Mil soles espléndidos
Detrás de este precioso título se esconde uno de los relatos más crueles de la literatura contemporánea. La novela del afgano Khaled Hosseini repasa las últimas décadas en la historia de Afganistán. Una historia embarrada de sangre, fanatismo y horror que se traslada desde la ocupación soviética hasta una cruenta guerra civil, pasando por el abominable dominio Talibán y terminando en la invasión estadounidense y el intento de resurrección de un pueblo aniquilado por sus propias creencias.
La opresión de la mujer y la intolerancia de carácter político y religioso moldean el fondo de esta obra en que la ficción es apenas un ancla que marca un punto terrenal, una mera referencia espacial, que nos muestra las atrocidades cometidas por seres humanos en el nombre de una divinidad cuyos mandatos, a los ojos de la razón y la cordura, resultan ignominiosos.
Las espeluznantes escenas de la justicia Talibán caen de forma inapelable contra los ciudadanos que miran la televisión o leen un libro (que no sea el Corán), o contra las mujeres que salen de su casa sin la compañía de sus maridos, contra las que no usan el velo o han osado maquillarse, ni que decir con las acusadas de adúlteras que son lapidadas en un enorme estadio ante miles de personas que rugen alabando a su dios.
Al leer “Mil Soles Espléndidos” le queda a uno la sensación opresiva de aquellas obras literarias que son capaces de sacudirnos y golpearnos, de esos libros magistrales que, aunque uno los termine y los devuelva a la biblioteca, la potencia de la historia nos persigue en la noche en forma de sueños o durante el día como dolorosos recuerdos taladrando la memoria.
En este caso, la cruenta historia de Hosseini duele más porque la realidad es muy superior a la ficción, y estremece más aun cuando uno se pregunta: ¿qué clase de divinidad inspira los horrores que se cometen contra otros seres humanos? Las respuestas, por supuesto, serán tan infinitas como contradictorias y discutibles. Basta leer o ver los últimos acontecimientos en los países árabes -sí, aquellos que se jactaban de haber vivido una “primavera” liberadora que no ha pasado de ser una quimera-, en los que todo ha seguido desarrollándose bajo una siniestra normalidad de burkas forzosos, ejecuciones públicas, terrorismo y tantas atrocidades cotidianas.
En contrapartida, seguimos asistiendo al espectáculo macabro de provocación y desafío de extremistas y fanáticos de otros credos e iglesias que, lejos de llamar al orden y la paz mundial en el nombre del dios que dicen defender, pretenden dirigir el caos con las lanzas de la “palabra sagrada, única y verdadera” que todos profesan.
Mientras allí fuera seguimos en caída libre hacia la oscuridad, nos quedan maravillas como el verso del poema “Kabul” del persa Saib-e-Trabrizi: “Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas, o los mil soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros.”