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VOLVER AL PASADO

Nos acercamos al nuevo proceso electoral y el escenario empieza a enturbiarse con una proliferación de postulantes que afloran casi a diario para optar por la presidencia del país. La mayoría no merecen siquiera una mención, así como seguramente tampoco merecerán el favor de los votantes. En todo caso, con muchos o pocos actores secundarios, se vislumbra una contienda turbulenta entre los candidatos más opcionados, dos en principio, tres quizás más adelante, que concentrarán en ellos la gran atención de los medios y de los electores.

Aprovechando esa antipática muletilla de fuego cruzado con la que unos acusan y otros se defienden de volver o no al pasado, es importante que los aspirantes refresquen su memoria sobre aquellos hechos que han llevado a la población a hartarse de los políticos y a sentir asco por la política, por la del pasado y también por la del presente que no resulta distinta a la de otras épocas.

Por ejemplo, algo que no se debe tolerar en el futuro es otro gobierno hiperpresidencialista en el que todas las funciones que forman los cimientos de la democracia estén controladas y subyugadas por una sola persona. Tampoco deberíamos aceptar más leyes que restrinjan y limiten nuestros derechos en lugar de ampliarlos y protegerlos, ni permitir que ningún gobierno en el futuro coarte nuestra libertad o se entrometa en nuestra vida privada, ni pretenda controlarlo todo y vigilarnos a todos como si fuéramos protagonistas del Gran Hermano de Orwell o de una película gris sobre los caducos regímenes socialistas.

No debemos volver a ese pasado asfixiante en el que los gobernantes derrochaban a manos llenas y se farreaban el dinero público en verdaderas orgías de gasto, corrupción y endeudamiento, y dejaban la cuenta para que sea el pueblo en pleno chuchaqui y en su lánguida economía el que termine pagando la fiesta.

No queremos que regresen jamás los tiempos en que la justicia era un fundo dominado por un cacique y los jueces un ejército de servidores obsecuentes. No queremos ver nunca más una legislatura llena de matones y puñeteros, pero tampoco un refugio de levantamanos, mediocres y sumisos. No queremos gobernantes déspotas, insultadores, pendencieros, bailarines o cantantes, y tampoco nos interesan las deidades, las majestades ni los soberanos. No queremos a las Fuerzas Armadas encaramándose otra vez en el poder, pero tampoco las queremos humilladas. No queremos golpes de Estado ni viejas prácticas conspiradoras ni gobiernos a perpetuidad.

Queremos, eso sí, vivir en democracia plena, en esa que solo se alcanza con división y equilibrio de poderes. Queremos, eso sí, sentir la libertad, la que solo se logra con el respeto irrestricto a los derechos de los demás. Queremos, eso sí, un tiempo de sosiego, un largo período de estabilidad. Queremos, eso sí, un estadista que dirija el destino del país con altura y compostura, y nunca más repetir aquel pasado de oprobio, descomposición, confrontación y vergüenza.

Oscar Vela Descalzo

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GUANTÁNAMO, EL HORROR

Después de la firma del Tratado de París en 1898, suscrito como consecuencia de la derrota de España en la guerra de independencia de los últimos territorios americanos, Estados Unidos ocupó la isla de Cuba (además de Puerto Rico y Filipinas).

El 20 de mayo de 1902 nació oficialmente la República de Cuba y se eligió como su primer presidente a Tomás Estrada Palma. Un año antes, el gobierno de los Estados Unidos había incorporado en la constitución de Cuba, bajo su protectorado, la Enmienda Platt, que entre otros favores concedía a los norteamericanos el derecho de arrendar o comprar tierras en la isla para sus estaciones navales e intervenir en la conservación de la independencia cubana. En 1903, el presidente Estrada firmó el acuerdo por el que los Estados Unidos arrendaron a Cuba la Bahía de Guantánamo, a perpetuidad, para establecer allí su base militar.

El atentado en las torres gemelas del 11 de septiembre del 2001 llevó al presidente George W. Bush, en enero del año 2002, a abrir el Campo de Detención de Guantánamo, una cárcel de máxima seguridad que se encuentra al margen de la jurisdicción estadounidense y también de la justicia internacional, y que por esta razón se ha convertido en el lugar perfecto para cometer todo tipo de atropellos y violaciones contra los derechos humanos.

