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PATRIA O MUERTE

En la familia del prestigioso oncólogo venezolano Miguel Sanabria hay de todo: chavistas acérrimos, opositores contumaces, y uno que otro personaje más o menos equilibrado. Lo que ha desestabilizado a esa familia y a las demás es la gravísima situación política y económica que aqueja al país.

 

Todas las familias de una forma u otra se han visto afectadas por los niveles de violencia más elevados de América Latina, por la escasez de víveres y medicinas que alcanza cotas desesperantes, por la trepidante devaluación del bolívar y las restricciones a la libre circulación de monedas extranjeras, por las trabas y limitaciones impuestas al derecho a la propiedad privada, por la descollante corrupción que se ha transformado en la forma de vida y supervivencia de la gente… Nadie en la familia Sanabria se ha librado de estos males, pero a pesar de sus angustias y padecimientos, de la incuestionable crisis y de sus apuros personales, algunos se mantienen todavía como radicales defensores de la revolución bolivariana.

 

Otra familia caraqueña, los Lecuna: padre, madre y un hijo menor de edad, se aferran a permanecer en el departamento que tienen alquilado cuando la propietaria legítima del mismo regresa al país y les exige la desocupación amparada en los términos contractuales por la mora recurrente en pago del canon de arrendamiento. Mientras el padre, periodista desempleado, intenta escribir un libro sobre los últimos días de vida de Hugo Chávez, la arrendadora recurrirá a una banda de “ocupadoras” de inmuebles que, como práctica común en estos momentos aciagos, a cambio de jugosos honorarios, se meten en casas o departamentos para “hacerle la vida imposible” a los arrendatarios morosos.

 

Una tercera familia, la conformada por María, una niña de nueve años y su madre, recluidas por propia voluntad entre las cuatro paredes de su casa por el miedo a salir a las calles, cuando la necesidad les obliga a abandonar su encierro, comprenderán que la escalada brutal de violencia no es solo un asunto inventado por los medios, como alegan los miembros del gobierno.

 

Esos mismos días, Hugo Chávez Frías pasaba sus últimos momentos en Cuba, incomunicado y recluido con todas las seguridades, soportando los embates de un cáncer terminal, mientras sus allegados hacían todo lo posible por ocultar la gravedad de su estado y, más tarde, la fecha real de su muerte. Pero entre esos colaboradores habrá uno que conseguirá la única grabación con la constancia de los dramáticos instantes finales de la vida líder de la revolución bolivariana.

 

Estas y otras situaciones son las que relata el escritor caraqueño Alberto Barrera Tyszka en su última novela ‘Patria o Muerte’, ganadora del reconocido premio Tusquets, 2015. Aunque las historias bien podrían ser parte de la ficción, el autor, con valentía y una enorme destreza narrativa, ofrece al lector un panorama actual sobre lo que ha sido la penosa realidad venezolana en este cuestionado proceso revolucionario.

 

Oscar Vela Descalzo

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MALTRATADORES

No sé si es solo una impresión personal, pero temo que los maltratadores se han multiplicado durante los últimos años en varios países de este lado del mundo. El incremento de casos, denuncias y noticias sobre abusos contra mujeres y niños en Latinoamérica es preocupante, pero también lo es en España y Portugal, países en los que las cifras se han disparado notablemente. De hecho les invito a revisar distintos medios de estas sociedades para que comprueben que no hay un solo día en que no se de cuenta de alguna tragedia que tenga como víctimas a niños o mujeres.

 

¿Habrá alguna razón especial para este aumento en el número de maltratadores en Iberoamérica? Algún suspicaz de esos que nunca faltan en estos lares pretenderá echar la culpa a la prensa que recoge los hechos. Otros con aires de suficiencia (y sospechosos efluvios de complicidad) pretenderán negar una realidad que se torna alarmante.

 

¿Acaso los maltratadores -esta sub especie humana que parecería encontrarse en apogeo- habrán proliferado en estos países por aquella característica endémica, eterna y patética de calificar e identificar a los hombres como “machos latinos”, o quizás se trata más bien de un fenómeno general por algún tipo de trastorno social o económico, o ambos, que pudiera haberse esparcido en todo el planeta?

 

Al margen de los problemas causados por el fundamentalismo religioso de siempre o por el fenómeno migratorio más acentuado hoy que nunca, lo cierto es que, al menos en este lado de lo que se llama el tercer mundo, añadidos además allí España y Portugal, padres putativos de la región, existe un brote inusitado de violencia doméstica, de abusadores (casi siempre hombres), y de víctimas (casi siempre niños o mujeres).

