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“En las clases altas hay más poder adquisitivo, pero menos cultura”

“En las clases altas hay más poder adquisitivo, pero menos cultura”

El escritor quiteño Óscar Vela acaba de publicar su última novela, Todo ese ayer, un relato que utiliza como entorno los sucesos de la revuelta policial del 30 de septiembre de 2010 para contar la historia de Federico, un abogado cuyo matrimonio con Rocío —que le ha ayudado a trepar en la escala social— está a punto de terminarse, y que, de forma paralela, recibe un correo electrónico de Sebastián, un amigo argentino al que creía desaparecido desde la dictadura argentina. La vida de Federico se parte en dos: entre un sujeto que ‘revive’ pero que al mismo tiempo parece enloquecer y una esposa que tiene un altar en casa pero que va a la iglesia para contratar los servicios de un investigador privado… entre un amigo de la juventud que le recuerda un poema de Borges que parecía cosa de otra vida y una esposa que, mientras se apresta a documentarse sobre las infidelidades de su marido para luego sacarlo por completo de la alta sociedad, se cree que ha visto la imagen de Jesucristo.

Vela es autor de otras cinco novelas: El toro de la oración (2002), La dimensión de las sombras (2004), Irene, las voces obscenas del desvarío (2006), Desnuda Oscuridad (2011) y Yo soy el fuego (2013), y con las dos últimas obtuvo el premio Joaquín Gallegos Lara y el premio Jorge Icaza, respectivamente. Y ahora, con Todo ese ayer, lanza una crítica furiosa a la clase alta de su ciudad.

Todo ese ayer emprende una crítica contra las élites. Lo haces sobre todo, a través de Rocío, un personaje desagradable de principio a fin. Pero no es solo una crítica, es una crítica furiosa, ¿qué es lo que la desencadena?

Siento que vivimos en lo que Vargas Llosa llama cultura del espectáculo, que es la que está situada de las clases medias hacia arriba. Allí es donde menos cultura existe, más poder adquisitivo pero menos cultura. Hay mucho espectáculo, porque es la gente que puede pagar, que puede ir a ver una ópera, a comprar libros… pero la cultura para mí está situada de la clase media hacia abajo. Ahí es donde realmente están los lectores y el verdadero público del teatro. No en las élites.

¿Dices que está enajenada la clase alta?

De ahí, de alguna forma, venía la crítica por el mundo en el que vive Rocío y su familia, el mundo de los apellidos, del color de la piel… el mundo en el que Federico asciende y desciende. Siempre me ha gustado criticar a ese tipo de sociedad, a la curuchupa, a la hipócrita que es claramente la sociedad quiteña. Es una sociedad franciscana, que es monja y puta a la vez. Eso es lo que quería destapar, ser incisivo. Y lo hago desde el punto de vista de una mujer que está en el extremo de ese curuchupismo, una loca desquiciada que cree que está viendo a Cristo, pero que termina transformando su vida, porque su vida se termina quebrando con lo que le sucede. Y Federico se termina quebrando también, se comienza a romper todo.

Federico no es de ese mundo, pero también juega su rol. ¿No hay nada que criticarle?

Sobre todo, el ascenso a esa clase. No pertenece a ella, pero se siente muy cómodo ahí: porque te acomodas fácilmente cuando tienes dinero; pero el día que lo pierde se da cuenta de que todos le dan la espalda. Ahí está la crítica, en ese ascenso y descenso en el que te das cuenta del tipo de gente con la que trataste…

Y por haberse vuelto una sanguijuela…

En un paria que de todas formas estaba ahí, pero casado. Y el día que dejó de cumplir su rol…

Sitúas tu obra —y tu crítica— en la sociedad quiteña, pero ¿no crees que es más bien un tema global?

Global acá, todavía.

Pero es una historia que nos cuentan las películas, el cine hegemónico…

No sé si en esta época. Yo temo que sigamos siendo un pueblo grandote. No creo que este tipo de cosas sucedan ya en Madrid o en Buenos Aires. Pero en Quito pasa. Somos casi tres millones de habitantes y seguimos siendo el mismo pueblo: la gente es igual de hipócrita, todavía cree que es aristócrata. Es un grupo chiquitito, cada vez más reducido, pero muchos han caído en desgracia.

¿Por qué el 30S como telón de fondo?

El 30S me sirve para escenario de locación de lo que estaba sucediendo, la historia real de Sebastián y la de ficción que quería contar con Federico, porque él nace de alguna manera de la historia real. Se trata de un amigo mío que me contó la historia de su amigo, pero quería disociarlo por completo, porque además me lo pidió, pues es un personaje público. Por eso creé a Federico.

En el libro, Jorge Luis Borges aparece, a través de un poema, como una pequeña pieza que echa todo a andar.

