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MARA Y SU MUNDO

Siempre será difícil hablar de estas cosas, Mara, pero el tiempo les dará a tu madre y a ti la fortaleza para hacerlo de forma natural. Acuérdate de esta palabra, “natural”, pues la escucharás muchas veces a lo largo de la vida, y por esa magia que tiene el mundo de los toros, el mundo del que provienes y al que pertenece tu familia, esa palabra te ligará íntimamente a tu padre como te liga a él la sangre que corre por tus venas.

Algo que aprenderás con el tiempo es que es imposible descifrar el misterio de la muerte desde la orilla de la vida. Por más que le des vueltas al asunto, que lo harás sin duda, nunca llegarás a encontrar las respuestas que buscas, pues alrededor de la muerte no hay respuestas posibles, solo hay interrogantes que agobian.

Lo que sí comprenderás cuando llegue el momento, es que la vida de tu padre no se apagó aquella tarde por la cornada de un toro, pues mientras tú existas, él también existirá. Los hijos, Mara, prolongan el tiempo de vida de los padres, y tu padre, además de vivir en ti desde esa tarde, vive en la historia taurina que es el sueño cumplido de unos pocos, poquísimos, privilegiados.

Pensarás alguna vez -quizá con razón- que el precio que debió pagar tu padre por ese sueño fue muy alto, y, que al final, serán tu madre y tú las que asumirán cada día la exorbitante deuda de no tenerlo a su lado. Y es posible, Mara, que llegues a rebelarte contra todo y contra todos, pero entonces, cuando suceda, en medio de la batalla que librarás en tu interior, sentirás que alguien desde tu alma te guiará hacia el único lugar que te dará sosiego. Ese lugar será el rincón de los sueños, como dijo tu padre en un mensaje hace años cuando expuso una foto de la plaza de tientas con su capote colgado en el burladero: “El rincón de mis sueños, aquí paso las horas. No sé lo que me deparará el futuro, pero si sé lo que yo le entregaré.” Estas fueron en aquella ocasión sus palabras, Mara, y te las dirigió a ti sin darse cuenta de que el tiempo se le venía encima.

Y a propósito de palabras, un par que flotará siempre a tu alrededor será “la suerte”. Al principio quizás les cogerás manía pues pensarás que fue precisamente lo que le faltó a tu padre el día de su muerte, o lo que tu madre y tú, que no habías cumplido aún los dos años, perdieron esa tarde aciaga. Sin embargo, pronto comprenderás que la suerte en términos generales está asociada a lo bueno o a lo malo, al azar o a la certeza, pero en el mundo tuyo y en el de tu padre, en el rincón de los sueños que ambos comparten, la suerte es un concepto mucho más amplio y plural: es ese lugar en el que se practican ritos, se lanzan plegarias y se domina el miedo; son los terrenos del toro y del torero; es el lance, la embestida, la bravura y la belleza; es el punto de equilibrio entre la vida y la muerte. Por todo eso, Mara, nunca culpes a la suerte.

Así me despido, Mara, imaginando que en aquel mundo, en el tuyo y de tus padres, los tres seguirán juntos.

Oscar Vela Descalzo

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LAS VOCES DE LA TRAGEDIA

Las reacciones de los damnificados por el terremoto son diversas: algunos se han ido pero van a volver cuando la tierra se calme, otros se fueron con lo poco que tenían y no piensan regresar jamás, y una gran mayoría ha decidido quedarse.

Las voces de unos y otros recogen sin embargo sensaciones coincidentes, algunas normales en este tipo de catástrofes, otras verdaderamente curiosas. Por ejemplo, varias personas confirman que inmediatamente después del terremoto el tiempo pareció haberse detenido. Este fenómeno se potenció porque la oscuridad lo envolvió todo en el instante mismo del temblor. Entonces el pánico creció y los minutos se convirtieron en horas y las horas fueron como noches enteras. Hasta que al amanecer, por fin, se descubrió la verdadera dimensión de la tragedia.

Varias personas dicen que con la llegada del día el tiempo aceleró otra vez su paso. La realidad, espeluznante, les devolvió la conciencia. A partir de ese momento todo fueron prisas y desenfreno. El hallazgo de gente con vida fue una inyección de fortaleza en medio de la desgracia, pero cuando concluyeron oficialmente las labores de rescate y la maquinaria empezó la remoción de escombros, todos cayeron otra vez en ese estado de trance que suele seguir a los grandes desastres. Y luego el silencio se apoderó de las zonas afectadas y el tiempo se alteró nuevamente alargando de forma inexplicable las horas del día y extendiendo las noches hasta hacerlas interminables.

