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NULIDADES VERGONZOSAS

Los matrimonios religiosos católicos ya no se contraen para siempre, al menos no para ciertos fieles de esa iglesia que se han convertido en usuarios de la nueva moda de las nulidades. El origen de esta curiosa epidemia está en una reforma procesal impulsada por Bergoglio hace dos años con el objeto de que estos juicios, normalmente largos, distantes y complicados, se volvieran ágiles, cercanos y ligeros.

Las facilidades que ha brindado a sus seguidores la jerarquía eclesiástica han multiplicado las anulaciones de matrimonios celebrados incluso varias décadas antes, sirviéndose para el efecto de cualquiera de las causales subjetivas y maleables previstas por el derecho canónico, y sobre todo, valiéndose de los más imaginativos artificios, mentiras o ficciones que se puedan urdir.

Desde que se aprobó la reforma, cayeron en las diócesis decenas de demandas de fieles buscando la nulidad de sus compromisos por las más variadas causas, algunas seguramente justificadas en derecho y amparadas en la razón, en especial aquellas que se sustentan en vicios reales de consentimiento por fuerza o dolo, o las que se refieren a la edad de los contrayentes, entre otras. Pero una gran cantidad de procesos que están en trámite o que ya han culminado con sentencias favorables, se han sustentado en las causas más absurdas, insólitas y vergonzosas.

Por ejemplo, se demanda hoy la nulidad de matrimonios efectuados treinta o cuarenta años atrás, con hijos y nietos de por medio, utilizando falacias como la inmadurez de uno u otro cónyuge que habría viciado el consentimiento al momento de dar el sí; o se alegan hechos bochornosos para los propios demandantes como afirmar que han sido infieles consuetudinarios, vividores, beodos, ludópatas o ateos practicantes, y que ahora han descubierto que la luz del túnel espiritual y moral está en una nueva boda eclesiástica junto a su actual pareja (y aunque no lo digan en la demanda, sueñan también con su vestido blanco o con su smoking, con la farra, el pastel y la despedida).

Muchos de estos casos de nulidad no resultan contenciosos, pues ambos cónyuges o inclusive sus hijos se sienten cómodos y muy a gusto por volver a la iglesia para comulgar delante de la parroquia sin sentir encima suyo aquellas miradas inquisidoras y esos dedos infames que las señalaban impunemente. Pero también hay otros casos de familias que se ven afectadas por la farsa que han debido montar sus parientes para anular el matrimonio. Y lo peor de todo es que esta pantomima, con demasiada frecuencia, ha sido acogida por los tribunales eclesiásticos causando más dolor y división entre ellos.

En este punto de las cosas, me pregunto: ¿Qué clase de dios es el que invita a sus seguidores a mentir y torcer los hechos para conseguir una anulación que de otra forma sería imposible de conseguir? ¿Qué clase de dios es aquel que llama a conversión a sus fieles a costa del sufrimiento de sus hijos y de la separación de sus familias?

Oscar Vela Descalzo

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LAS ÉLITES NO LEEN

LAS ÉLITES NO LEEN
Hace pocos días alguien me consultó sobre los índices de lectura que tiene nuestro país. Le respondí que en el 2014 se leía en Ecuador, cada año, medio libro por persona. Asumo que esta cifra, bochornosa desde cualquier punto de vista, no ha cambiado en los últimos años.

Pasado el estupor que provoca saber que tenemos el promedio más pobre de lectura de Latinoamérica, la charla se centró en la interrogante de siempre: ¿Quiénes leen más? Mucha gente piensa que los lectores están situados en mayor proporción en las clases altas, pero me temo que esta apreciación es incorrecta. Los lectores en el Ecuador y en otros países de la región, en una abrumadora mayoría, son de clase media.

En términos generales, las élites no leen. Incluyo aquí, obviamente, a las élites económicas y a las políticas (que por desgracia para la sociedad casi siempre se funden en una sola categoría). Para demostrar lo afirmado basta acudir alguna vez a los eventos culturales que se ofrecen. Muy pocas ocasiones, salvo que se trate de un concierto de algún músico pop, se encuentran representantes de esas élites en una obra de teatro, en una función de cine independiente, en una muestra pictórica, en una librería…

Las élites viven de las modas, y si la moda es, por ejemplo, leer la novela erótica más vendida en Nueva York o Londres, ellos aparentarán que la han leído y comentarán sobre la misma con absoluta solvencia, de oídas, por supuesto, o esperarán la película para entender la historia. Si la moda, en cambio, es tener bibliotecas portentosas, las tendrán, aunque jamás abran ni ellos ni sus familiares ninguno de aquellos libros, o, lo que es más deprimente todavía, algún gurú les fabricará una biblioteca de apariencia maravillosa que solo muestra los lomos de miles de volúmenes desprovistos por completo de páginas y palabras.