Soy un mal lector de poesía, pero la de Borges me atrapó. Ese poema ‘Límites’, que utilizo en la novela, me lo encontré mientras escribía. Porque en la historia real en la que está basada la de Federico y Sebastián, cuando se vuelven a encontrar a los 34 años, ellos se vinculan por correo electrónico con un verso de un poema. Fue aquello lo que le hizo entender a mi amigo que aquel correo no podía ser un equívoco, tenía que ser él. Ahí me contó mi amigo que ellos se acercan en el colegio por su gusto por Borges. Entonces leí un libro de poemas y me encontré con ‘Límites’, que es un poema maravilloso que encierra la frase “todo ese ayer”.

¿Cómo planteaste la estructura del libro?

La dibujé. Como tenía una historia real y quería conjugarla con una de ficción… fui esbozando líneas del tiempo a las que les agregué las circunstancias, yo sé hasta dónde llego y dónde voy. Primero, la de Sebastián, que va a contar la historia en segunda persona. Hay momentos cumbres de él, y sabía que tenía que hablar de las torturas, entonces leía sobre el tema. Tenía la historia real de Sebastián, pero no tenía más acceso a él. Hice la línea de Federico, que comienza en el mismo año, 1976, y que tiene otro momento en 2010, cuando se encuentran. La línea de Federico se extiende porque él va más allá. Así voy esbozando y definiendo los caracteres de cada personaje. Así comencé mi historia: sé que voy a contar la historia de Federico, se va extendiendo en Rocío y de ahí viene el tema del 30S, que era más bien de montaje y que me daba un ambiente nebuloso… Mis cuatro últimas novelas han sido así, con muchos personajes. Sobre todo cuando hay muchos personajes. (I)

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El poder es de los desgraciados (sobre “Todo ese ayer”, de Óscar Vela)

El poder es de los desgraciados (sobre “Todo ese ayer”, de Óscar Vela)

Por Eduardo Varas

He pasado varios días pensando en esta, la reciente novela publicada por Óscar Vela, porque creo que más allá del ejercicio que ha hecho Santiago Páez con «Ecuatox», no encuentro ninguna otra obra de ficción que desentrañe el correísmo que se vive en Ecuador, pero desde una posición tangencial. No es un disparo directo, pero no hay cómo ver a otro lado. No hay reclamo, hay una suerte de reflejo, de radiografía del poder, de lo que significa tener el poder en un país que está lleno de gente que controla a otra, que puede decidir por otra, que acaba al resto si lo quiere, porque puede.

“Todo ese ayer” habla de cómo gente con el poder económico, de seguridad y político es capaz de sostener sistemas que defenderán a toda costa; un sistema que genera víctimas no por acciones “macro”, sino por el daño que se inflige directamente. También habla de cómo la sociedad se mantiene en función de apariencias, de ideas que no responden a la realidad, de cosas que se guardan para proteger el status quo. “Todo ese ayer” habla de personajes destrozados porque hay algo sobre ellos que los presiona. “Todo ese ayer” es la novela que nos muestra qué pasa cuando los desgraciados tienen el poder, aquí y en otros sitios, en un país, en una ciudad, en una familia. No hay un deseo por atacar al régimen, hay solo necesidad de contar una historia sobre cómo ejercemos el poder desde la posibilidad de hundir al otro, con las justificaciones que encontremos. Y eso, bajo cualquier perspectiva, va a referirnos al correísmo; eso y las relaciones de la historia con el 30 de septiembre de 2010, que no es algo gratuito.

En “Todo ese ayer” hay un solo camino: la imposibilidad de salir del lugar en el que se está. El poder convierte todo en arena movediza y si queremos escapar de ahí, en realidad nos hundimos más. Hay consecuencias en las acciones que realizan y han realizado Federico Gallardo y Sebastián Barberán, dos amigos de adolescencia, cercanos, casi como hermanos. Uno argentino (Barberán) y otro viviendo en Argentina con su familia (Gallardo). Cuando el tiempo consular termina para su padre en Buenos Aires, Federico vuelve a Quito con su familia. Sebastián se queda, interviene directamente en contra del régimen militar de su país, lo detienen y lo desaparecen. Al menos eso cree Federico hasta que Sebastián reaparece en forma de un email. El pasado regresa, pero todo ha cambiado. Sebastián necesita ayuda, siente que lo persiguen, que los fantasmas de ese poder que lo doblegó están detrás de él. Federico no lo puede ayudar; el poder que le ha dado estabilidad, y que él parece disfrutar, lo ha proscrito y no va a descansar hasta hundirlo. Y se va a hundir. Federico deberá tocar fondo hasta reconocer que no hay manera de recuperarse una vez que el poder te ha señalado.

