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Thomas Bernhard en Quito
Por Miguel Muñoz
Gkillcity
Al igual que en Yo soy el Fuego —su anterior novela—, Óscar Vela recurre a eventos de relevancia social y política para disparar una trama. En Todo ese ayer (Alfaguara, 2015), la dictadura argentina y el 30S ecuatoriano —el día en que una huelga de policías causó estragos a nivel nacional y mantuvo al presidente retenido por varias horas— crean un ambiente singular para un pequeño grupo de personajes que, poco a poco, descubren que el mundo en el que viven no es más que una precaria estructura sostenida por la ambición del poder y las mentiras necesarias para obtenerlo.
Aparentemente contada en tercera persona por un narrador que mantiene su distancia, Todo ese Ayer comienza de forma bastante convencional. Los capítulos son cortos y están señalados con el nombre del personaje al que se hará referencia: Federico, Rocío, Sebastián. En el primero se conoce —luego de una breve pero influyente descripción del clima— al notable abogado Federico Gallardo, quien en una “desapacible tarde de trabajo” siente que se ha “transportado al Londres nocturno de Charles Dickens y Arthur Conan Doyle”. Más adelante, el narrador menciona que la revuelta del 30 de septiembre de 2010, ocurrida apenas unos días atrás, tendrá una especial relevancia en esta historia. Es entonces cuando Federico recibe un email sin remitente pero que no puede ser más que de Sebastián Barberán, su amigo de juventud torturado y asesinado hace treinta y cuatro años en Argentina. Lo sabe porque, aunque el email no dice nada, en el asunto está una frase que ellos solían usar como código de su amistad. Federico responde con un fragmento de un poema de Borges preferido por ambos y luego, tras otra descripción del clima, siente que todo va a cambiar.
Con la aparición de Sebastián y lo que le sucede a Rocío —la esposa de Federico— el día del paro policial, pareciera que Todo ese ayer fuera una novela construida bajo los lineamientos progresistas de la industria de la memoria. El tema de la dictadura —escrito y reescrito una y otra vez en Argentina y Chile— parece, en principio, importado por el autor como si fuera un bien de consumo. Es novelesco, sí, pero muy poco tiene de novedoso. Para suerte del lector, la corrosiva voz que narra esta historia se va alejando de este tema mientras impone cada vez más su presencia en el texto. Es decir, de la aparente tercera persona de los primeros capítulos, el narrador se vuelca decididamente hacia el relato en primera en las últimas páginas. Es una transición que responde a las exigencias internas de la ficción y a su propio interés en contar un testimonio sin intermediarios.
La excusa del levantamiento policial y el supuesto intento de golpe de Estado le permiten a este personaje-narrador desplegar su relato como si fuera una novela de misterio. Cada capítulo termina con una escena a medio contar que será enlazada al comienzo de otra pero dos o tres capítulos más adelante. Mientras es revelado que Sebastián vive clandestinamente en Madrid, la parte que concierne a Federico y Rocío se va disolviendo al igual que su matrimonio. El padre de Rocío, un aristócrata y vil empresario, se encarga de enemistarlos —consigue, por ejemplo, trucar una foto de Federico para simular una relación homosexual— y deja que sea la propia clase alta quiteña, a la que todos ellos pertenecen, la que se ocupe de silenciar ese desastre.
Del policial a la literatura de la memoria, pasando por unos cuantos guiños metaliterarios, Todo ese ayer tiene su punto más alto cuando sitúa en el centro la historia del rompimiento entre Federico y Rocío. Ésa es la excusa para elaborar una diatriba contra la clase alta de Quito y sus estrechos vínculos con el poder de turno, que permitieron “la puesta en escena de un rescate de nadie, de una batalla contra nadie, de un tiro a mansalva para matar a un inocente solamente para darle cierto tinte glorioso, una mano apurada de barniz, al oprobio de la farsa”. Ese estilo amargo y exagerado recuerda al escritor austríaco Thomas Bernhard, quien no dudó nunca en denunciar la estupidez de su sociedad y los grandes engaños que la constituían. De igual manera, en Todo ese ayer está la lectura de la realidad local a través de un narrador afectado, erudito y odioso que arremete contra todo. Con excepción de ese detalle, sin embargo, la novela se acomoda recién a la mitad y otorga mucho peso al argumento; o sea que no se puede revelar demasiado sin arruinarle al lector mucho de lo que esta obra tiene para ofrecer. Pero, despojada de sus elementos accesorios, la novela de Óscar Vela continúa, aunque muy levemente, la mejor tradición de la invectiva y la sátira en la literatura dejando en evidencia el servilismo de unos cuantos acomodados y las canalladas de un proceso político que se dice redentor.
