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Un segundo

Un segundo

Si te ofrecen un segundo, acéptalo. A lo mejor alguna vez lo necesitarás para alcanzar la luz después de una noche de sueños inquietantes. O, quizás, cuando el sol ha estado a punto de abrasarte, anhelarás que llegue ese segundo en que las sombras pasan a dominarlo todo. Acéptalo porque podría ser suficiente para despertar deslumbrado por una claridad excepcional. Acéptalo porque ese segundo bien podría ser indispensable para fundirte en la oscuridad cuando desees ocultar tus tristezas, cuando quieras exaltar tus pasiones o, simplemente, reconocer tu interior.

Si te ofrecen un segundo, consérvalo como un homenaje a las víctimas de la civilización que asola pueblos enteros, a los caídos en las guerras que estallan a diario, a los inocentes que han muerto por ataques terroristas, a los seres que han sido abatidos por las balas cobardes de los asesinos, a los desmembrados por las minas enterradas en los campos, o a los ejecutados por dioses embriagados de poder, pues ese es el tiempo que les habrá tomado a todos esos desafortunados encontrarse con la muerte.

Si te ofrecen un segundo imagina que alguien te ha entregado el último latido de su  corazón, que te ha regalado el estertor final de sus órganos, que ha puesto en tus manos su dignidad, su libertad, sus fortalezas y debilidades, sus posesiones y sus necesidades, y que aquel segundo es lo que le queda a esa persona para reir a tu lado, para suspirar, para parpadear o saborear, para besar, para ofrecer una caricia, para llorar, para amar o tan sólo para partir.

Si te ofrecen un segundo, no lo rechaces jamás. Piensa que hay otras personas que en ese mismo instante darían cualquier cosa por tenerlo: un hijo por abrazar a su padre antes del fin, una madre por mirar a su hija sana y no devastada por la enfermedad, un soñador por observar una vez más el amanecer, un naúfrago por escuchar el rumor del oleaje en tierra firme, un tirano por aferrarse al poder, un avaro por amasar mayores fortunas, un convicto por echar abajo todas las paredes, un condenado por no dar un paso más en el corredor de la muerte, una mujer por no ser ultrajada, un hombre por no ser humillado frente a los suyos.

Si te ofrecen un segundo acéptalo con humildad y sé merecedor de él, no sea que más tarde recibas esa llamada alarmante o te silencien aquellas palabras implacables, no sea que te sorprenda un grito aterrador o te despiertes tan sólo en el impacto final.  Acéptalo y aprovéchalo como si fuera el último, pues en un segundo todo podría desmoronarse, y sólo entonces comprenderías que ese minúsculo fragmento de tiempo, frágil como la existencia, era justamente el umbral entre la felicidad incompleta que tenías al alcance de las manos, y el desamparo y la soledad que te embarga hoy.

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Verdaderos estadistas

Verdaderos estadistas

El doctor Rodrigo Borja en su obra Enciclopedia de la Política dice que el estadista “es el hombre de Estado, gobernante serio y eficaz, que domina las ciencias políticas y además el arte de conducir a los pueblos. Es el teórico y práctico del poder. No todo político es o puede ser estadista.” A continuación del concepto enunciado, el doctor Borja menciona aquello que Abraham Lincoln dijo alguna vez haciendo una comparación entre el político y el estadista: “…el político se preocupa de las próximas elecciones mientras que el estadista se preocupa de las próximas generaciones”.

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Un ángel en la oscuridad

Un ángel en la oscuridad

Con demasiada frecuencia, las hazañas de los verdaderos héroes se quedan atrapadas sin salida en los pasadizos más oscuros de la historia. A finales del siglo XX, cuando ella era una anciana postrada en una silla de ruedas, se conoció la historia de Irena Sendler, la mujer polaca que salvó la vida de 2.500  niños durante la ocupación alemana a su país en la segunda guerra mundial.

Nació en 1910. Fue una enfermera y trabajadora social cuya historia desapareció entre la truculenta censura literaria e informativa impuesta por el comunismo de la posguerra en varios países europeos. Sin embargo, en 1999, un grupo de estudiantes de Kansas descubrió su nombre mientras hacía un trabajo sobre los héroes del holocausto. Más tarde, su compatriota, Anna Mieszkwoska, publicó la existosa novela “La madre de los niños del holocausto” revelando los pormenores de su insólita historia. En el 2009 su vida fue llevada al cine con el estreno de la película: “El valiente corazón de Irena Sendler”.

