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¿A QUÉ HUELEN LAS REFORMAS?

¿A QUÉ HUELEN LAS REFORMAS?

El olor que persigue a las últimas reformas constitucionales no está del todo identificado. Su rastro va dejando en el ambiente ciertos aromas confusos, algunos lejanos que llegan como descargas eléctricas desde la memoria, otros en cambio más recientes, plagados de matices y vahos locales en los que se puede reconocer las huellas odoríferas de ciertos tiranos del siglo anterior que se habrían sentido muy orgullosos con el resultado.

El tufillo en todo caso solo proviene inicialmente de “Las Reformas”, es decir, de aquellos cambios constitucionales que modificaron esencialmente la estructura del Estado. Esto se lo debemos a noventa y nueve brazos mecánicos que, en flagrante violación del procedimiento constitucional y en un gesto desafiante contra la mayoría de la población que pedía consulta popular, se levantaron y votaron a favor de las mismas.

“Las Reformas” que han dejado sus particulares notas pestilentes son: la reelección indefinida, la militarización de la sociedad, la comunicación como servicio público y las limitaciones a la potestad fiscalizadora de la Contraloría.

Pero para descubrir a qué huelen estas “Reformas”, primero debemos saber: ¿qué tienen ellas en común? Aunque no resulte fácil tratarlas como un paquete por los temas disímiles que tratan, hay algo que las vincula de forma notoria y es que las cuatro “Reformas” no solo que modifican la estructura del Estado, sino que erosionan peligrosamente los cimientos republicanos del Ecuador.

De hecho esta gran conquista de la revolución francesa (me refiero a la República), nació, según tratadistas como el doctor Rodrigo Borja (consultar su obra Enciclopedia de la Política), con seis características esenciales: la alternancia, la electividad de los gobernantes, la división de poderes, la imposición de límites jurídicos a la autoridad, la obligación de los gobernantes de rendir cuenta de sus actos y la publicidad de su gestión. Todas “Las Reformas” recientes afectan, vulneran o violan abiertamente una o más de las características indispensables al sistema republicano.

El antídoto para las monarquías hereditarias y para las dictaduras eternas ha sido históricamente la democracia como forma de gobierno y la República como sistema político. Las cuatro “Reformas” han destruido los cimientos de estos dos componentes del Estado, y han permitido que, desde sus cloacas, se filtren los distintos efluvios que ahora nos envuelven.

Por eso quizá percibimos en el aire ese olor rancio a monarquía europea, a pudrición caribeña y a descomposición bolivariana; o esos aromas más distantes, ácidos y nostálgicos, argentosos y cuprosos, a golpe militar de los setenta; o quizás olores más ibéricos, a jamón fermentado o a censura franquista; o, a lo mejor, es la fetidez del chivo viejo dominicano, o, simplemente, se trata de una hediondez que nunca antes habíamos descifrado, un olor desagradable que al parecer no conocíamos, la fetidez de la no República.

Oscar Vela Descalzo

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