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Óscar Vela: el escritor que sabe encender buen fuego

Óscar Vela: el escritor que sabe encender buen fuego

Por Solange Rodríguez Pappe

Diario El Telégrafo

Quien suele ser aficionado a convocar los umbrales que comunican la realidad con la ficción,  usualmente, los termina encontrando de formas cotidianas. En vísperas de lanzar la novela Yo soy el fuego, en septiembre pasado, Óscar Vela se topó en el semáforo que conecta las calles República y Naciones Unidas, en la ciudad de Quito, con uno de los personajes que él había fabulado para construir el texto que lanzaría con la editorial Alfaguara: el Dragón que escupe llamaradas para sobrevivir. Todos los elementos estaban allí: el querosene, la antorcha, el cuerpo untado de pintura colorida y la mujer con dos criaturas pequeñas esperándolo, mientras apreciaba su actuación desde el parterre.

Incrédulo, el escritor de 45 años, decidió dar la  vuelta y aparcar para hablar con él. Charlaron y Vela volvió a reiterarse en la idea de que estaba hablando con su personaje, inventado hacía tres años: unfunambulistaque por accidente encuentra la muerte y en cuya línea argumental se entrelazan las historias del libro. Ansioso por incorporar aquel buen azar a su vida, Vela lo invitó a su lanzamiento esperando que asista, pero el Dragón no acudió a la cita. Meses después, aún le queda la duda de que si lo que vio, fue en realidad una aparición o tuvo extraño un día de suerte. Como un buen creador deja abierta ambas posibilidades de explicación.

En el ensayo ‘Psicoanálisis del fuego’, el francés Gaston Bachelard, explica que aquello que cambia rápidamente se explica por el fuego. El fuego puede tomar todas las formas, pero a diferencia del agua que también puede ser identificada con este principio, todo lo que es matizado por el fuego jamás vuelve a ser como lo que era antes. La consigna del fuego es la transformación. Es amor y es odio, late en todo lo vivo y es la base de la alquimia y de la creación porque es libido.

Cuando Óscar Vela dice que no escribió una novela de intriga -categoría en la que podría enfilarse el texto, ya que posee en su desarrollo incógnitas criminales por resolver- sino que ha querido fabricar una narrativa que atraviese todos los géneros, sospecho que  la descripción que hace Bachelard del fuego, puede aplicarse también a su manera de plantear la escritura. Vela ha fabricado una historia para ser leída en más de un código: cartas, notas periodísticas, informes psiquiátricos, e-mails, chats, más la descripción de fotografías, con una estructura que también salta la cronología y se extienda en el tiempo sin seguir una línea de pasado o de presente, porque según Vela, hay una lógica en los acontecimientos irremisibles, que hace que incluso los más caóticos, parezcan conectados desde siempre. Cuando el personaje del Dragón pregunta junto al fuego: “¿Todo tiene un propósito?” y recibe como respuesta la palabra: “Todo”, Vela expone su intención como demiurgo, de que ese universo de personajes excluidos y marginales coincida a nivel real y a nivel onírico en el tejido de la casualidad.

Escribir un libro y encender el fuego no pueden ser cosas muy diferentes. Según Bachelard,  solo se aprende a encender el fuego con la edad y con la sabiduría que dan los años. Únicamente allí, se suele hacer la fricción correcta. Luego de cinco novelas, El toro de la oración (2002), La dimensión de las sombras (2004),Irene, las voces obscenas del desvarío (2006) y Desnuda Oscuridad (2011) —que obtuvo el premio Joaquín Gallegos Lara de novela—, Óscar ya sabe medir intensidad y cantidades. Dosifica, integra y sobre todo también urde y confunde, sus primeros ejercicios de escritura consistieron en cuentos sueltos, pero él sostiene que -descendiente de una familia de lectores voraces-, quizá su condición se resume en que jamás ha podido dejar de imaginar por lo que está condenado a ser un narrador, pero no cualquier narrador, si no uno muy exigente con los lectores. “Con Yo soy el fuego, intenté escribir la novela que yo mismo hubiera querido leer”, sostiene y Vela siente que lo ha logrado.