Óscar Vela presenta su nueva novela, en Quito
Óscar Vela es un escritor y lector incansable. Todavía no presenta su nueva novela en Quito y ya está sumergido en la investigación de una nueva obra de corte histórico. En esa vorágine en la que a veces se convierte su vida, Vela se dio una pausa para conversar con EL COMERCIO sobre ‘Todo ese ayer’, el libro que presentará en la capital el próximo jueves 24 de septiembre, a las 18:30 en la Creperola del Teatro (18 de Septiembre y 9 de Octubre).
‘Todo ese ayer’ es una novela que recurre mucho a los acontecimientos del pasado. ¿Hurgar en la memoria se ha convertido en un eje de su creación narrativa?
De algún modo sí. Esto de buscar en el desván se ha vuelto una obsesión. Para mí el tema de la memoria es esencial. Sobre todo me interesa rescatar historias del pasado. En el caso de ‘Todo ese ayer’ una historia real que un amigo compartió conmigo. La historia de un hombre que desaparece durante la dictadura argentina de Videla y que reaparece luego de 34 años. Esta historia de la dictadura argentina la conecta con los acontecimientos del 30S.
¿Cuál es vínculo entre estas dos historias?
La historia de las dictaduras en Latinoamérica es algo que se ha contado muchísimo a través del cine y la literatura. La historia de Sebastián Barberán (uno de los protagonistas de la novela) necesitaba una contrapartida con una historia de acá. El 30S siempre me ha parecido una historia nebulosa, misteriosa e inconclusa. Quise ponerla de soporte del presente cuando Federico (el otro protagonista) descubre que su amigo no ha muerto y que ha regresado en algún modo del pasado.
De trasfondo de estos acontecimientos está el tema del totalitarismo
En el caso de la dictadura argentina está muy claro. Esa fue la dictadura más horrenda de toda Latinoamérica. Acá, Federico de algún modo siente que está pasando eso. Siente que se le está rompiendo la vida, claro, además él pasa por circunstancias particulares duras como la ruptura de la relación con su mujer.
Federico luego de sufrir esta caída estrepitosa empieza una crítica fuerte a las clases altas de la sociedad quiteña. ¿Su intención como escritor también fue realizar esta crítica?
Federico siempre fue un tipo que tuvo acceso a la cultura. Yo creo que en este país la cultura está en la clase media y media baja. En las clases altas no hay cultura o hay lo que Vargas Llosa llama la cultura del espectáculo. Al crear a Federico quería criticar eso. Aquí todavía hay personas que se creen parte de una seudo aristocracia. Necesitaba expresar lo que somos como sociedad, lo hipócrita de esta ciudad monja y puta.
En medio de este mundo de rompimientos aparece la poesía de Borges. ¿Qué sentido le quiso dar a esta presencia?
Para mí, Borges es un maestro. Un extraordinario escritor y uno de los grandes genios que tuvo el siglo XX. Cuando estaba escribiendo la historia me encontré nuevamente con ‘Límites’ este poema maravilloso que trata sobre la muerte. Cuando leía esa parte que dice ‘¿Y el incesante Ródano y el lago, todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino? Descubrí el título de la novela.
En la literatura los personajes secundarios no son muy tomados en cuenta. ‘En todo ese ayer’ son claves para la trama de la historia.
Sí. Rocío, la mujer de Federico se le quiebra su mundo cuando empieza a saber cuál es el perfil real de su padre. Ella encarna esa sociedad piadosa y franciscana a la cual quise retratar. El mendigo es un personaje con el que juego siempre en mis novelas. Para mí son personajes fascinantes, un reflejo de la ciudad en la que vivimos. Anselmo es el personaje secundario que más trasciende. Un tipo perverso de actividades oscuras vinculadas al poder. Anselmo lleva la carga al final de la historia. Todos estos personajes son parte de la caída de Federico.
En la novela hay un narrador que solo se conoce con claridad al final de la novela. ¿Por qué decidió contar esta historia en tercera persona?
No podía ser yo el narrador porque había temas políticos y sociales en los que no quería intervenir. El narrador (Jerónimo) fue el personaje con el que más cómodo me sentí al final de la novela. Al principio comenzó sin rostro. Un tipo remordido, con complejos, un escritor más o menos exitoso que fue compañero de colegio de Federico.
‘Todo ese ayer’, la más reciente novela de Oscar Vela Descalzo
Por Miguel Molina Díaz
La República
Quito.- Además de escritor es un apasionado lector de literatura. Al conversar con él, se tiene la impresión de que Oscar Vela Descalzo ha leído todos los libros en castellano que se han publicado en los últimos años o décadas.
Su última novela ‘Todo ese ayer’ (Alfaguara, 2015) se dio a conocer en la reciente Feria del Libro de Guayaquil. Ya ha comenzado a recibir los elogios de la crítica, tanto en el Ecuador como en el extranjero pues la novela se está vendiendo en las librerías de Colombia.
