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EL SABIO IGNORADO

El Pájaro aletea otra vez en las librerías del país. Luego de algunos años de haber sobrevolado esta historia, finalmente su nueva obra eclosionó. Me consta que la pasión y la obsesión fueron las fuerzas conjuntas que lo llevaron a buen puerto, pues en varios pasajes de esa travesía, que a momentos le resultó angustiosa, estuvo a punto de abandonar el barco.

Lo positivo es que el libro ya está aquí para el disfrute de los lectores, no solo de los lectores del Pájaro Febres Cordero, que son muchos, sino también para aquellos que no-le-pueden-ver-ni-en-pintura (y que dicen que son muchísimos más), pero que igual lo leen siempre y, bien sea remordidos, atragantados o esbozando una sonrisa en secreto, disfrutan o se atormentan con sus textos.

Para escribir esta nueva novela, que en realidad es una amalgama de crónicas, investigación, autobiografía e historia de ficción, el Pájaro no la tuvo fácil, pues, además de la rigurosidad y exigencia con la que lleva sus proyectos literarios, se encontró con un personaje extraordinario, situado en un contexto histórico ideal, pero con escasa información sobre una buena parte de su vida pública y de su intimidad. Pero un narrador maduro como él no se iba a dejar vencer por cualquier minucia, y al final encontró el tono y la voz ideales para darle vida y recuperar la memoria perdida de Jacinto Jijón y Caamaño, el sabio ignorado.

Mucho es lo que podemos conocer en el nuevo libro sobre este hombre que, además de millonario, noble, historiador, investigador, arqueólogo, lingüista, sociólogo, ideólogo conservador y escritor, fue candidato a la presidencia de la República (algo que hoy quizás le avergonzaría a él mismo entre tantos presuntuosos sin mérito que aspiran al poder), y fue también el primer alcalde de Quito elegido por votación popular.

En las páginas de este libro hay varias referencias a la Circasiana, esa maravillosa y señorial casa del norte de Quito que perteneció a la familia Jijón Caamaño, y en la que hoy funciona el Instituto de Patrimonio Cultural del Ecuador y el Archivo Histórico de la ciudad. En ese mágico espacio transcurre buena parte de la vida del personaje de esta obra, la vida misma de Quito y las figuras más notables de la época, y también varios pasajes de la niñez del autor que visitó algunas veces por distintas circunstancias la misteriosa y fascinante mansión.

Conservador de ancestro y convicción, Jacinto Jijón y Caamaño vivió la época romántica de la política ecuatoriana, pero también sufrió los avatares de la lucha fragorosa entre liberales y conservadores, y la inquina de sus enemigos que lo arrastraron más de una ocasión al exilio.

Escribir un libro no solo es un desafío que demanda trabajo, precisión, entusiasmo, hondura y meticulosidad, sino también un proceso en el que el escritor, como las serpientes, se deja la piel vieja entre las nuevas páginas de su obra.

En buena hora por el Pájaro, que sigue construyendo jaulas para encerrar sus palabras.

Oscar Vela Descalzo

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VOLVER AL PASADO

Nos acercamos al nuevo proceso electoral y el escenario empieza a enturbiarse con una proliferación de postulantes que afloran casi a diario para optar por la presidencia del país. La mayoría no merecen siquiera una mención, así como seguramente tampoco merecerán el favor de los votantes. En todo caso, con muchos o pocos actores secundarios, se vislumbra una contienda turbulenta entre los candidatos más opcionados, dos en principio, tres quizás más adelante, que concentrarán en ellos la gran atención de los medios y de los electores.

Aprovechando esa antipática muletilla de fuego cruzado con la que unos acusan y otros se defienden de volver o no al pasado, es importante que los aspirantes refresquen su memoria sobre aquellos hechos que han llevado a la población a hartarse de los políticos y a sentir asco por la política, por la del pasado y también por la del presente que no resulta distinta a la de otras épocas.