Hay algo importante en la forma en que Oscar Vela construye sus novelas; algo que te remueve. Pasa por el hecho de que las acciones se construyen y se destruyen casi en un mismo nivel. Ese golpe maestro de acabar con personajes de un renglón a otro y de abrir dudas que resuelve con simples gestos es lo que convierte a su trabajo en un deleite para el lector. No se trata de transformar la literatura, de experimentar, de hacer vanguardia por hacerla, se trata de controlar lo que se cuenta y las sensaciones y filiaciones que se desarrollan en el lector. Una persona no lee para pasar el rato, lo hace para conocer a otros seres y entender algo de la vida, porque así es la empatía. Oscar Vela lo sabe, por eso su apuesta mira hacia los que no pueden más, los que activan alarmas, los que piden auxilio. En este universo, en el que Federico, su mujer Rocío y Sebastián parecen buscar puntos en común, descubrimos que la anécdota que da inicio a todo debe agotarse. No hay más. Ese poder que Vela evidencia se traga todo, no deja nada, es un agujero negro que no va a permitir que la luz salga. Es un poder que se activa para lo que mejor sabe hacer: acabar con el otro, de la peor manera posible.

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Oscar Vela presenta ‘Todo ese ayer’

Oscar Vela presenta ‘Todo ese ayer’

El escritor quiteño Oscar Vela no deja de sorprender no solo por su producción prolífica, sino por la calidad de su obra.
Esta vez trae ‘Todo ese ayer’ (Alfaguara), una novela que conjuga el pasado para que el lector se enfrente al presente. Un libro que destruye aquello de que ‘todo tiempo pasado fue mejor’.
La presentación de ‘Todo ese ayer’ se realizará hoy, a las 18:30, en la Creperola del Teatro (18 de Septiembre y 9 de Octubre). Junto al autor intervendrán Diego Oquendo Sánchez y Rafael Lugo.
Sobre la novela, que ficciona hechos reales, Vela comparte que no se trata de “una novela política”, sino que aborda “el quebranto”.
“La decadencia está junto a los quebrantos, al rompimiento de las vidas. Lo que le sucede a Sebastián es una cadena de quebrantos hacia sus seres queridos, que termina repercutiendo en los personas al pasar los años, algo que termina en la decadencia.

Federico encarna la decadencia, y se desenvuelve en una sociedad decadente”, asegura.
El autor obtuvo con ‘Desnuda oscuridad’ (Alfaguara, 2011) el Premio Joaquín Gallegos Lara. Por su parte, con ‘Yo soy el fuego’ (Alfaguara, 2013) obtuvo el Premio Jorge Icaza al Mejor Libro del Año.

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Todo ese ayer, ver el precipicio desde el pasado

Todo ese ayer, ver el precipicio desde el pasado

Diario El Telégrafo

Todo ese ayer (Penguin Random House), la última novela del escritor quiteño Óscar Vela, vuelve a tener como uno de sus personajes principales un abogado y a Quito como escenario, al igual que Yo soy el fuego, la obra con la que el autor ganó el premio Jorge Icaza (2014). Pero esta vez el personaje está envuelto en un conflicto sobre la memoria.

Federico, el personaje principal de Todo ese ayer, recorre un precipicio, todo lo que creía haber construido al casarse con la hija de un influyente empresario quiteño quedó en ruinas tras ser descubiertas sus infidelidades.

Entonces, recibe un correo electrónico de Sebastián, un amigo de la infancia que creía había muerto desde 1976, tras haber vivido en Argentina, durante la dictadura de Jorge Rafael Videla. Las últimas noticias que se habían recibido sobre él fue que lo apresaron, torturaron y asesinaron por sus vínculos con los Montoneros, la organización guerrillera argentina de la izquierda peronista.

Vela contextualiza las rememoraciones de la desaparición de Sebastián durante la dictadura con el ambiente convulsionado que originó el levantamiento policial que se desarrolló en Ecuador durante el 30 de septiembre de 2010.

Las reacciones de los personajes están también convulsionadas por un pasado encubierto, que tiene como centro una ciudad que se muestra “tan curuchupa y destapada a la vez”, ha dicho Vela.

Hoy, a las 18:30, Vela presenta Todo ese ayer, en Creperola Teatro, 18 de Septiembre 593 y 9 de Octubre, en Quito. La obra fue presentada el mes pasado, durante la realización de la Feria del Libro de Guayaquil. (I)

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Oscar Vela lanza su novela ‘Todo ese ayer’, en Quito

Oscar Vela lanza su novela ‘Todo ese ayer’, en Quito

Quito.- La más reciente novela del escritor ecuatoriano Oscar Vela será presentada al público quiteño mañana, por Rafael Lugo y Diego Oquendo Sánchez.

