El color de la vida
Con las últimas tragedias que se han producido en países africanos como Nigeria o Kenia, ha quedado absolutamente claro que el mundo reacciona de forma distinta dependiendo del color de la piel de las víctimas. Para confirmar lo dicho basta recordar el despliegue informativo que se dio tras el ataque del mes de enero al semanario francés Charlie Hebdo en París. Todos nos estremecimos con aquella noticia. Algunos levantamos la voz contra el fanatismo y la intolerancia, a favor de la libertad de expresión y en solidaridad con los periodistas asesinados. Muchos, fuimos Charlie Hebdo.
Sin embargo, nueve meses antes, el grupo extremista Boko Haram había secuestrado a doscientas niñas en el norte de Nigeria y hasta hoy sus padres no han vuelto a saber de ellas. Muy pocos medios de comunicación dieron a la referida noticia la trascendencia que debía tener. Imaginemos sólo por un momento que esas doscientas niñas hubieran sido secuestradas en una escuela de los Estados Unidos o de Londres o Madrid. El alud noticioso y la respuesta bélica se habrían expandido por todos los rincones del planeta desde el primer día.
El 18 de marzo de este año un grupo terrorista del denominado Estado Islámico irrumpió en un museo de El Bardo, Túnez, y asesinó a 23 personas, entre ellas dos ciudadanos colombianos. La condena al brutal atentando, quizá por la presencia de las víctimas colombianas, tuvo mayor repercusión en occidente y nos acercó algo a una tragedia que, de otra forma, en este lado, resultaba lejana y de poca importancia.
A inicios del mes de abril, un comando de la agrupación yihadista Al Shabab acribilló a 148 estudiantes cristianos de la Universidad de Garissa, en Kenia. Este espantoso baño de sangre tampoco tuvo ni de cerca la cobertura informativa de la prensa en el atentado de París. De hecho casi todas las noticias y editoriales que se han producido luego del macabro hecho tienen relación con el ominoso silencio en que cayeron la mayoría de los líderes mundiales, prensa incluida, ante un crimen que debía conmover a toda la humanidad.
Pero la realidad del mundo es tan cruel y patética, racista y oprobiosa, que antes de soltar una lágrima o lanzar un grito de protesta, antes de escribir una nota o transmitirla, se mira el color de los muertos, y, en consecuencia, se actúa o se ignora.
La verdadera realidad de este mundo de mierda es que en África conviven 900 millones de personas divididas en 54 naciones, y entre los 48 estados con menor nivel de vida del planeta se encuentran 34 países africanos. La verdadera realidad es que en África mueren a diario miles de personas por hambre, sed, enfermedades y crímenes de lesa humanidad. La verdadera realidad es que a occidente le importan un carajo tragedias como éstas si todos los muertos son negros y no hay un pozo petrolero cercano. Por eso nadie o casi nadie ha levantado la voz para ser Kenia, Nigeria o, simplemente, un sospechoso de cualquier cosa por el color de su piel.