Tag: DERECHOS HUMANOS

LAS FAMILIAS «NORMALES»

La discusión ociosa, tan de moda en esta era de las redes sociales, no debería llevarnos a nada, o, quizás debería llevarnos al mismo punto de partida, es decir al punto muerto en el que nadie resulte afectado ni tampoco favorecido por haber perdido unos minutos de su vida. De hecho, a veces es importante y agradable relajarse un poco y conversar sobre cualquier trivialidad o absurdo que se le venga a uno a la cabeza.

Sin embargo, cada vez con más frecuencia, se originan todo tipo de discusiones alrededor de temas que, aunque pudieran parecer inofensivos o intrascendentes, pueden afectar gravemente a otras personas. Esto es lo que sucedió los últimos días con la presunta “ideología de género” que se estaría promoviendo en un proyecto de ley en la Asamblea Nacional. Bastó una declaración de algún ocioso provocador para encender la mecha de todos los desocupados que, sin haberse molestado en revisar el referido proyecto o saber si la denuncia tenía algún sustento, se lanzaron a atacar de forma indiscriminada a los que no piensan o no viven como ellos desearían.

Así, sin haber leído ni entendido lo que se estaba tratando en la Asamblea (que es un proyecto de ley contra la violencia de género que busca proteger a la mujer y equilibrar sus derechos en la sociedad), orquestaron lemas y lanzaron todo tipo de municiones en contra de quienes, presumiblemente, los amenazaban. Reivindicaron entonces su derecho de educar a sus propios hijos según sus costumbres y convicciones (algo que nadie había puesto en entredicho y que es incontrovertible), pero además salieron en estampida en defensa de las “familias normales”, concepto que, además de ser espeluznante, encierra un comportamiento arcaico, soberbio y ofensivo contra todos aquellos que no encajan en sus parámetros de normalidad.

El resultado de esta manipulación de ciertas organizaciones que inventan enemigos invisibles y falsas amenazas para tratar de desviar la atención de los escándalos y suciedades que ocultan bajo sus alfombras, ha sido la ola de ataques y el rechazo que han sufrido los grupos e individuos que pertenecen o defienden la igualdad de derechos para las personas de diversa orientación sexual.

Que alguien pretenda ser el modelo de “normalidad” por la razón de su fe en esta sociedad moderna es tan aberrante como intentar imponer por la fuerza la supremacía de un credo como único y verdadero. Ni la fe, ni las convicciones ideológicas ni la sexualidad deben ser impuestas por nadie, pues pertenecen al fuero más íntimo del ser humano.

A los ojos de las respectivas creencias y de sus dogmas particulares, es posible que la homosexualidad o la disfuncionalidad (otro término repudiable que está de moda) en familias distintas a las suyas les atemorice y les atormente, pero se debe entender que la sociedad la formamos todos, no solo ustedes y su fe. Y, sí, por desgracia todavía seguimos siendo una aldea dividida entre familias “normales” y todas las demás.

Oscar Vela Descalzo

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SATYA

Cuando usted lea este artículo es probable que ‘Satya’, la niña a la que sus madres buscan registrar con sus apellidos, ya tendrá sentencia dentro de la acción extraordinaria de protección interpuesta en la Corte Constitucional ante la negativa del Registro Civil de inscribirla con su verdadera identidad, como hija de Helen Bicknell y Nicola Rothon.

Por un sentido de justicia y por el reconocimiento pleno de los derechos humanos en nuestro país espero que la sentencia sea favorable a Satya y a sus madres. Cualquier otra decisión solo demostraría que nuestra sociedad sigue estancada en discusiones arcaicas y mantiene inalterable su retrógrada división de los seres humanos en distintas categorías por sus creencias, raza u orientación sexual.

Una resolución adversa a Satya nos dejaría expuestos como una sociedad medieval anquilosada en prejuicios, violadora flagrante del derecho a la identidad de la niña y desconocedora de la existencia de diversos tipos de familias. Y por el contrario, una resolución favorable se constituirá en un ejemplo del respeto incondicional a los derechos humanos.