Las denuncias sobre los horrores cometidos en esa prisión han dado la vuelta al mundo, y a pesar de que el presidente Obama ofreció en su campaña electoral el cierre de este campo de concentración contemporáneo, hasta el día de hoy se lo mantiene abierto y en sus calabozos permanecen detenidas aún sesenta personas. De este grupo tan solo siete han sido acusados de algún delito y apenas tres de ellos han sido condenados. Entre el resto de reos hay al menos una veintena que ya fueron autorizados para salir por no habérseles demostrado vínculos con actos o agrupaciones terroristas, pero para abandonar la prisión necesitan de algún país que los acoja. Los demás detenidos no tienen en su contra sino sospechas o presunciones, y nadie hasta hoy los ha acusado o enjuiciado formalmente.

Las torturas y abusos cometidos contra los casi ochocientos reos que han pasado por Guantánamo se divulgaron en todo el mundo hace años. La situación de indefensión y la violación de los derechos de los que aún están presos es pública y notoria, pero ni siquiera la voluntad del presidente Obama ha conseguido cerrar las puertas de uno de los últimos campos de tortura y aislamiento que existen en el planeta.

Por una razón o por otra el Congreso de los Estados Unidos en este último período ha bloqueado el cierre definitivo de la prisión de Guantánamo y ha impedido el traslado de los presos para su liberación o juzgamiento. Si Obama no lo logra, ¿será Clinton la que pase a la historia por cerrar el campo y, quizás también, por devolver su territorio a Cuba? Y si llega al poder el tipo del tupé, ¿cómo se remodelará y hasta dónde se ampliará el infierno?

Oscar Vela Descalzo

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MEDIDAS ECONÓMICAS

Corría el año de 1959, el gobierno ante la situación de iliquidez y la crisis que se avecinaba resolvió dictar varias medidas económicas de ajuste fiscal. Uno de los textos que recoge aquel momento histórico decía lo siguiente:

“…En cualquier caso, en septiembre el gobierno se lanzó a una política fiscal agresiva; se crearon impuestos sobre las importaciones: hasta el 30 por ciento en comestibles, el 40 por ciento en máquinas de escribir y de oficina, 60 por ciento en coches baratos y algunos artículos domésticos y el 80 por ciento en los coches caros. A partir de entonces se exigieron permisos de importación para todo y se restringió el cambio de moneda extranjera. Se iba a crear un ambiente de austeridad. … atacó el alcoholismo, calificándolo de “vicio peor que todos los demás juntos”, y cargó de impuestos a las bebidas. Sin embargo, al mismo tiempo, y contradictoriamente, hubo un intento de resucitar el turismo. Carlos Almoina, director del Instituto del Turismo, anunció un programa fulgurante destinado a fomentar la inversión en hoteles, a construir un nuevo aeropuerto para jets, y se hicieron planes para celebrar una gran conferencia turística el mes siguiente.”

De no ser porque en los párrafos anteriores consta el año en que se tomaron las referidas medidas económicas, y también porque aparece en la cita textual el nombre de Carlos Almoina con su cargo de director del Instituto del Turismo, bien podría pensarse que tales medidas se tomaron aquí, en el Ecuador del siglo XXI, hace poco tiempo u hoy mismo. Sin embargo, la cita se refiere a otro país Latinoamericano, Cuba, y a los meses iniciales del gobierno revolucionario de Fidel Castro (aunque el presidente en septiembre de 1959, nominalmente, era Osvaldo Dorticós). La cita ha sido tomada del libro ‘Cuba, la lucha por la libertad’ del historiador inglés Hugh Thomas.

Esos primeros meses del gobierno revolucionario cubano, que se había hecho con el poder tras derrocar al dictador Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959, transcurrieron en medio de la incertidumbre política por la línea ideológica que tomaría Castro (algo que no se reveló con claridad hasta abril de 1961 cuando ya la Unión Soviética había acordado su apoyo a Cuba y Fidel declaró que la revolución sería comunista, marxista y leninista), y también por la crisis económica en la que había caído el país tras las batallas contra el régimen batistiano que dejó vacías (en gran parte por corrupción) las arcas fiscales de la isla.