Vela invita a los novelistas ecuatorianos a correr riesgos y a introducir a los lectores en laberintos donde sean guiados por una voz que no tema increparlos, desconcertarlos y pervertirlos. Dueño de un gran sentido de la estructura con el que arma las  historias como quien ensambla un rompecabezas de varios niveles, Vela incorpora en esta novela sus viejas experiencias dentro de un ambienta laboral mezquino, un mundo de escritorios y de pequeñas ruindades donde deambulan personajes marginales pero interesantes, quizá el más entrañable de todos: Ramiro Leone, un arribista, hábil observador y juez, quien determina con sus chantajes quién debe pagar por sus faltas morales y quién no. Leone, como algunos otros personajes de la novela, jamás podrían conducir su vida por el lado claro, Vela jamás lo permitiría. Ni la inescrupulosa Carla Faisntein -presencia lujuriosa e inquietante cuyo taconeo es la banda sonora de esta historia-, ni los perturbados amantes Rita Soto o Duncan Cervantes, ni siquiera los más puros, como el Dragón, Eladio o la mujer más pequeña del mundo. El azar en forma de fuego, no tiene favoritos. El autor tampoco.

Y en el fono de esta trama se vislumbra la opaca ciudad de Quito con sus chubascos fríos, su neblina y sus sordideces. Una referencia que puede ser tomada como real, como reales fueron las tres noticias de los incendios en los antros Utopía (Lima, 2002), República Cromañón (Buenos Aires, 2004) y Factory (Quito, 2008 ), tragedias que Vela empleó para construir la novela, pero cuyo referente tampoco limita la presencia de la fantasía. Esta ambigüedad es quizá lo más interesante de Yo soy el fuego, lo que aparenta ser contado de una manera y con una intención, tiene más de una posibilidad de lectura. Lo inexplicable y lo fantástico también confabulan para edificar la realidad mostrada.

Se celebra que haya escritores que no le teman a las posibilidades narrativas y a emplear múltiples tonos y voces, que no teman quemarse en el intento o provocar quemaduras. “La muerte en la llama es la menos solitaria de las muertes”, dice Bachelard. Es una muerte cósmica, una muerte que te integra y te incorpora  al universo. El fuego en este libro está fuera de control y solamente sabe dominarlo el escritor, quien se funde con él. El fuego atraviesa todas las clases sociales, fuego amoroso y perverso que descontrola y se vuelve un fuego metafísico que cruza, incluso al otro lado de esta dimensión. Sepa mantenerlo encendido en sus siguientes publicaciones.

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Oscar Vela y ‘Yo soy el fuego’

Oscar Vela y ‘Yo soy el fuego’

Antonio Rodríguez Vicéns

Diario El Comercio

Jorge Luis Borges solía repetir: «Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir: yo me jacto de aquellos que me fue dado leer». He terminado la lectura de ‘Yo soy el fuego’, la nueva novela de Oscar Vela. No soy crítico y, por otra parte, especialmente en los últimos años, he leído muy pocas novelas. No tengo entonces ni la formación teórica ni las lecturas necesarias para intentar realizar un análisis acertado sobre sus méritos o para compararla con otras -las más representativas- del rico acervo de la actual novela en español. Mis observaciones -unas pocas de las numerosas que quisiera hacer- son las de un lector. Un lector compulsivo y hedónico. Moroso y atento. Nada más.