En todo caso la decisión sobre la identidad con la que Satya será registrada ha destapado, una vez más, la discusión por la vigencia o restricción de los derechos de una persona o de un colectivo en particular por razones de identidad sexual.

Varias perlas han surgido en este fuego cruzado, algunas dignas de ser publicadas en el compendio universal de la estupidez, como aquellas que atacan la homoparentalidad porque “la estructura de vida de una pareja homosexual expone a un nivel de estrés mayor a los niños”. O la sandez en la que se asegura que “las uniones homosexuales son mucho más inestables y cortas que las de los heterosexuales”. Ante tales argumentos no cabe sino lamentarse por el futuro de la humanidad en manos de estos seres cargados de una soberbia y simpleza tan grandes que apenas han logrado dividir a las personas, como en las películas, en buenas o malas, por su sexualidad.

¿Acaso existe sobre la faz de la tierra un solo ser humano que pueda atreverse a afirmar que es mejor padre o madre que otro que no tiene sus mismas preferencias sexuales o creencias religiosas? ¿Hemos llegado a un punto en el que la arrogancia, el egoísmo y la memez de un colectivo pueden impedir que una niña tenga su identidad, o que un niño abandonado disfrute de un hogar y sea amado por dos padres o dos madres? ¿Somos tan miserables como especie que preferimos ver los orfanatos llenos antes que un niño sea acogido y querido por dos personas que no consideramos idóneas porque no son una “familia tradicional”, una familia como “la nuestra”?

Independientemente del resultado de este proceso, Satya crecerá con el amor de sus madres, pero muchos otros niños de nuestro país no sabrán jamás lo que es vivir en familia porque alguien les dijo que esas personas que los querían no eran “normales”, y los que en apariencia sí lo eran, por lo visto, nunca aparecieron.

Oscar Vela Descalzo

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¿SOMOS TODOS IGUALES?

Alguna vez se ha preguntado: ¿qué sucedería si de pronto, como consecuencia de un accidente o de una enfermedad, usted perdiera uno o más de sus sentidos o quedara incapacitado para caminar?

Supongamos que por cualquiera de las causas referidas, usted pierde la vista. Imagine cómo sería en adelante su vida, segundo a segundo, en tinieblas. Imagine, por ejemplo, que acaba de despertar pero sigue estando a oscuras. Imagine cómo será levantarse, desplazarse por casa, ir al servicio higiénico, bañarse, arreglarse por costumbre delante de un espejo que no le devolverá ninguna imagen, escoger la ropa, vestirse, ir hasta la cocina, preparar sus alimentos y sentarse a comer… Supongamos, para bien, que tiene alguien a su lado que le puede ayudar en todas esas tareas que parecerían casi imposibles de realizarse a solas, ¿pero y si usted no cuenta siempre con esa persona, o si no tiene familia, o si no tiene recursos para contratar a alguien que lo asista?

Imagine ahora que, en las mismas circunstancias de ceguera total, debe salir a la calle para ir a trabajar, para hacer un trámite burocrático por su incapacidad, para comprar alimentos o medicinas, para tomar aire o recibir los rayos del sol… Tal como están diseñadas actualmente nuestras ciudades, es muy probable que usted caiga en una alcantarilla destapada, o esté a punto de ser atropellado en cualquier calle, o tropiece en una acera con un vehículo estacionado sobre ella, o reciba insultos y bocinazos de algún energúmeno al volante, o sufra un golpe contra la rama baja de un árbol, contra un letrero mal colocado o contra un puesto de ventas ambulantes; y si regresa sano a su casa, si es que regresa, habrá tenido mucha suerte…

Imagine ahora qué pasaría si usted no pierde la vista sino que se queda postrado en una silla de ruedas en la que deberá desplazarse, sin contar en todo momento con la ayuda de alguien más. Piense entonces cómo haría estas tareas: salir a la calle y tomar un taxi, ir a comer a un restaurante lleno de escalones o pasar por una estrecha puerta de acceso al servicio higiénico; o circular tranquilamente por las aceras de su ciudad, o ir al estadio a ver un partido de fútbol…