Se trata de una novela, como todas las grandes obras de la literatura, sobre la memoria. Un acomodado abogado quiteño recibe un email de un amigo de la infancia, a quién creía muerto pues constaba desde hace 34 años en la lista de desaparecidos de la dictadura argentina. El hallazgo de esa vieja y entrañable amistad ocurre en el contexto de lo que fue en el Ecuador el 30 de septiembre del 201o.
En dos planos, aquel de “todo ese ayer” en la Argentina y el de la insurrección policial en el Ecuador, el libro arroja luces sobre lo que ocurre con vidas inocentes cuando son arrasadas por la Historia escrita a la sazón de la violencia y la ambición de poder. La de Oscar Vela es una novela que indaga en el simple descalabro de la vida, que ocurre de un día para otro pues, como decía Francis Scott Fitzgerald, “toda vida es un proceso de demolición”.
– ¿En alguna medida te propusiste hacer un retrato de Quito, “ciudad monja y puta a la vez”, o de la idiosincrasia de la aristocracia capitalina?
– No fue algo que me propuse de forma intencional sino que resultó más bien de las reacciones espontáneas de ciertos personajes que se ven envueltos en esta ciudad tan curuchupa y destapada a la vez como Quito. De allí surgió también de forma natural la crítica puntillosa de uno de los personajes (Federico) hacia la pequeña “aristocracia” quiteña a la que él de algún modo asciende a través del matrimonio con Rocío, pero de la que se ve excluido intempestivamente por su divorcio. En realidad me divertí mucho escribiendo lo que Federico sentía y opinaba sobre la “aristocracia” quiteña. Supongo que algunas personas se sentirán identificadas en alguna de esas críticas y no se divertirán tanto pero qué se le va a hacer, así es la ficción…
– ¿Por qué evocar el contexto de la dictadura argentina con el del 30s, es decir, cual es el tema literario en común?
– El caso de Sebastián y su tragedia en la época de la dictadura argentina es real. La potencia de esta historia necesitaba de alguna forma un contraste contemporáneo que sirviera como telón de fondo a la historia de Federico que era una permanente caída en el abismo. Por eso decidí que las dos historias bien podían coincidir entre los nebulosos eventos del 30S, no necesariamente porque tuvieran relación con la Argentina de Videla sino porque allí había también una historia con cinco víctimas cuyas muertes no solo que no han sido esclarecidas, sino que parece que no le interesa a nadie que se las aclare definitivamente.
– Mucho se ha escrito sobre la dictadura de Videla. ¿Cuál es el sentido –para ti como escritor- de escribir sobre un torturador argentino en el Ecuador del siglo XXI?
– Nunca pensé que llegaría a escribir una novela sobre estos hechos, pero una casualidad me llevó hasta la historia de un amigo (cuyo nombre ha quedado en reserva) y la impactante noticia que recibió más de treinta años después cuando su compañero y amigo de la juventud (Sebastián), que había desaparecido y supuestamente había muerto a manos de los torturadores de la dictadura argentina, reapareció en su vida de la forma más extraña y sacudió el pasado de todos los que le conocieron. Por supuesto, también me sacudió a mí y fue entonces cuando decidí escribir sobre él y su siniestro pasado en aquella dictadura.
– ¿Por qué son versos de Borges el lazo que ata a Sebastián y Federico? ¿Qué implica “todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino”?
– Este amigo que me contó la historia de Sebastián, me comentó que ellos se habían hecho tan amigos en la adolescencia sobre todo por su interés en la poesía y la literatura. De hecho cuando mi amigo recibió aquel extraño correo que removió su pasado, el mensaje venía titulado con una frase de un poema muy conocido de Fray Luis de León “Como decíamos ayer”. A partir de ese antecedente y de mi admiración por la poesía de Borges, envolví la novela con ciertos versos de “Límites”, uno de los poemas más bellos del genial escritor argentino, poema que además trata sobre el tema de la muerte. Y fue en uno de esos versos donde descubrí el que para mí era el título ideal de esta novela “Todo ese ayer”, que de algún modo abrazaba y enlazaba el pasado de Sebastián y el de Federico hasta el desenlace de sus historias en un presente tan efímero que, de inmediato, se convirtió en el ayer.
– Federico, que vive en la comodidad y estabilidad, ve su vida destruida de un día para otro. Fitzgerald, en ese sentido, decía que “toda vida es un proceso de demolición”. ¿Eso se conecta con tu novela? ¿Cómo?
