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IMPUNIDAD

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INFAMIA

No hay una palabra que describa mejor lo que está pasando en Galápagos con la presencia de la flota pesquera china. No hay una palabra que calce de forma tan exacta para explicar lo sucedido durante los últimos años en el Yasuní. Quienes han permitido estas atrocidades, ya sea como autores, cómplices, encubridores o simples sumisos aplaudidores, merecen no solo llevar por siempre el estigma de su infamia, sino también ser sujetos de sanciones ejemplares por los delitos de acción y omisión cometidos contra los más valiosos tesoros naturales del país.

Resulta inconcebible que además de todo lo que se ha descubierto y de lo que se sigue descubriendo: del endeudamiento desproporcionado, de la corrupción generalizada, de la usurpación de áreas protegidas, del desalojo o quizás incluso exterminio de pueblos no contactados y de la pasividad o permisividad para que los pesqueros chinos arrasen Galápagos, con su cinismo característico siguen hablando de soberanía, y todavía se llenan sus bocas (y en algunos casos sus panzas y sus cuentas corrientes) con esa palabreja manoseada y prostituida por ellos mismos.

Durante más de una década tuvimos que soportar el insufrible balido masivo que repetía cual letanía las palabras claves pronunciadas por los líderes de la manada, palabras entre las que siempre resaltaba la tan mentada soberanía, la misma que se han saltado impunemente para complacer, contentar, avalar o agradecer a los otros imperios que les son afines.

Es indignante, irresponsable y humillante saber que la reserva marina de las Islas Galápagos, uno de los ecosistemas más ricos del mundo, está siendo saqueado por depredadores que se aprovechan de nuestra indefensión en aguas territoriales y en las zonas económicas exclusivas definidas por la Convemar. Las gestiones diplomáticas que contempla esta convención son necesarias, por supuesto, pero se requiere también de acciones precisas y eficaces de defensa que también están tipificadas en ese convenio internacional. Y se necesita, obviamente, sensibilidad para defender nuestras áreas más vulnerables, aquellas que son parte integrante y fundamental de la nación y que esperan una respuesta firme sin vínculo alguno con ideologías o conveniencias políticas.

¿Y qué sucederá en adelante con el Parque Nacional Yasuní? ¿Vamos a revisar las decisiones políticas que alteraron sus límites y permitieron su explotación poniendo en riesgo su fauna y flora, a las tribus que lo habitan y a los pocos grupos de no contactados que aún quedan en el planeta? O, ¿seguiremos siendo cómplices de su devastación?

Al país no le sirven de nada las voces que solo hacen eco de lo que piensan y expresan otros. No sirven los alzamanos y subyugados. Solo son útiles la ideas propias que enriquecen y refrescan el diálogo. Solo sirve la rebeldía y la protesta orientada hacia el bien común, en este caso hacia la protección y defensa de nuestro patrimonio. Todo lo demás, todos los demás, serán parte de esta infamia.

Oscar Vela Descalzo

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SOMOS UNA ALDEA

La aldea se alborotó una vez más. No se trató de un escándalo mayúsculo, tampoco de una rebelión ni de un alzamiento en armas, ni siquiera del desfalco grosero de las arcas fiscales o, peor aún, de una protesta contra el ignominioso abuso de niños o contra el machismo incorregible de la sociedad. Fue más bien un hecho cotidiano, uno de aquellos patrones que precisamente nos definen como aldea, algo así como la última trifulca en la cantina, el rompimiento amoroso de la pareja modelo, el embarazo prematuro de la reina de las fiestas patronales, el arribo del nuevo párroco o la salida de su antecesor, la exhibición de una muestra pictórica como signo inevitable del final de los tiempos…

