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LA MUJER Y LA GUERRA

Svetlana Alexiévich (Bielorrusia, 1948), es una periodista y escritora galardonada con varios premios importantes, entre ellos el Nobel de literatura 2015. La Academia Sueca entre las motivaciones para la concesión del premio de mayor relevancia para las letras consideró que su obra es “un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”.

 

“La guerra no tiene rostro de mujer” (Debate, 2015), es uno de los libros más representativos de su obra. Se trata de un ensayo y recopilación de crónicas sobre la participación de un millón de mujeres en el ejército de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. El texto sacude a los lectores con historias que se desconocían en gran parte, pero que al conocerlas sorprenden por la crudeza de una realidad que contradice la naturaleza de la mujer como creadora de vida. Y precisamente las múltiples historias que se narran en este libro parten de reflexiones de estas mujeres como la que sigue: “Nos había costado asimilarlo. Odiar y matar no es propio de mujeres. No lo es… Tuvimos que convencernos… Obligarnos a nosotras mismas.”

 

Sin ningún afán que pudiera caer en un feminismo exacerbado, la autora trata en este libro la cuestión de la guerra, la muerte, la violencia sexual, el acto de matar en defensa legítima y evitar morir como el ejercicio natural del instinto de conservación, con las voces de esos personajes que nunca antes tuvieron voz en los conflictos bélicos que han azotado a la humanidad. Dice Alexiévich: “Todo lo que sabemos de la guerra lo sabemos por la ‘voz masculina’… En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay lo que estamos acostumbrados a leer o escuchar: como unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen. O como son derrotadas. Los relatos de mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana.”

 

En efecto, los relatos de estas mujeres van mucho más allá de lo estábamos acostumbrados a leer, mirar o escuchar, mucho más lejos de las armas y las estrategias, de los vencedores que cuentan la historia a su modo y de los vencidos que hacen todo lo posible para justificar su derrota en los registros futuros. En estos relatos íntimos, profundos, ellas no se sienten vencedoras ni vencidas, sino seres de una especie que lleva en el alma la impronta del horror. En estos relatos el final tampoco será el mismo, pues la victoria antes que dar pie para el festejo y la alegría, abrirá el espacio al recogimiento y a la reflexión.

 

La historia de una guerra narrada por mujeres cambia totalmente la perspectiva del conflicto. Su inmensa sensibilidad a la hora de la batalla no las hace débiles, por el contrario, las fortalece para comprender que en la guerra, sean quienes sean los actores, todos serán siempre derrotados, tanto los muertos como los vivos.

 

 

Oscar Vela Descalzo

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HOMICIDAS POR VOCACIÓN

 

El mundo sigue de cabeza. Basta abrir un diario de cualquier lugar en formato digital o en el aromático y casi decadente papel entintado, o mirar un noticiero de televisión o escuchar un programa informativo de radio, para comprender que la humanidad camina a contracorriente de lo que debería ser una verdadera civilización.

 

Los homicidas vocacionales, es decir, todos aquellos que justifican la muerte de otros seres humanos por razones políticas, ideológicas, religiosas, económicas, étnicas o simplemente por su naturaleza vengativa, se multiplican en el planeta cobijados por la sombra que proyectan los grandes líderes en sus distintas esferas de acción.

 

Cuando pensamos en los ejemplos más extremos de criminales renombrados se nos vienen a la mente de inmediato los fundamentalistas de ISIS o Boko Haram, las mafias del narcotráfico o el tirano de Corea del Norte, entre otros tantos que utilizan el terror como su fuente básica de energía para sostenerse o alcanzar el tan ansiado poder. También están aquellos que ocultan su verdadera naturaleza homicida en presuntas finalidades ulteriores, normalmente amparados en proyectos políticos de carácter mesiánico, populistas y de apariencia revolucionaria en los que sus crímenes pretenden ser justificados con un aura   redentora que ellos mismos se han conferido. Frente a todos ellos, los asesinos más radicales y los exterminadores más taimados, están los otros, los que se venden como adalides de los derechos humanos, como redentores universales y salvadores naturales de la humanidad.