Esta extraordinaria mujer tuvo una vida comprometida con el servicio social y la asistencia a los más desvalidos. Con la rendición de Polonia en septiembre de 1939 y la ocupación alemana, se reorganizó la situación de los habitantes de Varsovia en barrios que los dividían según su origen: alemanes, polacos y judíos. Irena logró entrar como enfermera voluntaria en el gueto judío. Allí, ante la miseria y la muerte diaria por inanición y enfermedades contagiosas, ella comprendió que el destino inevitable de esos 400.000 judíos era la muerte. Entonces, aprovechándose de la preocupación alemana por un brote de cólera dentro del gueto, organizó los grupos de ayuda y separó a los niños para sacarlos del barrio de las formas más insospechadas: en ataúdes, cajas de herramientas, envueltos en ropas supuestamente infectadas, e incluso como víctimas agonizantes de brotes infecciosos. Pero además de su coraje y osadía, Irena tuvo la precaución de anotar los datos exactos de cada niño que salía del gueto, y enterró esos datos en botes de vidrio debajo de un árbol.

Cuando fue arrestada, torturada (le rompieron los huesos de las piernas y los pies), y condenada a  muerte, jamás reveló la identidad de los niños ni delató a sus cómplices. El día de su ejecución, de modo sorpresivo, el agente que la conducía al lugar designado para eliminarla la liberó. Se supo más tarde que la resistencia lo había sobornado para que no se perdieran con ella los nombres de los niños rescatados. Al finalizar la guerra, esos 2.500 niños recuperaron sus identidades y los que habían perdido a sus padres fueron adoptados en distintos países de Europa.

La humanidad está obligada a recordar siempre a Irena Sendler, uno de los ángeles que iluminan de vez en cuando la oscuridad de los tiempos.

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Sumisión ideológica

Sumisión ideológica

La ideología es un sistema de pensamiento propio del ser humano que se compone de ideas o principios sobre la realidad que nos rodea, y que es aplicada de forma consciente en las distintas actividades de la vida ya sean estas políticas, económicas, religiosas, culturales, sociales, recreativas, entre otras.

Por desgracia, en este complejo sistema del pensamiento hay áreas de mayor sensibilidad que, empujadas hacia el umbral de la intolerancia, suelen atrofiar de forma temporal o incluso inutilizar los otros circuitos de la razón.

La ideología aplicada a las doctrinas políticas o a las creencias religiosas (también incluidas allí la anarquía y el descreimiento), son las áreas que revisten mayor riesgo para el cerebro del ser humano cuando se invade con ellas los tenebrosos territorios del fanatismo y, en consecuencia, se deja abandonadas las parcelas de la ecuanimidad, el respeto por los demás y la razón.

No deja de sorprender, por ejemplo, la postura “ideológica” de ciertas personas que en pleno siglo XXI se declaran leninistas, estalinistas o neo fascistas, haciendo gala de una clamorosa ignorancia respecto de los crímenes cometidos por esos personajes y movimientos políticos durante el siglo pasado, o, quizá, y esto sería lo más inquietante, lo hacen a posta, con pleno conocimiento de sus acciones delincuenciales. A propósito, hace algunas semanas me produjo vergüenza ajena escuchar a la dirigente de un partido político local que se proclamó “seguidora ferviente de Stalin”. Cuando el periodista le dijo que si ella conocía los horrores que se le atribuyen al personaje, se produjo un breve silencio al que le siguió una especie de balbuceo de la dirigente que solo atinó a negar rotundamente la muerte de millones de personas en el régimen estalinista. Todavía me pregunto: ¿había de verdad una ideología política en esa joven o, simplemente, repetía las letanías y consignas de sus líderes sin ningún tipo de reflexión propia?

La sumisión ideológica llega a contradicciones increíbles como la de aquellas personas que juzgan los crímenes y persecuciones políticas de regímenes como los de Pinochet, Videla, Batista, Franco o Trujillo, entre los más representativos totalitarismos de derecha, pero aplauden, alaban o, al menos, hacen un silencio cómplice y miran hacia otro lado ante los mismos actos cometidos por dictaduras de izquierda como las de Lenin, Stalin, Castro o Maduro.

