Categoría: Reseñas

La invención del amor

La invención del amor

José Ovejero (Madrid, 1958), inventó una historia de amor a partir de una gran mentira. La trama empieza con una llamada telefónica equivocada que recibe Samuel en su apartamento. Desde el otro lado de la línea un desconocido pronuncia su nombre y luego le comenta de forma atropellada que Clara acaba de morir en un accidente automovilístico. Samuel no conoce a ninguna Clara, pero el desconocido no le da tiempo para decírselo. Después de hacer algunas averiguaciones sobre la infortunada mujer, Samuel se presenta en el velorio aparentando ser el amante acongojado por la muerte súbita de su amor furtivo. Sobreviene entonces una sucesión de enredos indispensables para que la supuesta historia pasional de la pareja sea creíble entre los personajes que rodean a la difunta.

“La Invención del Amor”, Premio Alfaguara 2013, es una obra de ficción estructurada a partir de los quiebres del azar y la farsa sostenida en el cinismo de Samuel, un personaje capaz de engatusar al lector a pesar de lo poco que puede ofrecer su vida anodina y tediosa. La riqueza de la obra, además de la limpieza del lenguaje y las ricas reflexiones internas, está en el doblez de la personalidad de un hombre corriente que se encuentra una vía de escape en la farsa de un amor prohibido que no fue pero que pudo ser. La imaginación morbosa del falso Samuel construirá de este modo una historia cuyas fisuras se irán cubriendo con nuevas invenciones.

Hace pocos días, Ovejero, autor consagrado y reconocido por sus obras de narrativa, ensayos y poética, empezó la extenuante gira promocional de la novela por los países de habla hispana. En su última comparecencia pública ante los lectores españoles, en plena feria del libro de Madrid, el autor contaba, entre varias anécdotas, la de una señora mayor que se acercó al stand en que se encontraba firmando ejemplares y, con cierta desconfianza, miró la portada de la obra y le dijo: “El amor no se inventa, se  vive”. Y luego, mientras se alejaba dejando el libro, añadió: “Yo lo he vivido”.

La rotunda verdad expuesta por la señora no admitiría mayores discrepancias, pero tratándose de una obra de ficción, vale la pena decir que Samuel, el personaje principal de Ovejero, sí se inventó el amor, y de qué forma…

Las novelas del Premio Alfaguara llegan a las librerías cada año precedidas por un sello que garantiza una cierta calidad literaria apuntalada por la seriedad de un concurso que no han apostado necesariamente por autores comerciales ya consagrados. Han salido de este premio novelas notables y también algunas absolutamente olvidables. “La Invención del Amor” es una caja de sorpresas originales y magnéticas, una historia de azares y pesares edificada con los cimientos de mentiras fabulosas.

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La conjura de los necios

La conjura de los necios

Una de las obras maestras de la literatura estadounidense es “La conjura de los necios”, escrita en 1962 por el joven John Kennedy Toole (Nueva Orleáns, 1937 – Biloxi, Mississipi, 1969). Esta hilarante caricatura de la clase media americana, retratada por el autor en un aura permanente de amargura y frustraciones, tiene como protagonista principal a Ignatius Reilly, un personaje desaliñado, anarquista, egoísta y pendenciero que, desde una perspectiva extremadamente particular, pretende revelarse contra una sociedad hundida en el consumismo  y la mediocridad más absurdos.

Ignatius Reilly es uno de esos personajes inolvidables de la literatura. Diseñado por su autor de manera magistral como un garabato obeso, sucio y malcriado al que le atribuye una personalidad arrolladora y delirante, es la encarnación del niño grande que el prototipo de los estadounienses de clase media lleva en su interior.

Escrita con gran sentido del humor y un punto de vista profundamente ácido y crítico, “La conjura de los necios” tiene la virtud de hacer reír al lector y, al mismo tiempo, sumirlo en el desconcierto y la tristeza de verse reflejado en la asfixiante sociedad contemporánea.

Los miedos irrisorios, la paranoia colectiva alentada por el sistema y la hilaridad satírica de los personajes y sus situaciones, son la constante de este clásico de la literatura contemporánea.