Pocos días después de esta conversación, un amigo me envió el enlace de una entrevista en la que el presidente Obama, mostrando una vez más su elevada estatura intelectual, comentaba el rol esencial que han tenido los libros sobre él: “…en esta era ruidosa y sobrecargada de información, los libros fueron una fuente de ideas e inspiración que me proporcionaron un renovado conocimiento de las complejidades y ambigüedades de la condición humana”. Citaba además sus lecturas y autores favoritos, y la forma en cada uno de ellos le ayudó a crecer tanto en lo personal como en su carrera política.

Como contrapunto, recordé que un político activo local dijo alguna vez que el último libro que había leído (seguramente en el colegio y por castigo) era ‘Las venas abiertas de América Latina’. Otros, por el contrario, muy sueltos de huesos y neuronas, afirman con asombrosa sinceridad que nunca han leído nada, y claro, eso se nota a leguas en cada una de sus actuaciones.

Ante estas evidencias, y, sobre todo, ante el nivel intelectual que exhiben nuestras élites cada día, ¿a alguien le quedan dudas sobre quiénes son los que más leen?

Oscar Vela Descalzo

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‘BLACK MIRROR’

En esas raras ocasiones en que la pantalla de cualquiera de nuestros dispositivos electrónicos se oscurece, cuando finalmente hemos hecho aquella pausa que nos devuelve un momento a la realidad, aparece en el espejo negro nuestro rostro desdibujado, envuelto en sombras. Eso es lo que somos desde hace tiempo: siluetas humanas atrapadas en un aparato creado por nosotros mismos.

Minuto a minuto, hora tras hora, estamos tan metidos en esas pequeñas máquinas que, lentamente, nos vamos deshumanizando. La conversación va quedando en desuso, relegada en estos tiempos por los chats y la interacción a través de un teclado o una pantalla. Las relaciones personales se reemplazan hoy con facilidad inusitada por relaciones virtuales. Los amigos son apenas perfiles de páginas electrónicas con fotos, comentarios, bromas o noticias triviales. Las disputas, los debates, las discusiones, tan necesarios para nuestro crecimiento personal y de la sociedad, se realizan ahora en las redes, en la web, en la imaginaria sobremesa a la que nos ha arrastrado la tecnología.

Estamos invadidos por espejos negros que desnudan esta nueva condición humana de inevitable sometimiento a la tecnología y a su vertiginosa propuesta. Una muestra palpable de la capitulación masiva a la que hemos llegado es, por ejemplo, la turbulenta y asquerosa campaña electoral que estamos viviendo. En estos tiempos ya no son las propuestas ni las ideologías las que marcan la agenda, ni siquiera las tarimas, sino las pantallas de los dispositivos que tenemos a mano, iluminadas para nosotros con noticias instantáneas, chismes, ofensas, ofertas, descalificaciones, insultos, escándalos, injurias, burlas, mentiras, especialmente mentiras…

No hay tregua para ningún candidato ni para sus familias o allegados. Nadie se salva de caer en las garras de los miserables que se ocultan detrás de esos espejos para lanzar veneno contra todo y contra todos, para mancillar el nombre del opositor, acusarlo, señalarlo, encausarlo, humillarlo, hundirlo si es posible, pues en estos tiempos todo vale.

A propósito de estos espejos que son capaces de mostrar lo peor de la condición humana, recomiendo ver la serie británica ‘Black Mirror’, creada por Charlie Brooker y transmitida en nuestro país por Netflix. El tema principal de esta exitosa producción realizada con capítulos discontinuos y argumentos distintos, gira alrededor del dominio de la tecnología y el cambio radical de la vida de los seres humanos, conquistados por la inteligencia artificial.

