La felicidad
La felicidad está siempre en equilibrio. En ocasiones conseguimos retenerla durante unos segundos, minutos, horas quizá, y de pronto se nos escapa otra vez como un ave que ha encontrado abierta la puerta de su jaula.
Nos obsesionamos con alcanzar la felicidad, pero ésta, esquiva y casi siempre efímera, se nos escurre entre las manos cuando creemos que la hemos atrapado. Entonces nos sumimos en una vorágine de problemas y preocupaciones sin descansar hasta encontrarla, aunque ella, intrincada y vaporosa, se nos vuelve a escapar.
Y es que la felicidad es un estado de ánimo asociado normalmente con manifestaciones exteriores como la posesión de bienes y dinero, o la consecución de metas u objetivos. La gran mayoría de los seres humanos, especialmente los que vivimos en esta época desenfrenada, dejamos pasar las incontables oportunidades que nos ofrece la vida para encontrar esa felicidad en lo simple y de apariencia imperceptible, y no en la abundancia material, común denominador del consumismo.
En efecto, la felicidad es un estado del alma, y en consecuencia, podemos encontrarla prácticamente en todas las manifestaciones humanas. Para unos siempre seguirá apareciendo entre las cifras de una jugosa cuenta bancaria, para otros se manifestará en el ejercicio del poder. Para unos tomará la forma del lujo y la ostentación, para otros, en cambio, traslucirá sus encantos en el sometimiento y la humillación de los demás. Para unos se ocultará entre los pliegues húmedos de un encuentro sexual, para otros brotará natural entre los efluvios del amor verdadero. Unos la hallarán en los manjares más suculentos, otros en el hambre o la sed momentáneamente aplacadas. Para algunos emergerá de forma natural en la contemplación silenciosa del mar o en la melodía plácida de los bosques o en la extenuante coronación de una montaña, otros, por su lado, sólo la descubrirán en una bodega repleta de madera recién talada o en la parcelación y venta de lo que fue una montaña. Unos la sentirán en el pecho al gritar un gol, al expeler el humo por la boca o al escuchar una melodía, otros la verán surgir de una pintura, de un boceto o de una piedra gris y fría. Varios se extasiarán con ella al verse atrapados entre las páginas de un libro, otros la mirarán en la pantalla de un cine o entre las imágenes brillantes de un computador. Algunos sabrán identificarla en un rostro amable, en la risa de un niño, en un beso cálido, en el olor mágico de un bebé, en un gesto cordial, pero otros, por su parte, no notarán jamás aquellos detalles. Algún sabio sabrá encontrarla en la derrota, otros, ignorantes, creerán que es suya en la victoria.
La felicidad está siempre en equilibro, oscilando entre lo cotidiano y lo que de verdad importa. El éxito está entonces en descubrir esas pequeñas cosas, atesorarlas y repetirlas hasta que la vida nos diga basta.