Pero la tragicomedia de esta obra genial de John Kennedy Toole no sólo está en los dobleces de sus páginas, sino especialmente en un nacimiento azaroso con varios rechazos editoriales, lo que, al parecer, llevó al autor, enfermo y desgastado, a sus treinta y dos años de edad, a quitarse la vida aspirando los vapores malditos del escape de su coche sin prever jamás el éxito universal que alcanzaría su obra.

Años después de su muerte, la propia madre de Toole deambulaba por las editoriales rogando que alguien pusiera los ojos en el manuscrito de “La conjura de los necios”. Finalmente, el autor Walter Percy se apasionó por la obra y ésta fue publicada en 1980. John Kennedy Toole y su novela recibieron en forma póstuma el Premio Pullitzer de ficción en 1981 y el premio a la mejor novela de lengua extranjera en Francia en el mismo año.

El talento de John Kennedy Toole se vió reflejado también en “La Biblia de Neón”, novela escrita por él a los dieciséis años de edad y que fue publicada después del éxito arrasador de la “La conjura de los necios”.

¿La muerte y el autor sellaron de este modo un curioso y tácito acuerdo? Nunca se conocerá la respuesta, pero la verdad es que el escritor decidió su destino final y, sus dos obras, injustamente condenadas por el comercio editorial al anonimato, salieron a la luz años más tarde para deleite de los lectores.

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Hot Sur

Hot Sur

Laura Restrepo

Planeta

 

La última novela de Laura Restrepo es un arma punzante capaz de herir mortalmente al lector. La escritora colombiana, autora de éxitos literarios como Delirio, Leopardo al Sol  y La Novia Oscura, entrega un thriller de atmósfera siniestra, narrativa estremecedora y personajes memorables.

María Paz, una joven latina que se busca la vida en los Estados Unidos, es el personaje central de la novela. Con su matrimonio creerá que ha alcanzado por fin el sueño americano, pero después de un confuso incidente en el barrio de clase baja en que reside, será acusada del homicidio de su esposo, Greg, un policía involucrado en negocios oscuros. Detenida injustamente, conocerá por dentro el infierno de la prisión. El contrapunto luminoso de su vida es Cleve, un profesor de literatura que la rescatará de las tinieblas antes de morir en un extraño accidente automovilistico. Sleepy Joe, un fanático religioso, es uno de esos personajes que los lectores no pueden olvidar fácilmente. A partir de su frustrada iniciación en una misteriosa secta juvenil, se descubrirá como un hombre violento y vulgar, cercano a Dios y poseído al mismo tiempo por una fuerza maligna, capaz de cometer los actos más horrorosos que la mente humana haya concebido.

Las injusticias de la migración, el amor y la compasión, el terror en su punto más álgido, suspenso y vértigo, utopías y esperanza, todos reunidos en una novela de extraordinaria calidad.

 

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Herejes en La Habana

Herejes en La Habana

En 1939, atracó frente a las costas de la Habana, Cuba, el trasatlántico S.S. Saint Louis, luego de una travesía desde Hamburgo, Alemania, transportando novecientos treinta y siete judíos que huían de la represión inicial del nazismo.  Los refugiados llevaban documentos migratorios obtenidos a través de varios funcionarios del gobierno cubano de Federico Brú.

Durante siete días el buque fondeó frente a las costas habaneras a la espera de las autorizaciones para que los judíos pudieran ingresar al país, sin embargo, desde el primer momento, la corrupción de funcionarios gubernamentales puso todo tipo de trabas para el desmbarco de los judíos. Finalmente, sólo veinte y tres personas pudieron ingresar al país luego de pagar fuertes sumas de dinero a los mencionados funcionarios. El resto vería desde la borda del trasatlántico, como se alejaban lentamente las costas de la isla cuando el S.S. Saint Louis partía nuevamente hacia aguas abiertas. Las escasas esperanzas de los refugiados se desvanecieron del todo pocos días después cuando los gobiernos de los Estados Unidos y de Canadá negaban también el acceso a sus territorios a los ocupantes del buque.

El S.S. Sain Louis regresó a Hamburgo y la gran mayoría de los judíos que viajaron en él murieron durante los años siguientes en los campos de concentración administrados por el regimen de Hitler.