Así, 1959 fue para Cuba un año de reorganización gubernamental y de violentos cambios sociales. Así llegaron también, de la mano de todos esos cambios, la purga de antiguos colaboradores batistianos y la eliminación o expulsión de cualquiera que se atreviera a contradecir al nuevo régimen. Así surgieron además la presunta y fallida revolución moral. Así se decidieron los severos reajustes económicos con los que comenzó la era de la Cuba comunista, marxista y leninista.

Oscar Vela Descalzo

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JUAN BENIGNO VELA

“Quiero que el tiempo, la severa historia, si es que se ocupan de mi oscuro nombre, oh!, nunca digan que revés alguno hízome indigno. Digan que siempre por la Patria mía ruines favores rechacé indignado; que en la pobreza conservarme pude noble y altivo…”

Juan Benigno Vela Hervas (Ambato, 1843, 1920), fue un combativo político, escritor y abogado que defendió siempre la libertad y la democracia, especialmente en contra de los gobiernos dictatoriales de Gabriel García Moreno e Ignacio de Veintemilla.

Discípulo de Juan Montalvo, heredó no solo la escritura ácida y el fogoso temperamento del coterráneo, sino además aquella sangre rebelde que hervía ante las injusticias, los crímenes y los abusos del poder a los que se enfrentaron con la fuerza tempestuosa de sus palabras y con el peso irresistible de los ideales más justos. Así también conocieron ambos al tirano, enemigo poderoso que los hizo objeto de ataques, venganzas, apresamientos, exilios y persecuciones.

El destino, en un incomprensible y repentino viraje, condenó a Juan Benigno a la ceguera cuando apenas contaba con treinta y tres años. Semanas después, en un hecho más extraño aún, Vela perdió también el oído. Se dijo por allí, entre salmos, liturgias y plegarias, que el joven liberal suscribía la herejía, el ateísmo, la masonería y el anticlericalismo, y que éstos “vicios” habrían desembocado en la sentencia divina que lo había arrastrado a la oscuridad perpetua y al silencio impenetrable de los abismos.
Pero ni las limitaciones físicas ni los barrotes lo amedrentaron, pues aunque Juan Benigno se había convertido en un viejo roble desprovisto de luz y música, siguió fustigando al despotismo y denunciando a los corruptos en manifiestos libertarios como “El Combate”, “La Tribuna” y “El Pelayo”. Y para muestra de la firmeza de sus convicciones, de su inquebrantable vocación democrática y de sus sólidos principios, a pesar de su vínculo ideológico y de amistad con Eloy Alfaro, lo acusó y lo atacó con vehemencia durante el período en que éste se convirtió en dictador tras derrocar al gobierno de Lizardo García. A propósito dijo el ciego Vela cuando cayeron las críticas de sus compañeros liberales: “Yo no escribo por complacer a ningún círculo, no tengo ya caudillo; mis ideales han desaparecido; moriré con mis ideas, no esperen ustedes modificaciones en ellas.”
Falleció en 1920 víctima de una peste de tifus que asoló aquel año al centro del país. Veinte días antes había muerto por la misma enfermedad su hija Corina, y un día después del fallecimiento del ciego Vela, se fue también su hijo Cristóbal.
Si algún ejemplo nos queda de estos hombres es su entereza y decisión para combatir la tiranía aun a costa de sus vidas, su generosidad a la hora de enfrentarse al poder en nombre de la libertad y los valores democráticos, su valentía para seguir luchando con el arma de la pluma y la palabra incluso desde el exilio, desde una celda solitaria, desde sus propias tinieblas…

Oscar Vela Descalzo

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LOS PRESIDENCIABLES

Según va creciendo la lista de presidenciables, la decepción y el asombro ganan espacio. La decepción se refleja en el avasallante nivel de mediocridad de los políticos o aspirantes a políticos que nos quieren gobernar, y el asombro en la desoladora evidencia de que seguimos por la senda del populismo más folclórico de Iberoamérica.

No hay día en el que no recibamos con vergüenza el anuncio de la candidatura de algún hijo de papá, o del sobrino de su tío favorito, del ahijado de un misterioso padrino, o del bachiller más aventajado, del segundo, tercero, o décimo octavo de abordo, o del amigo íntimo de su íntimo amigo. Ni hay tampoco un solo día en el que no descubramos con espanto que aquel funcionario de enormes limitaciones cognitivas y morales también se ha postulado a sí mismo como presidenciable, y para demostrar la gran acogida de la que goza, en el acto de lanzamiento se presentan todos los cómplices, secuaces y acólitos de su público pasado. Lo cierto es que, mientras más larga es la lista, mayor es la vulgaridad de los candidatos que allí aparecen.

