Ahí le dejo la gloria
Varios datos históricos aseguran que esta habría sido una de las últimas frases pronunciada por el general San Martín a Simón Bolívar en el famoso encuentro de Guayaquil, en julio de 1822.
El escritor colombiano Mauricio Vargas ha titulado su última obra con la sugestiva frase que, en un contexto más amplio, siempre bajo el manto caprichoso de la novela, habría sido la siguiente: “Ahí le dejo la gloria, estimado amigo, que yo ya he aprendido que es una compañera díscola y traicionera”.
La magnífica novela de Vargas abarca los momentos más importantes de la vida de Bolívar y San Martín: infancia y juventud, sus vivencias en Europa, las gestas libertarias en América, el paralelismo amoroso de sus vidas influenciado por sus amantes Manuela Sáenz y Rosa Campuzano, y la entrevista final en Guayaquil marcada por las intrigas y el espionaje de una época de convulsiones.
La entrevista de los dos personajes tenía como objetivo esencial definir el futuro geopolítico de la región, principalmente de Guayaquil en donde existían fuertes manifestaciones separatistas, además de confirmar la colaboración de las tropas de Bolívar y Sucre con la independencia definitiva del Perú. El asunto de Guayaquil quedó zanjado antes de la llegada de San Martín con la ocupación militar de Bolívar y su proclamación como dictador de la ciudad. Así, la histórica reunión pasó a ser meramente informativa sobre los asuntos del puerto, y los personajes se entregaron de lleno a la preparación de la liberación final del Perú y a discutir sobre las formas de gobierno que convenían a los países nacientes.
Quizá la apuesta más arriesgada de Vargas en esta novela se encuentre precisamente en los diálogos de los personajes sobre las formas de gobierno en las nuevas repúblicas. San Martin, por ejemplo, propone a Bolívar traer un príncipe europeo que, con mano dura, conduzca los destinos del Perú bajo un regimen monárquico. Bolívar se niega de forma rotunda a la idea de otra monarquía, pero acepta que estos países no están hechos para la democracia. Al final de la reunión San Martín habría soltado aquella frase: “Ahí le dejo la gloria”, y en efecto, le entregó a Bolívar la liberación definitiva del Perú y el futuro cargo de gobernante. De este modo, tras las batallas finales de Junín y Ayacucho, Bolívar se proclamó dictador del Perú y trató de promulgar una constitución que le otorgaba la presidencia vitalicia. Sin embargo, por los problemas y la inestabilidad de la Gran Colombia que amenazaba con su disolución, Bolívar no tuvo más remedio que abandonar el Perú en 1824 y regresar para calmar las tempestades. Gobernó Colombia como jefe supremo hasta junio de 1830. Cayó enfermo y se exilió en Santa Marta donde murió, muy lejos de la gloria, en diciembre del mismo año.