 

Los primeros actúan de frente, a posta, dando la cara con absoluta impunidad, demostrando en sus actos enormes dosis de crueldad y ningún gesto de arrepentimiento. Los otros en cambio lo hacen de forma taimada, amparados en el poder que su pueblo les ha conferido, resguardados por la letra fría e inhumana de sus normas constitucionales, encubiertos en sus dudosos principios morales.

 

Todos ellos, de una forma u otra, por acción u omisión, son autores, cómplices y encubridores de los peores crímenes contra el ser humano. Son tan responsables unos de las sanguinarias ejecuciones públicas de infieles y apóstatas, como lo son los otros de miles de cadáveres de migrantes que llegan a las costas de los países del primer mundo. Son tan culpables algunos de los homicidios políticos, de las persecusiones y desaparición de opositores, del silenciamiento de periodistas, como lo son otros de atentados terroristas. Son tan criminales los que ejecutan traidores en una plaza pública como los que asesinan reos en una silla eléctrica o con la “compasiva” inyección letal.

 

Los homicidas por vocación no son solamente los asesinos seriales, los terroristas o los extremistas religiosos, no son solamente los tiranos y dictadores más renombrados, son también aquellos que disfrazan sus gobiernos de democracias, pero conservan, promueven y ejecutan las aberrantes y anacrónicas prácticas de los criminales más avezados.

 

 

Oscar Vela Descalzo

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MALTRATADORES

No sé si es solo una impresión personal, pero temo que los maltratadores se han multiplicado durante los últimos años en varios países de este lado del mundo. El incremento de casos, denuncias y noticias sobre abusos contra mujeres y niños en Latinoamérica es preocupante, pero también lo es en España y Portugal, países en los que las cifras se han disparado notablemente. De hecho les invito a revisar distintos medios de estas sociedades para que comprueben que no hay un solo día en que no se de cuenta de alguna tragedia que tenga como víctimas a niños o mujeres.

 

¿Habrá alguna razón especial para este aumento en el número de maltratadores en Iberoamérica? Algún suspicaz de esos que nunca faltan en estos lares pretenderá echar la culpa a la prensa que recoge los hechos. Otros con aires de suficiencia (y sospechosos efluvios de complicidad) pretenderán negar una realidad que se torna alarmante.

 

¿Acaso los maltratadores -esta sub especie humana que parecería encontrarse en apogeo- habrán proliferado en estos países por aquella característica endémica, eterna y patética de calificar e identificar a los hombres como “machos latinos”, o quizás se trata más bien de un fenómeno general por algún tipo de trastorno social o económico, o ambos, que pudiera haberse esparcido en todo el planeta?

 

Al margen de los problemas causados por el fundamentalismo religioso de siempre o por el fenómeno migratorio más acentuado hoy que nunca, lo cierto es que, al menos en este lado de lo que se llama el tercer mundo, añadidos además allí España y Portugal, padres putativos de la región, existe un brote inusitado de violencia doméstica, de abusadores (casi siempre hombres), y de víctimas (casi siempre niños o mujeres).

 

El fenómeno, si es que llega a ser tal y antes ciertos “machos alfa” no lo descalifican, alcanza a todos los estratos sociales y económicos. De igual forma aparece ultrajada y asesinada una mujer en una villa miseria, como se descubre a un niño sospechosamente golpeado en su departamento de cinco estrellas. Igual se agrede y se abusa de una niña en un suburbio cualquiera, como se mata a golpes a una mujer en una lujosa mansión. Así como existen seres obscenos y miserables que son capaces de humillar y deshonrar a una señora como Lilian Tintori en Venezuela, existen otros violentos y ruines como ese criminal que asesinó a su hijastra de seis años en un barrio pobre de Quito.

 

Y menciono estos casos en particular dentro de miles de casos que colman la prensa, porque el maltrato no puede tener ningún tipo de justificación social o económica, pero aún ideologías políticas o excusas reverenciales. Menciono estos casos porque es tan miserable, tan delincuente y tan ruin quien ejecuta el acto abusivo como el que lo ordena, lo respalda o lo encubre. Menciono estos casos porque todos debemos estar conscientes que entre el maltratador de una mujer y el monstruo que comete un crimen contra un niño, hay tan solo unos años más de experiencia.

