Antigua luz
Leer a John Banville siempre será una experiencia placentera y explosiva. Su última novela, Antigua Luz, nos sumerge, a través de la prosa pulida y refinada de este autor irlandés, en las aguas turbulentas de una relación prohibida, relación que se devela en la primera frase con un zarpazo de pronóstico grave a la conciencia del lector: “Bill Gray era mi mejor amigo y me enamoré de su madre. Puede que amor sea una palabra demasiado fuerte, pero no conozco ninguna más suave que pueda aplicarse”.
Así, desde el inicio, el lector se engancha en una historia salpicada de morbo y erotismo, entrelazada con la narrativa profunda e intensa de un autor de culto que escarba el alma del ser humano sin pudor alguno.
Y es que esta Antigua Luz es, de algún modo, la respuesta literaria al esperpento (y gran éxito de ventas) de las Cincuenta Sombras de Grey. La de Banville, una gran novela que aborda el tema sexual desde un punto de vista tan controvertido como el de la relación de la señora Gray, de treinta y cinco años de edad, con un joven de quince años; y la otra, una trama de telenovela barata, sobrada de sexo explícito, personajes hechos para la pantalla grande y aburridores lugares comunes.
En Antigua Luz, los encuentros clandestinos del pasado, tan sensuales como condenables, constituyen un ejercicio evocativo del narrador que, en ocasiones, llega a dudar de ciertos recuerdos que, o bien provienen del pasadizo de las fantasías, o se originan efectivamente en el rincón de las certezas. Precisamente allí, en el relativismo de la memoria de Alexander, se encuentra lo más sorpresivo de esta novela redonda, impúdica y azarosa.