Categoría: Reseñas
El hombre que amaba a los perros
La sentencia dictada por Stalin en contra de León Trotsky se ejecutó once años después. El 20 de agosto de 1940, el líder intelectual de la revolución bolchevique trabajaba en el despacho de su casa ubicada en Coyoacán, México, casa que en apariencia era una fortaleza vigilada por hombres del gobierno de Lázaro Cárdenas. Sin embargo, pocos días antes, en la misma casa, León Trotsky y su esposa habían sufrido un atentado del que salieron milagrosamente ilesos. En estas circunstancias, luego de que el gobierno mexicano reforzara la seguridad, el asesino, Ramón Mercader, logró entrar a la vivienda gracias a su amistad con personal que servía a Trotsky. De este modo llegó al despacho y le pidió a su víctima que le ayudara a revisar un escrito suyo. Cuando éste, confiado, leía el documento, Mercader le clavó en la cabeza un piolet de alpinista. Trotsky murió un día después en un hospital de la ciudad de México.
Tres años antes, Trotsky y su esposa, Natalia Sedova, habían llegado al país gracias a las gestiones realizadas entre otros por Diego Rivera y Frida Khalo ante el presidente Lázaro Cárdenas, quien concedió el asilo y lo recibió en enero de 1937. El de México fue el último exilio del revolucionario, que pasó una parte significativa de su vida juvenil entre las gélidas celdas de la Siberia, y después tuvo un largo pererinaje entre Turquía, Francia y Noruega, siempre con los espías de Stalin tras sus pasos.
Sus últimos años en México serían intensos. Bajo la calma aparente del asilo viviría primero en la famosa casa azul de Frida Khalo, manteniendo una extraña relación de amistad con Diego Rivera, amistad que se quebraría con el descubrimiento de sus amores furtivos con Frida. Y de la infidelidad conyugal pasaría a la traición de los amigos, a la presunta confabulación en su contra del gobierno mexicano, al misterioso atentado dirigido por el pintor David Alfaro Siquerios, y, días más tarde, a la confirmación de su sentencia a manos de Ramón Mercader, más conocido en el mundo del espionaje europeo con el alias de Jaques Monard.
El escritor cubano Leonardo Padura ha recogido toda la historia de León Trotsky y su asesino en esta novela fascinante que lleva el sugestivo título de “El hombre que amaba a los perros”. El protagonista de la novela es Iván, un veterinario cubano que, tras la muerte de su mujer en el año 2004, decide hacer su sueño realidad: convertirse en escritor. Para este propósito Iván recrea una historia que le sucedió en 1977 en la Habana cuando conoció a un misterioso hombre que paseaba por la playa con dos bellos ejemplares de galgos rusos. A partir de las confidencias íntimas de este personaje, Iván reconstruye la verdadera historia de Ramón Mercader y las motivaciones que lo llevaron a cometer uno de los crímenes más recordados del siglo XX.
El año del verano que nunca llegó
¿Qué relación puede tener la erupción de un volcán en Indonesia, en 1815, con las leyendas de los vampiros o del monstruoso Frankenstein? El escritor colombiano William Ospina toma estos hechos aparentemente inconexos y los reúne en un libro que bien puede ser tratado como una novela de ficción, relato de viajes, novela histórica o como un ensayo literario sobre Byron, Shelley y Polidori.
La obra tiene como eje central la extraña noche del verano del 16 de junio de 1816, cuando varios extravagantes hombres y mujeres de letras y ciencias se vieron recluidos por el azar en Villa Diodati, una mansión de aires embrujados emplazada cerca del lago Lemán, junto a Ginebra. Allí, esa noche, como resultado de los violentos cambios climáticos que había producido la lejana erupción del volcán Tambora en Indonesia, que despojó al hemisferio norte del planeta del verano de aquel año, los ilustres visitantes se vieron confinados por el mal tiempo a pasar varias horas relatando y leyendo historias de terror, disfrutando de la poesía, sumiéndose en los terrenos del miedo, y, en el caso de Mary Shelley y Polidori, esbozando en su mente las historias de Frankenstain y El vampiro, que más tarde daría origen a la famosa novela de Bran Stoker, Drácula.