Aquellos que en su momento justificaron la execrable e injustificada campaña bélica emprendida por el trío mortal de Bush, Aznar y Blair contra Irak, son los que en distintos momentos de la historia han condenado y perseguido hasta exterminar a otros tiranos como Hussein, Gadafi o Bin Laden.

Los cortocircuitos ideológicos provocados por el fanatismo político no tienen límites. La razón está precisamente en la sinrazón, es decir, en la insensata aceptación de una sola doctrina y, por consiguiente, el equívoco de creer que existe una sola verdad.

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Sumisión

Sumisión

No voy a hablar en este espacio del concepto de la palabra sumisión, tampoco del adjetivo al que tanto se ha hecho referencia en los últimos días. Distinto sería el caso si es que la manoseada palabreja hubiera sido usada con una connotación sexual, pero tratándose de alguien que se ha definido a sí misma como sumisa refiriéndose a su obediencia, docilidad y rendición frente a otra u otras personas en órdenes que no corresponden a los de la alcoba, todo resulta tan patético que no merece la pena gastar más tiempo en ese incidente.

Por eso mejor paso a hablar de ‘Sumisión’, la nueva novela que publicó hace pocas semanas el autor Michael Houellebecq, uno de los últimos escritores malditos de la literatura contemporánea. Desde antes de su lanzamiento oficial en Francia, que debió suspenderse por los ataques contra el semanario Charlie Hebdo, la novela ya provocó un remezón entre los franceses que conocían por anticipado la trama general de la obra: la islamización del país en todos los órdenes de la vida.

Por supuesto que los crímenes de los periodistas y las continuas escenas de crueldad protagonizadas por miembros del Estado Islámico y otros grupos yihadistas, potenciaron el morbo que traía la nueva novela de Houellebecq, pero también es cierto que este autor no necesita de la ayuda de factores exógenos para estremecer los cimientos de la sociedad con sus libros. Bastaba saber -como se supo con la debida antelación- que la novela pintaba un escenario apocalíptico en especial para los judíos, católicos y cristianos practicantes, no tanto para ciertos políticos que, como se los retrata en ‘Sumisión’, son capaces de adaptarse a cualquier circunstancia (incluso la de convertirse al islam) con tal de mantenerse cerca del poder o de aspirar en el futuro a él.

Houellebecq, que tiene escolta oficial pagada por el gobierno desde enero de 2015, es un escritor inteligente e insidioso que no desperdicia la oportunidad de criticar a la sociedad actual, en especial a la europea, en sus obras. Sin embargo, con ‘Sumisión’ ha conseguido un impacto sin precedentes, pues la novela (a la que muchos leen en su país como un tratado de ciencias políticas), está en manos no sólo de los ávidos aficionados a la literatura sino de muchos políticos franceses que se ven retratados en ‘Sumisión’ (con sus nombres y apellidos reales) en la futurista escena electoral del año 2022.

El eje central de la obra, más allá de la futura conquista islámica de los poderes formales y también de poderes fácticos como los de la prestigiosa e influyente Universidad de La Sorbona, se centra en la conversión religiosa de los franceses que abandonan poco a poco el catolicismo y el judaísmo para abrazar la fe musulmana. Y aunque este cambio crea situaciones tan radicales como el aparecimiento del velo obligatorio para todas las mujeres y la eliminación de las faldas y cualquier prenda provocativa, al parecer el pueblo está adormecido y no todo se percibe como un desastre.

 

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Prohibido prohibir

Prohibido prohibir

Cuarenta y siete años después de la revuelta de París en “Mayo del 68”, el mítico lema, ‘Prohibido Prohibir’, se ha convertido en un vago slogan publicitario que evoca cierta añoranza hacia una época marcada más por el romanticismo de la rebeldía juvenil que por los cambios históricos concretos que se alcanzaron.

La rebelión estudiantil, a la que se sumaron días después las centrales de trabajadores y organizaciones sindicales en una huelga general, tuvo entre sus hitos principales algunas conquistas en el orden laboral, el reconocimiento de los derehos de la mujer, y el cuestionamiento de la autoridad tanto en lo político, como en el sistema de enseñanza. Sin embargo, el poder y el autoritarismo apenas sufrieron cambios epidérmicos como consecuencia de la famosa revuelta.

