Oscar Vela y ‘Yo soy el fuego’
Antonio Rodríguez Vicéns
Diario El Comercio
Jorge Luis Borges solía repetir: «Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir: yo me jacto de aquellos que me fue dado leer». He terminado la lectura de ‘Yo soy el fuego’, la nueva novela de Oscar Vela. No soy crítico y, por otra parte, especialmente en los últimos años, he leído muy pocas novelas. No tengo entonces ni la formación teórica ni las lecturas necesarias para intentar realizar un análisis acertado sobre sus méritos o para compararla con otras -las más representativas- del rico acervo de la actual novela en español. Mis observaciones -unas pocas de las numerosas que quisiera hacer- son las de un lector. Un lector compulsivo y hedónico. Moroso y atento. Nada más.
‘Yo soy el fuego’ es una novela compleja, laberíntica, estructurada lúdicamente, que debemos leer con atención para no perdernos en los vericuetos de una «historia enredada de sueños y realidades», en los constantes cambios de escenario o en el hábil juego con el tiempo y el espacio a que nos somete el autor. Esos cambios, quizás por el estilo eficaz y persuasivo, con frecuentes y hondas cuotas de lirismo, que ha alcanzado un alto grado de madurez, en lugar de dificultar la lectura, incrementan su interés. El lector, anhelante y agobiado, atrapado por la trama y por el abyecto atractivo de algunos de sus personajes, no abandona el libro hasta el final: un final imprevisto, inesperado. Insólito.
Los numerosos personajes de la novela, desgarrados por un pasado oscuro o un presente sin esperanza, atribulados por secretos inconfesados o atados a tristezas indescifrables, hundidos en su propio infierno, prisioneros de un destino que los arrastra con fuerza incontrastable hacia su perdición o su redención, entre pesadillas, alucinaciones y delirios, se desdoblan y multiplican, cambian incesantemente y se transmutan, y, cruzando una frontera imperceptible, pasan una y otra vez de la vigilia al sueño, de la vida a la muerte. ¿Están despiertos o sueñan? ¿Están vivos o están muertos? ¿Viven lo que sueñan o sueñan lo que viven? ¿Su realidad esencial, última, es la vida o es la muerte? La lectura de ‘Desnuda oscuridad’ y de ‘Yo soy el fuego’, sus dos últimas novelas, me ha dejado la sensación, no sé si correcta, de que Oscar Vela desconstruye la realidad (que no es lo mismo que destruirla o negarla), para luego, con los disímiles materiales que le han quedado, seleccionándolos a placer, a su arbitrio, como si fueran fichas de un rompecabezas, construir minuciosamente una nueva realidad: la realidad de la ficción. Nos conduce, armándolo con pericia e inteligencia, a un mundo sórdido, angustioso y delirante, para presentarnos sin piedad ni concesiones, a través de personajes degradados y solitarios, marginales, nuestra enigmática, dolorosa y, con frecuencia, deleznable condición humana.