Es indudable que la aldea ha crecido de forma desordenada invadiendo montes y valles, rellenando quebradas, tendiendo puentes, secando lechos y manantiales, arrasando bosques. Incluso se ha modernizado y se ha llenado de luces, de pavimento, de gigantes y lujosos edificios, de construcciones siderales, de ruido, mucho ruido; pero su sociedad en cambio no crece, no madura, no evoluciona, sigue siendo la misma sociedad que habitaba el casco colonial y sus calles aledañas hace casi cinco siglos, la misma gente que se pasaba y se pasa la vida detrás de una cortina, al interior de la plaza central o frente al portal de su casa comentando las incidencias del día o los percances de la noche, la misma gente que hoy se conecta con el celular o se comunica con un teclado por medio de una pantalla para que todos sepan que fulano de tal salió del armario, que la fulana sí ha sido una fulana o que zutano se encuentra en este preciso momento en el aeropuerto de Comala, en el baño de un hotel plagado de estrellas o en el restaurante más exclusivo de todo el universo. Esto es lo que se discute en la aldea, esto es lo que interesa…

Igual que ha sucedido desde hace siglos, en la aldea el forastero es una amenaza, el libertario es un pecador, el blasfemo será condenado por su boca y el artista nunca dejará de ser transgresor. Al ateísmo en la aldea se lo ve como la bandera del demonio, al agnosticismo como una profanación, a la diversidad sexual se la considera antinatural y aberrante, y al arte mundano como el padre de todos los vicios y fuente de todas las impurezas. Y es que en la aldea la fe no se vive, la fe se exhibe.

La libertad al interior de la aldea ha estado condicionada todo este tiempo por el statuo quo que determine la religión o por el que imponga el caudillo de turno. El laicismo aún no se consolida del todo en este enorme y pueril poblado.

Somos una aldea, sin duda, y por eso el respeto hacia los demás es todavía un concepto relativo que depende del temor reverencial, del interés particular o del miedo a la diferencia. Si anteponemos nuestras creencias, nuestra comodidad y nuestra propia satisfacción a cualquier derecho individual que invada el espacio de las demás personas, seguiremos siendo parte de una aldea estancada en el tiempo.

Oscar Vela Descalzo

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LA LUZ Y SUS GIGANTES

Querida Gabi: hay instantes en la vida que merecen ser atesorados en un lugar especial para tenerlos a mano cuando necesitemos de ellos. Siempre he pensado que la memoria es un desván donde se almacenan nuestros recuerdos con algún orden de prioridad elaborado de forma anárquica por cada uno. Somos y actuamos, en consecuencia, según los dictámenes de esa bóveda que es la memoria.

El domingo pasado, cuando te vi llegar a la meta junto a tu hermano Roberto, imaginé que tu memoria debía estar ya repleta de momentos inolvidables y que ese día tan intenso y deslumbrante, tan amargo y dulce a la vez, no iba a tener más espacio en la vitrina central en la que deberían estar guardados los recuerdos esenciales.

En aquel momento supuse que, a pesar de tu corta vida, aquella vitrina ya debía estar colmada de recuerdos maravillosos y que esos nuevos instantes de esplendor, después de tantas horas de sacrificio, no iban a caber allí donde debían archivarse. Sin embargo, ahora sé que estaba equivocado. Lo sé porque vi varias veces aquellas imágenes y, gracias a esa sonrisa que casi siempre asoma en tus labios, y gracias al brillo permanente que flota en tus ojos, comprendí que tu memoria no es un desván en penumbra que encierra una vitrina transparente de recuerdos felices, como imagino es la de todos o casi todos, sino que la tuya esta hecha de luz y por esa razón los mejores recuerdos de tu vida se proyectan hacia el exterior en tu risa, en tu mirada, en tu sola presencia.

Jorge Luis Borges, que era un tipo de otro planeta, decía en un relato titulado ‘El Indigno’: “He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola”. Ahora creo que, de algún modo, este verso fue colgado desde el primer instante de tu vida en la puerta de aquel espacio en la que reside tu memoria. Solo así se explica que te acompañe siempre esa alegría tan diáfana y contagiosa, sin misterio alguno.

El Ironman fue solo otra hazaña tuya y de tu familia, una hazaña que nos muestra lo pequeños que somos todos cuando no contamos con la voluntad que tú posees y con la fuerza del amor de la que te has rodeado; lo insignificantes que terminaremos siendo si mantenemos dormido en nuestro interior el deseo de superar todas las barreras aunque parezcan imposibles.