‘Yo soy el fuego’ es una novela compleja, laberíntica, estructurada lúdicamente, que debemos leer con atención para no perdernos en los vericuetos de una «historia enredada de sueños y realidades», en los constantes cambios de escenario o en el hábil juego con el tiempo y el espacio a que nos somete el autor. Esos cambios, quizás por el estilo eficaz y persuasivo, con frecuentes y hondas cuotas de lirismo, que ha alcanzado un alto grado de madurez, en lugar de dificultar la lectura, incrementan su interés. El lector, anhelante y agobiado, atrapado por la trama y por el abyecto atractivo de algunos de sus personajes, no abandona el libro hasta el final: un final imprevisto, inesperado. Insólito.

Los numerosos personajes de la novela, desgarrados por un pasado oscuro o un presente sin esperanza, atribulados por secretos inconfesados o atados a tristezas indescifrables, hundidos en su propio infierno, prisioneros de un destino que los arrastra con fuerza incontrastable hacia su perdición o su redención, entre pesadillas, alucinaciones y delirios, se desdoblan y multiplican, cambian incesantemente y se transmutan, y, cruzando una frontera imperceptible, pasan una y otra vez de la vigilia al sueño, de la vida a la muerte. ¿Están despiertos o sueñan? ¿Están vivos o están muertos? ¿Viven lo que sueñan o sueñan lo que viven? ¿Su realidad esencial, última, es la vida o es la muerte? La lectura de ‘Desnuda oscuridad’ y de ‘Yo soy el fuego’, sus dos últimas novelas, me ha dejado la sensación, no sé si correcta, de que Oscar Vela desconstruye la realidad (que no es lo mismo que destruirla o negarla), para luego, con los disímiles materiales que le han quedado, seleccionándolos a placer, a su arbitrio, como si fueran fichas de un rompecabezas, construir minuciosamente una nueva realidad: la realidad de la ficción. Nos conduce, armándolo con pericia e inteligencia, a un mundo sórdido, angustioso y delirante, para presentarnos sin piedad ni concesiones, a través de personajes degradados y solitarios, marginales, nuestra enigmática, dolorosa y, con frecuencia, deleznable condición humana.

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Yo soy el fuego

Yo soy el fuego

GANADORA DEL PREMIO JORGE ICAZA 2014 A LA MEJOR NOVELA DEL AÑO

Por Claudia Piñeiro

«Mientras, la mirada del Dragón se pierde en una gran masa pirotécnica, que parece penetrar con sus pupilas abriendo en el medio de ella un enorme orificio. Y allí está otra vez el aro mágico iluminando la noche, un gran cerco incandescente que parece aguardar al gigantesco tigre que lo atravesará de un salto, perforando el centro del aro con su cuerpo brillante».

Yo soy el fuego es un vertiginoso viaje hacia lo más sombrío de la miseria humana. Sus personajes se embarcan en ruines empresas ignorando que son marionetas de seres superiores. Beatriz y el Dragón portan la luz imperecedera del fuego, único elemento capaz de combatir la oscuridad; ese fuego que calcina y carboniza, pero que también sana y purifica.                                                           

«Con una prosa impecable y un manejo virtuoso de los distintos puntos de vista, Oscar Vela nos introduce en el mundo de personajes que queremos conocer de inmediato. Difícil dejar de leer su novela hasta no responder a ciertas preguntas: ¿Qué será capaz de hacer Ramiro Leone? ¿Quién es ese joven que salvó su vida gracias a la biblioteca de El Tata? ¿A quién le habla el narrador en segunda persona? Pero sobre todo, ¿qué representa el fuego para todos ellos?».

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Un hallazgo literario

Un hallazgo literario

Por Clara Medina

La Revista – Diario El Universo

Óscar Vela no es un recién llegado a la literatura. Pero yo recién llego a su literatura. Y llego por su cuarta novela, Desnuda oscuridad, editada por Alfaguara, una obra que cautiva por su potente narrativa y por la temática que aborda: la historia de unos seres marginales, a quienes retrata, con acierto, en sus miserias, en sus desvaríos. Y como telón está una ciudad que es Quito. O que puede ser cualquier ciudad del mundo. Una ciudad que se traviste, que tiene un rostro oficial y muchos otros rostros ocultos, identidades sumergidas.