 

Oscar Vela Descalzo

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LA CARTA DE DIEGO

Circula por las redes sociales la estremecedora carta que dejó Diego, un niño de once años, poco antes de suicidarse. El texto de la carta, dirigido a sus padres, refleja la angustia que sentía el pequeño al ir a su colegio. Se presume por sus palabras y por ciertas investigaciones que se trataría de un caso de acoso. Dice él en su carta: “Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir”.

 

Esta tragedia, como tantas otras similares que suceden a diario, nos debe llevar a reflexionar sobre temas como el acoso o “bullying”, pero también sobre nuestra actuación como padres y profesores, según corresponda. Para esta reflexión deberíamos tener en cuenta que el abusador y el abusado han existido siempre, en todas las épocas y en las distintas sociedades. De hecho, quienes pasamos por las aulas escolares, sin importar el tiempo que hubiera transcurrido, recordamos los casos emblemáticos, a veces graciosos, a veces muy crueles, de los compañeros abusados y de los abusadores. En muchos casos nosotros mismos estuvimos alguna vez en uno u otro lado.

 

Cuando hoy conocemos estos sucesos, gracias a la tecnología que nos tiene al tanto cada segundo de lo que sucede en el mundo, me pregunto: ¿acaso antes no pasaba exactamente lo mismo? ¿Acaso antes, cuando éramos niños, no se producían casos como el de Diego? Estoy convencido de que antes sucedía también, pero el acceso a la información no era igual y, posiblemente, muchos casos similares se quedaron con las interrogantes y el dolor dando vueltas entre las paredes de esos hogares y nunca salieron a la luz.

 

Todas las épocas son distintas, antes los padres estaban menos vinculados con las actividades escolares y recreativas de los niños porque se decía que en la calle, en las ciudades en general, había menos peligros. Es posible que esa fuera la razón, pero en todo caso hoy los padres están más comprometidos con las actividades de sus hijos tanto en el colegio como fuera de él, y, sin embargo, el problema persiste. Hoy además se cuenta con las herramientas tecnológicas para monitorear y controlar mejor a los chicos, pero igual hay a diario casos como el de Diego. La tecnología ayuda mucho, pero también nos separa, nos distancia, y sobre todo, mata el diálogo en la familia.

 

Quizá una forma para evitar este tipo de tragedias sea mantener un diálogo abierto, o poner mayor atención a nuestros hijos, conocer por ejemplo sobre sus gustos, aficiones, temores, frustraciones, sentimientos… También, obviamente, mejorar la calidad de tiempo que les damos, pues a veces no basta con estar allí si solo lo hacemos por cumplir y en realidad estamos hipnotizados por el celular. La responsabilidad en gran parte será nuestra, de los padres, y también del colegio o escuela durante el tiempo en que ellos tienen a nuestros hijos bajo su tutela. A todos nos corresponde ser más observadores, más abiertos con ellos, más intuitivos, y, por supuesto, más cariñosos.

 

Oscar Vela Descalzo

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PLUMAS QUE HIEREN

Me pregunto, ¿qué habría sucedido si la célebre y alegórica frase de Juan Montalvo a propósito de la muerte de Gabriel García Moreno, “mi pluma lo mató”, bajo los mismos supuestos, se hubiera pronunciado en el contexto actual del Ecuador? Imagino que al enorme escritor y pensador esas cuatro palabras le habrían ocasionado más de un problema legal, onerosas sanciones pecuniarias, una avalancha de ataques en las redes sociales y ejemplares condenas judiciales.

 

Similares consecuencias habría tenido hoy otro de los intelectuales combativos de la época, Juan Benigno Vela, al publicar sus lapidarios ataques libertarios, entre ellos su famoso testamento político contra los diputados gobiernistas en 1878. El ciego Vela dijo en esa ocasión: «Mando que, con parte de mis pequeños recursos se levante, en el salón donde se reunió el Congreso Constituyente, cuatro estatuas que representen: La Sabiduría, La Justicia, El Pudor y La Libertad, diosas que fueron ultrajadas y pisoteadas por los viles que traicionaron la voluntad de los ecuatorianos».