Daniel Kaminsky es el personaje central de la novela “Herejes” del cubano Leonardo Padura, que en torno a este siniestro hecho histórico del Saint Louis y el trágico destino de sus ocupantes, teje la historia de un lienzo de Rembrandt que ha pertenecido por siglos a la familia Kaminsky y que en aquellos días de chantajes y oprobios, ha sido entregado a alguna persona en la isla para la liberación del padre, la madre y la hermana de Daniel que se encuentran en el buque. No obstante, esta historia del misterioso retrato solo será develada casi setenta años depués cuando Elías, el hijo de Daniel Kaminsky regrese a Cuba para investigar los oscuros sucesos que llevaron a sus familiares a regresar a Alemania para morir en los campos de concentración, a la desaparición del Rembrandt y a un espantoso crimen en el que su padre habría estado involucrado. El investigador Mario Conde, personaje recurrente de las obras de Padura, será eñ encargado de investigar los hechos relacionados con la familia Kaminsky.

Herejes es una novela fascinante en la que se repasa importantes momentos históricos del pueblo judío, la migración hacia América durante la guerra, las trafacías de varios funcionarios de los gobiernos cubanos en la primera mitad del siglo XX, la llegada de Batista al poder y la época actual de un país anquilosado entre las sombras de la escasez y las luces resplandecientes del caribe.

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Erotismo y literatura

Erotismo y literatura

El erotismo ha sido uno de los temas escenciales de inspiración literaria. Recordar ciertas escenas puntuales constituye una tarea tan compleja como gratificante. Así, de forma arbitraria y caprichosa, he rescatado ciertos pasajes de erotismo literario que, por alguna razón, se han enquistado en la memoria:

Uno de los mejores ejemplos del erotismo más descarnado se encuentra en las obras del Marqués de Sade. Si tomamos en cuenta que el autor vivió entre 1740 y 1814, podremos comprender, sin justificar jamás, por qué la sociedad moralista de la época lo proscribió, persiguió, encarceló e intentó borrar sus huellas literarias después de su muerte. Entre la infinidad de pasajes lascivos que llenan Juliette y, en general, todas las obras del Marqués de Sade, aparece esta joya de la morbidez: “ Dentro de la más dulce embriaguez, la Delbéne me lleva hasta su cama y me devora a besos… me estira las piernas separándolas, y, acostándose en la cama boca abajo, con su cabeza entre mis muslos, me besa el sexo mientras que, ofreciendo a mi compañera las nalgas más hermosas que puedan contemplarse, recibe de los dedos de esta bonita muchacha los mismos servicios que me presta su lengua. Euphrosine, conocedora de los gustos de Delbéne, alternaba sus escarceos con vigorosos golpes sobre el trasero… Algunas veces se paraba para mirarme… para observarme en el placer.”

Henry Miller, encasillado siempre como un autor pornográfico, fue uno de los mayores luchadores contra el puritanismo norteamericano. Trópico de Cáncer recoge episodios verdaderamente crudos que le valieron, en su conjunto, el galardón de la censura y un proceso legal por obscenidad que concluyó a su favor con la anulación del expediente por la Corte Suprema de Estados Unidos en 1964.  Se le considera el maestro del erotismo postmoderno. En su Trópico de Cáncer relata lo siguiente:  “A lo que voy es al momento en que, según dice, se arrodilló y con esos flacos dedos suyos le abrió el coño. ¿Recuerdas eso? Dice que ella estaba sentada con las piernas colgando de los brazos del sillón y de repente, según dice, tuvo una ocurrencia. Eso fue después de haber echado ya dos polvos… Va y se arrodilla, ¡tú fíjate!, y con los dos dedos… sólo con las puntas de los dedos, fíjate… va y abre los petalitos… tris-tris… como si nada. Un ruido pegadizo… casi inaudible. ¡Tris-tris! ¡Dios, he estado oyéndolo toda la noche! Y después va y me dice, como si no fuera eso bastante para mí, va y me dice que hundió la cabeza en su peludo chocho. Y cuando hizo eso, que Dios me ampare si no le colgó ella las piernas alrededor del cuello y lo dejó así encerrado. ¡Ahí sí que me mató! ¡Imagínatelo! ¡Imagínate a una mujer fina y sensible como ésa colgándole las piernas alrededor del cuello! ¡Hay algo ponzoñoso en eso!”.