De hecho, pese a que el debate se centró de manera especial en contra de la autoridad en distintos ámbitos, poco es lo que se consiguió aquel “Mayo del 68” en cuanto al nuevo orden político mundial, además de varias frases y grafitis que se convirtieron en íconos de los levantamientos sociales del futuro. Entre las más famosas que se recuerdan de aquellos días están: “Las paredes tienen orejas. Vuestras orejas tienen paredes”, “La barricada cierra la calle pero abre el camino”, y, por supuesto, la tan renombrada: “Prohibido prohibir”.

Pero, en el fondo, ¿qué sucedió con estos lemas tan potentes, cargados de fuerza ideológica y ansias contestatatrias? En Francia, por ejemplo, más allá de los logros mencionados, surgió una nueva izquierda, aunque pocas semanas después se prohibieron todas las manifestaciones de esta tendencia; los estudiantes regresaron a las aulas, y en las primeras elecciones celebradas a raíz de la revuelta, triunfaron otra vez los aliados del general Charles DeGaulle que, de todos modos, tendría sus días contados al mando de la República francesa.

En el resto de europa el poder no sufrió cambios importantes derivados del “Mayo del 68”, y en Latinoamérica, por el contrario, se consolidaron y nacieron varias dictaduras de izquierda y de derecha configurando así las décadas más oscuras del continente en contra de las libertades y de los derechos fundamentales del hombre.

De modo que aquella consigna del “Prohibido prohibir”, tuvo mayor impacto en lo emocional e intelectual que en un cambio real del orden instituido. Basta recordar algunos eventos históricos posteriores del siglo XX y del XXI para confirmar que prevalecieron tras ellos las prohibiciones y el menoscabo de las libertades individuales a favor, supuestamente, de las mayorías: migración, seguridad, libertad de opinión, libre tránsito, igualdad, son algunos de los derechos que se encuentran en franca y permanente violación.

Nunca debemos olvidar que las revoluciones cimentadas en frases retóricas y lemas prefabricados no han llegado a trascender históricamente sino cuando han estado acompañadas por cambios sociales profundos en beneficio de cada uno de sus individuos.

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Las 50 sombras del buey

Las 50 sombras del buey

A pesar de que la celebración del día del libro ya es agua pasada, siempre es un buen momento para regalar un libro a quien se aprecia y se valora, pues el libro como obsequio lleva necesariamente implícito un voto de confianza a favor de esa persona.

Ahora bien, si usted es de aquellos que regala libros por salir del paso y sin ninguna consideración especial por el homenajeado, tenga cuidado pues aquel voto de confianza podría revertirse en su contra y en lugar del gracias correspondiente, podría caerle, como cualquier sábado por la mañana, una descarga de sapos, culebras y más alimañas. Le doy un ejemplo práctico: si usted regaló a alguien ‘Las 50 sombras de Grey’ porque escuchó o leyó en algún lugar que era genial y graciosa, es posible que esa persona le califique a usted para toda la eternidad de morbosa, caretuco, ojialegre, viejo verde, calentona o simplemente que se quede con la impronta de ignorante tatuada en la frente con tinta indeleble. Y lo peor es que usted ni siquiera se habrá enterado de que el libro que en realidad quería regalar, ése sí inteligente e hilarante, era ‘Las 50 sombras del buey’ (que no es precisamente autobiográfica).

También podría suceder que el beneficiario del regalo, que nunca antes leyó nada o lo máximo que leyó fue algo que le recordaba vagamente a unas venas sangrantes, se hubiera quedado deslumbrado por la obra del tal Grey. En ese caso usted, además de las gracias, podría recibir un nombramiento de altura en el Plan Familia de cualquier revolución conservadora como un homenaje sincero a la virginal Anastasia que, siguiendo las directrices del no-banano-antes-del masterado, sólo se entregó al hombre (un pelucón trasnochado en la larguísima noche neoyorkina), cuando estaba a punto de graduarse en la universidad, y eso porque ya había aprobado los cursos oficiales de ‘amor pleno II’ y ‘valores absolutos X’; y, digamos las cosas como son, también por que el tal Christian dicen que era guapísimo y riquísimo, y en consecuencia el futuro de la chica estaba garantizado por el pérfido capital del sátiro.