‘Todo ese ayer’ (Alfaguara, 2015) de Vela se desata cuando su protagonista, un abogado que pertenece a la aristocracia quiteña, recibe un correo electrónico de un amigo al que suponía muerto hace 34 años, durante la dictadura argentina.

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Óscar Vela presenta su nueva novela, en Quito

Óscar Vela presenta su nueva novela, en Quito

Óscar Vela es un escritor y lector incansable. Todavía no presenta su nueva novela en Quito y ya está sumergido en la investigación de una nueva obra de corte histórico. En esa vorágine en la que a veces se convierte su vida, Vela se dio una pausa para conversar con EL COMERCIO sobre ‘Todo ese ayer’, el libro que presentará en la capital el próximo jueves 24 de septiembre, a las 18:30 en la Creperola del Teatro (18 de Septiembre y 9 de Octubre).

‘Todo ese ayer’ es una novela que recurre mucho a los acontecimientos del pasado. ¿Hurgar en la memoria se ha convertido en un eje de su creación narrativa?

De algún modo sí. Esto de buscar en el desván se ha vuelto una obsesión. Para mí el tema de la memoria es esencial. Sobre todo me interesa rescatar historias del pasado. En el caso de ‘Todo ese ayer’ una historia real que un amigo compartió conmigo. La historia de un hombre que desaparece durante la dictadura argentina de Videla y que reaparece luego de 34 años. Esta historia de la dictadura argentina la conecta con los acontecimientos del 30S.

¿Cuál es vínculo entre estas dos historias?

La historia de las dictaduras en Latinoamérica es algo que se ha contado muchísimo a través del cine y la literatura. La historia de Sebastián Barberán (uno de los protagonistas de la novela) necesitaba una contrapartida con una historia de acá. El 30S siempre me ha parecido una historia nebulosa, misteriosa e inconclusa. Quise ponerla de soporte del presente cuando Federico (el otro protagonista) descubre que su amigo no ha muerto y que ha regresado en algún modo del pasado.

De trasfondo de estos acontecimientos está el tema del totalitarismo

En el caso de la dictadura argentina está muy claro. Esa fue la dictadura más horrenda de toda Latinoamérica. Acá, Federico de algún modo siente que está pasando eso. Siente que se le está rompiendo la vida, claro, además él pasa por circunstancias particulares duras como la ruptura de la relación con su mujer.

Federico luego de sufrir esta caída estrepitosa empieza una crítica fuerte a las clases altas de la sociedad quiteña. ¿Su intención como escritor también fue realizar esta crítica?

Federico siempre fue un tipo que tuvo acceso a la cultura. Yo creo que en este país la cultura está en la clase media y media baja. En las clases altas no hay cultura o hay lo que Vargas Llosa llama la cultura del espectáculo. Al crear a Federico quería criticar eso. Aquí todavía hay personas que se creen parte de una seudo aristocracia. Necesitaba expresar lo que somos como sociedad, lo hipócrita de esta ciudad monja y puta.

En medio de este mundo de rompimientos aparece la poesía de Borges. ¿Qué sentido le quiso dar a esta presencia?

Para mí, Borges es un maestro. Un extraordinario escritor y uno de los grandes genios que tuvo el siglo XX. Cuando estaba escribiendo la historia me encontré nuevamente con ‘Límites’ este poema maravilloso que trata sobre la muerte. Cuando leía esa parte que dice ‘¿Y el incesante Ródano y el lago, todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino? Descubrí el título de la novela.

En la literatura los personajes secundarios no son muy tomados en cuenta. ‘En todo ese ayer’ son claves para la trama de la historia.

Sí. Rocío, la mujer de Federico se le quiebra su mundo cuando empieza a saber cuál es el perfil real de su padre. Ella encarna esa sociedad piadosa y franciscana a la cual quise retratar. El mendigo es un personaje con el que juego siempre en mis novelas. Para mí son personajes fascinantes, un reflejo de la ciudad en la que vivimos. Anselmo es el personaje secundario que más trasciende. Un tipo perverso de actividades oscuras vinculadas al poder. Anselmo lleva la carga al final de la historia. Todos estos personajes son parte de la caída de Federico.

En la novela hay un narrador que solo se conoce con claridad al final de la novela. ¿Por qué decidió contar esta historia en tercera persona?

No podía ser yo el narrador porque había temas políticos y sociales en los que no quería intervenir. El narrador (Jerónimo) fue el personaje con el que más cómodo me sentí al final de la novela. Al principio comenzó sin rostro. Un tipo remordido, con complejos, un escritor más o menos exitoso que fue compañero de colegio de Federico.

