Erotismo y literatura

El erotismo ha sido uno de los temas escenciales de inspiración literaria. Recordar ciertas escenas puntuales constituye una tarea tan compleja como gratificante. Así, de forma arbitraria y caprichosa, he rescatado ciertos pasajes de erotismo literario que, por alguna razón, se han enquistado en la memoria:

Uno de los mejores ejemplos del erotismo más descarnado se encuentra en las obras del Marqués de Sade. Si tomamos en cuenta que el autor vivió entre 1740 y 1814, podremos comprender, sin justificar jamás, por qué la sociedad moralista de la época lo proscribió, persiguió, encarceló e intentó borrar sus huellas literarias después de su muerte. Entre la infinidad de pasajes lascivos que llenan Juliette y, en general, todas las obras del Marqués de Sade, aparece esta joya de la morbidez: “ Dentro de la más dulce embriaguez, la Delbéne me lleva hasta su cama y me devora a besos… me estira las piernas separándolas, y, acostándose en la cama boca abajo, con su cabeza entre mis muslos, me besa el sexo mientras que, ofreciendo a mi compañera las nalgas más hermosas que puedan contemplarse, recibe de los dedos de esta bonita muchacha los mismos servicios que me presta su lengua. Euphrosine, conocedora de los gustos de Delbéne, alternaba sus escarceos con vigorosos golpes sobre el trasero… Algunas veces se paraba para mirarme… para observarme en el placer.”

Henry Miller, encasillado siempre como un autor pornográfico, fue uno de los mayores luchadores contra el puritanismo norteamericano. Trópico de Cáncer recoge episodios verdaderamente crudos que le valieron, en su conjunto, el galardón de la censura y un proceso legal por obscenidad que concluyó a su favor con la anulación del expediente por la Corte Suprema de Estados Unidos en 1964.  Se le considera el maestro del erotismo postmoderno. En su Trópico de Cáncer relata lo siguiente:  “A lo que voy es al momento en que, según dice, se arrodilló y con esos flacos dedos suyos le abrió el coño. ¿Recuerdas eso? Dice que ella estaba sentada con las piernas colgando de los brazos del sillón y de repente, según dice, tuvo una ocurrencia. Eso fue después de haber echado ya dos polvos… Va y se arrodilla, ¡tú fíjate!, y con los dos dedos… sólo con las puntas de los dedos, fíjate… va y abre los petalitos… tris-tris… como si nada. Un ruido pegadizo… casi inaudible. ¡Tris-tris! ¡Dios, he estado oyéndolo toda la noche! Y después va y me dice, como si no fuera eso bastante para mí, va y me dice que hundió la cabeza en su peludo chocho. Y cuando hizo eso, que Dios me ampare si no le colgó ella las piernas alrededor del cuello y lo dejó así encerrado. ¡Ahí sí que me mató! ¡Imagínatelo! ¡Imagínate a una mujer fina y sensible como ésa colgándole las piernas alrededor del cuello! ¡Hay algo ponzoñoso en eso!”.

Una de las escenas que jamás he podido olvidar por sus sensualidad etérea plasmada con las palabras perfectas de Gabriel García Márquez es aquella de la gitana y José Arcadio Buendía en Cien Años de Soledad: “La gitana se deshizo de sus corpiños superpuestos, de sus numerosos pollerines de encaje almidonado, de su inútil corsé alambrado, de su carga de abalorios, y quedó prácticamente convertida en nada. Era una ranita lánguida, de senos incipientes y piernas tan delgadas que no le ganaban en diámetro a los brazos de José Arcadio, pero tenía una decisión y un calor que compensaban su fragilidadAl primer contacto, los huesos de la muchacha parecieron desarticularse con un crujido desordenado como el de un fichero de dominó…”.

Para los aficionados al erotismo más obsceno quizá se podría recomendar a la escritora Elfriede Jelinek, Premio Nobel de Literatura 2004. Su novela Deseo (mal traducida al español, pues el título original, Lust, es lujuria), es un texto lleno de sexo furioso y opresivo en el que se representa a un matrimonio vulgar que recrea escenas marcadas por la crueldad y el abuso del hombre sobre la mujer. Él, casi sin rostro, sin nombre, siempre vinculado al hedonismo; y ella, sometida y humillada, receptora natural y por tanto, resignada a su suerte fisiológica. “Ahora, después de alzarla de sus zapatillas, tiende a su mujer sobre la mesa del salón… Es exprimida contra la mesa, sus pechos se separan como grandes y cálidas plastas de estiércol… Embute su sexo en la mujer… La mujer es besada. Escupiendo, se le gotean cariños al oído, hace mucho que esta flor no florecía, ¿no quiere usted darle las gracias?… La música grita, los cuerpos avanzan… El hombre se ha vertido jovialmente, y mientras el fango sale de su boca y de sus genitales, va a limpiarse los restos del pastel gozado.”  Cierta parte de la crítica dijo en su oportunidad que esta obra no excitaba, sino que repugnaba. Júzguelo usted mismo.

Y no podía quedarse al margen de este repaso el escritor japonés Haruki Murakami. Sus obras succionan al lector hacia un túnel que no respeta ni el tiempo ni el espacio, un túnel que oscila entre entre lo real y lo fantástico, entre lo espiritual y lo terrenal, entre el erotismo crudo de la literatura occidental y la sensualidad mística de los autores orientales. Sus novelas: Kafka en la orilla, Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo, Al sur de la frontera al oeste del sol, entre otras, conservan la magia incorpórea del amor en un lenguaje simple y adictivo. Precisamente en la novela Kafka en la orilla encontramos este pasaje maravilloso: “Levanto la camiseta de Sakura, acaricio sus suaves senos. Pellizco sus pezones con la punta de los dedos, como si sintonizara una emisora de radio. Mi pene erecto presiona con fuerza la parte posterior de su muslo. Pero ningún sonido escapa de sus labios. Su respiración no se agita… El cuerpo de Sakura es cálido y, al igual que el mío, está cubierto de sudor. Me decido a cambiarla de posición. Despacio, la atraigo hacia mí y la coloco boca arriba. Ella espira con fuerza. Aún así, no hay signos de que vaya a despertarse. Aplico el oído a su vientre liso como un papel de dibujo e intento descifrar los ecos del sueño dentro del laberinto que hay debajo.”

Permanecen en órbita y acechan desde algún lugar, entre nebulosas, ciertas escenas de obras como Rayuela, con protagonistas como la Maga y Oliveira, capítulos 7, 68… Justine y sus amores prohibidos en la primera parte del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel. También  Juan Pablo Castel y María Iribarne que jadean desde El Túnel de Ernesto Sábato; Alex y sus cómplices al ritmo de Singing in the Rain en La Naranja Mecánica de Antony Burguess; cientos de prestaciones relatadas por Vargas Llosa y verificadas por Pantaleón Pantoja en Pantaleón y las Visitadoras, y tantas otras…

Oscar Vela

Hola, soy Óscar Vela, novelista, articulista y autor de reseñas para las revistas Soho y Mundo Diners. Bienvenidos.

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