El primer capítulo de los trece que tiene actualmente la serie es, sin duda, el más impactante de todos, pues además de introducir al televidente en una cadena historias tan ingeniosas como aberrantes, nos muestra a un ficticio primer ministro inglés que es capaz de humillarse en vivo y en directo ante todo el mundo por conservar su cargo y seguir como sea en la carrera política.

Retorcida y siniestra, como la vida misma, así es la serie ‘Black Mirror’.

Oscar Vela Descalzo

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FIDEL, ANTES Y DESPUÉS

Por más antipatía u odio que alguien pudiera sentir por él, nadie podrá negar que, para bien o para mal, dependiendo del lado desde el que se lo mire, Fidel Castro Ruz fue uno de los líderes políticos de mayor trascendencia en el siglo XX. Su historia personal, que está ligada necesariamente a la de Cuba, tiene un antes y un después delimitado por el triunfo de la revolución, el 1 de enero de 1959.

Mucho antes de esa fecha, allá por el año 1895, José Martí y Antonio Maceo, entre otros héroes, dieron su vida por la liberación de Cuba de la corona española. Finalmente, en 1898, se logró la tan ansiada independencia, o, al menos eso creyeron los cubanos, pues tan pronto como España se retiró, los Estados Unidos, cuya ayuda militar fue decisiva en las guerras de independencia, ocupó la isla e instauró en ella un protectorado que duró formalmente hasta 1934, pero que en la práctica estuvo vigente hasta el final de la dictadura de Fulgencio Batista, en diciembre de 1958.

De modo que la revolución cubana gestada por los expedicionarios del Granma y liderada por Fidel Castro, fue en realidad la prolongación de la revolución de finales del siglo XIX, encauzada por héroes como Martí y Maceo, y, años más tarde, por jóvenes rebeldes como Antonio Guiteras o Frank País, que, entre miles de combatientes, dieron su vida por la libertad. Este mismo fin fue el que persiguieron, poco tiempo después, los afamados barbudos desde la Sierra Maestra, cuando derrocaron a Batista y proclamaron “finalmente” la independencia de la República de Cuba.

En el antes, por supuesto, se encuentra esta gesta épica sustentada en los principios de libertad, justicia social, democracia y soberanía, en contra de las tiranías, las dictaduras y la injerencia estadounidense impuesta sobre la isla hasta 1958. En esa larga revolución no hubo contaminación alguna de ideologías comunistas ni del pensamiento marxista-leninista; solo los movió la decisión y el anhelo de ser libres.

En el después, en cambio, tras el triunfo de la revolución en enero de 1959, con el ascenso del nuevo gobierno, aparecen las páginas negras de los juicios sumarios a los opositores, las ejecuciones a contradictores y disidentes, la nacionalización de los negocios, la expropiación de las tierras, y, desde abril de 1961, la declaración del carácter comunista del Estado y el sometimiento de Cuba al otro imperio que dominaba entonces el planeta, el soviético.

Así cayó como un mazazo sobre los cubanos la restricción sistemática de las libertades individuales, la eliminación de la propiedad privada; la creación del partido único, del gobernante único y del pensamiento ideológico direccionado desde el gobierno.

Y, sí, también aparecieron, sin duda, los promocionados éxitos en salud y educación, y con ellos se trató de vender al mundo la idea de una sociedad equitativa, pero la anhelada libertad e independencia fue tan solo un espejismo que duró apenas unas horas entre el antes y el después.

Oscar Vela Descalzo

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LO QUE NO TIENE NOMBRE

Hace pocos días escuché estas palabras: “nadie que no lo haya sufrido en carne propia puede comprender lo que significa enterrar a un hijo”. Pocos minutos después, en el mismo lugar, me fundí en un abrazo con un amigo entrañable, padre del muchacho al que se estaba velando en ese momento. Él, destrozado y ciertamente abrumado por la tragedia, me dijo: “no sabes lo duro que ha sido esto…”.

En efecto, no lo sé y espero no saberlo nunca. No puedo comprender cómo un padre o una madre logran sostenerse en pie luego de haber soportado una desgracia de tal dimensión. Ni siquiera puedo imaginar la forma, la intensidad, la ubicación o la propiedad de un dolor que no tiene nombre, que no se acerca a ninguno de los padecimientos físicos del ser humano.