Una de las escenas que jamás he podido olvidar por sus sensualidad etérea plasmada con las palabras perfectas de Gabriel García Márquez es aquella de la gitana y José Arcadio Buendía en Cien Años de Soledad: “La gitana se deshizo de sus corpiños superpuestos, de sus numerosos pollerines de encaje almidonado, de su inútil corsé alambrado, de su carga de abalorios, y quedó prácticamente convertida en nada. Era una ranita lánguida, de senos incipientes y piernas tan delgadas que no le ganaban en diámetro a los brazos de José Arcadio, pero tenía una decisión y un calor que compensaban su fragilidadAl primer contacto, los huesos de la muchacha parecieron desarticularse con un crujido desordenado como el de un fichero de dominó…”.

Para los aficionados al erotismo más obsceno quizá se podría recomendar a la escritora Elfriede Jelinek, Premio Nobel de Literatura 2004. Su novela Deseo (mal traducida al español, pues el título original, Lust, es lujuria), es un texto lleno de sexo furioso y opresivo en el que se representa a un matrimonio vulgar que recrea escenas marcadas por la crueldad y el abuso del hombre sobre la mujer. Él, casi sin rostro, sin nombre, siempre vinculado al hedonismo; y ella, sometida y humillada, receptora natural y por tanto, resignada a su suerte fisiológica. “Ahora, después de alzarla de sus zapatillas, tiende a su mujer sobre la mesa del salón… Es exprimida contra la mesa, sus pechos se separan como grandes y cálidas plastas de estiércol… Embute su sexo en la mujer… La mujer es besada. Escupiendo, se le gotean cariños al oído, hace mucho que esta flor no florecía, ¿no quiere usted darle las gracias?… La música grita, los cuerpos avanzan… El hombre se ha vertido jovialmente, y mientras el fango sale de su boca y de sus genitales, va a limpiarse los restos del pastel gozado.”  Cierta parte de la crítica dijo en su oportunidad que esta obra no excitaba, sino que repugnaba. Júzguelo usted mismo.

Y no podía quedarse al margen de este repaso el escritor japonés Haruki Murakami. Sus obras succionan al lector hacia un túnel que no respeta ni el tiempo ni el espacio, un túnel que oscila entre entre lo real y lo fantástico, entre lo espiritual y lo terrenal, entre el erotismo crudo de la literatura occidental y la sensualidad mística de los autores orientales. Sus novelas: Kafka en la orilla, Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo, Al sur de la frontera al oeste del sol, entre otras, conservan la magia incorpórea del amor en un lenguaje simple y adictivo. Precisamente en la novela Kafka en la orilla encontramos este pasaje maravilloso: “Levanto la camiseta de Sakura, acaricio sus suaves senos. Pellizco sus pezones con la punta de los dedos, como si sintonizara una emisora de radio. Mi pene erecto presiona con fuerza la parte posterior de su muslo. Pero ningún sonido escapa de sus labios. Su respiración no se agita… El cuerpo de Sakura es cálido y, al igual que el mío, está cubierto de sudor. Me decido a cambiarla de posición. Despacio, la atraigo hacia mí y la coloco boca arriba. Ella espira con fuerza. Aún así, no hay signos de que vaya a despertarse. Aplico el oído a su vientre liso como un papel de dibujo e intento descifrar los ecos del sueño dentro del laberinto que hay debajo.”

Permanecen en órbita y acechan desde algún lugar, entre nebulosas, ciertas escenas de obras como Rayuela, con protagonistas como la Maga y Oliveira, capítulos 7, 68… Justine y sus amores prohibidos en la primera parte del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel. También  Juan Pablo Castel y María Iribarne que jadean desde El Túnel de Ernesto Sábato; Alex y sus cómplices al ritmo de Singing in the Rain en La Naranja Mecánica de Antony Burguess; cientos de prestaciones relatadas por Vargas Llosa y verificadas por Pantaleón Pantoja en Pantaleón y las Visitadoras, y tantas otras…

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El universo Murakami

El universo Murakami

Haruki Murakami (Kioto, 1949) es el escritor japonés de mayor trascendencia en occidente en la historia de la literatura universal. Sus obras se han traducido a casi todos los idiomas y han superado varias veces records de ventas. Sin embargo su narrativa se encuentra a años luz de los considerados “best sellers”, libros normalmente fatuos y simplones que dan la vuelta sistemática y superficialmente sobre historias atractivas, casi siempre con expectativa cinematográfica.