Igual que le sucede a la mayoría de la gente, yo no me había detenido a pensar demasiado tiempo en lo difícil que debe ser vivir con una discapacidad en nuestro país, pero hace pocos días conocí el trabajo de “Access Israel”, una organización sin fines de lucro cuyo objetivo fundamental es promover la accesibilidad de todas las personas, concientizando a los ciudadanos sobre las enormes dificultades que tienen para desarrollar una vida normal.

Comprendí entonces que en este país no somos todos iguales porque hoy no gozamos de los mismos derechos; porque estamos muy lejos todavía de tener una verdadera accesibilidad que incluya a todas las personas; porque no respetamos los derechos de los demás… Porque no somos conscientes aún de lo que ellos deben padecer por nuestra culpa.

Oscar Vela Descalzo

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GUANTÁNAMO, EL HORROR

Después de la firma del Tratado de París en 1898, suscrito como consecuencia de la derrota de España en la guerra de independencia de los últimos territorios americanos, Estados Unidos ocupó la isla de Cuba (además de Puerto Rico y Filipinas).

El 20 de mayo de 1902 nació oficialmente la República de Cuba y se eligió como su primer presidente a Tomás Estrada Palma. Un año antes, el gobierno de los Estados Unidos había incorporado en la constitución de Cuba, bajo su protectorado, la Enmienda Platt, que entre otros favores concedía a los norteamericanos el derecho de arrendar o comprar tierras en la isla para sus estaciones navales e intervenir en la conservación de la independencia cubana. En 1903, el presidente Estrada firmó el acuerdo por el que los Estados Unidos arrendaron a Cuba la Bahía de Guantánamo, a perpetuidad, para establecer allí su base militar.

El atentado en las torres gemelas del 11 de septiembre del 2001 llevó al presidente George W. Bush, en enero del año 2002, a abrir el Campo de Detención de Guantánamo, una cárcel de máxima seguridad que se encuentra al margen de la jurisdicción estadounidense y también de la justicia internacional, y que por esta razón se ha convertido en el lugar perfecto para cometer todo tipo de atropellos y violaciones contra los derechos humanos.

Las denuncias sobre los horrores cometidos en esa prisión han dado la vuelta al mundo, y a pesar de que el presidente Obama ofreció en su campaña electoral el cierre de este campo de concentración contemporáneo, hasta el día de hoy se lo mantiene abierto y en sus calabozos permanecen detenidas aún sesenta personas. De este grupo tan solo siete han sido acusados de algún delito y apenas tres de ellos han sido condenados. Entre el resto de reos hay al menos una veintena que ya fueron autorizados para salir por no habérseles demostrado vínculos con actos o agrupaciones terroristas, pero para abandonar la prisión necesitan de algún país que los acoja. Los demás detenidos no tienen en su contra sino sospechas o presunciones, y nadie hasta hoy los ha acusado o enjuiciado formalmente.

Las torturas y abusos cometidos contra los casi ochocientos reos que han pasado por Guantánamo se divulgaron en todo el mundo hace años. La situación de indefensión y la violación de los derechos de los que aún están presos es pública y notoria, pero ni siquiera la voluntad del presidente Obama ha conseguido cerrar las puertas de uno de los últimos campos de tortura y aislamiento que existen en el planeta.

Por una razón o por otra el Congreso de los Estados Unidos en este último período ha bloqueado el cierre definitivo de la prisión de Guantánamo y ha impedido el traslado de los presos para su liberación o juzgamiento. Si Obama no lo logra, ¿será Clinton la que pase a la historia por cerrar el campo y, quizás también, por devolver su territorio a Cuba? Y si llega al poder el tipo del tupé, ¿cómo se remodelará y hasta dónde se ampliará el infierno?