Por ejemplo, algo que no se debe tolerar en el futuro es otro gobierno hiperpresidencialista en el que todas las funciones que forman los cimientos de la democracia estén controladas y subyugadas por una sola persona. Tampoco deberíamos aceptar más leyes que restrinjan y limiten nuestros derechos en lugar de ampliarlos y protegerlos, ni permitir que ningún gobierno en el futuro coarte nuestra libertad o se entrometa en nuestra vida privada, ni pretenda controlarlo todo y vigilarnos a todos como si fuéramos protagonistas del Gran Hermano de Orwell o de una película gris sobre los caducos regímenes socialistas.

No debemos volver a ese pasado asfixiante en el que los gobernantes derrochaban a manos llenas y se farreaban el dinero público en verdaderas orgías de gasto, corrupción y endeudamiento, y dejaban la cuenta para que sea el pueblo en pleno chuchaqui y en su lánguida economía el que termine pagando la fiesta.

No queremos que regresen jamás los tiempos en que la justicia era un fundo dominado por un cacique y los jueces un ejército de servidores obsecuentes. No queremos ver nunca más una legislatura llena de matones y puñeteros, pero tampoco un refugio de levantamanos, mediocres y sumisos. No queremos gobernantes déspotas, insultadores, pendencieros, bailarines o cantantes, y tampoco nos interesan las deidades, las majestades ni los soberanos. No queremos a las Fuerzas Armadas encaramándose otra vez en el poder, pero tampoco las queremos humilladas. No queremos golpes de Estado ni viejas prácticas conspiradoras ni gobiernos a perpetuidad.

Queremos, eso sí, vivir en democracia plena, en esa que solo se alcanza con división y equilibrio de poderes. Queremos, eso sí, sentir la libertad, la que solo se logra con el respeto irrestricto a los derechos de los demás. Queremos, eso sí, un tiempo de sosiego, un largo período de estabilidad. Queremos, eso sí, un estadista que dirija el destino del país con altura y compostura, y nunca más repetir aquel pasado de oprobio, descomposición, confrontación y vergüenza.

Oscar Vela Descalzo

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CURIOSA MUERTE LA DE MARÍA DEL RÍO

“Casi a nadie sorprendió –a mí menos, la verdad sea dicha- que el viejo profesor apareciera muerto de esa manera. Era más o menos previsible que las cosas tomaran ese rumbo. Había algo en el ambiente de la ciudad, un convencimiento generalizado, uno de esos rumores que se propagan en segundos. Era de suponerse –se evidenciaba en las miradas de quienes contemplaban el cuerpo del profesor, en la foto del diario El Meteorito- que sus juegos terminasen por llevarlo al más allá de manera atroz…”

Así da inicio a su nueva novela, ‘La curiosa muerte de María del Río’, (Alfaguara, 2016), el escritor cuencano Juan Pablo Castro Rodas (1971). Así atrapa al lector el narrador de esta historia, al mejor estilo de los grandes exponentes del género negro: Simenon, Chandler, Black, Ellroy, entre muchos autores que han dedicado sus vidas y sus obras al culto del crimen y al arte de matar.

‘La curiosa muerte de María del Río’ obtuvo el Premio de Novela corta Miguel Donoso Pareja, que se convocó en el marco de la Feria Internacional del libro de Guayaquil en el año 2015, según el acta del jurado: “…por su lograda organicidad, por su capacidad de intriga sustentada a través de un lenguaje funcionalmente literario y por la configuración de un sólido protagonista”.

A partir de la primera escena, descarnada y enigmática, el narrador anónimo describe con todo detalle el descubrimiento del cuerpo de la víctima, las múltiples y espantosas heridas que le ha provocado el arma homicida, una daga con empuñadura roja que el asesino le ha incrustado en el vientre, y las singulares características de este crimen que conducirá al teniente Veintimilla, protagonista principal de la novela, a involucrarse en el mundo subterráneo de un viejo profesor universitario que, a vista y paciencia de la conservadora sociedad cuencana, ha estado viviendo una doble vida.