El éxito sin precedentes de Murakami, por el contrario, se ha cimentado en un universo propio conformado por sus profundas raíces orientales, el desdoblamiento permanente de la realidad y por la occidentalización de sus historias.

Murakami es autor, entre otras, de las siguientes obras: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Tokio blues (Norwegian Wood); Kafka en la orilla; Sputnik, mi amor; Al sur de frontera, al oeste del sol; La caza del carnero salvaje; Sauce ciego mujer dormida, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, After dark, la trilogía IQ84, Baila, Baila, Baila, y su más reciente novela Los años de peregrinación del chico sin color.

A raíz de su primer éxito en 1986 con su novela Tokio blues (Norwegian Wood), quizá el más realista y reconocido (no el mejor necesariamente) de todos sus libros, decide abandonar el Japón para vivir en Europa y América. Es un hombre extravagante y misterioso, lleva una vida dedicada a la literatura y al culto físico (es corredor de maratones). No suele conceder entrevistas. Tampoco asiste a eventos masivos ni a las múltiples entregas de los premios recibidos. Fue un admirador de la famosa serie Lost, tanto que hace pocos años decidió mudarse a una isla de Hawai (parecida a la de la serie) para entregarse por entero y lejos del ruido a sus dos pasiones: la escritura y el deporte.

En los últimos años, Murakami se ha convertido en un ícono de la literatura universal. Sus novelas y cuentos son surrealistas, mágicos, inventivos y arriesgados. El poder de su narrativa subyuga a los lectores y los vuelve adictos.

El universo Murakami está conformado por personajes memorables, situaciones aparentemente insólitas, dimensiones inexploradas y relaciones complejas. Y se complementa inevitablemente con constantes referencias culinarias del Japón y sucesivas intromisiones de jazz, rock, música clásica y blues.

Quizá sus novelas más imaginativas y mejor logradas son: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Kafka en la orilla, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas y la serie IQ84. Sin embargo, entre la vasta obra que recrea este universo propio del japonés hay joyas narrativas para todos los gustos. Si usted es de esos lectores avezados que disfrutan del vértigo, asómese a cualquier libro de Murakami.

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El país de las últimas cosas

El país de las últimas cosas

La sociedad ha terminado por derrumbarse. Las instituciones ya no tienen ningún significado. La justicia es un concepto arcaico que pocos consiguen evocar y casi nadie alcanza. El ser humano ha perdido su individualidad para convertirse en un miembro de una manada delirante y anestesiada. El lenguaje es un recurso escaso que cae en desuso por aprensión y, de algún modo, por un legítimo instinto de supervivencia. Las leyes, anudadas en una maraña indescifrable, arrinconan a los habitantes del lugar y los ahogan bajo miles de normas inocuas.

El caos se ha apoderado del país. La estructura social ha colapsado. La violencia del hombre alcanza límites imprevisibles. “Divide y Vencerás” es la consigna frente a los enemigos. En la confrontación diaria está la clave de la catástrofe que se cierne sobre la sociedad.

La moral y la ética se arruman en montañas enormes de basura y excrementos, ruinas de una antigua civilización. El objetivo de una gran mayoría está solamente en sobrevivir, otros, muy pocos, acopian bienes y recursos, y desaparecen de los radares sociales. Mientras tanto, la masa, desorientada, apela a la caridad y se aferra a las promesas de los falsos y prófugos profetas.

En el país de las últimas cosas, la desesperanza es niebla espesa que cae y no se levanta. La vida se vuelve un artificio y la muerte un artilugio tan preciado como el oro o el petróleo en tiempos pasados. De hecho, los escuadrones de asesinos constituyen un negocio noble y rentable para aliviar el peso insufrible de la existencia. Y los suicidas ni qué decir, son los nuevos héroes de la patria a los que se aclama y vitorea cuando suben a los edificios más altos y dan ese paso valiente al vacío.