La prueba más clara del populismo y de la ausencia de una verdadera madurez política es, entre otras, esta proliferación de aspirantes al cargo más importante del Estado. Y, sí, por supuesto que existen excepciones (aunque muy pocas) a la mediocridad que campea entre los presidenciables, pero la lista crece de forma tan vertiginosa que aquellos que eventualmente pudieran sobresalir por su estatura moral e intelectual, corren el riesgo de verse arrastrados por la avalancha de improvisación y superchería que caracteriza a los procesos electorales en esta nueva era popularista.

En el fondo casi todos los presidenciables están vacíos. Su huella común es la simpleza y sus mayores virtudes suelen estar en una dimensión que oscila entre el canto popular, el baile reguetonero o el histrionismo barato, o a veces también en todas juntas. En algunos casos suelen hacer gala de un verbo fácil y de una enorme capacidad para el insulto y la descalificación, pero la gran mayoría no pueden articular más de dos palabras de forma correcta y me temo que no pasarían una examen de ortografía para niños de primaria. Su programa de gobierno, cuando lo exhiben o lo tienen, resulta ser un decálogo de generalidades copiadas del Internet o un mamotreto reciclado de alguna campaña del pasado.

En la nómina que hasta hoy conocemos, más cercana a una comparsa de pueblo que a una contienda electoral, predominan los aspirantes a caudillos, los narcisos con su espejo y los oportunistas que no aflojan la calculadora; y, por supuesto, escasean los verdaderos demócratas.

Los presidenciables idóneos, aquellos que están capacitados realmente para ejercer el cargo, serán los responsables de llevar esta contienda más cerca del debate y los programas serios de gobierno, y más lejos de las tarimas y la fanfarria populachera; más cerca del respeto y la austeridad, y más lejos del circo y el despilfarro.

Oscar Vela D.

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¿EL INTERÉS PÚBLICO O EL INTERÉS PRIVADO?

Desde hace varias semanas en la ciudad de Quito se ha instalado la discusión sobre uno de los proyectos que ha emprendido la actual alcaldía: los Quitocables.

Discutir sobre la movilidad, el tráfico, la infraestructura pública o las obras del cabildo en una ciudad no solo es positivo sino además necesario. Sin embargo, más allá del derecho de los ciudadanos a opinar, disentir, apoyar o contradecir a las autoridades, siempre debe primar en una decisión de este tipo el interés colectivo por encima de cualquier interés particular.

El proyecto denominado Quitocables, según se ha informado en los medios de comunicación, comprende tres líneas: la norte, que irá desde el sector de la Pisulí hasta La Ofelia; la central que irá desde La Carolina hasta Tumbaco; y, la sur que irá desde la Argelia hasta Solanda. La controversia por ahora se ha centrado en la zona norte debido al paso aéreo que tendría esta línea sobre la urbanización privada El Condado.

El Municipio ha informado que el proyecto de los Quitocables norte beneficiará aproximadamente a doscientas mil personas de barrios pobres de la capital tales como: Jaime Roldós, Tiwinza, Pisulí, Consejo Provincial, Catzuqui de Velasco, Catzuqui de Moncayo, Caminos de la Libertad, La Planada, Rancho Alto, la Ofelia, Mena del Hierro, entre otras zonas altas que forman parte del límite urbano noroccidental de la ciudad, que se caracterizan por la marginalidad y el abandono.

En efecto, los barrios mencionados en este artículo, cuyos nombres en algunos casos estoy seguro que ni siquiera los habíamos escuchado, forman parte de una de las zonas más deprimidas de Quito. Su gente, varias decenas de miles de personas de escasos recursos económicos, sufren a diario y desde hace años la ausencia de un sistema de transporte público regular, decente y efectivo para movilizarse hacia la ciudad.

