Vela y su alegoría de la urbe y el mal
Diario El Comercio
A Óscar Vela le gustan las novelas urbanas y que no son planas, los libros que exigen al lector y que lo hacen cómplice del viaje del autor. Y a partir de eso, de sus lecturas, sus influencias y sus búsquedas personales, Vela propone ‘Desnuda oscuridad’, su más reciente novela, pensada como la primera parte de una trilogía.
En este libro, publicado por Alfaguara, el autor invita al lector a un universo de personajes de rica construcción psicológica, y a más que a caminar, a conversar con ese Quito de bares y cafés –reconocibles para quien camina por La Mariscal o va una noche al Dionisios–, con el Quito de departamentos en colinas o con el Quito que viste las ropas raídas del mendigo, el quel que conspira desde las alcantarillas.
El relato parte de una historia real, pero es la ficción que Vela supo construir con palabras, la que envuelve al lector. La novela inicia con un crimen, sigue los pasos de un asesino de homosexuales, habla de una secta gnóstica que profesa ‘la muerte mística’, descubre una mafia de mendigos delincuentes, se arma desde un cruce de historias. Pero, sobre todo, consigue una alegoría que muestra, en los sórdidos ambientes de una ciudad travestida, los monstruos que habitan tras las máscaras de sus habitantes.
Pero la perspectiva de Vela no juzga al monstruo, más bien busca reconocerlo como un semejante. Vela busca meter al lector de esta historia en el interior de sus personajes, que convivan, que compartan sentimientos; que las reflexiones de Ariel, las sospechas de Teo, los recuerdos de Sócrates existan en la mente de quien recorra las páginas.
Y el autor lo consigue mediante los narradores que emplea para cada personaje: la interpelación desde una segunda persona para Ariel, la voz en primera persona para Teo, la confesión o el informe para Sócrates. O esa forma espectral de presentar a Moarry, el ‘dios’ que controla a todos, y esa atracción serpentina, poderosa y letal, que proyecta Imelda.
En esos personajes y en esos espacios, Vela busca siempre el más allá, traspasar lo evidente, conocer sus pasados, mostrar lo que esconde el asfalto.
La estructura del relato responde a cómo funciona la memoria: saltando y volviendo en el tiempo, recogiendo experiencias, irrumpiendo situaciones, construyendo el perfil psicológico de los personajes. Los acontecimientos se desarrollan a mediados de los ochenta, y a finales de los noventa. Al momento uno sigue a los personajes en sus incursiones subterráneas, al siguiente vuelve a un pueblo perdido, como quien vuelve a la infancia, al trauma… Pero hay también pasajes que carecen de tiempo y espacio, que se dibujan y se difuminan, como ilusiones.
Es que ‘Desnuda oscuridad’ funciona como un espejo distorsionante, que muestra en el esperpento del reflejo, esa perversión que ha superado cualquier índice de bondad.