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‘Todo ese ayer’, la más reciente novela de Oscar Vela Descalzo

‘Todo ese ayer’, la más reciente novela de Oscar Vela Descalzo

Por Miguel Molina Díaz

La República

Quito.- Además de escritor es un apasionado lector de literatura. Al conversar con él, se tiene la impresión de que Oscar Vela Descalzo ha leído todos los libros en castellano que se han publicado en los últimos años o décadas.

Su última novela ‘Todo ese ayer’ (Alfaguara, 2015) se dio a conocer en la reciente Feria del Libro de Guayaquil. Ya ha comenzado a recibir los elogios de la crítica, tanto en el Ecuador como en el extranjero pues la novela se está vendiendo en las librerías de Colombia.

Se trata de una novela, como todas las grandes obras de la literatura, sobre la memoria. Un acomodado abogado quiteño recibe un email de un amigo de la infancia, a quién creía muerto pues constaba desde hace 34 años en la lista de desaparecidos de la dictadura argentina. El hallazgo de esa vieja y entrañable amistad ocurre en el contexto de lo que fue en el Ecuador el 30 de septiembre del 201o.

En dos planos, aquel de “todo ese ayer” en la Argentina y el de la insurrección policial en el Ecuador, el libro arroja luces sobre lo que ocurre con vidas inocentes cuando son arrasadas por la Historia escrita a la sazón de la violencia y la ambición de poder. La de Oscar Vela es una novela que indaga en el simple descalabro de la vida, que ocurre de un día para otro pues, como decía Francis Scott Fitzgerald, “toda vida es un proceso de demolición”.

– ¿En alguna medida te propusiste hacer un retrato de Quito, “ciudad monja y puta a la vez”, o de la idiosincrasia de la aristocracia capitalina?

– No fue algo que me propuse de forma intencional sino que resultó más bien de las reacciones espontáneas de ciertos personajes que se ven envueltos en esta ciudad tan curuchupa y destapada a la vez como Quito. De allí surgió también de forma natural la crítica puntillosa de uno de los personajes (Federico) hacia la pequeña “aristocracia” quiteña a la que él de algún modo asciende a través del matrimonio con Rocío, pero de la que se ve excluido intempestivamente por su divorcio. En realidad me divertí mucho escribiendo lo que Federico sentía y opinaba sobre la “aristocracia” quiteña. Supongo que algunas personas se sentirán identificadas en alguna de esas críticas y no se divertirán tanto pero qué se le va a hacer, así es la ficción…

– ¿Por qué evocar el contexto de la dictadura argentina con el del 30s, es decir, cual es el tema literario en común?

– El caso de Sebastián y su tragedia en la época de la dictadura argentina es real. La potencia de esta historia necesitaba de alguna forma un contraste contemporáneo que sirviera como telón de fondo a la historia de Federico que era una permanente caída en el abismo. Por eso decidí que las dos historias bien podían coincidir entre los nebulosos eventos del 30S, no necesariamente porque tuvieran relación con la Argentina de Videla sino porque allí había también una historia con cinco víctimas cuyas muertes no solo que no han sido esclarecidas, sino que parece que no le interesa a nadie que se las aclare definitivamente.

– Mucho se ha escrito sobre la dictadura de Videla. ¿Cuál es el sentido –para ti como escritor- de escribir sobre un torturador argentino en el Ecuador del siglo XXI?

– Nunca pensé que llegaría a escribir una novela sobre estos hechos, pero una casualidad me llevó hasta la historia de un amigo (cuyo nombre ha quedado en reserva) y la impactante noticia que recibió más de treinta años después cuando su compañero y amigo de la juventud (Sebastián), que había desaparecido y supuestamente había muerto a manos de los torturadores de la dictadura argentina, reapareció en su vida de la forma más extraña y sacudió el pasado de todos los que le conocieron. Por supuesto, también me sacudió a mí y fue entonces cuando decidí escribir sobre él y su siniestro pasado en aquella dictadura.

– ¿Por qué son versos de Borges el lazo que ata a Sebastián y Federico? ¿Qué implica “todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino”?

– Este amigo que me contó la historia de Sebastián, me comentó que ellos se habían hecho tan amigos en la adolescencia sobre todo por su interés en la poesía y la literatura. De hecho cuando mi amigo recibió aquel extraño correo que removió su pasado, el mensaje venía titulado con una frase de un poema muy conocido de Fray Luis de León “Como decíamos ayer”. A partir de ese antecedente y de mi admiración por la poesía de Borges, envolví la novela con ciertos versos de “Límites”, uno de los poemas más bellos del genial escritor argentino, poema que además trata sobre el tema de la muerte. Y fue en uno de esos versos donde descubrí el que para mí era el título ideal de esta novela “Todo ese ayer”, que de algún modo abrazaba y enlazaba el pasado de Sebastián y el de Federico hasta el desenlace de sus historias en un presente tan efímero que, de inmediato, se convirtió en el ayer.