 

Hace pocos días, revisando un libro, encontré esto: “Es el caricaturista político más influyente del país, «un hombre capaz de causar la revocación de una ley, trastornar el fallo de un magistrado, tumbar a un alcalde o amenazar gravemente la estabilidad de un ministerio, y eso con las únicas armas del papel y la tinta china». Los políticos lo temen y el gobierno le hace homenajes.” El texto corresponde a la novela ‘Las Reputaciones’ del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. En esta incisiva y reveladora obra, su autor desbroza la realidad de la opinión y la crítica política en las sociedades modernas a través de un personaje de ficción cuyas caricaturas sacuden los cimientos del poder.

 

Hoy esas plumas ácidas de la palabra certera y la caricatura mordaz están en proceso de extinción. La opinión se encuentra condicionada, amarrada, amenazada y atemorizada. Vivimos una época de susceptibilidades extremas en la que todo, absolutamente todo lo que se diga o se insinúe, puede ser usado en contra del que hable, escriba o dibuje. Cualquier frase, cualquier trazo por nimio o inocente que parezca puede traer consecuencias legales a su autor que será acusado por las sensiblerías más absurdas. Esto es lo que ha sucedido los últimos días con Bonil y su última caricatura cuestionada, aquella en la que critica con ironía un aspecto particular de la nueva ley de identidad.

 

No existe en esa caricatura de Bonil ninguna afrenta contra nadie, ningún agravio, insulto, ataque o injuria contra un grupo específico o persona alguna. No hay un solo indicio que pudiera descubrir allí un acto discriminatorio u ofensivo. Pero, sin embargo, se le abrió un expediente y van otra vez detrás de él.

 

Las plumas que dan vida a las palabras o engendran imágenes en realidad no matan, pero sí hieren, tajan, rasgan, hincan, y en muchos casos aquellas punciones son vitales para el desarrollo de una sociedad libre y justa.

 

Oscar Vela Descalzo

 

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LOS LIBROS DEL 2015

 

En este espacio consigno una lista arbitraria de esos libros que tuve la oportunidad de leer durante el año y que, de alguna forma, se quedaron grabados en un rincón especial de la memoria.

 

Sin ningún orden en particular, o mejor dicho, en el orden caprichoso en que aparecen los libros apilados en aquel rincón, empiezo por Leonardo Padura con dos obras: ‘Aquello estaba deseando ocurrir’, un delicioso libro de relatos y ‘La neblina del ayer’, una nueva novela de Mario Conde y sus desventuras habaneras.

 

De un salto me traslado a la España del catalán Juan Marsé (aunque algunos parroquianos separatistas se retuerzan en sus propios jugos gástricos), a la maravillosa y recomendada obra ‘Últimas tardes con Teresa’. Y por esas mismas tierras ibéricas me quedo con una obra de no ficción que está revestida de toda la ficción posible: ‘El impostor’ del gran autor español Javier Cercas.

 

Regreso por un momento a América y me encuentro con el siempre sorprendente César Aira y la novela ‘El mago’. Desde Colombia, ya liberado finalmente de sus males y sus dolores, un homenaje sincero a Oscar Collazos y una novela intensa y frenética como él mismo llevó su vida: ‘Batallas en el monte de Venus’. Desde allí me traslado hacia el pasado y me enfrento al descarnado Raymond Carver y su radiografía de la clase media estadounidense: ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’.

 

Permanezco enquistado en el pasado para recuperar el aliento con uno de los mejores autores de todos los tiempos, Sándor Marai, que me regaló este año la posibilidad de leer ‘Los rebeldes’ una novela que rescata el derecho a la resistencia y a la irreverencia. Y cuando de relecturas se trata nada como volver a Javier Marías y una de las obras más bellas e impactantes de su extensa bibliografía: ‘Corazón tan blanco’.

 

También me deleitaron obras como ‘Venganza’ y ‘La rubia de ojos negros’ de Benjamin Black, y la nueva novela de la renombrada escritora argentina Claudia Piñeiro: ‘Una suerte pequeña’. Rescato además como siempre a la genial escritora estadounidense Joyce Carol Oates que entre su prolífica obra este 2015 nos ofreció su magistral novela ‘Carthage’. Aunque la mayor sorpresa en ficción me la dio la India Jumpha Lahiri con ‘La hondonada’.

 

Como novela histórica me atraparon y sorprendieron: ‘Hombres Buenos’ de Arturo Pérez Reverte y ‘Noticias del Imperio’ de Fernando del Paso.