El libro tiene como personajes principales al escandaloso Lord Byron, al médico y escritor inglés John Polidori, a la extraordinaria narradora Mary Shelley y a su esposo el poeta y filósofo Percy Shelley, y a la madre de Allegra, hija de Lord Byron, la autora Claire Clairmont. Todos reunidos en aquella mansión que resulta ser, quizás, el más siniestro de todos los personajes de la obra de Ospina.
Cuadernos de Puembo
Hace pocos días Diego Pérez Ordóñez presentó su libro denominado “Cuadernos de Puembo”. La obra, que comprende una selección de artículos relacionados con música y literatura, es en palabras del autor: “La materialización de un blog, la recuperación en papel de una tentativa digital”.
Esta joya de papel, tanto en la forma como en el fondo, está dividida en tres secciones. La primera denominada “Delta Blues Hotel”, que abraza los orígenes del blues (una de las adicciones de Pérez Ordoñéz), relatando la historia de Robert Johnson, uno de los intérpretes más importantes de este género, y de quien se dice que habría hecho un pacto con el demonio (similar al del Dr. Fausto y otros convenios conocidos), que consistía en un acuerdo para cambiar su alma por el talento para tocar la guitarra como ningún bluesero lo haría jamás. El viaje musical que propone esta obra traza una línea entre África, Mississippi y Londrés, y tiene como acompañantes además a Bessie Smith, a W.C Handy, y un poco más adelante a los rockeros clásicos escindidos de las notas del blues como Led Zepellin, Pink Floyd, Ok Computer, Fleetwood Mac, entre otros.
La segunda parte de este libro se titula: “Galería de Estetas y Diletantes”, y, en efecto, los que se encuentran allí reunidos son un grupo de escritores de pluma estilizada, virtuosos de la palabra, artistas de la ficción y censores de la realidad. Allí está por ejemplo la prosa desarraigada y melancólica del húngaro Sándor Márai, el voyeurismo delirante de los personajes de Javier Marías, la elegante y depurada narrativa de John Banville, los oscuros entresijos de Benjamin Black y Clarice Lispector, el juego de los espejos de Borges, las melancolías de Rybeiro y Alfredo Gangotena, y otras tantas piezas de un artesonado magnífico.
En la tercera sección, Pérez Ordóñez, expone sus “Onanismos Mentales”, que discurren entre los personajes literarios que se caracterizan por ser maniáticos coleccionistas de los objetos y talentos más insospechados o entre la filigrana tejida en la obra de Proust y la laberíntica Región de Juan Benet; entre la crudeza de Virgnia Woolf y la subterránea Nueva York de Paul Auster. Y allí, en uno de los capítulos de este desfogue intelectual del autor y sus lectores, se encuentra este precioso párrafo sobre las bibliotecas como entes únicos e irrepetibles: “Es que no hay, y no es posible que existan, dos bibliotecas iguales. Aunque alguien hiciera el paciente pero estéril ejercicio de repetir libro a libro y página a página los contenidos de los estantes, las ilusorias bibliotecas repetidas serían necesariamente distintas e incomparables, porque cada lector tendría su propia versión de los hechos, su propia historia que contar, su propia caja fuerte de la memoria.”
Se recomienda acompañar la lectura de “Cuadernos de Puembo” con un martini como el que Pérez Ordóñez se habría tomado con Clarice Lispector, o con un whisky de botella recién abierta a la memoria de Robert Johnson.
Antiguas ceremonias
La nueva obra de Santiago Páez (Quito, 1958) se encasilla dentro de lo que se conoce como novela por un aspecto puramente formal, pues en su contenido se encuentran varias características de distintos géneros literarios a los que el autor superpone y mezcla con la delirante precisión de un genetista y la prosa estética de un consumado escritor.
El autor confirma que ‘Antiguas Ceremonias’ no es una obra distópica, tampoco utópica, ya que el lector encontrará en sus páginas más horror que ilusión, más desasosiego que quimeras, más desamparo que fantasías. En realidad (si es que cabe esta palabra ante el libro de Páez), desde el inicio el lector será transportado de forma vertiginosa y sin pausas a un viaje impredecible por un mundo en ruinas que muestra la condición humana en la más primitiva de sus formas. Infiernos y paraísos, sueños y pesadillas, confluirán en esta obra tan alejada de los cánones usuales de la narrativa contemporánea. Nada sigue el orden natural en las páginas de este libro, ni el tiempo, ni el espacio, tampoco los fabulosos seres que la habitan, ni los de apariencia humana ni aquellos de origen espectral. Resalta entre todos el ángel de mercurio, poeta redentor o verdugo, que flota sobre las ruinas como una sombra grácil de luz o de oscuridad; y, también Francisco Desales, uno de esos personaje inolvidables de la literatura, de aquellos que son capaces de evocar con sus historias los pensamiento más perversos o los anhelos más refundidos.