Alguna vez te vi pintar y vi terminadas tus hermosas pinturas. En otra ocasión te vi llegar a la cima de una montaña escarpada acompañada de varios seres enormes que te arropaban y festejaban contigo haber terminado esa aventura. El domingo anterior todos te vimos completar una prueba que muy pocas personas en el mundo serían capaces de acabar, y otra vez estaba allí, acompañándote, ese gigante que es tu hermano Roberto, y muchos otros gigantes esperaban en la meta.

Ya nada nos sorprende, querida Gabi, pues además de ser una artista y una luchadora indoblegable, eres pura luz, y esos seres enormes que forman tu familia, a tu lado, son tus gigantes.

Oscar Vela Descalzo

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RENDICIÓN

Ray Loriga, (Madrid, 1967) es uno de esos autores que a pesar de haber pertenecido al realismo sucio español y haber sido comparado con autores de la “generación beat” estadounidense, acaba de recibir el XX Premio Alfaguara de Novela por una obra de corte clásico que se acerca más al estilo de Orwell o Coetzee que a la prosa rebelde y descarnada de Carver o Bukowski.

Rendición, su nueva novela, es una distopía futurista que sitúa a los personajes principales, el hombre, la mujer y un niño llamado Julio, al final de una guerra que ha durado diez años y que ha asolado la comarca hasta dejarla a expensas del enemigo. Desde sus primeras líneas, Loriga conjuga su oficio de escritor, cineasta y guionista con una puesta en escena magnífica que envuelve al lector en el mundo sórdido y misterioso de esta familia a la que el nuevo gobierno obligará a quemar su casa para ser trasladados como refugiados a la ciudad transparente, una suerte de burbuja que encierra una curiosa metrópoli en la que la gente vive expuesta a la translucidez hasta el punto de extinción de todos sus pudores.

En la ciudad transparente, el gobierno controla cada uno de los aspectos de la vida de sus ciudadanos. Lo mismo les proporciona un trabajo de acuerdo con las capacidades de cada persona, como les asegura la felicidad completa a través de un extraño proceso de purificación. En esta urbe donde la luz brilla las veinte y cuatro horas, donde nadie padece sentimientos negativos, todo resulta tan perfecto que, de forma inconsciente, sus habitantes caen en una especie de letargo dichoso del que pocos quieren salir. Este aborregamiento los convierte en seres pasivos e irreflexivos, casi mecánicos, hasta que alguien en algún punto decide escapar de aquella comodidad tomando otra vez conciencia de quien es en realidad. Sin embargo, la rebelión no es algo que se haya consentido entre los habitantes de la ciudad transparente, o, al menos, no con las consecuencias que el hombre común habría imaginado.

Con un lenguaje preciso y atildado, ‘Rendición’ narra en primera persona, con la simpleza del hombre de campo, pero con las frases impactantes y profundas del que conoce y entiende el sentido de la vida, la tragedia de los vencidos que son desplazados con cierta sutileza hacia un ambiente ajeno y opresivo que bordea el autoritarismo a pesar de que nunca se lo mencione de forma expresa. Y es precisamente en los puntos ciegos de la novela donde se encuentra su mayor virtud, en aquellos detalles que el lector es capaz de imaginar y sentir sin que el escritor nunca se los exponga de forma deliberada.

Los libros que abren interrogantes, como lo hace ‘Rendición’, son los que dejan una huella más profunda entre los lectores. La obra de Loriga resulta ser un estuche de cuestionamientos: ¿Es la rebeldía el último síntoma de bienestar del ser humano? ¿Acaso la felicidad debería despertar todas nuestras alarmas? ¿Podemos ser triunfadores sin haber sufrido jamás una derrota?

Oscar Vela Descalzo

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MARA Y SU MUNDO

Siempre será difícil hablar de estas cosas, Mara, pero el tiempo les dará a tu madre y a ti la fortaleza para hacerlo de forma natural. Acuérdate de esta palabra, “natural”, pues la escucharás muchas veces a lo largo de la vida, y por esa magia que tiene el mundo de los toros, el mundo del que provienes y al que pertenece tu familia, esa palabra te ligará íntimamente a tu padre como te liga a él la sangre que corre por tus venas.

