Las reputaciones
Uno de los caricaturistas más influyentes del país está a punto de renunciar a su trabajo. Durante muchos años sus dibujos cargados de humor e ironía han sido capaces de enardecer al poder, de provocar la ira soberana, de revocar leyes, de remover funcionarios, de trastocar fallos judiciales e incluso de derrocar autoridades. Sin duda es un hombre importante, una voz autorizada y respetada, un guerrero armado con hojas de papel, frascos de tinta china, lapiceros y lo más importante, un enorme sentido del humor.
Cada vez que sus caricaturas se publican en la prensa, las reputaciones de los personajes dibujados por este artista se ven alteradas, en raras ocasiones para ensalzarlos y homenajearlos, casi siempre para ridiculizarlos y ponerlos en evidencia. Sus comentarios, ácidos y precisos, complemento importante pero no imprescindible para la crítica gráfica, normalmente dejan en las víctimas heridas profundas. El caricaturista además sabe que el humor le resulta incómodo al poder, y por eso lo usa cada día con inteligencia, como arma de ataque, por supuesto, pero también de defensa cuando esos poderosos han pretendido silenciarlo.
El caricaturista, tras enviar al diario el que quizá será su último trabajo, una vez más, como todos estos años, se ha preguntado: ¿De qué han servido sus caricaturas? ¿Acaso algo ha cambiado en el país por revelar un acto de corrupción o desemascarar a un político infame? ¿De qué la ha servido al dibujante arruinar la vida de un tipo perverso? Y por otra parte se sigue cuestionando si quizá no debió quedarse callado, si no era mejor hacerse el que no veía, el que no sabía, y dibujar puras pendejadas… ¿Qué habría sido peor, callar y convertirse en cómplice o denunciar con su lápiz y su histrionismo para bien del país?
Entonces él, presintiendo el final, se entregará a la tarea de remover sus recuerdos para encontrar respuestas, para intentar sacar conclusiones y hacer un balance final de ésta, su profesión, ligada por entero a una vida de monigotes narigones y labios profusos, de orejas elefantiásicas y cejas espesas, de barrigas abultadas y extremidades disparatadas, de garabatos y esperpentos, de carcajadas, y claro está, de un significativo poder de opinión pública.
Esta es en síntesis la trama de la nueva obra de Juan Gabriel Vásquez, “Las Reputaciones”, una novela corta e intensa con un personaje entrañable: Javier Mallarino, el caricaturista más respetado de Colombia, que ha entrado en la recta final de su profesión entre las reflexiones y las mortificaciones propias del que ha tenido la oportunidad de cambiar en algo el curso de la historia con su quehacer crítico e informativo, pero que en el fondo sospecha que sus caricaturas, más allá de arrancar iras o risas, no han cambiado nada.