– Me encanta esa cita de Fitzgerald y la suscribo completamente. En esta novela en particular pienso que hay un sistemático proceso de destrucción de varios personajes cuyos conflictos los agobian y los erosionan de tal forma que no hay posibilidad de solucionarlos sino tan solo de seguir cayendo. Quizá la historia de Federico es la representación de lo que nos sucede a todos en la vida cuando llegas al punto más alto, a un momento exacto en el que todo al parecer es perfecto, completo incluso, pero sin embargo no te das cuenta de que has estado durante un instante de tu vida en la cima sino solamente cuando empiezas a caer y aquella perfección se te ha escapado y está a punto de desaparecer, y entonces lo comprendes, pero casi siempre es demasiado tarde…
– La novela en muchos sentidos es un retrato de la maldad, por ejemplo, del padre de Rocío, de los socios y amigos de Federico, del mismo Anselmo. ¿Hay sentimientos como el amor, la compasión, la solidaridad, la lealtad o generosidad?
– Claro que hay otro tipo de manifestaciones representadas en distintos personajes. Por ejemplo Federico y su relación con Sebastián es algo que aunque en algún momento parece haberse torcido, prevalece y sobresale incluso en los momentos más duros. Rocío también cambia su forma de ser y se rebela frente a ciertos eventos muy duros que debe afrontar. Y por otra parte está el narrador de la historia que, a pesar de su carácter y de esa forma tan particular de llevar su vida, se descubre como alguien que está dispuesto a jugársela por un amigo.
– ¿Cómo entender el fenómeno de las desapariciones que hubo en América Latina? ¿Sebastián es un desaparecido en el sentido de que se le arrebato su vida y su futuro?
– De acuerdo, Sebastián es un hombre al que treinta y cuatro años antes le destruyeron su vida y que a pesar del tiempo nunca logró juntar las piezas para seguir el camino como un ser humano entero. De alguna forma por todos los senderos por los que él tome siempre encontrará a su paso los escombros de su propia vida: miedos, angustias, remordimientos, espectros… Esto es lo que suele suceder en los totalitarismos, como dice Benjamín Prado en su novela ‘Mala gente que camina’ de la que tomé uno de los epígrafes: “Los dictadores no hacen historia, solo la deshacen”.
– Como escritor, y lo pregunto por los temas de tu novela, ¿te interesa el sentido de la memoria histórica e individual del ser humano?
– Más que interesarme me he llegado a obsesionar con la memoria y sus laberintos pero siempre en la medida en que me proporcione material para cualquier tipo de forma literaria. No estoy seguro de que me atraería tanto la memoria si es que no fuera porque a partir de ella he logrado contar historias en formas de novelas. Desde hace algunos años confieso que me he convertido en un ansioso perseguidor de historias…
– En tu proceso creativo, ¿cómo ves a esta novela?, ¿representa un punto novedoso o icónico en la creación de tu obra?
– Tanto en lo formal como en el fondo es una novela distinta a las anteriores. Siento que el tratamiento de la historia y de los distintos temas que trata la novela hay más profundidad y tal vez mayor madurez, y en cuanto a la estructura también hay cierta novedad en relación con las anteriores. Siempre busco cambiar en lo formal y de algún modo en esta lo hice cuando utilicé un narrador que en un inicio está oculto y que luego resulta ser un protagonista fundamental en la historia. Realmente disfruté al narrar la historia desde ese punto de vista algo fantasmal.
– ¿Cómo sabe el escritor cuando ha terminado una novela? ¿Cómo supiste la estructura de ‘Todo ese ayer’?
– Antes de comenzar a escribir una novela trabajo mucho en el diseño de la misma, en su estructura, personajes, características individuales y escenarios. Normalmente preparo varios bocetos con dibujos, señales y líneas de tiempo que me permiten ubicarme mentalmente en la historia y su desarrollo. Por supuesto que en el proceso de escritura las cosas van cambiando y casi siempre terminan en otro lugar pero es un sistema que me ha servido para no extraviarme entre los distintos tiempos y espacios en que se desarrollan las tramas de mis novelas. Nunca sé exactamente cómo va a terminar una novela aunque a veces pueda intuirlo, es la trama y sus personajes los que en algún momento le ponen el punto final a la historia.
– ¿Qué hace el escritor cuando acaba una novela? ¿Ya tienes un nuevo proyecto? ¿Cuál?
– Cuando se termina una novela es necesario tener un tiempo de reposo y luego el tiempo suficiente para pulir el texto, corregir errores y trabajar en la versión final. Solo cuando el libro está impreso aquella historia sale definitivamente de mi vida y puedo dedicarme a tiempo completo a otra novela. Hoy ya estoy trabajando en la investigación y diseño de una nueva novela de carácter histórico.
Novela entrelaza sucesos de Ecuador y Argentina
El escenario de un Quito convulsionado por la revuelta policial del 30 de septiembre de 2010 sirve como punto de partida de la obra titulada Todo ese ayer, del escritor quiteño Óscar Vela Descalzo, quien también aborda en su publicación aspectos de la dictadura de Jorge Rafael Videla sucedida entre finales de la década del 70 e inicios de la del 80 en Argentina.