Estos días, abatido por aquel dolor de mis queridos amigos: padres, abuelos, tíos, primos de Alfredo Vera Bucheli, he recordado las palabras de Piedad Bonett, poetisa y novelista colombiana, autora de un conmovedor libro que se titula justamente ‘Lo que no tiene nombre’, que trata sobre el suicidio de su hijo Daniel a los 28 años de edad.

En una entrevista que hice con Piedad Bonett en el año 2013, me sorprendí por la serenidad con la que ella había enfrentado la muerte de su hijo y la valentía que tuvo al narrar esa historia. Recuerdo que le pregunté si escribir sobre algo tan personal y desgarrador fue quizás una forma de no olvidar, y respondió: “Por supuesto, el olvido sería para mí como la muerte definitiva. Eso lo sentiría como una traición con él, y de verdad me aterroriza esa posibilidad. Cuando los amores han sido intensos deben permanecer siempre como una fuente de vida.”

En aquel momento no llegué a comprender la fuerza y el sentido real de estas palabras, y quizás hoy tampoco alcanzo a entenderlo del todo, pero los padres que han sufrido este dolor lo comprenderán bien. El olvido, en efecto, es la muerte final, y precisamente eso es lo que los seres humanos evitamos cuando nos aferramos a los recuerdos del ausente gracias a nuestra memoria y al inmenso amor que sentimos por esa persona. Más allá de las fotografías, de los objetos que le pertenecieron o de los espacios que ocupó, está su voz que nos habla al oído cuando más lo necesitamos; están sus risas que ocupan un compartimiento que suele abrirse de pronto, cuando menos lo esperamos; está su presencia, innegable, en cada paso que damos, en cada respiración, en cada latido. Está el amor infinito que nos tiene de pie.

En momentos así regresan a mi mente los rostros de los hijos que fallecieron antes que sus padres. Recuerdo aún el dolor que me causó su partida aunque no hubiéramos sido tan cercanos o en algún caso incluso no los hubiera conocido, pero conozco a sus padres y fui testigo de su dolor. Todavía soy testigo de su fortaleza. Sus nombres flotan siempre entre nosotros por el amor que los mantiene vivos: Macarena, Galito, María de los Ángeles, Suco, Franco, Andy, Julián, Maita, Pablo, Rodrigo, Alfredo…

Oscar Vela Descalzo

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¿SOMOS TODOS IGUALES?

Alguna vez se ha preguntado: ¿qué sucedería si de pronto, como consecuencia de un accidente o de una enfermedad, usted perdiera uno o más de sus sentidos o quedara incapacitado para caminar?

Supongamos que por cualquiera de las causas referidas, usted pierde la vista. Imagine cómo sería en adelante su vida, segundo a segundo, en tinieblas. Imagine, por ejemplo, que acaba de despertar pero sigue estando a oscuras. Imagine cómo será levantarse, desplazarse por casa, ir al servicio higiénico, bañarse, arreglarse por costumbre delante de un espejo que no le devolverá ninguna imagen, escoger la ropa, vestirse, ir hasta la cocina, preparar sus alimentos y sentarse a comer… Supongamos, para bien, que tiene alguien a su lado que le puede ayudar en todas esas tareas que parecerían casi imposibles de realizarse a solas, ¿pero y si usted no cuenta siempre con esa persona, o si no tiene familia, o si no tiene recursos para contratar a alguien que lo asista?

Imagine ahora que, en las mismas circunstancias de ceguera total, debe salir a la calle para ir a trabajar, para hacer un trámite burocrático por su incapacidad, para comprar alimentos o medicinas, para tomar aire o recibir los rayos del sol… Tal como están diseñadas actualmente nuestras ciudades, es muy probable que usted caiga en una alcantarilla destapada, o esté a punto de ser atropellado en cualquier calle, o tropiece en una acera con un vehículo estacionado sobre ella, o reciba insultos y bocinazos de algún energúmeno al volante, o sufra un golpe contra la rama baja de un árbol, contra un letrero mal colocado o contra un puesto de ventas ambulantes; y si regresa sano a su casa, si es que regresa, habrá tenido mucha suerte…

Imagine ahora qué pasaría si usted no pierde la vista sino que se queda postrado en una silla de ruedas en la que deberá desplazarse, sin contar en todo momento con la ayuda de alguien más. Piense entonces cómo haría estas tareas: salir a la calle y tomar un taxi, ir a comer a un restaurante lleno de escalones o pasar por una estrecha puerta de acceso al servicio higiénico; o circular tranquilamente por las aceras de su ciudad, o ir al estadio a ver un partido de fútbol…

Igual que le sucede a la mayoría de la gente, yo no me había detenido a pensar demasiado tiempo en lo difícil que debe ser vivir con una discapacidad en nuestro país, pero hace pocos días conocí el trabajo de “Access Israel”, una organización sin fines de lucro cuyo objetivo fundamental es promover la accesibilidad de todas las personas, concientizando a los ciudadanos sobre las enormes dificultades que tienen para desarrollar una vida normal.