Las últimas cosas que le quedan al hombre en este país son sus recuerdos. Algunos prefieren no gastarlos, los conservan en una diminuta cápsula asida a la razón con la secreta esperanza de que regresen el orden y la cordura; otros, en cambio, lo evocan hasta difuminarlo, especialmente cuando el recuerdo tiene formas y aromas de manjares, olores de potajes y texturas sólidas de alimentos que alguna vez se llevaron a la boca y que, hoy, simplemente no existen. Recuerdos que hacen salivar y, de algún modo extraño pero real, logran saciar el hambre.

 

“El País de las Últimas Cosas” es una de las novelas imprescindibles de Paul Auster, el reconocido y genial escritor norteamericano. La pesadilla del post apocalipsis llevada al grado extremo de la miseria humana. Relatada en forma epistolar por la protagonista, Anna Blume, una mujer que va en busca de su hermano, corresponsal de guerra en un país cuya sociedad ha sucumbido y degenerado en un infierno de hambre y penurias. Una aventura literaria que explora y vaticina el final de los tiempos para el hombre por culpa del hombre.

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El mundo de Vásconez

El mundo de Vásconez

El escritor Javier Vásconez ha creado un mundo propio. Allí, en su hábitat particular, es amo y señor, hace y deshace, crea y destruye, perdona y condena. Allí se siente a gusto, rodeado de palabras, conceptos, tildes, frases ingrávidas como nubes algodonadas, párrafos extenuados de tanto buscar la perfección, y, por supuesto, rodeado también de personajes fabulosos que emergen de miles de libros leídos, tachonados, rayados, a veces también olvidados; y de aquellos seres misteriosos que se desprenden de su mente alborotada para cobrar vida a partir de una ínfima gota de tinta, y desde ahí, insolentes, buscan un destino propio lejos de su autor.

Al doctor Kronz, por ejemplo, se lo ve con frecuencia caminando por la Floresta, tomando un café en los locales de la avenida Amazonas o sentado en un banco con un diario bajo el brazo en el parque Gabriela Mistral. Dicen que Angelote deambula por el casco colonial, que recorre bibliotecas desiertas y que espía jovencitos afuera de los colegios. A Rubén Camacho se lo encuentra por el Panecillo, vendiendo baratijas y tratando de engañar a pequeñas niñas con dulces. El ruso Nikolai anda todavía de excursión, cazando mariposas, buscando a Zulema con ansias golosas, anhelando encontrar aquel ejemplar raro, la Thecla Teresina que tanto le obsesiona. Todos ellos han regresado con “Estación de Lluvia” (Dinediciones, 2013), una recopilación de extraordinarios cuentos, los de antes y los de hoy, los de siempre, con personajes poderosos y omnipresentes.

Y también ha vuelto a Quito, a la ciudad natal de Vásconez, el enigmático Smiley, un espía sagaz creado por el genial escritor británico John Le Carré; pero en esta ocasión quien lo invoca y lo sitúa en esta ciudad andina para investigar el crimen de un funcionario de la embajada rusa es el escritor ecuatoriano que, desde su mundo, una vez más, juega a ser un dios todopoderoso y junta a Le Carre, a Smiley y a Fabiola Duarte en una exquisita novela policiaca de trama brumosa y ambientación magnífica.  El Retorno de las Moscas (Punto de Lectura, Alfaguara, 2013) se reedita ahora en nuestro país para que los lectores podamos descubrir a cualquiera de estos esquivos personajes que caminan por las calles, se emborrachan en los bares, matan y mueren, y, sobre todo, aman en esta ciudad.

La descomunal bola de papel que es el planeta de Vásconez, orbita ya por galaxias distantes. Sus obras se leen en otras lenguas, en rincones apartados de la línea imaginaria y de los volcanes fogosos; sus libros viajan, seducen y atrapan. Y mientras tanto, sus rebeldes personajes escapan por los recovecos de la urbe, se ocultan en distintas latitudes, se fajan a puñetazos y se dejan ver alguna vez  en un hipódromo ilusorio, o, simplemente, vuelven a casa, al rincón más íntimo de Javier Váconez  para reclamar su espacio en la nueva historia.