Nacido en Quito en 1968, doctor en Jurisprudencia y escritor, Vela es autor de las novelas El toro de la oración, La dimensión de las sombras, e Irene, las voces obscenas del desvarío. Y con toda esta experiencia previa, que incluye también una faceta de cuentista, publica Desnuda oscuridad, que data del 2011.

Es una pieza de un escritor que muestra madurez en la forma de contar, de construir los personajes que deambulan por las 234 páginas de las que está hecho este libro: un asesino, prostitutas, homosexuales, mendigos, falsos profetas, gente de baja ralea, personajes de doble vida, con historias sórdidas, pero edificados con matices que los vuelven literariamente ricos, fuertes en su fragilidad, diversos en su complejidad, arropados (o desamparados quizá sea mejor decir) por una ciudad que siempre se enmascara, para esconder, tal vez, sus dolorosas realidades.

Los personajes están conectados entre sí y poco a poco el lector lo devela. Ariel, Imelda, Sócrates o Moarry forman parte de un engranaje. El libro es como un rompecabezas, armado con recursos temporales, con presente y pasado. Por ese motivo, la historia de cada personaje está fechada. Quien lee, va juntando cada una de las piezas, recomponiendo esas historias personales, mínimas, hasta completar una visión amplia. Un universo poblado de sombras, de fango, al que se asiste quizá con dolor, con sorpresa. Pero también con la satisfacción que otorga el haberse encontrado con unas páginas escritas con solvencia.

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Una ciudad “chocante” retrata el libro de Óscar Vela

Una ciudad “chocante” retrata el libro de Óscar Vela

Diario El Telégrafo

“Desnuda oscuridad” es la novela, editada por Alfaguara, con la que Óscar Vela obtuvo el premio nacional de literatura Joaquín Gallegos Lara, edición 2011. El trabajo fue publicado en junio del año pasado y es la cuarta creación del escritor, quien ya había recibido hace tres años un reconocimiento internacional por sus cuentos.

Se trata de la primera entrega de una trilogía y retrata el submundo que muchas veces está invisibilizado o que no aceptamos ni siquiera que exista; es una muestra de la otra cara de la ciudad de Quito, cuyas alcantarillas, túneles y barrios escondidos en lo recóndito son frecuentados por esos seres expertos en  los vicios y el asesinato. Personajes que terminan configurando una religión a la medida de sus desviaciones. Una multitud de seres solitarios anunciando que la miseria los rodea.

Está estructurada alrededor de cuatro historias, en donde Ariel aparece en la primera parte encarnando a un criminal cruel, la sombra de un espectro del pasado en plena descomposición, quien demuestra que su mayor afán es reafirmar su personalidad y enterrar los monstruos del pasado que permanecen atormentándolo; Sócrates interviene y representa a ese personaje sumido en la miseria que acepta investigar a una secta a cambio de su libertad; Moarry es el ser invisible, viejo titiritero, albino, quien maneja las vidas de todos para bien o para mal insertando al lector en ese bajo mundo de la mendicidad.

Moarry es el personaje que conectará a los demás e Imelda, mujer irresistible, letal, personifica a ese ser incestuoso. Todos ellos engullidos por el inframundo de la obra.

“Hay distintas voces narrativas, la idea fue darle una dinámica, sobre todo por la temática de las escenas, lo primero fue hacer que uno de los personajes hable desde dentro, mirándose a un espejo, remarcando lo ya vivido, pero reprochándose una y otra vez, convergiendo entre su pasado, su paranoia y su realidad, mientras que los otros tres personajes se desarrollan entre la primera y tercera persona, jugando especialmente  con saltos temporales”, explica  Vela.