Las partes en discordia, esto es aquellos que defienden la ejecución de la obra y los que se oponen a la misma, han esgrimido una serie de razones técnicas y legales para sostener cada una sus posturas, pero todas estas razones, fundamentadas o no, nos gusten o no, convergen siempre en una misma interrogante: ¿Debería prevalecer en este caso el interés público, el de la colectividad, el de estos barrios periféricos, populosos y normalmente olvidados, o quizás debería imponerse en este caso el interés de unos pocos residentes o propietarios de una urbanización privada que siempre ha contado con todos los servicios públicos y la atención de las autoridades?

La respuesta es evidente y no admite ninguna justificación en contrario: el interés público, aunque pudiera afectarnos de algún modo particular, estará siempre sobre cualquier interés de índole privada.

En este caso las autoridades municipales están obligadas a atender la necesidad urgente de transporte de doscientas mil personas de los barrios altos, a pesar de la presunta molestia visual que esto pudiera causar a unos pocos.

 

Oscar Vela D.

 

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LIBROS PRESTADOS

Hace cuatro años, en uno de los recorridos habituales que suelo hacer por esos paraísos detenidos en el tiempo que son las librerías de libros usados, encontré entre cientos de volúmenes polvorientos una de las joyas literarias que tenía pendiente en la extensa lista de tesoros codiciados que solemos hacer los bibliófilos.

La novela ‘Los Thibault’, del autor francés Roger Martin Dugar, premio Nobel de Literatura en 1937, había sido publicada por editorial Losada S.A., en el año 1944, en ocho tomos. La saga de los Thibault, que tiene como personajes principales a los hermanos Jacques y Antoine, abarca la primera parte del siglo XX, incluida la primera guerra mundial en la que el autor combatió. Escrita con un estilo sublime, retrata la época, las pasiones y las desventuras de esta singular familia.

Cuando descubrí la obra en una librería ubicada en plena Mariscal, entre la emoción de tenerla en mis manos y el nerviosismo por llevármela a casa después de haber acordado un precio justo, no reparé en el sello que el propietario original de los libros había estampado en la primera página, debajo del título y de las florituras que lo rodeaban.

Más tarde, al llegar a la biblioteca, antes de encontrar el espacio exacto para los libros, me percaté de aquel sello de tinta azul que identificaba el nombre del propietario y la pertenencia de esos magníficos tomos a su biblioteca personal. El dueño resultaba ser un personaje público de gran prestigio que también había incursionado en el mundo de las letras, y que pertenecía además a una familia de notables intelectuales ecuatorianos. Se me vino a la mente entonces la imagen desapacible de esas extensas bibliotecas formadas en el tiempo por varios antepasados y engrandecidas por generaciones futuras hasta que, en algún mal momento, ese miembro de la familia al que siempre le estorbaron los libros, o quizás aquel otro que estaba pasando apuros económicos, tomó la decisión de regalar, subastar o mal vender el tesoro de sus padres o abuelos. Así, marcado por esa imagen desoladora, me entregué durante algunas semanas a ‘Los Thibault’.

Tres años después, en circunstancias que no vienen al caso, conocí por casualidad al propietario original de los libros. Confieso que tuve que armarme de valor para decirle que yo tenía esa colección que él había perdido, o vendido o regalado, tiempo atrás. El caballero (lo es en toda la extensión de la palabra), esbozando una sonrisa, me contó que muchos años antes había prestado esos libros a un amigo suyo, que éste nunca se los devolvió, y ahora, por fin, se explicaba qué había sucedido con ellos. Con temor, remordiéndome la lengua, le dije que se los devolvería con gusto (no era cierto, no lo habría hecho con gusto aunque hubiera sido de toda justicia que los recuperara). Pero por fortuna me dijo que no, que le encantaba la idea de que esa colección ahora estuviera en mi biblioteca, y sobre todo, que luego de su amigo, alguien más los hubiera leído.

Oscar Vela D.

 

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A SU IMAGEN Y SEMEJANZA

A raíz de la matanza protagonizada en el bar Pulse de Orlando, han surgido una vez más voces de todo tipo, desde aquellas que lamentan el hecho y sienten como suyo el dolor de los familiares de las víctimas, y también de las que se regocijan con este tipo de tragedias y creen ver en ellas un designio divino.