Comprendí entonces que en este país no somos todos iguales porque hoy no gozamos de los mismos derechos; porque estamos muy lejos todavía de tener una verdadera accesibilidad que incluya a todas las personas; porque no respetamos los derechos de los demás… Porque no somos conscientes aún de lo que ellos deben padecer por nuestra culpa.

Oscar Vela Descalzo

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NI UNA MENOS

Miles de voces se han levantado los últimos tiempos diciendo ¡ya basta!, pero nada parece detener a los violadores, ni siquiera los gritos angustiosos de sus víctimas implorando piedad, ni tampoco aquellos rostros desencajados, ni esos ojos enturbiados por lágrimas que brotan incontenibles en la confusión del dolor, la impotencia y el horror.

Miles de voces se levantan cada día y gritan ¡nunca más guardaremos silencio!, pero nada frena a los asesinos que alardean del poder conferido por su género, del poder otorgado por sus dioses iracundos, del poder que les dieron sus pérfidos libros de presuntos tintes sagrados. Nada los frena porque eran apenas unos críos cuando escucharon por primera vez esas extrañas palabras que les decían todo el tiempo: “… él tendrá dominio sobre ella… y ella le seguirá a donde él vaya…, y le deberá obediencia…”; o cuando escuchan quizás esas otras sentencias que les repiten sin cesar: “a aquellas de quienes temáis la desobediencia, amonestadlas, mantenedlas en sus habitaciones, golpeadlas”.

Miles de voces se levantan en todos los rincones del planeta y dicen ¡si tocan a una, nos organizamos miles!, pero nada los detiene todavía porque a sus padres nadie los detuvo, ni tampoco a los padres de sus padres ni a los antecesores de éstos. Nada los detiene aún porque sus referentes inmediatos siempre actuaron del mismo modo, siempre actúan así: denigrándolas, acusándolas, menospreciándolas. Nada los detiene porque en su mundo el placer se reduce a una cuestión de dinero. Nada los detiene ni los detendrá nunca si sus líderes pretenden ser machos cabríos, dominantes y posesivos, que hacen alarde de su poder insultándolas, exponiéndolas, señalándolas; o las destruyen en público confinándolas a las tareas del hogar o condenándolas por siempre a hablar a solas con un espejo mientras sostienen en su mano una polvera y un labial.

Miles de voces se levantan diciendo ¡Ni una menos!, y su protesta se oye desde Buenos Aires hasta Ciudad Juárez, desde Santiago hasta Sao Paulo, desde Quito hasta Tenancingo, desde Bogotá hasta Lima y de allí a Sonora, a Montañita o Madrid, pero nada los frena por ahora porque ellos han aprendido que una falda corta es una incitación a tener sexo, y un escote es una invitación a ser tocadas; porque siempre han escuchado que un rostro bonito es tan solo un rostro, y un cuerpo escultural es solo un cuerpo.

Nada los ha frenado nunca hasta hoy porque Mariana, María José, Lucía, Karina, Guadalupe o Dolores eran apenas nombres que se añadían a una lista para alardear con los amigos, y sus cuerpos eran tan solo cromos que se compartían entre panas, y sus caras eran solamente recuerdos difusos de una noche desquiciada, hasta que un día, uno de ellos, finalmente, reconocerá esos nombres, esos cuerpos o esas caras en la crónica roja de un diario, en el chat de amigos o en el álbum familiar de casa, y entonces escuchará por fin esas voces, ¡Ni una menos!, y comprenderá que le gritan a él.

Oscar Vela Descalzo

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SATANIZAR LAS UTILIDADES

La Asamblea parece haber entrado en la recta final de una delirante carrera por expedir leyes para evitar que cualquier sector productivo saque la cabeza en medio de la crisis. Esta maraña de normas estatistas, avasalladoras, abusivas, e híper controladoras, pretenden sobrevivir varias generaciones no por sus bondades o su beneficio común, sino por el artificioso carácter de “orgánicas” con el que se las ha bautizado para dificultar en el futuro su reforma o su derogatoria.