– Federico, que vive en la comodidad y estabilidad, ve su vida destruida de un día para otro. Fitzgerald, en ese sentido, decía que “toda vida es un proceso de demolición”. ¿Eso se conecta con tu novela? ¿Cómo?

– Me encanta esa cita de Fitzgerald y la suscribo completamente. En esta novela en particular pienso que hay un sistemático proceso de destrucción de varios personajes cuyos conflictos los agobian y los erosionan de tal forma que no hay posibilidad de solucionarlos sino tan solo de seguir cayendo. Quizá la historia de Federico es la representación de lo que nos sucede a todos en la vida cuando llegas al punto más alto, a un momento exacto en el que todo al parecer es perfecto, completo incluso, pero sin embargo no te das cuenta de que has estado durante un instante de tu vida en la cima sino solamente cuando empiezas a caer y aquella perfección se te ha escapado y está a punto de desaparecer, y entonces lo comprendes, pero casi siempre es demasiado tarde…

– La novela en muchos sentidos es un retrato de la maldad, por ejemplo, del padre de Rocío, de los socios y amigos de Federico, del mismo Anselmo. ¿Hay sentimientos como el amor, la compasión, la solidaridad, la lealtad o generosidad?

– Claro que hay otro tipo de manifestaciones representadas en distintos personajes. Por ejemplo Federico y su relación con Sebastián es algo que aunque en algún momento parece haberse torcido, prevalece y sobresale incluso en los momentos más duros. Rocío también cambia su forma de ser y se rebela frente a ciertos eventos muy duros que debe afrontar. Y por otra parte está el narrador de la historia que, a pesar de su carácter y de esa forma tan particular de llevar su vida, se descubre como alguien que está dispuesto a jugársela por un amigo.

– ¿Cómo entender el fenómeno de las desapariciones que hubo en América Latina? ¿Sebastián es un desaparecido en el sentido de que se le arrebato su vida y su futuro?

– De acuerdo, Sebastián es un hombre al que treinta y cuatro años antes le destruyeron su vida y que a pesar del tiempo nunca logró juntar las piezas para seguir el camino como un ser humano entero. De alguna forma por todos los senderos por los que él tome siempre encontrará a su paso los escombros de su propia vida: miedos, angustias, remordimientos, espectros… Esto es lo que suele suceder en los totalitarismos, como dice Benjamín Prado en su novela ‘Mala gente que camina’ de la que tomé uno de los epígrafes: “Los dictadores no hacen historia, solo la deshacen”.

– Como escritor, y lo pregunto por los temas de tu novela, ¿te interesa el sentido de la memoria histórica e individual del ser humano?

– Más que interesarme me he llegado a obsesionar con la memoria y sus laberintos pero siempre en la medida en que me proporcione material para cualquier tipo de forma literaria. No estoy seguro de que me atraería tanto la memoria si es que no fuera porque a partir de ella he logrado contar historias en formas de novelas. Desde hace algunos años confieso que me he convertido en un ansioso perseguidor de historias…

– En tu proceso creativo, ¿cómo ves a esta novela?, ¿representa un punto novedoso o icónico en la creación de tu obra?

– Tanto en lo formal como en el fondo es una novela distinta a las anteriores. Siento que el tratamiento de la historia y de los distintos temas que trata la novela hay más profundidad y tal vez mayor madurez, y en cuanto a la estructura también hay cierta novedad en relación con las anteriores. Siempre busco cambiar en lo formal y de algún modo en esta lo hice cuando utilicé un narrador que en un inicio está oculto y que luego resulta ser un protagonista fundamental en la historia. Realmente disfruté al narrar la historia desde ese punto de vista algo fantasmal.

– ¿Cómo sabe el escritor cuando ha terminado una novela? ¿Cómo supiste la estructura de ‘Todo ese ayer’? 

– Antes de comenzar a escribir una novela trabajo mucho en el diseño de la misma, en su estructura, personajes, características individuales y escenarios. Normalmente preparo varios bocetos con dibujos, señales y líneas de tiempo que me permiten ubicarme mentalmente en la historia y su desarrollo. Por supuesto que en el proceso de escritura las cosas van cambiando y casi siempre terminan en otro lugar pero es un sistema que me ha servido para no extraviarme entre los distintos tiempos y espacios en que se desarrollan las tramas de mis novelas. Nunca sé exactamente cómo va a terminar una novela aunque a veces pueda intuirlo, es la trama y sus personajes los que en algún momento le ponen el punto final a la historia.

– ¿Qué hace el escritor cuando acaba una novela? ¿Ya tienes un nuevo proyecto? ¿Cuál?