 

 

Entre los autores ecuatorianos que he podido leer este año resalto a Ramiro Diez y su maravilloso libro de anécdotas y relatos: ’Páginas con cierto sentido’, también al delirante libro de Modesto Ponce ‘La casa del desván’, y a la exigente y fantástica novela de Santiago Páez ‘Antiguas Ceremonias’.

 

Cierro esta crónica de viaje con los últimos libros que, por fortuna, han caído en mis manos: ‘Sumisión’ de Houellebecq; ‘La forma de las ruinas’, de Juan Gabriel Vásquez, y la suspicaz narrativa del israelí Amos Oz con otra obra inigualable: ‘Judas’.

 

Felicidades y mejores lecturas en el 2016.

 

Oscar Vela Descalzo

 

 

 

 

 

 

 

 

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ENTRE MACONDO Y COMALA

 

En este lado del planeta el realismo mágico no se acaba nunca. A pesar de los esfuerzos que se ha hecho por borrar este concepto, en especial en el ámbito literario, no ha sido posible hacerlo, pues forma parte de nuestra esencia, de nuestra integridad.

 

Desde la aislada Comala de Rulfo hasta el impredecible Macondo de García Márquez, han transcurrido varios decenios y una incalculable cantidad de episodios que confirman esta característica tan propia de estos parajes. Visto desde el lado poético algunas cosas pueden parecer efectivamente fantásticas, insólitas e incluso divertidas, pero otras solo sirven para mostrar al resto del planeta nuestro lado más triste.

 

La política latinoamericana, por ejemplo, es uno de los temas bochornosos que tenemos para exhibir ante el resto. Dejando de lado la historia independentista que copó en su gran mayoría el siglo XIX, y pasando por alto también el conflictivo siglo XX, en este nuevo milenio retomamos otra vez un penoso protagonismo por medio de los gobiernos identificados con la nueva e insustancial teoría del socialismo del siglo XXI, algo que no ha terminado de ser más que un club de amiguetes sin ideología definida que se dedicaron a organizar unas farras pantagruélicas y a desempolvar viejas consignas revolucionarias.

 

Este club se ha sostenido en el tiempo gracias al apoyo de distintas comparsas de saltimbanquis que hacen las delicias del público en tarimas, balcones y fiestas populares, y también, por supuesto, gracias al generoso y abundante aporte de los correspondientes erarios nacionales. Sus miembros son los que ofrecen al mundo de hoy las mejores muestras de que el realismo mágico aún sigue vivo. Así, por ejemplo, hemos sido testigos de la delirante historia en la que un muerto se convirtió en un pájaro azul parlante y gobernante, o la del tuerto que se transformó en ídolo de bronce para la adoración eterna de su club, o la de unos cuantos vivos que destaparon su caja de magia y multiplicaron sus fortunas personales mientras con su varita mágica desaparecían el dinero de las arcas estatales.

 

Hemos sido testigos también de los actos de ilusionismo más grandiosos del mundo, como por ejemplo aquel en el que se esfumaron de la noche a la mañana millones de barriles de petróleo, millones de rollos de papel higiénico o decenas de millones de litros de leche y víveres de la canasta básica, y de igual forma aparecieron un día los supermercados vacíos, desiertos e inmaculados; o aquel acto de prestidigitación en el que un monigote de cartón que representaba un borrego se convirtió ante los ojos atónitos de todos en un arma de destrucción masiva; o aquella ocasión en que un aplauso, un simple aplauso, se transformó súbitamente en un atroz e injustificable delito; o aquel truco escenográfico en el que un fiscal incómodo y avezado, se cambio en el escenario, delante del asombrado público, en un perverso y eficaz suicida.

 

Y es que el realismo mágico no se acaba nunca…

 

 

Oscar Vela Descalzo

 

 

 

 

 

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LOS CAMPOS DEL AMOR

 

El meloso nombre de este lugar ubicado al sur de California, no logra tapar los abusos y el horror en el que viven miles de mujeres que llegan a las plantaciones de fresas, al otro lado de la frontera, para vender su cuerpo a los obreros mexicanos que laboran en aquellos campos.