Oscar Vela Descalzo

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LOS NIÑOS PERDIDOS

Todos los días la prensa mundial recoge historias desgarradoras, casi siempre con desenlaces trágicos, de seres humanos que intentan llegar a Europa desde el norte de África y desde las costas asiáticas que bordean el Mediterráneo.

Entre los desplazados que se embarcan en travesías temerarias hay miles de niños que mueren en ellas, especialmente ahogados en el mar. Las imágenes diarias de niños muertos que recalan en playas o arrecifes de uno y otro continente son tan dolorosas e impactantes que una sola debería ser suficiente para avergonzarnos por toda la eternidad de haber sido parte de la especie animal que hoy domina el planeta.

Pero entre los que huyen también hay muchos niños que alcanzan su objetivo y llegan a Europa. Los que corren con suerte tienen la compañía de sus padres o al menos de uno de ellos para empezar una nueva vida en un lugar lejano y distinto a su hogar. Sin embargo, un alto porcentaje de los refugiados menores de edad llegan solos y en esa condición se convierten en presas fáciles de traficantes de personas, redes de prostitución, negociantes de órganos o esclavistas contemporáneos. Solo durante el año 2015 la Oficina Europea de Policía (Europol) estimaba que había en este continente al menos 10.000 niños refugiados desaparecidos.

En América el flujo migratorio de los países del sur hacia el norte, en especial de las naciones más pobres hacia los Estados Unidos, también cuenta con un número importante de menores de edad cuyas historias de frustraciones y desgracias solo se llegan a conocer por referencias de los familiares que los empiezan a buscar un tiempo después de su partida, cuando no han dado señales de haber llegado con vida al otro lado de la frontera.

Pero también hay casos espeluznantes de niños perdidos en otros procesos migratorios de sus padres ya sea por conflictos armados, causas económicas o políticas, desastres naturales o graves conmociones sociales que se producen con frecuencia en zonas como Centroamérica, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia. Aunque en estos casos “americanos” normalmente la difusión mediática es menor y las estadísticas son escasas, no podemos ignorar la realidad que toca a nuestras puertas cada día.

La obligación de quienes conformamos la sociedad frente a la tragedia de un niño no debe ni puede limitarse a la compasión, a la oración o a la caridad. De nada sirven las lágrimas, las plegarias y las limosnas si cada día siguen muriendo o desapareciendo niños por la perversa política migratoria de los gobiernos más poderosos frente a los refugiados, y por la abominable conducción política, social y económica de los gobiernos tercermundistas que provocan el éxodo masivo de sus ciudadanos.

La inacción y el silencio quizás podría dejarnos a salvo, pero nos hará cómplices. Levantar la voz, actuar, denunciar, acusar y demandar podría ponernos en riesgo, pero nos hará responsables por el bienestar, la salud, la educación y la vida de miles de niños.

Oscar Vela Descalzo

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UN HÉROE ENTRE NOSOTROS

Corría el año 1941 y el planeta vivía tiempos oscuros. El delirio de Hitler y de sus obsecuentes seguidores arrastraban a los países involucrados en la segunda guerra mundial al borde de su propia extinción. Apenas habían pasado veinte años desde que concluyó la primera gran guerra cuando Europa intentaba otra vez suicidarse.

 

Suecia, un país que mantenía intactas sus simpatías por la causa alemana, mostraba al mundo, de labios para afuera, una posición de neutralidad frente al conflicto, pero la realidad era que buena parte de su economía dependía de los minerales que vendía a Alemania. Ésa fue la razón principal por la que Hitler atacó a todos los países nórdicos menos a Suecia.

 

En este contexto, el diplomático Manuel Antonio Muñoz Borrero, cónsul ecuatoriano en Estocolmo desde 1931, fue ratificado en su cargo por el gobierno del presidente Carlos Alberto Arroyo del Río en septiembre de 1940.