Algo que aprenderás con el tiempo es que es imposible descifrar el misterio de la muerte desde la orilla de la vida. Por más que le des vueltas al asunto, que lo harás sin duda, nunca llegarás a encontrar las respuestas que buscas, pues alrededor de la muerte no hay respuestas posibles, solo hay interrogantes que agobian.

Lo que sí comprenderás cuando llegue el momento, es que la vida de tu padre no se apagó aquella tarde por la cornada de un toro, pues mientras tú existas, él también existirá. Los hijos, Mara, prolongan el tiempo de vida de los padres, y tu padre, además de vivir en ti desde esa tarde, vive en la historia taurina que es el sueño cumplido de unos pocos, poquísimos, privilegiados.

Pensarás alguna vez -quizá con razón- que el precio que debió pagar tu padre por ese sueño fue muy alto, y, que al final, serán tu madre y tú las que asumirán cada día la exorbitante deuda de no tenerlo a su lado. Y es posible, Mara, que llegues a rebelarte contra todo y contra todos, pero entonces, cuando suceda, en medio de la batalla que librarás en tu interior, sentirás que alguien desde tu alma te guiará hacia el único lugar que te dará sosiego. Ese lugar será el rincón de los sueños, como dijo tu padre en un mensaje hace años cuando expuso una foto de la plaza de tientas con su capote colgado en el burladero: “El rincón de mis sueños, aquí paso las horas. No sé lo que me deparará el futuro, pero si sé lo que yo le entregaré.” Estas fueron en aquella ocasión sus palabras, Mara, y te las dirigió a ti sin darse cuenta de que el tiempo se le venía encima.

Y a propósito de palabras, un par que flotará siempre a tu alrededor será “la suerte”. Al principio quizás les cogerás manía pues pensarás que fue precisamente lo que le faltó a tu padre el día de su muerte, o lo que tu madre y tú, que no habías cumplido aún los dos años, perdieron esa tarde aciaga. Sin embargo, pronto comprenderás que la suerte en términos generales está asociada a lo bueno o a lo malo, al azar o a la certeza, pero en el mundo tuyo y en el de tu padre, en el rincón de los sueños que ambos comparten, la suerte es un concepto mucho más amplio y plural: es ese lugar en el que se practican ritos, se lanzan plegarias y se domina el miedo; son los terrenos del toro y del torero; es el lance, la embestida, la bravura y la belleza; es el punto de equilibrio entre la vida y la muerte. Por todo eso, Mara, nunca culpes a la suerte.

Así me despido, Mara, imaginando que en aquel mundo, en el tuyo y de tus padres, los tres seguirán juntos.

Oscar Vela Descalzo

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Óscar Vela gana el premio de novela Joaquín Gallegos Lara

Óscar Vela gana el premio de novela Joaquín Gallegos Lara

Quito.- Es escritor quiteño Oscar Vela ha recibido una gran noticia: su novela ‘Todo ese ayer’ (Alfaguara, 2015), ganó el Premio Joaquín Gallegos Lara a la mejor novela publicada en este año, que otorga el municipio capitalino.

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Verdaderos estadistas

Verdaderos estadistas

El doctor Rodrigo Borja en su obra Enciclopedia de la Política dice que el estadista “es el hombre de Estado, gobernante serio y eficaz, que domina las ciencias políticas y además el arte de conducir a los pueblos. Es el teórico y práctico del poder. No todo político es o puede ser estadista.” A continuación del concepto enunciado, el doctor Borja menciona aquello que Abraham Lincoln dijo alguna vez haciendo una comparación entre el político y el estadista: “…el político se preocupa de las próximas elecciones mientras que el estadista se preocupa de las próximas generaciones”.

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Tierra quemada

Tierra quemada

Óscar Collazos (Bahía Solano, Chocó, 1942), es uno de los escritores contemporáneos más importantes e impactantes de la literatura latinoamericana. El uruguayo Mario Benedetti, años atrás, dijo de él: “la realidad parece haberse convertido en una innegable provocación para los narradores colombianos. Unos, como García Márquez, tienden a hacerla mito; otros, como Óscar Collazos, a desmitificarla.”

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