Santiago Páez es uno de los grandes exponentes de la narrativa latinoamericana. Lo confirma esta obra alegórica, metafísica y desafiante, una verdadera pieza de orfebrería literaria.
¿Antigua luz o cincuenta sombras?
“Bill Gray era mi mejor amigo y me enamoré de su madre. Puede que amor sea una palabra demasiado fuerte, pero no conozco ninguna más suave que pueda aplicarse”.
Así empieza Antigua Luz, la magnífica novela del escritor irlandés John Banville, uno de los mejores exponentes de la literatura universal contemporánea.
Escrita con una pluma aterciopelada, la historia es relatada por su protagonista, Alexander Clave, que se remonta al pasado, cincuenta años atrás, cuando siendo un muchacho de quince años descubrió el amor con una mujer de treinta y cinco.
Los encuentros clandestinos de la extraña pareja alcanzan niveles intensos de erotismo y sensibilidad, pero también dejan entrever el peligroso abismo generacional que existe entre ambos. Por un lado, a momentos, Alexander se comporta como un chiquillo malcriado que se ha obsesionado por esa mujer que le descubre los secretos del sexo. Ella, por su parte, juega un doble papel de amante y madre que enseña y educa a un chico de la misma edad de su hijo. La trama es redonda y el descenlace sorpresivo.
No es una casualidad que la protagonista de la novela se llame Celia Gray y que la historia se desenvuelva entre los encuentros amorosos de un muchacho sumiso y novel en la sexualidad, frente a una mujer con amplia experiencia en el tema. De hecho estoy seguro de que Banville, escritor pulcro y sagaz, escribió esta nueva novela para abofetear de algún modo al mundo editorial que se vió sacudido (económicamente) por la impresentable trilogía de las “Cincuenta Sombras de Grey”.
La literatura erótica (soy generoso al incluirla entre la literatura), ha entregado a los lectores del mundo bazofias como la antes mencionada, y también sucedáneos que han resultado tan vomitivos como ella misma. Por esta razón, asumo, alguien con la sensibilidad de Banville, habrá resuelto escribir la historia de la enigmática señora Gray para demostrarle al exquisito Christian Grey que el amor y el erotismo, para no convertirse en pornografía telenovelesca y predecible, necesitan ser tratados con pulcritud y refinación, con cadencia y profundidad, con intimidad y sensualidad, con imágenes que antes de develar el misterio nos permitan intuirlo.
Los fenómenos editoriales como el de “Cincuenta Sombras de Grey”, con millones de lectores en todo el mundo, tienen la ventaja de acercar al vicio de la lectura a muchas personas que antes apenas habrán visto de lejos, y con cierta aprensión, una librería o una biblioteca. Hoy, con Antigua Luz, esos nóveles lectores que aún gozan recordando las escenas masoquistas de Christian y Anastasia, tienen la oportunidad de intensificar el deseo palpando la seda de las palabras escritas con precisión, paladeando las humedades que brotan de la pasión o percibiendo los aromas delirantes que flotan en el aire después del amor.
Ahí le dejo la gloria
Varios datos históricos aseguran que esta habría sido una de las últimas frases pronunciada por el general San Martín a Simón Bolívar en el famoso encuentro de Guayaquil, en julio de 1822.
El escritor colombiano Mauricio Vargas ha titulado su última obra con la sugestiva frase que, en un contexto más amplio, siempre bajo el manto caprichoso de la novela, habría sido la siguiente: “Ahí le dejo la gloria, estimado amigo, que yo ya he aprendido que es una compañera díscola y traicionera”.
La magnífica novela de Vargas abarca los momentos más importantes de la vida de Bolívar y San Martín: infancia y juventud, sus vivencias en Europa, las gestas libertarias en América, el paralelismo amoroso de sus vidas influenciado por sus amantes Manuela Sáenz y Rosa Campuzano, y la entrevista final en Guayaquil marcada por las intrigas y el espionaje de una época de convulsiones.