Vela, quien también es abogado, expresa que la novela cuenta la historia real del argentino Sebastián Barberán (nombre ficticio), que fue secuestrado por los militares argentinos y a quien se lo daba por muerto hasta que logra contactarse con un viejo amigo ecuatoriano llamado Federico.
“Es una novela histórica desde el punto de vista que trata ciertos eventos de la dictadura argentina y del 30S. La historia se enfoca en el encuentro de una vieja amistad, entre Sebastián Barberán y Federico”, manifiesta Vela, quien ganó el reconocimiento Jorge Icaza por su libro Yo soy el fuego (Alfaguara, 2013).
El escritor comenta que la historia la pudo crear debido a la generosidad de un amigo personal quien le contó la relación de amistad con el entonces joven argentino.
“Fueron íntimos amigos en el colegio y el ecuatoriano, antes de la dictadura regresó a Ecuador. El argentino se quedó allá y al poco tiempo desapareció, le torturaron y en teoría le asesinaron. Y reapareció a través de un correo electrónico”, afirma Vela.
En la novela se narra de manera cronológica el 30S, ya que ese es el contexto en el que se sitúa el personaje ecuatoriano cuando recibe el correo de su amigo argentino, quien vivió la dictadura.
El escritor quiteño presentó Todo ese ayer, en agosto, en la Feria Internacional del Libro Guayaquil es mi destino para leer y crecer.(I)
Óscar Vela ganó el reconocimiento Jorge Icaza por libro ‘Yo soy el fuego’
Yo soy el fuego, de Óscar Vela, es la novela ganadora del reconocimiento Jorge Icaza al libro del año 2013. La obra fue escogida entre 37 novelas que postularon para el premio que organiza el Ministerio de Cultura y Patrimonio.
El jurado internacional estuvo compuesto por Mario Bellatin, Consuelo Triviño y Julio Ortega. Ellos deliberaron el 20 de junio pasado en Quito. Alicia Ortega, Cecilia Ansaldo, Eliécer Cárdenas, Bruno Sáenz y Luis Salvador Jaramillo fueron los jurados nacionales encargados de realizar la preselección.
El ministro de Cultura y Patrimonio, Francisco Velasco, señaló que el reconocimiento que se otorga al ganador de esta convocatoria es de 30.000 dólares, que representa aproximadamente un año de trabajo. “Es el tiempo que puede durar el desarrollo de una novela”, enfatizó Velasco.
El grupo jazz The Roots y la Compañía Nacional de Danza deleitaron al público que se dio cita la noche del pasado jueves en la Fundación Guayasamín para conocer al ganador de este reconocimiento. El artista que esculpió la presea fue Eddie Crespo. Vela recibió esta escultura de manos del ministro de Cultura.
Dada la alta calidad de los trabajos literarios, se otorgaron dos menciones de honor para: Memorias de Andrés Chiliquinga, de Carlos Arcos Cabrera, y Solo de vino a piano lento, de Sonia Manzano.
El escritor ganador comentó que le tomó dos años terminar su obra. Vela, nacido en Quito en 1968, es abogado de profesión y a la literatura llegó por su afición lectora. Ha publicado cinco novelas. La más reciente es Yo soy el fuego, editada por el sello Alfaguara, que contiene en su contraportada un comentario de la narradora argentina Claudia Piñeiro.
Multifacética
Sonia Manzano, escritora guayaquileña, es narradora, poeta y pianista.
Personaje
Memorias de Andrés Chiliquinga, de Carlos Arcos, hace referencia a la obra Huasipungo, de Jorge Icaza.
Oscar Vela une Lima, Buenos Aires y Quito en un «doloroso triángulo de fuego»
Por Jesús Sanchis Moscardó
Revista Cartón Piedra
El escritor ecuatoriano Oscar Vela traza en su más reciente novela un «doloroso triángulo de fuego» entre Lima, Buenos Aires y Quito, escenarios de una obra de miserias humanas en la que el espacio y el tiempo se entrelazan con el sueño y la realidad.
Quito, 19 dic.- El escritor ecuatoriano Oscar Vela traza en su más reciente novela un «doloroso triángulo de fuego» entre Lima, Buenos Aires y Quito, escenarios de una obra de miserias humanas en la que el espacio y el tiempo se entrelazan con el sueño y la realidad.
Tres trágicos incendios verídicos ocurridos en discotecas de esas ciudades en 2002, 2004 y 2008, respectivamente, actúan como hilo conductor en «Yo soy el fuego», libro que denuncia la «estupidez» humana y la irresponsabilidad que hay tras dramas como estos.
Desgracias de este tipo «siguen sucediendo» y propician «la muerte y las desgracias personales» de muchos jóvenes, dijo Vela en una entrevista con Efe.