 

Muñoz Borrero (Cuenca, 1891), fue un hombre cauto y circunspecto de notable inteligencia y don de gentes, pero por lo que se conoció años más tarde, entre sus principales virtudes sobresalieron la generosidad, la humildad y un arraigado sentido de solidaridad.

 

En 1941, en pleno conflicto mundial, Muñoz Borrero emitió más de un centenar de pasaportes en blanco para ayudar a salvar un grupo de judíos de origen polaco que debían ser transportados en barco hacia América portando documentos de identidad que acreditaran otra nacionalidad. El descubrimiento de los pasaportes por algún entuerto diplomático frustró el viaje de los judíos que habrían desaparecido más tarde en los campos de exterminio nazi, y también ocasionó la destitución de Muñoz Borrero del cargo de cónsul honorario del Ecuador.

 

Sin embargo la historia no acaba allí, pues el diplomático cesado al no tener un reemplazo nombrado por su país, ni recibir ninguna orden del gobierno sueco para separarse oficialmente de su cargo, mantuvo su despacho y siguió expidiendo pasaportes ecuatorianos a quienes los necesitaban. Así, entre 1942 y 1943, el depuesto cónsul extendió pasaportes a varios grupos de judíos, especialmente de origen polaco, alemán y holandés.

 

Se calcula que de los 263 judíos que recibieron pasaportes ecuatorianos emitidos por Muñoz Borrero, salvaron su vida 75. Por esta razón, en el año 2011, el Museo del Holocausto de Jerusalén, Yad Vashem, incluyó en la lista de “Justo entre las Naciones”, el reconocimiento más alto del Estado de Israel, al ex cónsul del Ecuador en Estocolmo. Hoy, el Centro de Recursos de Estudios sobre el Holocausto y Derechos Humanos, que funciona en el Colegio Einstein de Quito, también lleva el nombre de Manuel Antonio Muñoz Borrero.

Después de la guerra Muñoz Borrero no fue restituido a su cargo. Permaneció en Suecia hasta inicios de los años sesenta y murió en México en 1976. Nunca reveló a nadie, ni siquiera a sus familiares más íntimos, su heroica actuación para salvar la vida de varios judíos durante la segunda guerra mundial.

 

Oscar Vela Descalzo

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HOMICIDAS POR VOCACIÓN

 

El mundo sigue de cabeza. Basta abrir un diario de cualquier lugar en formato digital o en el aromático y casi decadente papel entintado, o mirar un noticiero de televisión o escuchar un programa informativo de radio, para comprender que la humanidad camina a contracorriente de lo que debería ser una verdadera civilización.

 

Los homicidas vocacionales, es decir, todos aquellos que justifican la muerte de otros seres humanos por razones políticas, ideológicas, religiosas, económicas, étnicas o simplemente por su naturaleza vengativa, se multiplican en el planeta cobijados por la sombra que proyectan los grandes líderes en sus distintas esferas de acción.

 

Cuando pensamos en los ejemplos más extremos de criminales renombrados se nos vienen a la mente de inmediato los fundamentalistas de ISIS o Boko Haram, las mafias del narcotráfico o el tirano de Corea del Norte, entre otros tantos que utilizan el terror como su fuente básica de energía para sostenerse o alcanzar el tan ansiado poder. También están aquellos que ocultan su verdadera naturaleza homicida en presuntas finalidades ulteriores, normalmente amparados en proyectos políticos de carácter mesiánico, populistas y de apariencia revolucionaria en los que sus crímenes pretenden ser justificados con un aura   redentora que ellos mismos se han conferido. Frente a todos ellos, los asesinos más radicales y los exterminadores más taimados, están los otros, los que se venden como adalides de los derechos humanos, como redentores universales y salvadores naturales de la humanidad.

 

Los primeros actúan de frente, a posta, dando la cara con absoluta impunidad, demostrando en sus actos enormes dosis de crueldad y ningún gesto de arrepentimiento. Los otros en cambio lo hacen de forma taimada, amparados en el poder que su pueblo les ha conferido, resguardados por la letra fría e inhumana de sus normas constitucionales, encubiertos en sus dudosos principios morales.