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El impostor

El impostor

Javier Cercas (Cáceres, 1962), regresa con una obra de no ficción, aunque la historia de fondo de esta novela haya salido en gran parte de la imaginación de su protagonista, el fabuloso mitómano Enric Marco que durante casi toda su vida se hizo pasar por superviviente de los campos de concentración nazis. En el año 2005, el ojo agudo y la profunda investigación de Benito Bermejo, un historiador español, descubrieron la verdad y sacaron a la luz la fantástica historia de Marco.

El Impostor es una amalgama de géneros a los que Javier Cercas debió acudir para cerrar esta obra con su punto final. El lector encontrará en sus páginas algo de narrativa, de crónica, de historia, de ensayo, de biografía y autobiografía. El caso de Enric Marco, que en el momento del descubrimiento de su impostura dio la vuelta la mundo, destapa la voracidad literaria de Cercas que al principio se rehúsa a escribir un libro sobre el suceso, pero que, según se interna en la vida del falso héroe, termina construyendo y descubriendo el ovillo de mentiras que éste había tejido alrededor de su vida.

En la novela de Javier Cercas se pueden descubrir varios impostores: Marco, por supuesto, un tipo genial que reinventa su pasado para beneficiarse de la admiración pública y recibir a cambio prebendas económicas y nombramientos importantes en las asociaciones de víctimas del fascismo;  también su autor que en el proceso de preparación y escritura se cuestiona (y me parece que se convence) de que él, a su modo, es otro impostor; y, finalmente, los lectores, que, sin quererlo, terminamos encontrando demasiadas similitudes entre las mentiras del protagonista y nuestras propias mentiras.

 

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El hombre que fue jueves

El hombre que fue jueves

Poco tiempo antes de que Benedicto XVI dimitiera, en el Vaticano se reabrió un viejo y extraño proceso que perseguía la canonización del escritor inglés G.K. Chesterton. El expediente, según datos históricos dispersos,  se sustenta en una misteriosa misión que el autor del inolvidable personaje del Padre Brown habría prestado a la iglesia católica, en 1929, por solicitud del papa Pio VI.

Lo que para algunos parecía ser una simpática broma sacada de alguna de las obras del propio Chesterton, y para otros un despropósito poco verosímil, resultó ser una realidad incontrovertible cuando en el año 2005, en un congreso de la Sociedad Chestertoniana celebrado en Buenos Aires, el padre Johann Child recordó que al morir Chesterton en 1936, Pio VI lo proclamó defensor de la fe católica y que ya era tiempo de pensar seriamente en su santificación. Y, en efecto, mediante una carta enviada a Benedicto XVI a través del entonces cardenal argentino Jorge Bergoglio, gran admirador de Chesterton, se hizo conocer a Ratzinger de la existencia de un nuevo milagro que fundamentaba la decisión de canonizar al escritor inglés.

La famosa carta que recibiera Benedicto XVI con la descripción ampliada del supuesto milagro y la petición de reapertura de las investigaciones, al parecer fue descubierta entre la correspondencia personal que se encontró en manos de su mayordomo y hombre de confianza Paolo Gabriele, hoy juzgado por la moderna inquisición del Vaticano.

Actualmente, bajo el mandato de Francisco I, se mantiene abierto el expediente de santificación de G.K. Chesterton, un gigante de las letras y también de presencia física (media 1,93 centímetros y pesaba 130 kilos).

El hombre que no fue jueves (Literatura Random House, 2014), es la nueva obra del escritor colombiano Juan Esteban Costaín. Aunque el título sea una clara alusión a la famosa novela de Chesterton (El hombre que fue jueves), su contenido encierra algo más profundo que un simple juego de palabras, pues el autor hace una disección ácida e ingeniosa, a momentos muy divertida, de los oscuros secretos de la jerarquía católica.

El libro de Constaín (no me atrevo a encasillarlo en el género de la novela aunque tenga muchos rasgos de ésta y contenga una buena dosis de ficción), es en realidad un juego en el que el lector estará sometido a los caprichos y disquisiones del escritor que ha logrado empaquetar, como un colage de divertimentos y absurdos, el increíble proceso de canonización de un hombre común, extraordinario escritor y consumado fumador, que nunca se acercó en lo más mínimo a la santidad, pero que, gracias a los imponderables de la fe y a ciertos milagros terrenales, podría ingresar al santoral por la puerta de atrás.

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