LOS CLAROSCUROS DE VARGAS LLOSA

 

Mario Vargas Llosa, el laureado escritor peruano, acaba de alcanzar el octavo piso de una vida marcada en su mayor parte por los destellos luminosos que surgen del éxito y la fama, pero que, a momentos, también se ha desviado de curso cuando las turbulencias políticas y los entuertos de alcoba lo han arrastrado hacia zonas algo más sombrías.

Confieso que soy un gran admirador de una parte de su obra: mucho de lo que escribió al inicio y lo encumbró al boom (y a mí gracias a algunas de estas novelas, entre otras de la época, que me precipitaron a un viaje sin retorno hasta la maravillosa obsesión por la lectura), también algo de lo que hizo entremedias que incluye sus fabulosos ensayos, y un poco de lo que han sido sus últimos escarceos literarios.

Su vida privada me tiene sin cuidado, salvo en lo que atañe a aquella parte que se vio reflejada en esa irónica y deliciosa novela titulada ‘La tía Julia y el escribidor’, que devoré con entusiasmo en mi temprana adolescencia. Lamenté, eso sí, el último escándalo rosa en el que se vio envuelto (y de cuyo torbellino aún no ha logrado salir y me temo que no saldrá en mucho tiempo), pero no lo lamenté porque me hubiera importado el rompimiento de su larga relación anterior o por haber resentido, condenado o envidiado de algún modo su nueva conquista amorosa, sino porque precisamente fue él quien sacó a la luz de forma magistral y descarnada los vicios actuales de la información en ese grandioso ensayo titulado ‘La civilización del espectáculo’, y, para su desgracia, desde hace poco más de un año, el autor de tan magnífica obra ha sido uno de los principales protagonistas del trivial y bochornoso espectáculo de la prensa que se dedica a diario a enlodar a la gente con el chisme y el disparate.

En cuanto a lo literario, que es en realidad lo que interesa sobre un autor, me atrevo a opinar que el peso de su obra más importante está cargado hacia los primeros años de su quehacer como novelista con libros grandiosos como ‘La ciudad y los perros’, ‘La casa verde’ y ‘Conversación en la catedral’. También en esos años iniciales merece un lugar importante, en mi opinión, la irónica y divertidísima novela ‘Pantaleón y las visitadoras’.

‘La ciudad y los perros’, su ópera prima, fue mi primera lectura vargasllosiana. De ella salí tan conmovido que, durante mucho tiempo, a pesar de que no conocía el Perú, me convencí de que yo también había sido alumno del Colegio Militar Leoncio Prado, de que conocía a la perfección el Callao o Miraflores y que el Jaguar, Arana o el Poeta habían sido mis compañeros de aula. Uno de los fragmentos memorables de esta novela dice: “Cuando el viento de la madrugada irrumpe sobre La Perla, empujando la neblina hacia el mar y disolviéndola, y el recinto del Colegio Militar Leoncio Prado se aclara como una habitación colmada de humo cuyas ventanas acaban de abrirse, un soldado anónimo aparece bostezando en el umbral del galpón y avanza restregándose los ojos hacia las cuadras de los cadetes. La corneta que lleva en la mano se balancea con el movimiento de su cuerpo y, en la difusa claridad, brilla. Al llegar al tercer año, se detiene en el centro del patio, a igual distancia de los cuatro ángulos del edificio que lo cerca. Enfundado en su uniforme verduzco, desdibujado por los últimos residuos de la neblina, el soldado parece un fantasma. Lentamente, pierde su inmovilidad, se anima, se frota las manos, escupe. Luego sopla. Escucha el eco de su propia corneta y, segundos después, las injurias de los perros que desfogan contra él la cólera que les causa el final de la noche.” Fue precisamente en esa época, gracias a esta novela y a otras lecturas de los miembros del boom latinoamericano, que caí en la maravillosa adicción a la lectura.

Tanto ‘La casa verde’ como ‘Conversación en la catedral’ llegaron a mis manos un poco más tarde. Quizás por esa razón las aprecié con mayor madurez, aunque ésta nunca resulte suficiente para comprender del todo obras de tanta hondura y complejidad. Más allá de la trama y los múltiples hilos conductores de las dos novelas, si algo logró conectarme con ellas, con cada una en su momento, fue la enmarañada arquitectura que caracteriza a esa época narrativa de Vargas Llosa, narrativa en la que el lector se ve atrapado desde el inicio por los tentáculos originados en varias historias y por cientos de piezas que, lentamente, con precisión y exactitud, con rigor y belleza, encuentran su lugar en el enorme rompecabezas que cada uno encierra entre sus páginas.

La novela ‘Conversación en la catedral’ tiene uno de los mejores inicios de las obras de Vargas Llosa: “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento.”

La producción literaria de Vargas Llosa durante los años ochenta, ya con el reconocimiento bien ganado por las obras referidas en las líneas precedentes inicia en un punto alto con ‘La guerra del fin del mundo’, novela también de estructura laberíntica (tanto o más que ‘La casa verde y ‘Conversación en la catedral’), que ha recibido innumerables elogios pero que, personalmente, no logró cautivarme como las anteriores quizás por la densidad que encontré en la trama central que recrea la masacre de Canudos en el Brasil durante la última parte del siglo XIX. A pesar de esta dificultad personal para entrar en aquella historia, su forma intrincada de narración, una vez más, me pareció realmente brillante.