La historia entra entonces en un ritmo frenético y pegajoso que transita entre bares frecuentados por homosexuales, discotecas, hospitales psiquiátricos y algunos muladares en los que el viejo profesor habría dejado sus huellas. La carga irónica de la narración, una impronta particular de la literatura de Castro Rodas, se ensaña con las sociedades andinas, en especial la cuencana y la quiteña, y recrea en el texto aquel modo de vida taimado, curuchupa y bastante convencional que caracteriza a las dos ciudades.

El autor de esta deliciosa novela hace gala de una prosa ágil y bien pulida que no se queda en el puro relato sino que profundiza y reflexiona en la condición de los personajes, todos ellos bien definidos tanto en su aspecto físico como en su carácter y comportamientos perfectamente entonados con el ambiente que rodea al misterioso crimen.
A propósito de los múltiples pliegues de la novela, dice el narrador en uno de sus pasajes: “La vida del profesor parecía haber transcurrido entre la anodina esfera del mundo académico, a vista de todos, y, paralelamente, en una enturbiada zona de penumbra.”
Oscar Vela Descalzo

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MEDIDAS ECONÓMICAS

Corría el año de 1959, el gobierno ante la situación de iliquidez y la crisis que se avecinaba resolvió dictar varias medidas económicas de ajuste fiscal. Uno de los textos que recoge aquel momento histórico decía lo siguiente:

“…En cualquier caso, en septiembre el gobierno se lanzó a una política fiscal agresiva; se crearon impuestos sobre las importaciones: hasta el 30 por ciento en comestibles, el 40 por ciento en máquinas de escribir y de oficina, 60 por ciento en coches baratos y algunos artículos domésticos y el 80 por ciento en los coches caros. A partir de entonces se exigieron permisos de importación para todo y se restringió el cambio de moneda extranjera. Se iba a crear un ambiente de austeridad. … atacó el alcoholismo, calificándolo de “vicio peor que todos los demás juntos”, y cargó de impuestos a las bebidas. Sin embargo, al mismo tiempo, y contradictoriamente, hubo un intento de resucitar el turismo. Carlos Almoina, director del Instituto del Turismo, anunció un programa fulgurante destinado a fomentar la inversión en hoteles, a construir un nuevo aeropuerto para jets, y se hicieron planes para celebrar una gran conferencia turística el mes siguiente.”

De no ser porque en los párrafos anteriores consta el año en que se tomaron las referidas medidas económicas, y también porque aparece en la cita textual el nombre de Carlos Almoina con su cargo de director del Instituto del Turismo, bien podría pensarse que tales medidas se tomaron aquí, en el Ecuador del siglo XXI, hace poco tiempo u hoy mismo. Sin embargo, la cita se refiere a otro país Latinoamericano, Cuba, y a los meses iniciales del gobierno revolucionario de Fidel Castro (aunque el presidente en septiembre de 1959, nominalmente, era Osvaldo Dorticós). La cita ha sido tomada del libro ‘Cuba, la lucha por la libertad’ del historiador inglés Hugh Thomas.

Esos primeros meses del gobierno revolucionario cubano, que se había hecho con el poder tras derrocar al dictador Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959, transcurrieron en medio de la incertidumbre política por la línea ideológica que tomaría Castro (algo que no se reveló con claridad hasta abril de 1961 cuando ya la Unión Soviética había acordado su apoyo a Cuba y Fidel declaró que la revolución sería comunista, marxista y leninista), y también por la crisis económica en la que había caído el país tras las batallas contra el régimen batistiano que dejó vacías (en gran parte por corrupción) las arcas fiscales de la isla.

Así, 1959 fue para Cuba un año de reorganización gubernamental y de violentos cambios sociales. Así llegaron también, de la mano de todos esos cambios, la purga de antiguos colaboradores batistianos y la eliminación o expulsión de cualquiera que se atreviera a contradecir al nuevo régimen. Así surgieron además la presunta y fallida revolución moral. Así se decidieron los severos reajustes económicos con los que comenzó la era de la Cuba comunista, marxista y leninista.

