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VERGÜENZA PROPIA

La trágica muerte de dos jóvenes argentinas en Montañita, además de entristecernos y de preocuparnos, nos debería avergonzar. Los índices de violencia en una sociedad, el incremento de la criminalidad, la inseguridad y el funcionamiento de los sistemas de justicia dependen de un complejo engranaje en el que todos, de una forma u otra, estamos inmersos.

 

A raíz de este suceso que por desgracia se repite a diario en todas las sociedades, ya sean estas del primer mundo o del último, se desató un espantoso vendaval de opiniones, cuestionamientos, desinformaciones y discusiones sobre un hecho que debía mantenerse en el ámbito de la justicia y de la información periodística, pero sobre todo en el del respeto irrestricto a la intimidad de las familias afectadas por el hecho.

 

La desconcertante e ilegítima actuación de las autoridades del Ministerio de Interior que expusieron al público, a cara descubierta, sin proceso legal alguno, a dos sospechosos de haber cometido el crimen, solo abrió sobre el caso un abanico de dudas y suspicacias que no le hacen ningún favor al país. ¿Acaso vivimos todavía la época bárbara de los juicios públicos en los que al final de la asamblea se ejecutaba a los condenados para satisfacción de la comuna sedienta de venganza?

 

Y cuando aún no nos reponíamos de la conmoción que nos ocasionó este hecho, además de la desafortunada actuación de ciertos funcionarios públicos, las redes sociales se vieron atascadas por un torbellino interminable de comentarios y debates moralistas sobre la ropa con la que las víctimas iban vestidas, o como se habrían comportado en tal o cual situación, o sobre la forma en que se expusieron ante el peligro… La avalancha de sandeces fue tan grande que recordé una vez más las palabras del escritor Umberto Eco, fallecido hace pocos días, cuando dijo: “las redes sociales dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”.

 

La verdad es que el escritor y pensador italiano tenía toda la razón, pero el ejercicio pleno de la libertad de expresión nos obliga a todos a mostrar tolerancia ante estas eventualidades, lo que no significa por supuesto que estemos impedidos de responder como se debe (como lo hicieron muchas personas sensibles en esos foros sociales) a toda esa caterva de ignorantes malsanos que, por encima del dolor tremendo de las familias de las víctimas, mancharon sus nombres con especulaciones y ficciones creadas en sus mentes inapetentes y lenguas dispendiosas.

 

La vida en sociedad nos exige cumplir con las mismas obligaciones que cada uno de nosotros aspira a gozar como derechos: si queremos que nos respeten, respetemos; si anhelamos la libertad, dejemos ser libres a los demás; si defendemos nuestra intimidad, luchemos también por la intimidad de los otros; si ansiamos un momento de silencio, hagamos silencio cuando alguien más lo necesita. Y si nos avergonzamos por acciones de terceros, que se sienta como una vergüenza propia por lo que pudimos hacer y no hicimos.

 

Oscar Vela Descalzo

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