– Cuando se termina una novela es necesario tener un tiempo de reposo y luego el tiempo suficiente para pulir el texto, corregir errores y trabajar en la versión final. Solo cuando el libro está impreso aquella historia sale definitivamente de mi vida y puedo dedicarme a tiempo completo a otra novela. Hoy ya estoy trabajando en la investigación y diseño de una nueva novela de carácter histórico.

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Novela entrelaza sucesos de Ecuador y Argentina

Novela entrelaza sucesos de Ecuador y Argentina

El escenario de un Quito convulsionado por la revuelta policial del 30 de septiembre de 2010 sirve como punto de partida de la obra titulada Todo ese ayer, del escritor quiteño Óscar Vela Descalzo, quien también aborda en su publicación aspectos de la dictadura de Jorge Rafael Videla sucedida entre finales de la década del 70 e inicios de la del 80 en Argentina.

Vela, quien también es abogado, expresa que la novela cuenta la historia real del argentino Sebastián Barberán (nombre ficticio), que fue secuestrado por los militares argentinos y a quien se lo daba por muerto hasta que logra contactarse con un viejo amigo ecuatoriano llamado Federico.

“Es una novela histórica desde el punto de vista que trata ciertos eventos de la dictadura argentina y del 30S. La historia se enfoca en el encuentro de una vieja amistad, entre Sebastián Barberán y Federico”, manifiesta Vela, quien ganó el reconocimiento Jorge Icaza por su libro Yo soy el fuego (Alfaguara, 2013).

El escritor comenta que la historia la pudo crear debido a la generosidad de un amigo personal quien le contó la relación de amistad con el entonces joven argentino.

“Fueron íntimos amigos en el colegio y el ecuatoriano, antes de la dictadura regresó a Ecuador. El argentino se quedó allá y al poco tiempo desapareció, le torturaron y en teoría le asesinaron. Y reapareció a través de un correo electrónico”, afirma Vela.

En la novela se narra de manera cronológica el 30S, ya que ese es el contexto en el que se sitúa el personaje ecuatoriano cuando recibe el correo de su amigo argentino, quien vivió la dictadura.

El escritor quiteño presentó Todo ese ayer, en agosto, en la Feria Internacional del Libro Guayaquil es mi destino para leer y crecer.(I)

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Óscar Vela ganó el reconocimiento Jorge Icaza por libro ‘Yo soy el fuego’

Óscar Vela ganó el reconocimiento Jorge Icaza por libro ‘Yo soy el fuego’

Yo soy el fuego, de Óscar Vela, es la novela ganadora del reconocimiento Jorge Icaza al libro del año 2013. La obra fue escogida entre 37 novelas que postularon para el premio que organiza el Ministerio de Cultura y Patrimonio.

El jurado internacional estuvo compuesto por Mario Bellatin, Consuelo Triviño y Julio Ortega. Ellos deliberaron el 20 de junio pasado en Quito. Alicia Ortega, Cecilia Ansaldo, Eliécer Cárdenas, Bruno Sáenz y Luis Salvador Jaramillo fueron los jurados nacionales encargados de realizar la preselección.

El ministro de Cultura y Patrimonio, Francisco Velasco, señaló que el reconocimiento que se otorga al ganador de esta convocatoria es de 30.000 dólares, que representa aproximadamente un año de trabajo. “Es el tiempo que puede durar el desarrollo de una novela”, enfatizó Velasco.

El grupo jazz The Roots y la Compañía Nacional de Danza deleitaron al público que se dio cita la noche del pasado jueves en la Fundación Guayasamín para conocer al ganador de este reconocimiento. El artista que esculpió la presea fue Eddie Crespo. Vela recibió esta escultura de manos del ministro de Cultura.

Dada la alta calidad de los trabajos literarios, se otorgaron dos menciones de honor para: Memorias de Andrés Chiliquinga, de Carlos Arcos Cabrera, y Solo de vino a piano lento, de Sonia Manzano.

El escritor ganador comentó que le tomó dos años terminar su obra. Vela, nacido en Quito en 1968, es abogado de profesión y a la literatura llegó por su afición lectora. Ha publicado cinco novelas. La más reciente es Yo soy el fuego, editada por el sello Alfaguara, que contiene en su contraportada un comentario de la narradora argentina Claudia Piñeiro.

Multifacética
Sonia Manzano, escritora guayaquileña, es narradora, poeta y pianista.

Personaje
Memorias de Andrés Chiliquinga, de Carlos Arcos, hace referencia a la obra Huasipungo, de Jorge Icaza.

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Oscar Vela une Lima, Buenos Aires y Quito en un «doloroso triángulo de fuego»

Oscar Vela une Lima, Buenos Aires y Quito en un «doloroso triángulo de fuego»

Por Jesús Sanchis Moscardó

Revista Cartón Piedra

El escritor ecuatoriano Oscar Vela traza en su más reciente novela un «doloroso triángulo de fuego» entre Lima, Buenos Aires y Quito, escenarios de una obra de miserias humanas en la que el espacio y el tiempo se entrelazan con el sueño y la realidad.