Las investigaciones iniciales han arrojado resultados confusos. Se trataría quizás de un crimen de odio contra grupos homosexuales, pero luego se afirma que el atacante también habría sido gay. Se ha especulado que sería un crimen racial ya que la clientela de la discoteca era esencialmente latina, y, por supuesto, que también podría ser un hecho conectado con el terrorismo de ISIS. Por último, afloran en el ambiente las voces de los que critican la apertura legal para adquirir y portar armas en los Estados Unidos, contrarias a los que defienden el derecho constitucional de tener un arma siempre a mano para defenderse de “sus enemigos”.

Según aparecen o se descartan las distintas hipótesis, también salen a la luz personajes siniestros como el descerebrado pastor bautista estadounidense que en un sermón de su iglesia se lamentó de que no hubiera más víctimas en la masacre, e incluso fue más allá al afirmar que su gobierno debería fusilar a todos los homosexuales. O surgen desde las sombras frías de los templos otros seres ungidos como prelados, sacerdotes, obispos o ministros que en algunos casos le echan la culpa de la tragedia a la postura anti homosexual de las demás iglesias y en otros la justifican de forma taimada como parte de la “voluntad inescrutable de Dios”.

En los delitos de odio, ya sea por razones raciales, inclinaciones sexuales o creencias religiosas, además de los criminales que suelen responder a trastornos psicológicos o entornos sociales conflictivos, siempre hay responsables indirectos que siembran su semilla maldita en los demás. Allí, de un modo u otro, podemos estar todos: los que denigramos a nuestros semejantes por su aspecto, los que nos sentimos y nos mostramos superiores por el color de la piel o por nuestra situación económica, los que descalificamos a otras personas en razón de su fe o de su ideología, los que luchamos por restringir o quitar derechos a otros seres humanos por sus preferencias sexuales, los que señalamos, acusamos, apartamos, menospreciamos, acosamos o humillamos a nuestros congéneres por cualquier motivo que los haga diferentes.

En la matanza de Orlando bien podría tener la culpa la absurda enmienda que permite a los ciudadanos adquirir y portar armas libremente, o quizás la cultura del miedo que controla esa sociedad, o también el lado más oscuro del ser humano, el que está gobernado por el fanatismo, la arrogancia, la sumisión y la estupidez. O, tal vez, en efecto esto fue solo el resultado de un proyecto perverso de alguna deidad, quizás de la que nos hizo a su imagen y semejanza, o de la que nos creó a partir del barro y nos dio la vida con un soplo divino.

Oscar Vela D.

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MAGGIE VOLVIÓ A LA VIDA

En septiembre de 1724, ante la algarabía de un pueblo alcoholizado y sediento de muerte, la joven Maggie Dickson, una chica agraciada de clase media de la ciudad de Edimburgo fue condenada a la horca por un delito suigéneris: ocultamiento de embarazo.

Su historia plagada de desdichas había empezado cuatro años antes cuando su esposo, un comerciante de pescado, la abandonó poco después del matrimonio aduciendo que no la amaba. En esas circunstancias, con la certeza de que sería objeto de burlas y señalamientos en su ciudad natal por el abandono del marido, algo muy mal visto en aquella época, decidió buscarse la vida en algún lugar alejado de Edimburgo. Así llegó a Kelso, un pequeño poblado escocés en donde consiguió trabajó haciendo la limpieza de un hostal. En ese lugar se enamoró del joven y apuesto hijo del propietario, y meses más tarde se quedó embarazada.

Maggie se vio obligada a ocultar su estado para no perder el trabajo. Durante los primeros meses lo consiguió sin despertar sospechas, pero al entrar al séptimo mes de gestación, de forma repentina, su bebé nació muerto. La madre, destrozada, llegó hasta las riberas del río Tweed para deshacerse del cuerpo de la criatura y evitar así que se descubriera el engaño. Lloró desconsoladamente en la orilla del río durante varias horas, y cuando se disponía a dejar el cadáver del bebé, alguien la vio y la denunció a las autoridades. Apenas unas horas después había sido apresada y conducida a Edimburgo para ser juzgada.

El 2 de septiembre de 1724, en la coqueta plaza de Grassmarket, Maggie Dickson fue conducida a la horca ante una multitud que, apostada desde horas tempranas, esperaba con ansias el momento de la ejecución, una de sus diversiones predilectas. Como última voluntad el verdugo ofreció a la víctima una copa de whisky. De este modo, la sentencia se cumplió y Maggie fue ahorcada. Sin embargo, más tarde, cuando la multitud acompañaba al cortejo fúnebre hasta el cementerio, se escucharon gritos y golpes que salían del féretro. Y no se trataba precisamente de una alucinación grupal producto del abundante alcohol que habían trasegado, sino que la mujer no estaba muerta. Por alguna extraña razón, Maggie había sobrevivido a la horca.

