Verdaderos estadistas
El doctor Rodrigo Borja en su obra Enciclopedia de la Política dice que el estadista “es el hombre de Estado, gobernante serio y eficaz, que domina las ciencias políticas y además el arte de conducir a los pueblos. Es el teórico y práctico del poder. No todo político es o puede ser estadista.” A continuación del concepto enunciado, el doctor Borja menciona aquello que Abraham Lincoln dijo alguna vez haciendo una comparación entre el político y el estadista: “…el político se preocupa de las próximas elecciones mientras que el estadista se preocupa de las próximas generaciones”.
Con una lectura rápida y un análisis apenas superficial de los conceptos citados podemos concluir con tristeza y resignación que en nuestro presente sobran los políticos (o los que dicen ser tales por ostentar un cargo o función pública) y también, por supuesto, que hay un vacío preocupante de estadistas o de aspirantes a convertirse en tales.
La clase política ecuatoriana actual en su gran mayoría es mediocre e improvisada, y ha llegado a ocupar espacios de poder no precisamente por sus dotes intelectuales y sus logros académicos, sino por su habilidad camaleónica para cambiar de color y acomodarse en su entorno según su propia conveniencia y, sobre todo, por aceptar de forma sumisa y obediente las órdenes del jefe de turno aunque éstas sean manifiestamente disparatadas, ilegales o ilegítimas. También proliferan por supuesto los políticos locales de tarima, esto es aquellos personajes populacheros que intentan contrarestar su escasa o nula preparación y conocimientos con atributos histriónicos, deportivos o artísticos. Obviamente ninguno de estos ejemplares es hoy ni será mañana un verdadero estadista.
También es cierto que las condiciones de confrontación barriobajera en que se desarrolla la política contemporánea del país contribuyen a acentuar esta carencia de líderes con una visión global de servicio público y con la mirada puesta siempre en los objetivos comunes de largo plazo, y no en los personales del día siguiente. Es probable que entre los pocos (poquísimos) políticos preparados y capaces que se encuentran en activo haya alguno o algunos que tengan las características necesarias para convertirse en futuros estadistas, pero la ausencia total de debate los invisibiliza por completo.
Por ahora seguimos esperando al humanista que gobierne a su pueblo con firmeza pero sin que sus decisiones vulneren jamás ninguno de los derechos fundamentales de los ciudadanos; seguimos esperando al político que respete y defienda de forma incondicional el Estado de derecho incluso por encima de sus ambiciones personales; seguimos esperando al gobernante serio y eficaz que sepa conducir el destino de la nación hacia un objetivo histórico de superación, estabilidad y desarrollo; seguimos esperando al líder que ejercerá su cargo con dignidad y altura en un ambiente de diálogo, respeto y conciliación.
Seguimos esperando a los verdaderos estadistas.