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MAGGIE VOLVIÓ A LA VIDA

En septiembre de 1724, ante la algarabía de un pueblo alcoholizado y sediento de muerte, la joven Maggie Dickson, una chica agraciada de clase media de la ciudad de Edimburgo fue condenada a la horca por un delito suigéneris: ocultamiento de embarazo.

Su historia plagada de desdichas había empezado cuatro años antes cuando su esposo, un comerciante de pescado, la abandonó poco después del matrimonio aduciendo que no la amaba. En esas circunstancias, con la certeza de que sería objeto de burlas y señalamientos en su ciudad natal por el abandono del marido, algo muy mal visto en aquella época, decidió buscarse la vida en algún lugar alejado de Edimburgo. Así llegó a Kelso, un pequeño poblado escocés en donde consiguió trabajó haciendo la limpieza de un hostal. En ese lugar se enamoró del joven y apuesto hijo del propietario, y meses más tarde se quedó embarazada.

Maggie se vio obligada a ocultar su estado para no perder el trabajo. Durante los primeros meses lo consiguió sin despertar sospechas, pero al entrar al séptimo mes de gestación, de forma repentina, su bebé nació muerto. La madre, destrozada, llegó hasta las riberas del río Tweed para deshacerse del cuerpo de la criatura y evitar así que se descubriera el engaño. Lloró desconsoladamente en la orilla del río durante varias horas, y cuando se disponía a dejar el cadáver del bebé, alguien la vio y la denunció a las autoridades. Apenas unas horas después había sido apresada y conducida a Edimburgo para ser juzgada.

El 2 de septiembre de 1724, en la coqueta plaza de Grassmarket, Maggie Dickson fue conducida a la horca ante una multitud que, apostada desde horas tempranas, esperaba con ansias el momento de la ejecución, una de sus diversiones predilectas. Como última voluntad el verdugo ofreció a la víctima una copa de whisky. De este modo, la sentencia se cumplió y Maggie fue ahorcada. Sin embargo, más tarde, cuando la multitud acompañaba al cortejo fúnebre hasta el cementerio, se escucharon gritos y golpes que salían del féretro. Y no se trataba precisamente de una alucinación grupal producto del abundante alcohol que habían trasegado, sino que la mujer no estaba muerta. Por alguna extraña razón, Maggie había sobrevivido a la horca.

La discusión se centró entonces en qué hacer en un caso tan extraño, ¿si debían ahorcarla otra vez como lo pedía la enorme mayoría del pueblo, o quizás merecía ser liberada tras haber demostrado que, por voluntad de Dios, no había llegado la hora de su muerte?

Al final primó la cordura por sobre las pérfidas intenciones del pueblo y ella fue perdonada aduciendo que su condena había sido cumplida con el acto del ahorcamiento aunque no se hubiera producido la muerte.

Hoy en la casa donde vivió Maggie Dickson hasta su muerte definitiva, cuarenta años más tarde, justamente frente al lugar en que se llevó a cabo su ejecución fallida en la plaza Grassmarket, existe una taberna que lleva su nombre y que recoge su extraña historia.

Oscar Vela Descalzo

 

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