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JUAN BENIGNO VELA
“Quiero que el tiempo, la severa historia, si es que se ocupan de mi oscuro nombre, oh!, nunca digan que revés alguno hízome indigno. Digan que siempre por la Patria mía ruines favores rechacé indignado; que en la pobreza conservarme pude noble y altivo…”
Juan Benigno Vela Hervas (Ambato, 1843, 1920), fue un combativo político, escritor y abogado que defendió siempre la libertad y la democracia, especialmente en contra de los gobiernos dictatoriales de Gabriel García Moreno e Ignacio de Veintemilla.
Discípulo de Juan Montalvo, heredó no solo la escritura ácida y el fogoso temperamento del coterráneo, sino además aquella sangre rebelde que hervía ante las injusticias, los crímenes y los abusos del poder a los que se enfrentaron con la fuerza tempestuosa de sus palabras y con el peso irresistible de los ideales más justos. Así también conocieron ambos al tirano, enemigo poderoso que los hizo objeto de ataques, venganzas, apresamientos, exilios y persecuciones.
El destino, en un incomprensible y repentino viraje, condenó a Juan Benigno a la ceguera cuando apenas contaba con treinta y tres años. Semanas después, en un hecho más extraño aún, Vela perdió también el oído. Se dijo por allí, entre salmos, liturgias y plegarias, que el joven liberal suscribía la herejía, el ateísmo, la masonería y el anticlericalismo, y que éstos “vicios” habrían desembocado en la sentencia divina que lo había arrastrado a la oscuridad perpetua y al silencio impenetrable de los abismos.
Pero ni las limitaciones físicas ni los barrotes lo amedrentaron, pues aunque Juan Benigno se había convertido en un viejo roble desprovisto de luz y música, siguió fustigando al despotismo y denunciando a los corruptos en manifiestos libertarios como “El Combate”, “La Tribuna” y “El Pelayo”. Y para muestra de la firmeza de sus convicciones, de su inquebrantable vocación democrática y de sus sólidos principios, a pesar de su vínculo ideológico y de amistad con Eloy Alfaro, lo acusó y lo atacó con vehemencia durante el período en que éste se convirtió en dictador tras derrocar al gobierno de Lizardo García. A propósito dijo el ciego Vela cuando cayeron las críticas de sus compañeros liberales: “Yo no escribo por complacer a ningún círculo, no tengo ya caudillo; mis ideales han desaparecido; moriré con mis ideas, no esperen ustedes modificaciones en ellas.”
Falleció en 1920 víctima de una peste de tifus que asoló aquel año al centro del país. Veinte días antes había muerto por la misma enfermedad su hija Corina, y un día después del fallecimiento del ciego Vela, se fue también su hijo Cristóbal.
Si algún ejemplo nos queda de estos hombres es su entereza y decisión para combatir la tiranía aun a costa de sus vidas, su generosidad a la hora de enfrentarse al poder en nombre de la libertad y los valores democráticos, su valentía para seguir luchando con el arma de la pluma y la palabra incluso desde el exilio, desde una celda solitaria, desde sus propias tinieblas…
Oscar Vela Descalzo
PLUMAS QUE HIEREN
Me pregunto, ¿qué habría sucedido si la célebre y alegórica frase de Juan Montalvo a propósito de la muerte de Gabriel García Moreno, “mi pluma lo mató”, bajo los mismos supuestos, se hubiera pronunciado en el contexto actual del Ecuador? Imagino que al enorme escritor y pensador esas cuatro palabras le habrían ocasionado más de un problema legal, onerosas sanciones pecuniarias, una avalancha de ataques en las redes sociales y ejemplares condenas judiciales.
Similares consecuencias habría tenido hoy otro de los intelectuales combativos de la época, Juan Benigno Vela, al publicar sus lapidarios ataques libertarios, entre ellos su famoso testamento político contra los diputados gobiernistas en 1878. El ciego Vela dijo en esa ocasión: «Mando que, con parte de mis pequeños recursos se levante, en el salón donde se reunió el Congreso Constituyente, cuatro estatuas que representen: La Sabiduría, La Justicia, El Pudor y La Libertad, diosas que fueron ultrajadas y pisoteadas por los viles que traicionaron la voluntad de los ecuatorianos».
Hace pocos días, revisando un libro, encontré esto: “Es el caricaturista político más influyente del país, «un hombre capaz de causar la revocación de una ley, trastornar el fallo de un magistrado, tumbar a un alcalde o amenazar gravemente la estabilidad de un ministerio, y eso con las únicas armas del papel y la tinta china». Los políticos lo temen y el gobierno le hace homenajes.” El texto corresponde a la novela ‘Las Reputaciones’ del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. En esta incisiva y reveladora obra, su autor desbroza la realidad de la opinión y la crítica política en las sociedades modernas a través de un personaje de ficción cuyas caricaturas sacuden los cimientos del poder.
Hoy esas plumas ácidas de la palabra certera y la caricatura mordaz están en proceso de extinción. La opinión se encuentra condicionada, amarrada, amenazada y atemorizada. Vivimos una época de susceptibilidades extremas en la que todo, absolutamente todo lo que se diga o se insinúe, puede ser usado en contra del que hable, escriba o dibuje. Cualquier frase, cualquier trazo por nimio o inocente que parezca puede traer consecuencias legales a su autor que será acusado por las sensiblerías más absurdas. Esto es lo que ha sucedido los últimos días con Bonil y su última caricatura cuestionada, aquella en la que critica con ironía un aspecto particular de la nueva ley de identidad.
No existe en esa caricatura de Bonil ninguna afrenta contra nadie, ningún agravio, insulto, ataque o injuria contra un grupo específico o persona alguna. No hay un solo indicio que pudiera descubrir allí un acto discriminatorio u ofensivo. Pero, sin embargo, se le abrió un expediente y van otra vez detrás de él.
Las plumas que dan vida a las palabras o engendran imágenes en realidad no matan, pero sí hieren, tajan, rasgan, hincan, y en muchos casos aquellas punciones son vitales para el desarrollo de una sociedad libre y justa.
Oscar Vela Descalzo