La entrevista de los dos personajes tenía como objetivo esencial definir el futuro geopolítico de la región, principalmente de Guayaquil en donde existían fuertes manifestaciones separatistas, además de confirmar la colaboración de las tropas de Bolívar y Sucre con la independencia definitiva del Perú. El asunto de Guayaquil quedó zanjado antes de la llegada de San Martín con la ocupación militar de Bolívar y su proclamación como dictador de la ciudad. Así, la histórica reunión pasó a ser meramente informativa sobre los asuntos del puerto, y los personajes se entregaron de lleno a la preparación de la liberación final del Perú y a discutir sobre las formas de gobierno que convenían a los países nacientes.
Quizá la apuesta más arriesgada de Vargas en esta novela se encuentre precisamente en los diálogos de los personajes sobre las formas de gobierno en las nuevas repúblicas. San Martin, por ejemplo, propone a Bolívar traer un príncipe europeo que, con mano dura, conduzca los destinos del Perú bajo un regimen monárquico. Bolívar se niega de forma rotunda a la idea de otra monarquía, pero acepta que estos países no están hechos para la democracia. Al final de la reunión San Martín habría soltado aquella frase: “Ahí le dejo la gloria”, y en efecto, le entregó a Bolívar la liberación definitiva del Perú y el futuro cargo de gobernante. De este modo, tras las batallas finales de Junín y Ayacucho, Bolívar se proclamó dictador del Perú y trató de promulgar una constitución que le otorgaba la presidencia vitalicia. Sin embargo, por los problemas y la inestabilidad de la Gran Colombia que amenazaba con su disolución, Bolívar no tuvo más remedio que abandonar el Perú en 1824 y regresar para calmar las tempestades. Gobernó Colombia como jefe supremo hasta junio de 1830. Cayó enfermo y se exilió en Santa Marta donde murió, muy lejos de la gloria, en diciembre del mismo año.
Hombres buenos
El denominado siglo de las luces o de la ilustración (XVIII), es el espacio en el que se desarrolla esta nueva novela de Arturo Pérez Reverte, o lo es al menos en parte, pues el narrador central de la historia es el propio autor que, aprovechando su sillón en la Real Academia de la Lengua Española, descubre un día que en la biblioteca de la institución se encuentra una colección completa de 28 volúmenes de la primera edición de la Encyclopédie, el famoso diccionario de las ciencias y los conocimientos de la época, escrita y editada por Diderot, D’Alambert, Voltaire, entre otros.
La historia vista así parece llana y sin mayores bifurcaciones, pero el oficio de Pérez Reverte la convierte en una novela dinámica, seductora y de gran interés. A partir de ciertos hechos reales, por ejemplo el de que en esos años la Encyclopédie se encontraba entre el índice de los libros prohibidos por la iglesia católica y tan solo unos cuantos elegidos, hombres de fe inquebrantable y de conciencia inviolable, asumo, podían acceder a sus páginas y consultar su contenido, el autor narra la historia de la epopeya que habría significado llevar los 28 volúmenes a la España inquisitorial del siglo XVIII.
Así, dos personajes de ficción, el bibliotecario Hermógenes Molina y el almirante Pedro Zárate, miembros de la RAE, son elegidos para viajar a París a adquirir la Encyclopédie y llevarla hasta las estaterías de la congregación. Esta empresa, complicada, extensa y no exenta de peligros, es la trama central de la novela, su parte activa, épica, y a momentos muy divertida, sin duda, pero la historia principal se la lee entre líneas, disfrazada de algún modo del personaje del propio escritor que, utilizando el recurso de la metanarrativa, esto es, contar una historia más allá de la historia, se involucra en el texto para reconstruir el pasado con la mayor precisión posible, y así revelarnos en el presente la verdadera odisea que consistía en realidad en aquella insólita batalla gestada gradualmente entre los libros y la palabra contra el oscurantismo y los poderes seculares.
Una buena parte del peso de la historia se llevan en consecuencia otros dos miembros de la RAE, Manuel Higueruela y Justo Sánchez, opositores cotumaces al impío propósito de que la Encyclopédie forme parte de la biblioteca de la institución y se convierta así en una fuente inagotable de tentaciones y condenas para quienes consulten sus páginas. Para este efecto, los comisionados del fracaso contratan a Pascual Raposo, un mercenario lleno de vicios, que tendrá a su cargo el encargo de impedir a toda costa que los libros lleguen a Madrid.