Marco González, librero de Mr. Books, dice: “Celebro la aparición de Desnuda oscuridad. La recibí con entusiasmo, seguro de que deleitará a diversos públicos marcando positivamente la carrera de su autor”.

La obra confirma la certeza de Sábato de que hay cierta belleza en el horror, provocando un aturdimiento, un miedo, un vértigo narrativo; hasta puede resultar en ciertas ocasiones repugnante o nocivo, según los gustos y deleites de cada uno de los lectores, debido a la severidad de la temática planteada.

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Comentarios sobre «Desnuda oscuridad»

Comentarios sobre «Desnuda oscuridad»

No solamente por la destreza de la ambientación en submundos sórdidos y secretos, sino también por la pulcritud del relato, la fuerza de los personajes y la prolijidad en el manejo de lugares y tiempos, la obra de Oscar Vela confirma la certeza de Ernesto Sábato de que -hay una cierta belleza en el horror.

Jorge Ortiz


 

Mientras leía “Desnuda Oscuridad”, unas veces me sentía un dios todopoderoso y otras, un mendigo purulento; en ambas formas sentí comodidad. Esta comodidad aparece cuando las palabras son las correctas, cuando la historia te abraza y los conceptos hacen sentido. He soñado con un par de personajes de la novela. Todavía no me dejan encender la luz.

Rafael Lugo


 

Como lector, celebro la aparición de Desnuda oscuridad, novela que me mantuvo en vilo durante su lectura. La delineación precisa de la trama, los personajes y los escenarios, ha prolongado el placer del texto leído durante varias semanas.

La fría ambigüedad de Ariel-Andrea me estremeció cada vez que aparecieron en escena, ya sea para acogotar a un andrógino que le recuerda a sí mismo o para aludir a su perverso maestro Moarry o a la incestuosa Imelda. La peligrosa labor que le permitirá a Sócrates, alias Azarías, salvar su vida, nos conduce hasta los intestinos de la ciudad, antípoda sucia de la colina del norte opulenta y cocainómana. Todo bajo la mirada de un aciago demiurgo o Gran Dios inclemente y ávido de sangre.

La secta de los cuvivíes humanos y suicidas nos sumergen en la profundidad de la mísera ciudad hasta las frías aguas de Ozogoche, forjando una bellísima metáfora de la sociedad actual: autómata e irreflexiva.

Como librero, recibo con entusiasmo a Desnuda oscuridad, seguro de que su lectura deleitará a diversos públicos y marcará positivamente la carrera literaria de su autor.

Marco González E., Librero de Mr. Books.


 

Desnuda oscuridad es una novela que parece inspirada en el “Infierno” de Dante.  Con un estilo ajustado y preciso, natural y seguro, a través de voces que se pliegan y repliegan, Oscar Vela nos cuenta la  abyección en una sociedad donde no hay resquicio para la bondad. Desnuda oscuridad es la historia de la bajeza humana contada por los mismos personajes que pueblan y encarnan el mal como si fuera la forma esencial de la virtud humana.  Las tinieblas, que pueden anunciar el amanecer o el repudio de un Dios que remite a su misericordia, como en la clásica figura de la “noche oscura del alma”, están ausentes. Tampoco hay ceguera física para presentar la visión sabia de un Edipo. La vocación del sinsentido empuja a los personajes simbolizados en los pájaros “cuvivíes”  que recorren miles de kilómetros para suicidarse en las aguas de la laguna de Ozogoche: la seducción de la muerte y la revelación de la nada.  Por  sus páginas y a través de una acumulación de crímenes, violaciones y máscaras,  seres amorales deambulan por un laberinto donde todo comienzo no es el inicio de un final sino la reiteración de que la perversión es una faceta bastante normal de la vida y debemos saberlo.