La discusión se centró entonces en qué hacer en un caso tan extraño, ¿si debían ahorcarla otra vez como lo pedía la enorme mayoría del pueblo, o quizás merecía ser liberada tras haber demostrado que, por voluntad de Dios, no había llegado la hora de su muerte?

Al final primó la cordura por sobre las pérfidas intenciones del pueblo y ella fue perdonada aduciendo que su condena había sido cumplida con el acto del ahorcamiento aunque no se hubiera producido la muerte.

Hoy en la casa donde vivió Maggie Dickson hasta su muerte definitiva, cuarenta años más tarde, justamente frente al lugar en que se llevó a cabo su ejecución fallida en la plaza Grassmarket, existe una taberna que lleva su nombre y que recoge su extraña historia.

Oscar Vela Descalzo

 

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LÍDICE

El 10 de junio de 1942, por instrucciones de Adolfo Hitler, el pueblo checo de Lídice fue arrasado completamente. Las fuerzas de las SS fusilaron a 190 varones de los 192 que constaban empadronados. Los dos restantes, un molinero y un operario, se suicidaron antes de caer en manos de los nazis. Esa misma noche el ejército alemán saqueó el pueblo entero y lo redujo a un montón de cenizas.

Las 196 mujeres y los 83 niños que residían en Lídice fueron apresados y conducidos a distintos campos de concentración. Allí murieron o desaparecieron en su gran mayoría. Previamente, los niños de rasgos arios fueron separados y entregados en adopción a miembros de las SS.

La iracunda reacción de Hitler contra Lídice tuvo su origen en un atentado que se produjo el 27 de mayo de 1942 en contra de Reinhard Heydrich, uno de los lugartenientes más importantes y crueles de las SS alemanas. Esa mañana, tres miembros del grupo Checoeslovaquia Libre en el Exilio, Josef Gabcik, Josef Valcik y Jan Kubis, se apostaron con fusiles y granadas en una curva por la que solía pasar de forma rutinaria el Mercedes Benz de Heyrich, en las afueras de Praga. Cuando el automóvil apareció, Gabcik se puso delante e intentó disparar su fusil pero el arma se atascó. Entonces Kubis lanzó una granada que explotó junto al vehículo. En la confusión, los tres soldados vieron como Heydrich y su chofer salían ilesos y disparaban contra ellos en su frenética huída.

Esa noche los soldados checos se ocultaron en una iglesia pensando que la operación había fracasado. Sin embargo, las heridas que habían producido las esquirlas de la granada en el cuerpo de Heydrich le provocaron la muerte días después. Según el parte médico, el deceso se produjo porque en la explosión la tapicería del asiento del Mercedes Benz, que estaba forrada de lana animal, infectó las heridas de Heyrich comprometiendo el pulmón y el bazo.

La persecución de Hitler contra los responsables del atentado fue brutal. Los soldados fueron encontrados a las pocas horas y acorralados en la iglesia. Tras un fuerte tiroteo, viéndose cercados por los nazis, los tres se suicidaron. Pero la venganza no terminó allí, pues el Führer dispuso que todos los cómplices o sospechosos del atentado debían ser eliminados. Allí fue cuando una coincidencia llevó al ejército alemán hasta Lídice y se cometió uno de los crímenes más horrendos de la historia.

Pero a pesar de la tragedia, Lídice se levantó luego de la guerra con gente que vivía en las cercanías. Hoy es un poblado pequeño que representa por una parte el horror de la guerra, y, por otra, la voluntad del ser humano de levantarse tras la desgracia.

Entre varias manifestaciones culturales que existen acerca de Lídice y su historia están por ejemplo la magnífica pintura de Oswaldo Guayasamín que se exhibe en la Capilla del Hombre, y también la novela ‘HHhH’ del escritor Laurent Binet, que narra la historia desde el punto de vista de los soldados checos que asesinaron a Heyrich.

Oscar Vela Descalzo

 

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