A la técnica legislativa del voto en plancha por sumisión se le ha sumado ahora el vértigo y el apuro por aprobar todo lo que propongan los jefes, sin importar si los efectos pudieran ser negativos para la economía de los ciudadanos, devastadores para el desempleo o fatales para la iniciativa privada.

Todos los sectores productivos han sufrido el acoso y derribo gubernamental a través de normas que pasaron por la formalidad de los alza manos de la Asamblea, y que limitaron sus negocios, les impusieron gravámenes excesivos, restringieron su campo de acción o redujeron sus ganancias. El sector financiero fue el primero, y luego le siguieron los medios de comunicación, las empresas publicitarias, los constructores, las inmobiliarias, los propietarios de bares y restaurantes, los importadores, la agroindustria, los exportadores, hasta que le llegó el turno del garrotazo a las empresas de medicina prepagada, y con ellas, a la salud pública y privada del país.

La factura de esta nueva insensatez, por supuesto, la pagaremos los ciudadanos que, por un lado veremos cómo se incrementan de forma desmedida las primas de nuestros seguros, mientras se restringen las coberturas y se disparan hacia arriba los deducibles de las pólizas; y por el otro, seremos testigos del colapso de la salud pública que hoy ya presta el IESS con enormes dificultades, y que mañana, con el incremento de las personas que volverán a los hospitales y a la asistencia pública, será simplemente caótico.

Y aunque ciertas autoridades se den volantines amenazando a las empresas privadas de medicina prepagada, el daño a los ciudadanos ya está hecho, pues nadie les podrá obligar a esas empresas a prestar un servicio privado perdiendo dinero o arriesgando capitales sin expectativas de ganancias, ni tampoco les podrán forzar a mantener contratos de servicios que cuentan con cláusulas de fuerza mayor y se rigen por la libre voluntad de los contratantes.

El desfinanciamiento irresponsable del IESS fue el punto de partida de este nuevo ataque a los ciudadanos, pero el golpe final lo ha puesto en todos los casos la obtusa pretensión de satanizar las utilidades que generan los sectores productivos privados.

Sin esas utilidades no será posible reactivar la economía, no habrá ingresos fiscales por vía de impuestos ni mejorará nunca la calidad de vida de la gente. Sin esas utilidades satanizadas por los genios de la obediencia, solo crecerá el desempleo, la pobreza y el descontento popular.

Oscar Vela Descalzo

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NO EN MI NOMBRE

El homenaje que hizo esta semana la Asamblea Nacional del Ecuador a la ex presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, será recordado como uno de los actos más bochornosos de la historia del país.

Para un gobierno serio, el hecho de recibir con honores y condecorar a un ex mandatario de otro Estado, por sí solo podría resultar inconveniente tanto en lo político como en lo diplomático, pero resulta más grave todavía si la homenajeada acaba de dejar el cargo hace poco tiempo y está envuelta en cientos de escándalos judiciales e investigaciones de corrupción (también alguno de sangre como el caso Nisman), y, por si fuera poco, junto a ella han caído y siguen cayendo a diario los principales funcionarios que la acompañaron, mientras otros de sus colaboradores, familiares y amigos ocultan sus tesoros en conventos o bóvedas particulares, o vuelan sobre los tejados de lo poco que quedó en pie tras los casi catorce años de gobiernos kirchneristas.

Me pregunto lo mismo que se ha preguntado estos días la inmensa mayoría del pueblo ecuatoriano que vio con extrañeza, indignación, sospecha e incluso con vergüenza propia el acto de adulo a esta controvertida política: ¿Qué es lo que estamos condecorando? ¿Cuáles son los méritos que hizo esta señora para que un grupo de asambleístas le rindan pleitesía?