 

Todos ellos, de una forma u otra, por acción u omisión, son autores, cómplices y encubridores de los peores crímenes contra el ser humano. Son tan responsables unos de las sanguinarias ejecuciones públicas de infieles y apóstatas, como lo son los otros de miles de cadáveres de migrantes que llegan a las costas de los países del primer mundo. Son tan culpables algunos de los homicidios políticos, de las persecusiones y desaparición de opositores, del silenciamiento de periodistas, como lo son otros de atentados terroristas. Son tan criminales los que ejecutan traidores en una plaza pública como los que asesinan reos en una silla eléctrica o con la “compasiva” inyección letal.

 

Los homicidas por vocación no son solamente los asesinos seriales, los terroristas o los extremistas religiosos, no son solamente los tiranos y dictadores más renombrados, son también aquellos que disfrazan sus gobiernos de democracias, pero conservan, promueven y ejecutan las aberrantes y anacrónicas prácticas de los criminales más avezados.

 

 

Oscar Vela Descalzo

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MALTRATADORES

No sé si es solo una impresión personal, pero temo que los maltratadores se han multiplicado durante los últimos años en varios países de este lado del mundo. El incremento de casos, denuncias y noticias sobre abusos contra mujeres y niños en Latinoamérica es preocupante, pero también lo es en España y Portugal, países en los que las cifras se han disparado notablemente. De hecho les invito a revisar distintos medios de estas sociedades para que comprueben que no hay un solo día en que no se de cuenta de alguna tragedia que tenga como víctimas a niños o mujeres.

 

¿Habrá alguna razón especial para este aumento en el número de maltratadores en Iberoamérica? Algún suspicaz de esos que nunca faltan en estos lares pretenderá echar la culpa a la prensa que recoge los hechos. Otros con aires de suficiencia (y sospechosos efluvios de complicidad) pretenderán negar una realidad que se torna alarmante.

 

¿Acaso los maltratadores -esta sub especie humana que parecería encontrarse en apogeo- habrán proliferado en estos países por aquella característica endémica, eterna y patética de calificar e identificar a los hombres como “machos latinos”, o quizás se trata más bien de un fenómeno general por algún tipo de trastorno social o económico, o ambos, que pudiera haberse esparcido en todo el planeta?

 

Al margen de los problemas causados por el fundamentalismo religioso de siempre o por el fenómeno migratorio más acentuado hoy que nunca, lo cierto es que, al menos en este lado de lo que se llama el tercer mundo, añadidos además allí España y Portugal, padres putativos de la región, existe un brote inusitado de violencia doméstica, de abusadores (casi siempre hombres), y de víctimas (casi siempre niños o mujeres).

 

El fenómeno, si es que llega a ser tal y antes ciertos “machos alfa” no lo descalifican, alcanza a todos los estratos sociales y económicos. De igual forma aparece ultrajada y asesinada una mujer en una villa miseria, como se descubre a un niño sospechosamente golpeado en su departamento de cinco estrellas. Igual se agrede y se abusa de una niña en un suburbio cualquiera, como se mata a golpes a una mujer en una lujosa mansión. Así como existen seres obscenos y miserables que son capaces de humillar y deshonrar a una señora como Lilian Tintori en Venezuela, existen otros violentos y ruines como ese criminal que asesinó a su hijastra de seis años en un barrio pobre de Quito.

 

Y menciono estos casos en particular dentro de miles de casos que colman la prensa, porque el maltrato no puede tener ningún tipo de justificación social o económica, pero aún ideologías políticas o excusas reverenciales. Menciono estos casos porque es tan miserable, tan delincuente y tan ruin quien ejecuta el acto abusivo como el que lo ordena, lo respalda o lo encubre. Menciono estos casos porque todos debemos estar conscientes que entre el maltratador de una mujer y el monstruo que comete un crimen contra un niño, hay tan solo unos años más de experiencia.

 

Oscar Vela Descalzo

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