 

El fenómeno, si es que llega a ser tal y antes ciertos “machos alfa” no lo descalifican, alcanza a todos los estratos sociales y económicos. De igual forma aparece ultrajada y asesinada una mujer en una villa miseria, como se descubre a un niño sospechosamente golpeado en su departamento de cinco estrellas. Igual se agrede y se abusa de una niña en un suburbio cualquiera, como se mata a golpes a una mujer en una lujosa mansión. Así como existen seres obscenos y miserables que son capaces de humillar y deshonrar a una señora como Lilian Tintori en Venezuela, existen otros violentos y ruines como ese criminal que asesinó a su hijastra de seis años en un barrio pobre de Quito.

 

Y menciono estos casos en particular dentro de miles de casos que colman la prensa, porque el maltrato no puede tener ningún tipo de justificación social o económica, pero aún ideologías políticas o excusas reverenciales. Menciono estos casos porque es tan miserable, tan delincuente y tan ruin quien ejecuta el acto abusivo como el que lo ordena, lo respalda o lo encubre. Menciono estos casos porque todos debemos estar conscientes que entre el maltratador de una mujer y el monstruo que comete un crimen contra un niño, hay tan solo unos años más de experiencia.

 

Oscar Vela Descalzo

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ENTRE MACONDO Y COMALA

 

En este lado del planeta el realismo mágico no se acaba nunca. A pesar de los esfuerzos que se ha hecho por borrar este concepto, en especial en el ámbito literario, no ha sido posible hacerlo, pues forma parte de nuestra esencia, de nuestra integridad.

 

Desde la aislada Comala de Rulfo hasta el impredecible Macondo de García Márquez, han transcurrido varios decenios y una incalculable cantidad de episodios que confirman esta característica tan propia de estos parajes. Visto desde el lado poético algunas cosas pueden parecer efectivamente fantásticas, insólitas e incluso divertidas, pero otras solo sirven para mostrar al resto del planeta nuestro lado más triste.

 

La política latinoamericana, por ejemplo, es uno de los temas bochornosos que tenemos para exhibir ante el resto. Dejando de lado la historia independentista que copó en su gran mayoría el siglo XIX, y pasando por alto también el conflictivo siglo XX, en este nuevo milenio retomamos otra vez un penoso protagonismo por medio de los gobiernos identificados con la nueva e insustancial teoría del socialismo del siglo XXI, algo que no ha terminado de ser más que un club de amiguetes sin ideología definida que se dedicaron a organizar unas farras pantagruélicas y a desempolvar viejas consignas revolucionarias.

 

Este club se ha sostenido en el tiempo gracias al apoyo de distintas comparsas de saltimbanquis que hacen las delicias del público en tarimas, balcones y fiestas populares, y también, por supuesto, gracias al generoso y abundante aporte de los correspondientes erarios nacionales. Sus miembros son los que ofrecen al mundo de hoy las mejores muestras de que el realismo mágico aún sigue vivo. Así, por ejemplo, hemos sido testigos de la delirante historia en la que un muerto se convirtió en un pájaro azul parlante y gobernante, o la del tuerto que se transformó en ídolo de bronce para la adoración eterna de su club, o la de unos cuantos vivos que destaparon su caja de magia y multiplicaron sus fortunas personales mientras con su varita mágica desaparecían el dinero de las arcas estatales.

 

Hemos sido testigos también de los actos de ilusionismo más grandiosos del mundo, como por ejemplo aquel en el que se esfumaron de la noche a la mañana millones de barriles de petróleo, millones de rollos de papel higiénico o decenas de millones de litros de leche y víveres de la canasta básica, y de igual forma aparecieron un día los supermercados vacíos, desiertos e inmaculados; o aquel acto de prestidigitación en el que un monigote de cartón que representaba un borrego se convirtió ante los ojos atónitos de todos en un arma de destrucción masiva; o aquella ocasión en que un aplauso, un simple aplauso, se transformó súbitamente en un atroz e injustificable delito; o aquel truco escenográfico en el que un fiscal incómodo y avezado, se cambio en el escenario, delante del asombrado público, en un perverso y eficaz suicida.

 

Y es que el realismo mágico no se acaba nunca…

 

 

Oscar Vela Descalzo

 

 

 

 

 

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