Por eso mejor le recomiendo asesorarse bien antes de regalar libros, no sea que termine siendo usted el próximo asesor adjunto 3 del ministerio de la felicidad perpetua. Y le recuerdo también que el libro de verdad se llama ‘Las 50 sombras del Buey’, y su autor es Rafael Lugo, un escritor irreverente y controvertido que profundiza con humor, aparente sabiduría y enorme ironía en temas como: Historia Sagrada, Urbanidad y Asimetría Sexual, Política y Bioviolencia, Buzón de Quejas y Mea Culpa. Eso sí, la obra está contraindicada para menores de edad, revolucionarios curuchupas, princesas o príncipes de papi o mami, adoradores de Grey o reencarnados de la santa inquisición. Si usted entra en una o más de estas clasificaciones no la lea nunca, pero si se valora a sí mismo y valora a alguien más, regale este libro antes de que salga la película y lo arruine por completo.

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No hay muerto bueno

No hay muerto bueno

Contrariando el dicho popular de que “no hay muerto malo”, el fiscal Alberto Nisman, fallecido en circunstancias escandalosamente extrañas en enero de 2015, se ha convertido en un fantasma demasiado incómodo y conflictivo para la mayoría de personas e instituciones que, de un modo u otro, se han visto salpicadas con su caso, en especial el gobierno y sus acólitos.

La fábula del suicidio de Nisman, en las circunstancias en que se produjo su muerte, no se la tragaba ni siquiera un grupo de párvulos de guardería, pero de todos modos algunos medios oficialistas y otros de oposición se han encargado de enturbiar las investigaciones y sembrar dudas allí donde solo hay certezas.

Lo cierto es que en los diez meses que lleva aproximadamente la investigación del suceso, el montaje teatral cambió su guión de forma radical y ya no se centró en lo que era obvio, el homicidio, sino que se enfocaron todas las luces al fondo del escenario, allí donde algún actor de reparto representaba al pasado del fallecido. Así, se descubrió de pronto que Alberto Nisman quizá no era un paladín de la justicia como parecía, pues se encontró una buena cantidad de dinero en una cuenta del extranjero no declarada en su país a nombre de su madre y de su hermana. También se susurra en los corredores de los medios de comunicación y de las propias cortes que el fiscal tenía en sus manos otros procesos “calientes” en contra de personajes importantes de la política argentina. Y por último, algún otro fantasioso lanzó la teoría de que Nisman tal vez se pegó el tiro jugando…

Todos estos argumentos: espurios, falaces, disparatados, solo han pretendido armar el caos y la confusión para desviar la atención del crimen hacia otros aspectos personales de la víctima y soltar una cortina de humo para encubrir a los principales sospechosos.

No debe extrañar a nadie que este crimen y su consiguiente escándalo mediático también hayan contribuido con los inesperados resultados electorales del domingo anterior en los que el candidato oficialista, Daniel Scioli, que a la luz de las encuestas gobiernistas iba a obtener una rotunda victoria en primera vuelta, se haya visto sorprendido por el ascenso vertiginoso de la candidatura de Mauricio Macri. Según ciertos analistas políticos el cambio repentino en la tendencia se produjo la semana anterior a la elección y por esa razón las encuestadoras no pudieron prever el resultado final. En el contexto político populista de la Argentina todas las excusas son parte del mismo cuento que se ha montado para mantener a flote un régimen que hace agua por todos su flancos.

Hay varias moralejas posibles en esta enorme fábula argentina, una para cada escándalo, para cada vergüenza nacional, para cada acto de corrupción, para cada fortuna adquirida de modo ilegítimo, pero al menos en lo que respecta al caso Nisman la lección parece ser que hay muertos que hacen más daño que los vivos, y frente a los vivos con poder, no hay muerto bueno.

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Niños con miedo

Niños con miedo

No son nuevas las imágenes de niños involucrados en actos de violencia cometidos por adultos. Las vemos todos los días en la prensa a propósito de Gaza, por ejemplo, en donde los menores de edad han aprendido a convivir en permanente estado de guerra. En esos parajes que a veces nos resultan tan distantes, el estruendo de las bombas y el olor metálico de la sangre derramada son parte de su entorno natural, de los juegos y de las pesadillas que nunca terminan al despertar.

También algo lejana se encuentra aquella historia de las doscientas niñas nigerianas que fueron secuestradas por el grupo terrorista Boko Haram. A finales del año 2014, meses después de su desaparición, el líder de los extremistas anunció que las niñas fueron convertidas al Islam y las casaron, pero además, esbozando una sonrisa perversa, les envió el siguiente mensaje a sus padres: «Si ustedes supieran el estado de sus hijas hoy, podrían… morir de pena».