El fuego, presente en la novela «como elemento destructivo, de muerte, pero también de vida, elemento que de alguna forma te ayuda a transmutar», dijo, es un eje en torno al cual pivotan las historias de sus personajes, en cuyo interior bucea el autor para mostrar «la corrupción, la miseria, el vértigo actual de la vida».
Vela quiso también llamar la atención sobre la necesidad actual de muchos jóvenes «de buscar inmediatamente el éxito, a como dé lugar, arrasando, sin ningún tipo de pudores», en busca de «la fama, la fortuna, el dinero rápido».
«Yo soy el fuego», que la editorial Alfaguara prevé lanzar el próximo año en Argentina y otros países latinoamericanos, es «muchas historias en una», según el narrador, quien explicó que una de las partes del libro, donde se mezclan vivencias reales y sueños, «tiene mucho de denuncia de la soledad».
«Toca el tema de la juventud, del desarraigo» de un joven cuyos padres han emigrado a España.
Esa es una experiencia que en Ecuador, comenta, vivieron «cientos de miles de personas» que perdieron el contacto con sus familias emigrantes, al igual que el personaje de la novela, la quinta del autor.
El protagonista de esta parte del relato «no se halla en ningún lado, sino a través de sueños con una chica a la que no conoce, pero con la que, de alguna forma, tiene una relación onírica», explicó.
Los vaivenes en el tiempo y en el espacio convierten la obra en un auténtico «rompecabezas» en el que Vela, premio Joaquín Gallegos Lara en 2011 con «Desnuda Oscuridad», fue «colocando las piezas de forma que todo al final tenga un sentido y encaje».
«A mi me gusta leer este tipo de obras en las que tu cabeza está constantemente trabajando, en las que no te quedas dormido», señaló el escritor, y por eso decidió dar esta estructura a su novela, que «cada uno puede leer como quiera».
Para orientarse dentro de esta compleja trama recurrió a un método práctico: confeccionó «un mapa» en el que dibujó los elementos de la narración.
«Comienzo dibujando la novela: los personajes, los tiempos, cómo van a hablar, en qué momento entran o salen, si mueren… meto la mano, saco, quito cosas, la visualizo y de esa forma pude armarla mucho mejor», reveló.
Como en obras anteriores, hay un personaje cuya historia se cuenta en segunda persona, una técnica que permite conocer de forma «muy íntima» su pensamiento y por la que siente predilección Vela, quien confiesa que le fascinó el manejo que hace de ella Carlos Fuentes en «Aura».
Cuando Vela se sienta a escribir tiene el comienzo de sus historias «un poco revuelto en la cabeza» y «una idea vaga del final», que siempre resulta diferente a lo previsto.
Así ocurrió en «Yo soy el fuego», en cuyo proceso creativo, de unos tres años de duración, aparecieron «personajes que entran, otros que salen abruptamente, tipos que se presentan de pronto y quieren estar ahí, aparecen en la novela sin que yo los haya concebido siquiera», relató.
En el trasfondo, numerosas pinceladas de Quito, el escenario principal, que se convierte en «un personaje más» del texto.
Vela, un jurista de 45 años, confesó que se siente «más escritor y cada día menos abogado» y que, tras «veintitantos años» de carrera, llegó a la conclusión de que «la Justicia no es tal (…) pueden más otras cosas».
Por ahora compagina la abogacía con la literatura y prepara su próxima narración, basada en una historia real, cedida por un amigo, sobre la desaparición de un joven durante la dictadura argentina.
La novela está «bastante encaminada» como resultado de dos o tres horas diarias dedicadas a escribir, una gran pasión que absorbe desde niño al autor.
«Ahora no puedo parar, siempre tengo que estar escribiendo», confesó.
Óscar Vela: el escritor que sabe encender buen fuego
Por Solange Rodríguez Pappe
Diario El Telégrafo
Quien suele ser aficionado a convocar los umbrales que comunican la realidad con la ficción, usualmente, los termina encontrando de formas cotidianas. En vísperas de lanzar la novela Yo soy el fuego, en septiembre pasado, Óscar Vela se topó en el semáforo que conecta las calles República y Naciones Unidas, en la ciudad de Quito, con uno de los personajes que él había fabulado para construir el texto que lanzaría con la editorial Alfaguara: el Dragón que escupe llamaradas para sobrevivir. Todos los elementos estaban allí: el querosene, la antorcha, el cuerpo untado de pintura colorida y la mujer con dos criaturas pequeñas esperándolo, mientras apreciaba su actuación desde el parterre.
Incrédulo, el escritor de 45 años, decidió dar la vuelta y aparcar para hablar con él. Charlaron y Vela volvió a reiterarse en la idea de que estaba hablando con su personaje, inventado hacía tres años: unfunambulistaque por accidente encuentra la muerte y en cuya línea argumental se entrelazan las historias del libro. Ansioso por incorporar aquel buen azar a su vida, Vela lo invitó a su lanzamiento esperando que asista, pero el Dragón no acudió a la cita. Meses después, aún le queda la duda de que si lo que vio, fue en realidad una aparición o tuvo extraño un día de suerte. Como un buen creador deja abierta ambas posibilidades de explicación.