Pero la alegoría de ‘Hombres Buenos’ está precisamente en esa guerra que vienen librando desde hace siglos la ilustración y el conocimiento simbolizados en la cultura frente a la superstición y el absolutismo representados en los distintos rostros del poder. De ahí que los libros resulten muchas veces las mejores armas contra los poderosos.
El libro flotante
“Nadie lanza nunca un libro al agua. Se lo echa al fuego, se lo aprisiona en una caja, se lo entierra de pie en una biblioteca. Pero nadie lanza jamás un libro al agua. Nadie. Nunca. Jamás.”
Así empieza ‘El libro flotante’, la novela del escritor ecuatoriano Leonardo Valencia (Penguin Random House, 2015, reedición), con la contundencia, el misterio y la belleza indispensables para atrapar al lector y no soltarlo hasta el punto final.
La historia de aquel libro que un atrevido personaje rescata de las aguas de un lago italiano es la que discurre en paralelo al otro lado del mundo, en Guayaquil, la ciudad porteña que ha sufrido una arremetida brutal de las mareas hasta quedar sumergida casi en su totalidad. Apenas unas pocas barriadas altas, las de las principales lomas, emergen en esta distopía como islotes salvadores.
Las imágenes de la ciudad hundida -una especie de Atlantis improbable- y de los residentes de las lomas -robinsones resignados a su condena perpetua- son tan potentes y estremecedoras que el lector no las puede borrar fácilmente de la memoria.
Hay en la novela de Valencia remebranzas y aromas de Bolaño, Saramago, Borges y Auster, escenas propias de Kieslowski, Kubric o quizás de los hermanos Cohen; y por sus páginas transitan, fantasmales, las melodías más tristes de Julio Jaramillo, de Hugo Idrovo, de los lagarteros de la calle Lorenzo de Garaicoa. También se notan las ausencias de lo que ya no es posible descubrir en esa gigantesca bahía dominada por el mar: los ritmos tropicales que brotaban de las casas céntricas, el aroma de frituras y cebollas de los salones de comida, las avenidas flanqueadas por palmeras, el ruido estridente de bocinas y motores, los latidos de lo que fue una gran ciudad cuyo tronco ha quedado sepultado por el silencio de las aguas profundas, mientras sus extremidades se mantienen erguidas como los juncos del estero.
El misterioso libro de Caytran Dolphin, un personaje evanescente, marca el ritmo de la historia con aforismos precisos, inteligentes, mientras una sociedad de poetas, aventureros y jóvenes escribidores intenta desentrañar el secreto de aquellas mareas impredecibles que, en algún momento, subieron para nunca más bajar.
La narración tampoco está exenta de sorpresas, esquinazos y vértigos, pues la novela se asienta en varios misterios que se van develando con sutileza mientras Ignacio, Valeria, Romano, Caytran, Vanessa y compañía surcan los ramales intrincados de la nueva hidrografía guayaquileña, bucean en sus aguas achocolatadas y se cuestionan: ¿cuándo llegará el final de aquella historia, cómo acabará todo, qué es en realidad un libro flotante, quién es su verdadero autor?
Y mientras alguien se sumerge en las aguas negras, otro explica: “… un libro flotante siempre tiene una historia inconclusa. Traza un círculo que está a punto de cerrarse sobre sí mismo, pero en el último momento se desvía, se convierte en espiral y empieza a subir, huyendo una vez más”.
Y las montañas hablaron
Khaled Hosseini
Salamandra
Khaled Hosseini irrumpió en el mundo literario con la impactante novela Cometas en el Cielo que también fue llevada al cine con gran suceso. Más tarde alcanzaría notas tremendas de sensibilidad y crudeza con Mil soles Espléndidos, una maravillosa novela en la que retrata la desgarradora historia de Afganistán bajo el régimen soviético, más tarde sometida al puño del horror y la violencia brutal de los Talibanes.
Todo lo que hay
James Salter (Nueva York, 1925), es otro de los escritores de culto engendrados por la literatura estadounidense. Fue combatiente en la guerra de Corea y piloto de caza de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Cuando abandonó el ejército se entregó a la tarea literaria que tanto lo seducía. Publicó entonces su primera novela, Pilotos de Caza, con gran suceso en su país. Ha sido director de películas en Holywood, escritor de guiones y periodista, pero sin duda, su obra narrativa, y en especial su última novela, Todo lo que hay, lo encumbró a la cima de la élite literaria contemporánea.