Juan Manuel Rodríguez, catedrático universitario y escritor

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Un teatro dirigido desde el inframundo

Un teatro dirigido desde el inframundo

Revista Vanguardia

Diario La Hora

DESNUDA OSCURIDAD
NOVELA
Óscar Vela
Editorial Alfaguara
234 páginas

Desnuda Oscuridad es la cuarta novela de Oscar Vela (Quito, 1968). En una ciudad decadente hay en un mundo subterráneo, allí se ensambla un relato de ficción complejo y misterioso.

Hace siete años, un veinteañero se dedicó a matar homosexuales de clase media y media alta en Quito. Fue atrapado y actualmente está en la cárcel. Ese personaje actuó como detonante en la pluma de Oscar Vela. Aunque no encontró en él más que un criminal sin complejidad sicológica, supo construir uno: Ariel. Su vida es sólo una de las cuatro que atraviesan por Desnuda Oscuridad. 

Esta novela es tan compleja e imbricada como la ciudad donde transcurre. Quito se desdibuja de forma tenue para ser cualquier ciudad del mundo, bajo sus calles, en Megalópolis, la ciudad de los desvalidos, hay una vida subterránea, gobernada por una secta de mendigos. Aunque roban, son más que ladrones, son los seguidores de una secta que cree en la muerte mística. Sobre el laberinto de la secta están Sócrates y Ariel que, sin saberlo, son dos fichas de un ajedrez que se juega desde ese submundo. 

El gran titiritero de esta historia es Moarry. Un albino que aparece en la vida de Ariel cuando éste es, apenas, un adolescente enamorado de su hermana Imelda. Entre ellos hay una relación erótica, que para Imelda es sólo un juego, pero descoloca a Ariel hasta querer con todas sus fuerzas ser ella. Imelda es también quien arrastra el destino de Sócrates, juntos huyeron a la ciudad cuando ella era una adolescente. Mientras Ariel guarda un impulso destructor que no limita sus fuerzas para matar homosexuales; Sócrates, que asesinó a un hombre,  se convierte en espía de la secta, a cambio de recuperar su libertad.  Moarry no sale nunca de la vida de Ariel, él  lo huele, siente su presencia aunque no esté. Imelda es quizá el personaje más inasible, no está presente sino en los recuerdos. Es la causante de mucho de lo que ocurre, pero no está sino en una escena. Lo poco que se lee de ella es absolutamente seductor, desde niña se revela como una bomba sexual y una experta manipuladora. Pero ni una de sus razones está en este libro.   

Las historias de Ariel y Sócrates transcurren con trece años de diferencia. Y cada capítulo es una voz, pues cada personaje vive —o cuenta— su parte de la historia. Es un tejido exquisito, un rompecabezas tridimensional que se va ensamblando a medida que avanza el relato. Oscar Vela logra mantener el ritmo de la narración con microhistorias que ayudan a construir el relato principal, como la de Teo que, sin ser un protagonista, es el mendigo que guía a Sócrates por los secretos de la secta. 

Oscar Vela sabe construir atmósferas tan densas como los personajes. Su ciudad es nocturna, mezquina y decadente. No hay redención posible, tampoco la busca. La oscuridad es el líquido amniótico donde flotan los personajes, fuera de ella no tendrían sentido.  

Aunque hay un final, Desnuda Oscuridad no termina en este libro. El círculo se cierra sobre Ariel, pero Oscar Vela, gran lector del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, quiso crear una historia con aliento suficiente para extenderse en dos libros más. Quedan pendientes dos vidas que contar: Moarry e Imelda.

 

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Vela y su alegoría de la urbe y el mal

Vela y su alegoría de la urbe y el mal

Diario El Comercio

A Óscar Vela le gustan las novelas urbanas y que no son planas, los libros que exigen al lector y que lo hacen cómplice del viaje del autor. Y a partir de eso, de sus lecturas, sus influencias y sus búsquedas personales, Vela propone ‘Desnuda oscuridad’, su más reciente novela, pensada como la primera parte de una trilogía.