 

Pero la historia no se queda ahí, entre las sábanas mugrosas de los moteles improvisados para que los labradores descarguen las ganas, sino que todo se remonta muchos años atrás, siglos incluso, a la época prehispánica en la que, al parecer, se desarrolló este perverso negocio en la pequeña ciudad de Tenancingo, un municipio del estado de Tlaxcala, México, lugar que se ha ganado el tristemente célebre apelativo de ser “la tierra de los proxenetas”.

 

En Tenancingo y sus alrededores abundan las historias de niñas vendidas a tratantes de blancas que se las llevan hacia el otro lado y las dejan allí, secuestradas y en condiciones infrahumanas, al servicio de los protervos intereses de sus “padrotes”. La gran mayoría de ellas no regresa nunca a su ciudad natal, muchas incluso desaparecen para siempre sin que se sepa jamás cuál fue su destino. Pero como si le hiciera falta algún otro aliciente a esta historia de terror, la cruel realidad en la mayoría de los casos de las mujeres desaparecidas es que éstas son vendidas por sus propias familias, normalmente por el padre o sus hermanos que fungen de proxenetas locales, casi siempre con el consentimiento o la complicidad de sus madres.

 

Estas espeluznantes historias de las mujeres de Tenancingo (también de otras ciudades mexicanas asoladas por traficantes), han dado material a distintas obras que buscan denunciar su realidad. El escritor mexicano Jorge Volpi fue el autor del guión de la película ‘Las Elegidas’, que se estrenó en el festival de Cannes el año anterior. Hace pocos días presentó su nueva novela bajo el mismo título (Alfaguara, 2015). En ella se relata la odisea de Azucena y Violeta, dos jóvenes que son llevadas como prisioneras a los campos del amor con promesas engañosas de un falso novio o de algún trabajo tentador en academias de modelaje estadounidenses. Esta novela de Volpi, escrita en verso, resulta conmovedora e impactante.

 

También el recordado escritor del boom latinoamericano, el chileno Roberto Bolaño, tuvo una fijación por este oscuro tema de las desapariciones de mujeres en México. Dos de sus obras cumbres: ‘Los detectives salvajes’ y ‘2666’, se introducen en el mundo de los recurrentes casos desapariciones reportadas en el norte de México, cerca de la frontera con los Estados Unidos. Aunque en sus obras las locaciones están más bien cercanas a Ciudad Juárez, estado de Chihuahua, al parecer el origen y desenlace de estas tragedias son similares.

 

La literatura y el cine se convierten en este caso en instrumentos esenciales para descubrir y denunciar los horrores de las mafias de traficantes de seres humanos, mafias que en ocasiones operan más cerca de lo que imaginamos.

 

 

Oscar Vela Descalzo

 

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¿A QUÉ HUELEN LAS REFORMAS?

¿A QUÉ HUELEN LAS REFORMAS?

El olor que persigue a las últimas reformas constitucionales no está del todo identificado. Su rastro va dejando en el ambiente ciertos aromas confusos, algunos lejanos que llegan como descargas eléctricas desde la memoria, otros en cambio más recientes, plagados de matices y vahos locales en los que se puede reconocer las huellas odoríferas de ciertos tiranos del siglo anterior que se habrían sentido muy orgullosos con el resultado.

El tufillo en todo caso solo proviene inicialmente de “Las Reformas”, es decir, de aquellos cambios constitucionales que modificaron esencialmente la estructura del Estado. Esto se lo debemos a noventa y nueve brazos mecánicos que, en flagrante violación del procedimiento constitucional y en un gesto desafiante contra la mayoría de la población que pedía consulta popular, se levantaron y votaron a favor de las mismas.

“Las Reformas” que han dejado sus particulares notas pestilentes son: la reelección indefinida, la militarización de la sociedad, la comunicación como servicio público y las limitaciones a la potestad fiscalizadora de la Contraloría.

Pero para descubrir a qué huelen estas “Reformas”, primero debemos saber: ¿qué tienen ellas en común? Aunque no resulte fácil tratarlas como un paquete por los temas disímiles que tratan, hay algo que las vincula de forma notoria y es que las cuatro “Reformas” no solo que modifican la estructura del Estado, sino que erosionan peligrosamente los cimientos republicanos del Ecuador.