Hace pocos días, dio la vuelta al mundo una fotografía originada en otro rincón distante del planeta, en Siria, con la imagen de una niña que se “rendía” con los brazos en alto ante la cámara de un periodista pensando que se trataba de un arma apuntándole. Otras imágenes icónicas han estremecido a la humanidad en su tiempo en distintos puntos geográficos: aquella de la niña desnuda quemada con napalm; la del pequeño africano ovillado, casi desvaído y en huesos, mientras un buitre lo contemplaba agonizando; la de aquel niño que caía abatido por una bala en los brazos de su padre que sólo imploraba piedad…

Pero también aquí en nuestro país en muchas ocasiones hemos sido testigos de imágenes desgarradoras de niños hambrientos, minadores, vendedores de la calle, adictos, abusados, y, como sucedió hace algunos días en La Trinitaria, niños desalojados de lo que ellos consideraban eran “sus hogares”, pequeñas covachas de caña que fueron arrasadas por tractores. Niños que contemplaban absortos, temerosos, el hundimiento de todo su entorno, incluída por supuesto la dignidad de sus padres.

¿Cómo les explicamos a esos niños que aquel desalojo se realizó, según las autoridades, al “amparo de la ley”? ¿Cómo podemos justificar la destrucción de sus casas por la protección de una zona ecológica? ¿Cómo pedirles que comprendan que en aquel acto innegablemente violento prevaleció un derecho medio ambiental por encima del derecho a “su vivienda”? ¿Cómo hacemos para que entiendan que a veces la ley no es necesariamente justa aunque pretenda ser legítima?

La primera zona de seguridad de un niño está en sus padres; la segunda, en su casa, aunque se trate tan sólo de un techo agrietado y de cuatro paredes de caña.  Si destruimos su casa y humillamos a sus padres, incluso cuando nos asiste la ley, nunca encontraremos respuestas adecuadas para todas las preguntas que rondarán en su cabeza el resto de la vida, y además seremos responsables de una sociedad en la que los niños tienen miedo, como en tantos lugares del mundo.

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Molinos de viento

Molinos de viento

Según Miguel de Cervantes, cuando don Quijote vió a lo lejos los molinos de viento comentó:  “la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas…”.

Este pasaje, uno de los más bellos y reconocidos del Quijote (incluso para aquellos que jamás lo han leído), vuelve permanentemente a mi cabeza cada vez que escucho a algún poderoso, ya sea éste instituido o fáctico, referirse a sus contrarios u opositores como enemigos, y a partir de aquel calificativo perverso, emprender una batalla ficticia.

Siempre me pareció que este episodio del Quijote no era precisamente el que resaltaba sus ideales aventureros por más delirantes que fueran, sino, por el contrario, el que lo descubría como un ser humano cualquiera, vulnerable e imperfecto, apresado por su vanidad y expuesto por aquel afán enfermizo de cortejo a Dulcinea. Cuál sería el asombro del escudero ante la insensatez del caballero que intentó disuadirlo de esta forma: “¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza. Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino.” Pero en ese momento no había poder sobre la tierra ni razonamiento alguno que detuviera las ansias de gloria de don Quijote.  Y de inmediato, lanza en ristre, se avalanzó sobre sus enemigos…

Lo mismo sucede en nuestra sociedad de tanto en tanto, especialmente cuando se teme perder el poder, cuando se anhela alcanzarlo por encima de todo y de todos, o cuando se necesita sumar adeptos para la causa. Entonces los poderosos de cualquier clase inventan un enemigo que resulta ser el doblez de ellos mismos, el negativo de su imagen, y son ellos los que le confieren ciertos poderes asombrosos, lo ensalzan y también lo satanizan, y una vez que el monstruo ha sido creado, visibilizado e identificado, se lanzan a destruirlo como lo hizo don Quijote.

Así se han construido las sociedades más desiguales; así se han fabricado las peores guerras que ha sufrido la humanidad; así se han cometido los crímenes más atroces; así se escribieron los libros sagrados, se concibieron los dioses y se fundaron los credos; así se amasan las grandes fortunas en desmedro de los que mueren de hambre; así se han consolidado los imperios y se ha aplastado a los más vulnerables; así se atemoriza a la población y se gana autoridad; así dominan a sus pueblos los miserables; así se aferran a sus cargos los incapaces; así ocultan sus trapacerías los corruptos; así se forjan los falsos héroes y se sepulta a los supuestos canallas; así, entre molinos de viento, se ocultan temores y se silencia a la verdad.

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