Oscar Vela Descalzo

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AL FINAL DEL CUENTO…

Al final del cuento el jaguar de la región fue tan solo un avezado gatito de garras minúsculas cuya fragilidad quedó al descubierto cuando se le acabaron las reservas de víveres del callejón en el que se había apostado. Y le tocó salir entonces a la gran avenida, flaco y desorientado, chuchaqui y medio ciego por largas noches de farras, orgías y derroches, para buscar en los basureros las sobras que pudieran saciarlo; o mendigar a regañadientes, cabizbajo, alguna limosna a los transeúntes que antes rodeaban el callejón por temor al jaguar que supuestamente vivía allí, y que ahora pasaban de largo ante la imagen desvalida, patética y desaliñada de aquel pequeño minino.

 

Al final del cuento tampoco se produjo el milagro que venían anunciando los profetas entre aullidos y jaranas. El presunto prodigio resultó ser apenas un espejismo dorado, falsamente brillante; la holográfica promesa de un tesoro incalculable que aguardaba por los ávidos exploradores de la jungla que se habían dejado la vida en aquella aventura. Y cuando aquellos expedicionarios alcanzaron el lugar marcado con la X, encontraron los cofres del tesoro abiertos y vacíos, y solo en ese instante comprendieron que la inmensa riqueza había desaparecido, pero que les quedaba como consuelo la portentosa carretera que les había llevado con cierta comodidad hasta ese recóndito lugar de la selva.

 

Al final del cuento la Suiza de Latinoamérica no fue tal. Tiempo atrás había sido bautizada así por sus paisajes montañosos, por la gama de colores verdes de sus praderas y por las imponentes cumbres blancas de su cordillera. También había recibido tal apelativo por su maravilloso y aromático chocolate, pero sobre todo se ganó su mote por los precios exorbitantes del costo de la vida, comparable a los de Zúrich o Ginebra, a mucho orgullo… Pero resultó que, en el fondo, la tal Suiza no había sido una isla de paz como todos imaginaban, porque estaba repleta de unos seres de carácter furibundo que se la pasaban gritándose los unos a los otros, acusándose los otros a los unos, silenciándose entre pocos y muchos, atacándose entre los de antes y los de hoy por lo que iba a suceder mañana, hasta que alguno vino, vio y dijo: “esto no es lo que todos necesitamos”. Y se largó…

 

Al final, aquellos que nos habíamos convencido de que esta vez sí íbamos a cambiar, de que ahora sí nos íbamos a subir en el andarivel del progreso y la equidad, de que en esta ocasión sí levantaríamos vuelo y nos convertiríamos en el jaguar, en el milagro, en la isla de paz, en todo lo que ustedes (el resto del mundo) necesitan, llegamos a las últimas páginas salpicados de sangre, saliva e insultos; atrapados en una vorágine de venganzas, ataques, contraataques, despilfarros, señalamientos, burlas, vergüenzas; asaltados nuevamente por aquella sensación angustiosa de que continuamos sin rumbo, y de que los contadores de historias, a pura lengua, una vez más, habían logrado dormirnos con sus cuentos.

 

Oscar Vela Descalzo

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MALTRATADORES

No sé si es solo una impresión personal, pero temo que los maltratadores se han multiplicado durante los últimos años en varios países de este lado del mundo. El incremento de casos, denuncias y noticias sobre abusos contra mujeres y niños en Latinoamérica es preocupante, pero también lo es en España y Portugal, países en los que las cifras se han disparado notablemente. De hecho les invito a revisar distintos medios de estas sociedades para que comprueben que no hay un solo día en que no se de cuenta de alguna tragedia que tenga como víctimas a niños o mujeres.

 

¿Habrá alguna razón especial para este aumento en el número de maltratadores en Iberoamérica? Algún suspicaz de esos que nunca faltan en estos lares pretenderá echar la culpa a la prensa que recoge los hechos. Otros con aires de suficiencia (y sospechosos efluvios de complicidad) pretenderán negar una realidad que se torna alarmante.