De hecho esta gran conquista de la revolución francesa (me refiero a la República), nació, según tratadistas como el doctor Rodrigo Borja (consultar su obra Enciclopedia de la Política), con seis características esenciales: la alternancia, la electividad de los gobernantes, la división de poderes, la imposición de límites jurídicos a la autoridad, la obligación de los gobernantes de rendir cuenta de sus actos y la publicidad de su gestión. Todas “Las Reformas” recientes afectan, vulneran o violan abiertamente una o más de las características indispensables al sistema republicano.

El antídoto para las monarquías hereditarias y para las dictaduras eternas ha sido históricamente la democracia como forma de gobierno y la República como sistema político. Las cuatro “Reformas” han destruido los cimientos de estos dos componentes del Estado, y han permitido que, desde sus cloacas, se filtren los distintos efluvios que ahora nos envuelven.

Por eso quizá percibimos en el aire ese olor rancio a monarquía europea, a pudrición caribeña y a descomposición bolivariana; o esos aromas más distantes, ácidos y nostálgicos, argentosos y cuprosos, a golpe militar de los setenta; o quizás olores más ibéricos, a jamón fermentado o a censura franquista; o, a lo mejor, es la fetidez del chivo viejo dominicano, o, simplemente, se trata de una hediondez que nunca antes habíamos descifrado, un olor desagradable que al parecer no conocíamos, la fetidez de la no República.

Oscar Vela Descalzo

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NOVELEROS Y EGOCENTRISTAS

NOVELEROS Y EGOCENTRISTAS

El Ecuador es un país plagado de noveleros y egocentristas. Más allá de las distintas acepciones de estas palabras, algunas que encajan muy bien con nuestra forma de ser tanto en lo individual como en lo social (fantasiosos, chismosos, caprichosos, soñadores, egoístas, acaparadores), ha sido en los políticos en donde mejor se han fijado tales características.

Los políticos ecuatorianos, salvo contadas excepciones, han actuado siempre al vaivén de sus intereses particulares o partidistas, y muy pocas veces lo han hecho con un verdadero sentido de servicio público, con un afán real por conseguir el bienestar común y con una dimensión cierta de justicia y equidad.

Si restingimos el análisis solamente a los legisladores de la República del Ecuador, encontraremos que desde 1830 hasta la actualidad se han redactado y aprobado veinte constituciones, es decir, una cada nueve años y poco más. A esto debemos añadir las decenas de procesos de reforma a las distintas cartas políticas que han regido el país.

Por otro lado, en materia legislativa legal el desempeño no ha sido mucho mejor pues somos expertos creadores de leyes para regular, controlar y reglamentar todas las actividades humanas conocidas y por conocerse. Obviamente, gracias a esta ansiedad mandatoria, prohibitiva y regulatoria de nuestros políticos, ninguna norma legal o constitucional ha sobrevivido en el tiempo sin que sus creadores hayan pensado en cambiarla, reformarla, revocarla o eludirla desde el instante mismo en que fue promulgada en el Registro Oficial.

Por supuesto que muchos de los políticos en su momento se habrán escudado con la clásica excusa del mediocre que confunde cantidad con calidad, y otros tantos habrán alegado (alegan aún), envueltos en un halo de suficiencia e inmortalidad, que sus actuaciones están sacramentadas y bendecidas por los más altos sentidos patrióticos… Todo esto, claro está, es pura paja. Los políticos ecuatorianos, salvo escasas y honrosas excepciones, marchan siempre al ritmo que les impone el caudillo de turno y al son de la melodía a la que más se ajustan sus gustos y habilidades particulares.

Así, con nula visión social y un escandaloso individualismo, se han redactado y aprobado la mayoría de leyes en el país. Así, congraciándose con el líder del momento, aspirando aunque sea a las sobras de los grandes banquetes palaciegos, se han elaborado una buena parte de las veinte constituciones que llevamos encima.

Así, despreocupados e indiferentes por el futuro de las nuevas generaciones, despelucados por la azarosa orgía del poder, imbuidos de toda la novelería que cabe en un niño con juguete nuevo, contagiados por la pandemia egocéntrica de su capitán, se ha redactado la reciente propuesta de reforma constitucional que alterará gravemente la estructura esencial del Estado, que pasará, a golpe brusco de timón, de una democracia alternativa, a convertirse en un híbrido impresentable de caducos tintes monárquicos.

Oscar Vela Descalzo

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