Óscar Vela: el escritor que sabe encender buen fuego

Por Solange Rodríguez Pappe

Diario El Telégrafo

Quien suele ser aficionado a convocar los umbrales que comunican la realidad con la ficción,  usualmente, los termina encontrando de formas cotidianas. En vísperas de lanzar la novela Yo soy el fuego, en septiembre pasado, Óscar Vela se topó en el semáforo que conecta las calles República y Naciones Unidas, en la ciudad de Quito, con uno de los personajes que él había fabulado para construir el texto que lanzaría con la editorial Alfaguara: el Dragón que escupe llamaradas para sobrevivir. Todos los elementos estaban allí: el querosene, la antorcha, el cuerpo untado de pintura colorida y la mujer con dos criaturas pequeñas esperándolo, mientras apreciaba su actuación desde el parterre.

Incrédulo, el escritor de 45 años, decidió dar la  vuelta y aparcar para hablar con él. Charlaron y Vela volvió a reiterarse en la idea de que estaba hablando con su personaje, inventado hacía tres años: unfunambulistaque por accidente encuentra la muerte y en cuya línea argumental se entrelazan las historias del libro. Ansioso por incorporar aquel buen azar a su vida, Vela lo invitó a su lanzamiento esperando que asista, pero el Dragón no acudió a la cita. Meses después, aún le queda la duda de que si lo que vio, fue en realidad una aparición o tuvo extraño un día de suerte. Como un buen creador deja abierta ambas posibilidades de explicación.

En el ensayo ‘Psicoanálisis del fuego’, el francés Gaston Bachelard, explica que aquello que cambia rápidamente se explica por el fuego. El fuego puede tomar todas las formas, pero a diferencia del agua que también puede ser identificada con este principio, todo lo que es matizado por el fuego jamás vuelve a ser como lo que era antes. La consigna del fuego es la transformación. Es amor y es odio, late en todo lo vivo y es la base de la alquimia y de la creación porque es libido.

Cuando Óscar Vela dice que no escribió una novela de intriga -categoría en la que podría enfilarse el texto, ya que posee en su desarrollo incógnitas criminales por resolver- sino que ha querido fabricar una narrativa que atraviese todos los géneros, sospecho que  la descripción que hace Bachelard del fuego, puede aplicarse también a su manera de plantear la escritura. Vela ha fabricado una historia para ser leída en más de un código: cartas, notas periodísticas, informes psiquiátricos, e-mails, chats, más la descripción de fotografías, con una estructura que también salta la cronología y se extienda en el tiempo sin seguir una línea de pasado o de presente, porque según Vela, hay una lógica en los acontecimientos irremisibles, que hace que incluso los más caóticos, parezcan conectados desde siempre. Cuando el personaje del Dragón pregunta junto al fuego: “¿Todo tiene un propósito?” y recibe como respuesta la palabra: “Todo”, Vela expone su intención como demiurgo, de que ese universo de personajes excluidos y marginales coincida a nivel real y a nivel onírico en el tejido de la casualidad.

Escribir un libro y encender el fuego no pueden ser cosas muy diferentes. Según Bachelard,  solo se aprende a encender el fuego con la edad y con la sabiduría que dan los años. Únicamente allí, se suele hacer la fricción correcta. Luego de cinco novelas, El toro de la oración (2002), La dimensión de las sombras (2004),Irene, las voces obscenas del desvarío (2006) y Desnuda Oscuridad (2011) —que obtuvo el premio Joaquín Gallegos Lara de novela—, Óscar ya sabe medir intensidad y cantidades. Dosifica, integra y sobre todo también urde y confunde, sus primeros ejercicios de escritura consistieron en cuentos sueltos, pero él sostiene que -descendiente de una familia de lectores voraces-, quizá su condición se resume en que jamás ha podido dejar de imaginar por lo que está condenado a ser un narrador, pero no cualquier narrador, si no uno muy exigente con los lectores. “Con Yo soy el fuego, intenté escribir la novela que yo mismo hubiera querido leer”, sostiene y Vela siente que lo ha logrado.

Vela invita a los novelistas ecuatorianos a correr riesgos y a introducir a los lectores en laberintos donde sean guiados por una voz que no tema increparlos, desconcertarlos y pervertirlos. Dueño de un gran sentido de la estructura con el que arma las  historias como quien ensambla un rompecabezas de varios niveles, Vela incorpora en esta novela sus viejas experiencias dentro de un ambienta laboral mezquino, un mundo de escritorios y de pequeñas ruindades donde deambulan personajes marginales pero interesantes, quizá el más entrañable de todos: Ramiro Leone, un arribista, hábil observador y juez, quien determina con sus chantajes quién debe pagar por sus faltas morales y quién no. Leone, como algunos otros personajes de la novela, jamás podrían conducir su vida por el lado claro, Vela jamás lo permitiría. Ni la inescrupulosa Carla Faisntein -presencia lujuriosa e inquietante cuyo taconeo es la banda sonora de esta historia-, ni los perturbados amantes Rita Soto o Duncan Cervantes, ni siquiera los más puros, como el Dragón, Eladio o la mujer más pequeña del mundo. El azar en forma de fuego, no tiene favoritos. El autor tampoco.

Y en el fono de esta trama se vislumbra la opaca ciudad de Quito con sus chubascos fríos, su neblina y sus sordideces. Una referencia que puede ser tomada como real, como reales fueron las tres noticias de los incendios en los antros Utopía (Lima, 2002), República Cromañón (Buenos Aires, 2004) y Factory (Quito, 2008 ), tragedias que Vela empleó para construir la novela, pero cuyo referente tampoco limita la presencia de la fantasía. Esta ambigüedad es quizá lo más interesante de Yo soy el fuego, lo que aparenta ser contado de una manera y con una intención, tiene más de una posibilidad de lectura. Lo inexplicable y lo fantástico también confabulan para edificar la realidad mostrada.

Se celebra que haya escritores que no le teman a las posibilidades narrativas y a emplear múltiples tonos y voces, que no teman quemarse en el intento o provocar quemaduras. “La muerte en la llama es la menos solitaria de las muertes”, dice Bachelard. Es una muerte cósmica, una muerte que te integra y te incorpora  al universo. El fuego en este libro está fuera de control y solamente sabe dominarlo el escritor, quien se funde con él. El fuego atraviesa todas las clases sociales, fuego amoroso y perverso que descontrola y se vuelve un fuego metafísico que cruza, incluso al otro lado de esta dimensión. Sepa mantenerlo encendido en sus siguientes publicaciones.

Oscar Vela

Hola, soy Óscar Vela, novelista, articulista y autor de reseñas para las revistas Soho y Mundo Diners. Bienvenidos.

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