Es probable que la cota más baja de la obra de Vargas Llosa se encuentre en el periodo comprendido entre 1994 y 1997, en el que aparecieron novelas como ‘Historia de Mayta’, ‘¿Quién mató a Palomino Molero?’, ‘Lituma en los Andes’ (Premio Planeta 1993), ‘Los cuadernos de don Rigoberto’, entre otras. Más allá de la consecución del Planeta por ‘Lituma en los Andes (algo que ya sabemos que no garantiza la calidad de una obra), ninguna de las novelas publicadas en estos años alcanzó los niveles estéticos ni el profundo viaje hacia la condición humana que sí había logrado con sus obras precedentes.

Aquello que se dice por ahí de que hay obras que superan tanto la expectativas que para los grandes maestros resultan una carga insuperable, ha sido en la literatura una máxima de cumplimiento regular. Pero, sin embargo, en la obra de Mario Vargas Llosa como novelista es posible encontrar dos etapas de picos elevados muy por encima del resto de su prolífica obra: la de sus inicios con las novelas ya descritas, y la que surgió en el año 2000 con la publicación de ‘La fiesta del chivo’.

Me atrevo a decir en estas líneas que ‘La fiesta del chivo’ ha sido una de las novelas cumbres del Nobel peruano. Ubicada en la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo, aquel tirano que gobernó a su país durante más de tres décadas recordadas especialmente por sus crímenes y sus perversiones, la novela relata en tres historias que discurren paralelas entre constantes saltos de tiempo y de espacio, los días aciagos de la dictadura del “chivo”, los excesos brutales del ejercicio del poder totalitario, y lo que sería en la historia la preparación, ejecución y el trágico desenlace de la víctima y de los victimarios.

Su participación activa en la política peruana pienso que le trajo a Vargas Llosa (le sucede a casi todos los políticos de paso) más problemas que satisfacciones. Y no me refiero necesariamente a la derrota que sufriría en la carrera presidencial frente a Alberto Fujimori en 1990, y tampoco a la persecución que sufrió en aquel régimen de rasgos totalitarios, sino a la distracción temporal que supuso para él, un escritor meticuloso y trabajador, entregado a fondo a la tarea literaria, dejar de lado su vocación y su verdadera pasión, para terminar enfangado en el lodazal de la política. De esa experiencia fallida (como aspirante a la presidencia del Perú), Vargas Llosa sacó material para su obra ‘El pez en el agua’, una suerte de memorias ensayísticas sobre su carrera política y la contienda con Fujimori.

La última etapa como novelista entre el año 2003 y 2016, ha sido más bien de altibajos. Novelas como ‘Las travesuras de la niña mala’, ‘El paraíso en la otra esquina’ o ‘El héroe discreto’, a pesar de su prosa limpia, trabajada con la precisión de un escribidor obsesivo, no llegaron a convertirse en grandes novelas, independientemente de que algunas de las historias allí recogidas y ciertos personajes que deambulan entre sus páginas, son bien logrados.

Su última obra ‘Cinco esquinas’, que recrea precisamente la asfixiante y corrupta época de Fujimori y Montesinos, a pesar de ser una novela ciertamente predecible, tiene la virtud de mantener al lector pegado a sus páginas, atrapado en una vorágine de intrigas y corruptelas, pero especialmente en una fascinante red de aventuras eróticas que evoca momentos elevados de su literatura.

Ahora, cuando debemos referirnos a los ensayos publicados y a su vastísima producción de artículos de prensa, los claroscuros de Vargas Llosa se atenúan casi hasta desaparecer. La solidez de pensamiento y la acidez de su crítica, su sublime interpretación de obras maestras y grandes personajes de la literatura, y su magnífica y refinada prosa, han logrado que estas obras resulten imprescindibles para un lector: ‘La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary’; ‘La verdad de las mentiras’, un análisis profundo sobre veinte y cinco piezas literarias de trascendencia universal; ‘La tentación de lo imposible’, ensayo magistral sobre ‘Los Miserables’ de Victor Hugo; ‘El viaje a la ficción’, estudio sobre Juan Carlos Onetti, el autor y la obra; y, ‘La civilización del espectáculo’, obra a la que ya me referí antes y que ha resultado ser una especie de boomerang vital, constituyen un acervo de enorme valor para la literatura.

El Vargas Llosa articulista de opinión ha sido quizá el más criticado por su posición política no alineada con algunos regímenes de la izquierda latinoamericana ni con las dictaduras del continente. Pero sus textos, al margen de ideologías y pugnas políticas con las que se puede estar sintonizado o en franco desacuerdo, son composiciones periodísticas de un extraordinario nivel intelectual.

Quienes no han leído su obra por razones políticas o antipatías personales, o tan solo lo han hecho en parte por los mismos motivos, se han perdido de uno de los autores más importantes de la literatura universal, autor con claroscuros como todos, pero con una obra que ha trascendido las fronteras del tiempo y del espacio como pocos.

Oscar Vela Descalzo

 

 

 

 

 

 

 

 

Oscar Vela

Hola, soy Óscar Vela, novelista, articulista y autor de reseñas para las revistas Soho y Mundo Diners. Bienvenidos.

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