En el ensayo ‘Psicoanálisis del fuego’, el francés Gaston Bachelard, explica que aquello que cambia rápidamente se explica por el fuego. El fuego puede tomar todas las formas, pero a diferencia del agua que también puede ser identificada con este principio, todo lo que es matizado por el fuego jamás vuelve a ser como lo que era antes. La consigna del fuego es la transformación. Es amor y es odio, late en todo lo vivo y es la base de la alquimia y de la creación porque es libido.
Cuando Óscar Vela dice que no escribió una novela de intriga -categoría en la que podría enfilarse el texto, ya que posee en su desarrollo incógnitas criminales por resolver- sino que ha querido fabricar una narrativa que atraviese todos los géneros, sospecho que la descripción que hace Bachelard del fuego, puede aplicarse también a su manera de plantear la escritura. Vela ha fabricado una historia para ser leída en más de un código: cartas, notas periodísticas, informes psiquiátricos, e-mails, chats, más la descripción de fotografías, con una estructura que también salta la cronología y se extienda en el tiempo sin seguir una línea de pasado o de presente, porque según Vela, hay una lógica en los acontecimientos irremisibles, que hace que incluso los más caóticos, parezcan conectados desde siempre. Cuando el personaje del Dragón pregunta junto al fuego: “¿Todo tiene un propósito?” y recibe como respuesta la palabra: “Todo”, Vela expone su intención como demiurgo, de que ese universo de personajes excluidos y marginales coincida a nivel real y a nivel onírico en el tejido de la casualidad.
Escribir un libro y encender el fuego no pueden ser cosas muy diferentes. Según Bachelard, solo se aprende a encender el fuego con la edad y con la sabiduría que dan los años. Únicamente allí, se suele hacer la fricción correcta. Luego de cinco novelas, El toro de la oración (2002), La dimensión de las sombras (2004),Irene, las voces obscenas del desvarío (2006) y Desnuda Oscuridad (2011) —que obtuvo el premio Joaquín Gallegos Lara de novela—, Óscar ya sabe medir intensidad y cantidades. Dosifica, integra y sobre todo también urde y confunde, sus primeros ejercicios de escritura consistieron en cuentos sueltos, pero él sostiene que -descendiente de una familia de lectores voraces-, quizá su condición se resume en que jamás ha podido dejar de imaginar por lo que está condenado a ser un narrador, pero no cualquier narrador, si no uno muy exigente con los lectores. “Con Yo soy el fuego, intenté escribir la novela que yo mismo hubiera querido leer”, sostiene y Vela siente que lo ha logrado.
Vela invita a los novelistas ecuatorianos a correr riesgos y a introducir a los lectores en laberintos donde sean guiados por una voz que no tema increparlos, desconcertarlos y pervertirlos. Dueño de un gran sentido de la estructura con el que arma las historias como quien ensambla un rompecabezas de varios niveles, Vela incorpora en esta novela sus viejas experiencias dentro de un ambienta laboral mezquino, un mundo de escritorios y de pequeñas ruindades donde deambulan personajes marginales pero interesantes, quizá el más entrañable de todos: Ramiro Leone, un arribista, hábil observador y juez, quien determina con sus chantajes quién debe pagar por sus faltas morales y quién no. Leone, como algunos otros personajes de la novela, jamás podrían conducir su vida por el lado claro, Vela jamás lo permitiría. Ni la inescrupulosa Carla Faisntein -presencia lujuriosa e inquietante cuyo taconeo es la banda sonora de esta historia-, ni los perturbados amantes Rita Soto o Duncan Cervantes, ni siquiera los más puros, como el Dragón, Eladio o la mujer más pequeña del mundo. El azar en forma de fuego, no tiene favoritos. El autor tampoco.
Y en el fono de esta trama se vislumbra la opaca ciudad de Quito con sus chubascos fríos, su neblina y sus sordideces. Una referencia que puede ser tomada como real, como reales fueron las tres noticias de los incendios en los antros Utopía (Lima, 2002), República Cromañón (Buenos Aires, 2004) y Factory (Quito, 2008 ), tragedias que Vela empleó para construir la novela, pero cuyo referente tampoco limita la presencia de la fantasía. Esta ambigüedad es quizá lo más interesante de Yo soy el fuego, lo que aparenta ser contado de una manera y con una intención, tiene más de una posibilidad de lectura. Lo inexplicable y lo fantástico también confabulan para edificar la realidad mostrada.
