Los marginados
El mes de diciembre, de rostro tan luminoso y festivo, tiene una contracara menos agradable, la de los marginados que afloran en estos tiempos buscando limosnas con el pretexto de la navidad.
La presencia abrumadora de niños y adultos que piden caridad en las calles (en realidad piden la “navidad”, una forma muy andina de mendigar), es parte de la paradójica y triste escenografía de todos los diciembres. El hecho de que nuestros sentidos se reaviven respecto de ellos, de su visibilidad repentina, no se debe tanto a los sentimientos más encomiables que llevamos dentro, como la compasión y la generosidad, sino a la confirmación cierta de que en estos días los marginados nos intimidan y nos apabullan. Mucha gente se molesta con ellos, especialmente los que salen de los almacenes cargados de paquetes y deudas y ya no les alcanza su capacidad para saciar el hambre del que extiende su mano sucia de modo impertinente mientras guardan sus regalos. También es cierto que para otra gente, diciembre despierta sentimientos positivos y, de algún modo, se comparte algo de lo que se tiene con los que menos tienen.
Pero también hay otros grupos humanos que son parte de esos seres marginados, aunque no sean del todo visibles ni siquiera en esta época del año. Creemos -de forma equivocada-, que los excluídos de la sociedad son exclusivamente aquellos que duermen debajo de los puentes recogidos entre cartones, los que se guardan de la lluvia o del frío nocturno en los portales o los que deambulan extraviados en las calles sin un hogar. Y no nos damos cuenta de que hay otras personas que necesitan de nosotros, de nuestro apoyo, de nuestro cariño, y no necesariamente de nuestro dinero ni tampoco alguna de aquellas cosas que nos sobran.
En ocasiones no nos enteramos de que hay alguien muy cercano que no pudo ir a la escuela pero que tiene ganas de aprender; alguien que espera una oportunidad para demostrarnos que sí puede hacerlo; alguien al que le daríamos la mayor alegría del día ofreciéndole una sonrisa o un abrazo; alguien que se sentiría mejor si le devolviéramos el saludo desde las alturas; alguien que esperaría ser tratado igual que los demás aunque se vea diferente o piense distinto…
Tendemos a pensar -también de forma equivocada-, que en esta época del año nos “toca” hacer una buena obra para cerrar en números azules el balance vital, para que el universo nos devuelva las mismas energías con las que clausuramos el ciclo, pero durante el resto del tiempo no somos capaces de devolverles la dignidad a los que la perdieron por nuestra culpa o por cuestiones ajenas a nosotros. No somos capaces de ayudar a recuperar la dignidad a los que no la conservan porque siempre han vivido aplastados. No somos capaces de auxiliar a los que nunca tuvieron dignidad porque han sido permanentemente humillados. No tenemos la capacidad de asistir a ninguno de ellos porque todos, de un modo u otro, somos cómplices de su marginación.