 

Quito, 19 dic.- El escritor ecuatoriano Oscar Vela traza en su más reciente novela un «doloroso triángulo de fuego» entre Lima, Buenos Aires y Quito, escenarios de una obra de miserias humanas en la que el espacio y el tiempo se entrelazan con el sueño y la realidad.

Tres trágicos incendios verídicos ocurridos en discotecas de esas ciudades en 2002, 2004 y 2008, respectivamente, actúan como hilo conductor en «Yo soy el fuego», libro que denuncia la «estupidez» humana y la irresponsabilidad que hay tras dramas como estos.

Desgracias de este tipo «siguen sucediendo» y propician «la muerte y las desgracias personales» de muchos jóvenes, dijo Vela en una entrevista con Efe.

El fuego, presente en la novela «como elemento destructivo, de muerte, pero también de vida, elemento que de alguna forma te ayuda a transmutar», dijo, es un eje en torno al cual pivotan las historias de sus personajes, en cuyo interior bucea el autor para mostrar «la corrupción, la miseria, el vértigo actual de la vida».

Vela quiso también llamar la atención sobre la necesidad actual de muchos jóvenes «de buscar inmediatamente el éxito, a como dé lugar, arrasando, sin ningún tipo de pudores», en busca de «la fama, la fortuna, el dinero rápido».

«Yo soy el fuego», que la editorial Alfaguara prevé lanzar el próximo año en Argentina y otros países latinoamericanos, es «muchas historias en una», según el narrador, quien explicó que una de las partes del libro, donde se mezclan vivencias reales y sueños, «tiene mucho de denuncia de la soledad».

«Toca el tema de la juventud, del desarraigo» de un joven cuyos padres han emigrado a España.

Esa es una experiencia que en Ecuador, comenta, vivieron «cientos de miles de personas» que perdieron el contacto con sus familias emigrantes, al igual que el personaje de la novela, la quinta del autor.

El protagonista de esta parte del relato «no se halla en ningún lado, sino a través de sueños con una chica a la que no conoce, pero con la que, de alguna forma, tiene una relación onírica», explicó.

Los vaivenes en el tiempo y en el espacio convierten la obra en un auténtico «rompecabezas» en el que Vela, premio Joaquín Gallegos Lara en 2011 con «Desnuda Oscuridad», fue «colocando las piezas de forma que todo al final tenga un sentido y encaje».

«A mi me gusta leer este tipo de obras en las que tu cabeza está constantemente trabajando, en las que no te quedas dormido», señaló el escritor, y por eso decidió dar esta estructura a su novela, que «cada uno puede leer como quiera».

Para orientarse dentro de esta compleja trama recurrió a un método práctico: confeccionó «un mapa» en el que dibujó los elementos de la narración.

«Comienzo dibujando la novela: los personajes, los tiempos, cómo van a hablar, en qué momento entran o salen, si mueren… meto la mano, saco, quito cosas, la visualizo y de esa forma pude armarla mucho mejor», reveló.

Como en obras anteriores, hay un personaje cuya historia se cuenta en segunda persona, una técnica que permite conocer de forma «muy íntima» su pensamiento y por la que siente predilección Vela, quien confiesa que le fascinó el manejo que hace de ella Carlos Fuentes en «Aura».

Cuando Vela se sienta a escribir tiene el comienzo de sus historias «un poco revuelto en la cabeza» y «una idea vaga del final», que siempre resulta diferente a lo previsto.

Así ocurrió en «Yo soy el fuego», en cuyo proceso creativo, de unos tres años de duración, aparecieron «personajes que entran, otros que salen abruptamente, tipos que se presentan de pronto y quieren estar ahí, aparecen en la novela sin que yo los haya concebido siquiera», relató.

En el trasfondo, numerosas pinceladas de Quito, el escenario principal, que se convierte en «un personaje más» del texto.

Vela, un jurista de 45 años, confesó que se siente «más escritor y cada día menos abogado» y que, tras «veintitantos años» de carrera, llegó a la conclusión de que «la Justicia no es tal (…) pueden más otras cosas».

Por ahora compagina la abogacía con la literatura y prepara su próxima narración, basada en una historia real, cedida por un amigo, sobre la desaparición de un joven durante la dictadura argentina.

La novela está «bastante encaminada» como resultado de dos o tres horas diarias dedicadas a escribir, una gran pasión que absorbe desde niño al autor.

«Ahora no puedo parar, siempre tengo que estar escribiendo», confesó.

on Oscar Vela une Lima, Buenos Aires y Quito en un «doloroso triángulo de fuego»LEER MÁS