En este libro, publicado por Alfaguara, el autor invita al lector a un universo de personajes de rica construcción psicológica, y a más que a caminar, a conversar con ese Quito de bares y cafés –reconocibles para quien camina por La Mariscal o va una noche al Dionisios–, con el Quito de departamentos en colinas o con el Quito que viste las ropas raídas del mendigo, el quel que conspira desde las alcantarillas.

El relato parte de una historia real, pero es la ficción que Vela supo construir con palabras, la que envuelve al lector. La novela inicia con un crimen, sigue los pasos de un asesino de homosexuales, habla de una secta gnóstica que profesa ‘la muerte mística’, descubre una mafia de mendigos delincuentes, se arma desde un cruce de historias. Pero, sobre todo, consigue una alegoría que muestra, en los sórdidos ambientes de una ciudad travestida, los monstruos que habitan tras las máscaras de sus habitantes.

Pero la perspectiva de Vela no juzga al monstruo, más bien busca reconocerlo como un semejante. Vela busca meter al lector de esta historia en el interior de sus personajes, que convivan, que compartan sentimientos; que las reflexiones de Ariel, las sospechas de Teo, los recuerdos de Sócrates existan en la mente de quien recorra las páginas.

Y el autor lo consigue mediante los narradores que emplea para cada personaje: la interpelación desde una segunda persona para Ariel, la voz en primera persona para Teo, la confesión o el informe para Sócrates. O esa forma espectral de presentar a Moarry, el ‘dios’ que controla a todos, y esa atracción serpentina, poderosa y letal, que proyecta Imelda.

En esos personajes y en esos espacios, Vela busca siempre el más allá, traspasar lo evidente, conocer sus pasados, mostrar lo que esconde el asfalto.

La estructura del relato responde a cómo funciona la memoria: saltando y volviendo en el tiempo, recogiendo experiencias, irrumpiendo situaciones, construyendo el perfil psicológico de los personajes. Los acontecimientos se desarrollan a mediados de los ochenta, y a finales de los noventa. Al momento uno sigue a los personajes en sus incursiones subterráneas, al siguiente vuelve a un pueblo perdido, como quien vuelve a la infancia, al trauma… Pero hay también pasajes que carecen de tiempo y espacio, que se dibujan y se difuminan, como ilusiones.

Es que ‘Desnuda oscuridad’ funciona como un espejo distorsionante, que muestra en el esperpento del reflejo, esa perversión que ha superado cualquier índice de bondad.

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“Desnuda Oscuridad” de Oscar Vela

“Desnuda Oscuridad” de Oscar Vela

Por Juana Neira Malo

Oscar Vela es un escritor que pertenece  a las nuevas voces de la narrativa ecuatoriana, con una propuesta diferente y contemporánea.

“Desnuda Oscuridad”, su más reciente novela, que es la primera de una trilogía. En ésta encontramos cuatro historias que se entrelazan, varios personajes como Ariel, atroz criminal; Sócrates, un hombre que vive en la miseria; Moarry, un invisible titiritero que en mi lectura, resulta un personaje fundamental en el  desarrollo de la obra que manipula a su manera el hilo conductor de la misma y sus personajes.

Un personaje fundamental es la ciudad de Quito, que se covierte en un laberinto con vericuetos sórdidos y oscuros por los que deambula la historia. Los rostros surgen de las sombras, de la noche, escenarios sórdidos y complejos que nos revelan una realidad estremecedora que se refugia en las entrañas de la ciudad, la misma, que puede ser cualquiera del mundo contemporáneo.

Historia que muerde y provoca, que mueve y conmueve, voces telúricas que sin duda alguna, nos cuestionan  y nos atrapan en un vértigo sin tregua que Oscar Vela nos deja sin aliento.

No nos podemos quedar sin leer “Desnuda Oscuridad” del escritor ecuatoriano Oscar Vela, solo así, sabremos cuan intensas son las sombras de la vida misma y de la condición humana.

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