 

¿Acaso los maltratadores -esta sub especie humana que parecería encontrarse en apogeo- habrán proliferado en estos países por aquella característica endémica, eterna y patética de calificar e identificar a los hombres como “machos latinos”, o quizás se trata más bien de un fenómeno general por algún tipo de trastorno social o económico, o ambos, que pudiera haberse esparcido en todo el planeta?

 

Al margen de los problemas causados por el fundamentalismo religioso de siempre o por el fenómeno migratorio más acentuado hoy que nunca, lo cierto es que, al menos en este lado de lo que se llama el tercer mundo, añadidos además allí España y Portugal, padres putativos de la región, existe un brote inusitado de violencia doméstica, de abusadores (casi siempre hombres), y de víctimas (casi siempre niños o mujeres).

 

El fenómeno, si es que llega a ser tal y antes ciertos “machos alfa” no lo descalifican, alcanza a todos los estratos sociales y económicos. De igual forma aparece ultrajada y asesinada una mujer en una villa miseria, como se descubre a un niño sospechosamente golpeado en su departamento de cinco estrellas. Igual se agrede y se abusa de una niña en un suburbio cualquiera, como se mata a golpes a una mujer en una lujosa mansión. Así como existen seres obscenos y miserables que son capaces de humillar y deshonrar a una señora como Lilian Tintori en Venezuela, existen otros violentos y ruines como ese criminal que asesinó a su hijastra de seis años en un barrio pobre de Quito.

 

Y menciono estos casos en particular dentro de miles de casos que colman la prensa, porque el maltrato no puede tener ningún tipo de justificación social o económica, pero aún ideologías políticas o excusas reverenciales. Menciono estos casos porque es tan miserable, tan delincuente y tan ruin quien ejecuta el acto abusivo como el que lo ordena, lo respalda o lo encubre. Menciono estos casos porque todos debemos estar conscientes que entre el maltratador de una mujer y el monstruo que comete un crimen contra un niño, hay tan solo unos años más de experiencia.

 

Oscar Vela Descalzo

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¿A QUÉ HUELEN LAS REFORMAS?

¿A QUÉ HUELEN LAS REFORMAS?

El olor que persigue a las últimas reformas constitucionales no está del todo identificado. Su rastro va dejando en el ambiente ciertos aromas confusos, algunos lejanos que llegan como descargas eléctricas desde la memoria, otros en cambio más recientes, plagados de matices y vahos locales en los que se puede reconocer las huellas odoríferas de ciertos tiranos del siglo anterior que se habrían sentido muy orgullosos con el resultado.

El tufillo en todo caso solo proviene inicialmente de “Las Reformas”, es decir, de aquellos cambios constitucionales que modificaron esencialmente la estructura del Estado. Esto se lo debemos a noventa y nueve brazos mecánicos que, en flagrante violación del procedimiento constitucional y en un gesto desafiante contra la mayoría de la población que pedía consulta popular, se levantaron y votaron a favor de las mismas.

“Las Reformas” que han dejado sus particulares notas pestilentes son: la reelección indefinida, la militarización de la sociedad, la comunicación como servicio público y las limitaciones a la potestad fiscalizadora de la Contraloría.

Pero para descubrir a qué huelen estas “Reformas”, primero debemos saber: ¿qué tienen ellas en común? Aunque no resulte fácil tratarlas como un paquete por los temas disímiles que tratan, hay algo que las vincula de forma notoria y es que las cuatro “Reformas” no solo que modifican la estructura del Estado, sino que erosionan peligrosamente los cimientos republicanos del Ecuador.

De hecho esta gran conquista de la revolución francesa (me refiero a la República), nació, según tratadistas como el doctor Rodrigo Borja (consultar su obra Enciclopedia de la Política), con seis características esenciales: la alternancia, la electividad de los gobernantes, la división de poderes, la imposición de límites jurídicos a la autoridad, la obligación de los gobernantes de rendir cuenta de sus actos y la publicidad de su gestión. Todas “Las Reformas” recientes afectan, vulneran o violan abiertamente una o más de las características indispensables al sistema republicano.