Se celebra que haya escritores que no le teman a las posibilidades narrativas y a emplear múltiples tonos y voces, que no teman quemarse en el intento o provocar quemaduras. “La muerte en la llama es la menos solitaria de las muertes”, dice Bachelard. Es una muerte cósmica, una muerte que te integra y te incorpora al universo. El fuego en este libro está fuera de control y solamente sabe dominarlo el escritor, quien se funde con él. El fuego atraviesa todas las clases sociales, fuego amoroso y perverso que descontrola y se vuelve un fuego metafísico que cruza, incluso al otro lado de esta dimensión. Sepa mantenerlo encendido en sus siguientes publicaciones.
Oscar Vela y ‘Yo soy el fuego’
Antonio Rodríguez Vicéns
Diario El Comercio
Jorge Luis Borges solía repetir: «Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir: yo me jacto de aquellos que me fue dado leer». He terminado la lectura de ‘Yo soy el fuego’, la nueva novela de Oscar Vela. No soy crítico y, por otra parte, especialmente en los últimos años, he leído muy pocas novelas. No tengo entonces ni la formación teórica ni las lecturas necesarias para intentar realizar un análisis acertado sobre sus méritos o para compararla con otras -las más representativas- del rico acervo de la actual novela en español. Mis observaciones -unas pocas de las numerosas que quisiera hacer- son las de un lector. Un lector compulsivo y hedónico. Moroso y atento. Nada más.
‘Yo soy el fuego’ es una novela compleja, laberíntica, estructurada lúdicamente, que debemos leer con atención para no perdernos en los vericuetos de una «historia enredada de sueños y realidades», en los constantes cambios de escenario o en el hábil juego con el tiempo y el espacio a que nos somete el autor. Esos cambios, quizás por el estilo eficaz y persuasivo, con frecuentes y hondas cuotas de lirismo, que ha alcanzado un alto grado de madurez, en lugar de dificultar la lectura, incrementan su interés. El lector, anhelante y agobiado, atrapado por la trama y por el abyecto atractivo de algunos de sus personajes, no abandona el libro hasta el final: un final imprevisto, inesperado. Insólito.
Los numerosos personajes de la novela, desgarrados por un pasado oscuro o un presente sin esperanza, atribulados por secretos inconfesados o atados a tristezas indescifrables, hundidos en su propio infierno, prisioneros de un destino que los arrastra con fuerza incontrastable hacia su perdición o su redención, entre pesadillas, alucinaciones y delirios, se desdoblan y multiplican, cambian incesantemente y se transmutan, y, cruzando una frontera imperceptible, pasan una y otra vez de la vigilia al sueño, de la vida a la muerte. ¿Están despiertos o sueñan? ¿Están vivos o están muertos? ¿Viven lo que sueñan o sueñan lo que viven? ¿Su realidad esencial, última, es la vida o es la muerte? La lectura de ‘Desnuda oscuridad’ y de ‘Yo soy el fuego’, sus dos últimas novelas, me ha dejado la sensación, no sé si correcta, de que Oscar Vela desconstruye la realidad (que no es lo mismo que destruirla o negarla), para luego, con los disímiles materiales que le han quedado, seleccionándolos a placer, a su arbitrio, como si fueran fichas de un rompecabezas, construir minuciosamente una nueva realidad: la realidad de la ficción. Nos conduce, armándolo con pericia e inteligencia, a un mundo sórdido, angustioso y delirante, para presentarnos sin piedad ni concesiones, a través de personajes degradados y solitarios, marginales, nuestra enigmática, dolorosa y, con frecuencia, deleznable condición humana.
Yo soy el fuego
GANADORA DEL PREMIO JORGE ICAZA 2014 A LA MEJOR NOVELA DEL AÑO
Por Claudia Piñeiro
«Mientras, la mirada del Dragón se pierde en una gran masa pirotécnica, que parece penetrar con sus pupilas abriendo en el medio de ella un enorme orificio. Y allí está otra vez el aro mágico iluminando la noche, un gran cerco incandescente que parece aguardar al gigantesco tigre que lo atravesará de un salto, perforando el centro del aro con su cuerpo brillante».
Yo soy el fuego es un vertiginoso viaje hacia lo más sombrío de la miseria humana. Sus personajes se embarcan en ruines empresas ignorando que son marionetas de seres superiores. Beatriz y el Dragón portan la luz imperecedera del fuego, único elemento capaz de combatir la oscuridad; ese fuego que calcina y carboniza, pero que también sana y purifica.
«Con una prosa impecable y un manejo virtuoso de los distintos puntos de vista, Oscar Vela nos introduce en el mundo de personajes que queremos conocer de inmediato. Difícil dejar de leer su novela hasta no responder a ciertas preguntas: ¿Qué será capaz de hacer Ramiro Leone? ¿Quién es ese joven que salvó su vida gracias a la biblioteca de El Tata? ¿A quién le habla el narrador en segunda persona? Pero sobre todo, ¿qué representa el fuego para todos ellos?».