La respuesta más obvia y pueril será que la dama en cuestión pertenece a su misma tendencia ideológica, pero, asumo que quienes han urdido esta genial salida habrán pensado también lo poco que le favorece a su “tendencia” los escándalos de corrupción que arrinconan a su colega. ¿Se habrán puesto a pensar qué pasaría si en el caso Nisman una lejanísima e hipotética sentencia la llegara a involucrar de forma directa? ¿Se habrán puesto a pensar que el incremento exorbitante del patrimonio de los Kircher en varias centenas de millones de dólares entre dinero y propiedades resulta una verdadera bofetada al pueblo argentino cuyo índice de pobreza se incrementó tras esos catorce años al 32% del total de la población? ¿Alguien se habrá puesto a pensar que quizás muy pronto ella y sus cómplices podría acabar tras las rejas y todo este acto será aún más oprobioso para el Ecuador? ¿Se habrán dado cuenta los presuntos amigos de la Kirchner en nuestro país que se acaban de dar un tiro en el pie?

Si alguien quiere reunirse en un club de amigos y compartir un banquete con los ex gobernantes que le son afines ideológicamente, o tomarse fotos con los dictadores más crueles del momento y defenderlos a todo ante el mundo y poner las manos al fuego por sus actos turbios y sus cuestionadas fortunas, está en su derecho hacerlo, siempre que lo haga en nombre propio y no en representación del país.

Si alguien quiere rendir un homenaje a la corrupción, al populismo vivo o muerto, a la deshonestidad, al enriquecimiento desmedido o a la estupidez, que lo haga en nombre propio o en el de su partido, pero no en mi nombre, no en nombre del Ecuador.

Oscar Vela Descalzo

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SIN MUERTOS NO HAY CARNAVAL

Hace pocos días se estrenó en las salas de cine de todo el país la nueva película de Sebastián Cordero, ‘Sin Muertos No Hay Carnaval’. Aunque entre nosotros no existe formalmente un espacio de crítica especializada, cuando se trata del director ecuatoriano más importante de la actualidad, de un actor reconocido como Andrés Crespo y de una película que desnuda con insolencia varios aspectos de nuestra sociedad e idiosincrasia, todos nos convertimos por un momento en críticos cinematográficos.

A manera de confesión debo decir que soy uno más de esos aficionados atrevidos que hablan de cine sin tener los conocimientos suficientes, que fui a ver la película y me gustó, y que la recomiendo especialmente por varias razones: por el sólido argumento escrito a cuatro manos por Andrés Crespo y Sebastián Cordero, que envuelve varias historias que orbitan alrededor de una trama central, el desalojo de un asentamiento ilegal en las afueras de Guayaquil. Por la fuerza sostenida en todas esas historias satelitales cuyo final resulta impredecible, y, en algún caso incluso se queda abierto para que sea el espectador el que lo resuelva en su mente a partir de una imagen extraña o de un fugaz y sugerente gesto de algún actor. Por la provocadora denuncia de problemas tan nuestros como la irrefrenable corrupción judicial, el turbio negocio de las invasiones y el juego político de los desalojos, la violencia como una forma primaria y siempre vigente de solución de los conflictos urbanos modernos. Y, por la extraordinaria fotografía que enfrenta al espectador de forma recurrente con la belleza del paisaje rural y la opresiva miseria de los barrios más deprimidos de la ciudad.

La actuación de Andrés Crespo en el papel del abogado Terán es notable, pero también se destacan Víctor Arauz, Daniel Adum (en su debut como actor), Cristoph Baumann, Antonella Valeriano, y los mexicanos Erando González, Maya Zapata y Diego Cataño. Un elenco bien escogido.

‘Sin Muertos No Hay Carnaval’ es una de las películas más costosas que se han realizado en el Ecuador. Tanto en el financiamiento como en la coproducción intervinieron empresas de Ecuador, Alemania y México. En un país con una industria cinematográfica aún incipiente resulta toda una hazaña concretar un proyecto tan ambicioso y concluirlo con éxito.

He leído y escuchado muchas opiniones positivas sobre la película, la gran mayoría de ellas centradas en la fuerza de la historia y en la autocrítica social de la trama, algo que en esta época de superproducciones que solo ofrecen efectos especiales o historias planas y soporíferas tipo Hollywood con su siempre predecible final feliz, resulta un verdadero halago para quienes hacen cine priorizando lo argumental frente a la invasión del llamado cine comercial. Y si a esto se le suma el numeroso público que ha acudido a las salas durante las primeras semanas, podemos concluir que ‘Sin Muertos No Hay Carnaval’ será, sin duda, otro éxito de Sebastián Cordero.

Oscar Vela Descalzo

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