desde que varios colonizadores, verdaderos aventureros, se internaron y poblaron aquellos territorios inhóspitos.
Desde los verdes parajes de La Oculta, Abad Faciolince, embarca al lector en un lance bordado por la prosa fina a la que nos tiene acostumbrados y rematado con una trama honda y pegajosa, salpicada por momentos históricos como la hazaña colonizadora de mediados del siglo XIX, o también por los años dramáticos en que la guerrilla y los paramilitares asolaron Colombia con un juego macabro de chantajes, terror, sangre y muerte.
En efecto, la historia es potente y atrapa desde el inicio, pero los puntos más elevados de la novela están en la fuerza que imprime a la misma cada uno de sus personajes. Entre ellos, Pilar, por ejemplo, que es toda una apología a la cordura y a lo ortodoxo, al conservadorismo en estado puro. Su vida parece estar regida de principio a fin por una hoja cuadriculada que no admite tachones. Es la más apegada a la tradición, y, por supuesto, a La Oculta, que encierra su mundo: pasado, presente y futuro. Antonio, un artista posmoderno, homosexual que vive en pareja, se encuentra alejado de su familia no sólo por la distancia marcada en millas (reside en Nueva York), sino también por un espacio de separación vital que le ayuda a conservar la cordura. Como buen latino, eso sí, añora la familia y la finca, su pasado y sus orígenes, pero en el fondo, como un mecanismo íntimo de defensa, prefiere mantenerlos a todos los más lejos posible de su nueva realidad. Eva, en cambio, es arrolladora, libre, fuerte y rebelde, pero también inteligente y sensible, la más parecida a su padre, según dicen. Y precisamente uno de los fragmentos hermosos de la novela es el que Eva le dedica al padre mientras lee un libro que ha sido de su propiedad: “Me gustaba seguir las huellas de la vieja lectura de mi papá, saber que a lo mejor, en los mismos pasajes, estábamos pensando en las mismas cosas, que él se había reído donde yo me reía, que se había espantado donde yo me asustaba… Leer una novela ya leída y subrayada por mi papá era como volver a conversar con él a través de la historia del libro; era como si lo estuviéramos leyendo y comentando juntos en la finca…”.
Y es que ‘La Oculta’ es un puente construido con palabras para que lo crucen y se encuentren arbitrariamente el pasado con el presente.