Las voces de la tragedia hoy tienen al miedo como compañero inseparable. Por las noches duermen a la intemperie bajo toldos improvisados, soportando el calor, la humedad y las nubes de mosquitos que los asedian. A veces también llegan las lluvias de temporada y se vuelve imposible conciliar el sueño. Pero a pesar de las circunstancias, los que conservan sus casas aún no quieren regresar a ellas. Durante el día todos son seres errantes en cuerpo y alma, son adultos y niños, son viejos y jóvenes, pero cuando oscurece vuelven a ser chicos, y el miedo los sorprende una vez más añorando quizás el abrazo protector de sus padres.

Pero a pesar del temor natural que les embarga y del tiempo que se ha ralentizado de forma incomprensible, sus voces se elevan para decirnos que están vivos. Y así, enteros y fortalecidos, nos reciben en sus pueblos con un maltrecho cartel escrito con letra patoja que dice: “Aquí nos quedamos. Este es nuestro hogar”.

Las voces de la tragedia reflejan en el presente la entereza de aquellos que, aunque lo han perdido todo, empiezan a levantarse. Son esas voces las que abren otra vez los comercios a pesar de que a su alrededor solo hay ruinas. Son esas voces las que atienden los pequeños restaurantes y fondas. Son esas voces las de los pescadores que se lanzan de nuevo al mar. Son esas voces las que agradecen la ayuda recibida, las que nos piden que no nos olvidemos de ellos, las que nos invitan a volver a sus pueblos para empezar juntos una nueva era.

 

Oscar Vela Descalzo

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ESTAS PALABRAS…

Estas palabras surgen desde el sombrío lugar al que todos hemos sido arrastrados en los últimos días. Allí reina todavía una calma inquietante, una deformación de la tristeza que nos resulta abrumadora, desconocida, insoportable, profundamente dolorosa.

Estas palabras nacen como un grito contenido por ese estruendo repentino, por la ondulación imposible que se produjo en las calles, por la avalancha incontenible de tumbados y paredes. Estas palabras brotan de los labios de las víctimas que, en un inicio, habrán pensado que era tan solo un mal sueño; y brotan en forma de lágrimas de los ojos que se abrieron para ver que todo a su alrededor había desaparecido, que allí donde segundos antes estaba concentrada su vida entera, ya no quedaban sino escombros, desolación, muerte y un silencio inexplicable.

Estas palabras se forman con el último aliento de los que se quedaron enganchados para siempre en esa pesadilla, de los que de pronto se hundieron en las tinieblas, alborotados por gritos propios y ajenos, cargado de dolor, angustia y miedo, hasta que, en algún lugar, descubrieron finalmente el sosiego.

Estas palabras han sido moldeadas por la tristeza, empapadas por el llanto que sobreviene con cada imagen, con cada testimonio, con cada frase de aliento, con cada pulso que vuelve a latir, con cada tumba que se clausura para siempre. Estas palabras recuerdan la vida que recorría esas calles irregulares, escuchan las distintas melodías que confluían en cada esquina, y congelan entre líneas las risas amplias y francas de su gente.

Estas palabras rescatan los momentos felices que pasamos en esos sitios que hoy son ruinas, recogen los olores y sabores de sus comidas, evocan la calidez y el desparpajo de su gente, la belleza rústica de sus playas, la tibieza única de sus mares… Estas palabras apenas alcanzan para agradecer a los que se han jugado la vida por otras vidas, para rescatar la generosidad y el sacrificio de todo un pueblo, para alentar la unión y la fortaleza que hemos demostrado ante la adversidad.

Estas palabras recuerdan lo exorbitante que puede ser el precio de la pobreza, lo frágiles que somos todos, pero en especial aquellos que viven en condiciones de miseria. Y ante esa miseria que hoy ha cobrado tantas vidas, que hoy ha marcado a sangre tantos destinos, estas palabras se erigen como un grito de protesta por todo lo que pudimos hacer y no hicimos, por lo que debíamos ahorrar y no ahorramos, por lo que habríamos evitado y no evitamos.

Estas palabras han sido arrancadas de un rincón en el que se ha acumulado toda la rabia posible, todas las preguntas que no tienen respuestas, todas las razones que no tienen sentido, todas las justificaciones de los que se muestran inocentes y todas las imputaciones de los verdaderos culpables.

Estas palabras no quieren más risas ladinas, no consienten más división, no aprueban otro despilfarro. Estas palabras solo anhelan que cese pronto el llanto y empiece la reconstrucción.

 

Oscar Vela Descalzo

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