El antídoto para las monarquías hereditarias y para las dictaduras eternas ha sido históricamente la democracia como forma de gobierno y la República como sistema político. Las cuatro “Reformas” han destruido los cimientos de estos dos componentes del Estado, y han permitido que, desde sus cloacas, se filtren los distintos efluvios que ahora nos envuelven.

Por eso quizá percibimos en el aire ese olor rancio a monarquía europea, a pudrición caribeña y a descomposición bolivariana; o esos aromas más distantes, ácidos y nostálgicos, argentosos y cuprosos, a golpe militar de los setenta; o quizás olores más ibéricos, a jamón fermentado o a censura franquista; o, a lo mejor, es la fetidez del chivo viejo dominicano, o, simplemente, se trata de una hediondez que nunca antes habíamos descifrado, un olor desagradable que al parecer no conocíamos, la fetidez de la no República.

Oscar Vela Descalzo

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NOVELEROS Y EGOCENTRISTAS

NOVELEROS Y EGOCENTRISTAS

El Ecuador es un país plagado de noveleros y egocentristas. Más allá de las distintas acepciones de estas palabras, algunas que encajan muy bien con nuestra forma de ser tanto en lo individual como en lo social (fantasiosos, chismosos, caprichosos, soñadores, egoístas, acaparadores), ha sido en los políticos en donde mejor se han fijado tales características.

Los políticos ecuatorianos, salvo contadas excepciones, han actuado siempre al vaivén de sus intereses particulares o partidistas, y muy pocas veces lo han hecho con un verdadero sentido de servicio público, con un afán real por conseguir el bienestar común y con una dimensión cierta de justicia y equidad.

Si restingimos el análisis solamente a los legisladores de la República del Ecuador, encontraremos que desde 1830 hasta la actualidad se han redactado y aprobado veinte constituciones, es decir, una cada nueve años y poco más. A esto debemos añadir las decenas de procesos de reforma a las distintas cartas políticas que han regido el país.

Por otro lado, en materia legislativa legal el desempeño no ha sido mucho mejor pues somos expertos creadores de leyes para regular, controlar y reglamentar todas las actividades humanas conocidas y por conocerse. Obviamente, gracias a esta ansiedad mandatoria, prohibitiva y regulatoria de nuestros políticos, ninguna norma legal o constitucional ha sobrevivido en el tiempo sin que sus creadores hayan pensado en cambiarla, reformarla, revocarla o eludirla desde el instante mismo en que fue promulgada en el Registro Oficial.

Por supuesto que muchos de los políticos en su momento se habrán escudado con la clásica excusa del mediocre que confunde cantidad con calidad, y otros tantos habrán alegado (alegan aún), envueltos en un halo de suficiencia e inmortalidad, que sus actuaciones están sacramentadas y bendecidas por los más altos sentidos patrióticos… Todo esto, claro está, es pura paja. Los políticos ecuatorianos, salvo escasas y honrosas excepciones, marchan siempre al ritmo que les impone el caudillo de turno y al son de la melodía a la que más se ajustan sus gustos y habilidades particulares.

Así, con nula visión social y un escandaloso individualismo, se han redactado y aprobado la mayoría de leyes en el país. Así, congraciándose con el líder del momento, aspirando aunque sea a las sobras de los grandes banquetes palaciegos, se han elaborado una buena parte de las veinte constituciones que llevamos encima.

Así, despreocupados e indiferentes por el futuro de las nuevas generaciones, despelucados por la azarosa orgía del poder, imbuidos de toda la novelería que cabe en un niño con juguete nuevo, contagiados por la pandemia egocéntrica de su capitán, se ha redactado la reciente propuesta de reforma constitucional que alterará gravemente la estructura esencial del Estado, que pasará, a golpe brusco de timón, de una democracia alternativa, a convertirse en un híbrido impresentable de caducos tintes monárquicos.

Oscar Vela Descalzo

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