Sumisión ideológica
La ideología es un sistema de pensamiento propio del ser humano que se compone de ideas o principios sobre la realidad que nos rodea, y que es aplicada de forma consciente en las distintas actividades de la vida ya sean estas políticas, económicas, religiosas, culturales, sociales, recreativas, entre otras.
Por desgracia, en este complejo sistema del pensamiento hay áreas de mayor sensibilidad que, empujadas hacia el umbral de la intolerancia, suelen atrofiar de forma temporal o incluso inutilizar los otros circuitos de la razón.
La ideología aplicada a las doctrinas políticas o a las creencias religiosas (también incluidas allí la anarquía y el descreimiento), son las áreas que revisten mayor riesgo para el cerebro del ser humano cuando se invade con ellas los tenebrosos territorios del fanatismo y, en consecuencia, se deja abandonadas las parcelas de la ecuanimidad, el respeto por los demás y la razón.
No deja de sorprender, por ejemplo, la postura “ideológica” de ciertas personas que en pleno siglo XXI se declaran leninistas, estalinistas o neo fascistas, haciendo gala de una clamorosa ignorancia respecto de los crímenes cometidos por esos personajes y movimientos políticos durante el siglo pasado, o, quizá, y esto sería lo más inquietante, lo hacen a posta, con pleno conocimiento de sus acciones delincuenciales. A propósito, hace algunas semanas me produjo vergüenza ajena escuchar a la dirigente de un partido político local que se proclamó “seguidora ferviente de Stalin”. Cuando el periodista le dijo que si ella conocía los horrores que se le atribuyen al personaje, se produjo un breve silencio al que le siguió una especie de balbuceo de la dirigente que solo atinó a negar rotundamente la muerte de millones de personas en el régimen estalinista. Todavía me pregunto: ¿había de verdad una ideología política en esa joven o, simplemente, repetía las letanías y consignas de sus líderes sin ningún tipo de reflexión propia?
La sumisión ideológica llega a contradicciones increíbles como la de aquellas personas que juzgan los crímenes y persecuciones políticas de regímenes como los de Pinochet, Videla, Batista, Franco o Trujillo, entre los más representativos totalitarismos de derecha, pero aplauden, alaban o, al menos, hacen un silencio cómplice y miran hacia otro lado ante los mismos actos cometidos por dictaduras de izquierda como las de Lenin, Stalin, Castro o Maduro.
Aquellos que en su momento justificaron la execrable e injustificada campaña bélica emprendida por el trío mortal de Bush, Aznar y Blair contra Irak, son los que en distintos momentos de la historia han condenado y perseguido hasta exterminar a otros tiranos como Hussein, Gadafi o Bin Laden.
Los cortocircuitos ideológicos provocados por el fanatismo político no tienen límites. La razón está precisamente en la sinrazón, es decir, en la insensata aceptación de una sola doctrina y, por consiguiente, el equívoco de creer que existe una sola verdad.