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LAS FAMILIAS «NORMALES»

La discusión ociosa, tan de moda en esta era de las redes sociales, no debería llevarnos a nada, o, quizás debería llevarnos al mismo punto de partida, es decir al punto muerto en el que nadie resulte afectado ni tampoco favorecido por haber perdido unos minutos de su vida. De hecho, a veces es importante y agradable relajarse un poco y conversar sobre cualquier trivialidad o absurdo que se le venga a uno a la cabeza.

Sin embargo, cada vez con más frecuencia, se originan todo tipo de discusiones alrededor de temas que, aunque pudieran parecer inofensivos o intrascendentes, pueden afectar gravemente a otras personas. Esto es lo que sucedió los últimos días con la presunta “ideología de género” que se estaría promoviendo en un proyecto de ley en la Asamblea Nacional. Bastó una declaración de algún ocioso provocador para encender la mecha de todos los desocupados que, sin haberse molestado en revisar el referido proyecto o saber si la denuncia tenía algún sustento, se lanzaron a atacar de forma indiscriminada a los que no piensan o no viven como ellos desearían.

Así, sin haber leído ni entendido lo que se estaba tratando en la Asamblea (que es un proyecto de ley contra la violencia de género que busca proteger a la mujer y equilibrar sus derechos en la sociedad), orquestaron lemas y lanzaron todo tipo de municiones en contra de quienes, presumiblemente, los amenazaban. Reivindicaron entonces su derecho de educar a sus propios hijos según sus costumbres y convicciones (algo que nadie había puesto en entredicho y que es incontrovertible), pero además salieron en estampida en defensa de las “familias normales”, concepto que, además de ser espeluznante, encierra un comportamiento arcaico, soberbio y ofensivo contra todos aquellos que no encajan en sus parámetros de normalidad.

El resultado de esta manipulación de ciertas organizaciones que inventan enemigos invisibles y falsas amenazas para tratar de desviar la atención de los escándalos y suciedades que ocultan bajo sus alfombras, ha sido la ola de ataques y el rechazo que han sufrido los grupos e individuos que pertenecen o defienden la igualdad de derechos para las personas de diversa orientación sexual.

Que alguien pretenda ser el modelo de “normalidad” por la razón de su fe en esta sociedad moderna es tan aberrante como intentar imponer por la fuerza la supremacía de un credo como único y verdadero. Ni la fe, ni las convicciones ideológicas ni la sexualidad deben ser impuestas por nadie, pues pertenecen al fuero más íntimo del ser humano.

A los ojos de las respectivas creencias y de sus dogmas particulares, es posible que la homosexualidad o la disfuncionalidad (otro término repudiable que está de moda) en familias distintas a las suyas les atemorice y les atormente, pero se debe entender que la sociedad la formamos todos, no solo ustedes y su fe. Y, sí, por desgracia todavía seguimos siendo una aldea dividida entre familias “normales” y todas las demás.

Oscar Vela Descalzo

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UN TEMPLO PARA TODOS

Una buena conversación te puede revelar muchas anécdotas dignas de ser contadas, sobre todo si el interlocutor es un personaje tan interesante como Esteban Coello, un buen amigo, excelente abogado y especialmente un notable lector y gran aficionado por la historia.

En una de esas charlas, Esteban comentó que en Boston University, la que fue su universidad para una maestría, existe un templo denominado ‘Marsh Chapel’, al que él acudía para oír misa. Pero lo curioso de este lugar es que no se trata de una capilla católica ni tiene ninguna denominación religiosa oficial, pues allí se reúnen fieles de distintas creencias que la usan como templo para sus celebraciones. Se trata en consecuencia de un espacio único para la oración e interacción entre los seres humanos y sus diversas convicciones religiosas. Ocasionalmente se coloca en esta capilla algún símbolo de una fe particular, o se la desnuda del todo, dependiendo de la ceremonia que se realice; sin embargo, quizás lo más relevante de esta armoniosa conjunción de credos, es que allí se reúne con frecuencia un grupo llamado “The Interfaith Council of Marsh Chapel”, conformado obviamente por personas de distintos credos para reflexionar y dialogar sobre los asuntos de la fe, desde sus visiones particulares, con el objetivo de encontrar puntos en común que ayuden al desarrollo espiritual de las personas y de la comunidad.

Pero allí no terminan las particularidades de este suigéneris templo, pues además se trata de un lugar histórico, refugio para la reflexión e inspiración del pastor bautista, activista y defensor de los derechos humanos, Martin Luther King. Este hombre extraordinario, premio Nobel de la Paz en 1964, asesinado en Memphis en abril de 1968, pasó muchas horas de su tiempo orando, meditando y preparando sus discursos en Marsh Chapel, además de haber escuchado en ella las influyentes palabras de otro destacado teólogo y defensor de los derechos civiles, el filósofo Howard Truman, entonces director de la capilla.

Y para rematar las singularidades de Marsh Chapel está también la colorida anécdota que se llevó a cabo en ese templo y que se la tituló como: “El experimento de Marsh Chapel” o “Experimento de Viernes Santo”. Lideró esta curiosa aventura nada más y nada menos que Timothy Leary, un escritor y psicólogo californiano, entonces profesor de Harvard, muy aficionado al uso, disfrute y experimentación con drogas psicodélicas, que brindó a un grupo de asistentes a la ceremonia religiosa de Viernes Santo, una dosis de hongos alucinógenos para demostrar que este tipo de drogas ayudaban a exaltar las experiencias religiosas de quienes las consumían, con la ventaja además de hacerlo en un lugar sagrado como la capilla, alentados por el colorido de sus vitrales y las notas virtuosas de la música sacra. Y, en efecto, los participantes de esta original ceremonia confirmaron después que aquella había sido una experiencia verdaderamente sobrenatural.

Oscar Vela Descalzo

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INFAMIA

No hay una palabra que describa mejor lo que está pasando en Galápagos con la presencia de la flota pesquera china. No hay una palabra que calce de forma tan exacta para explicar lo sucedido durante los últimos años en el Yasuní. Quienes han permitido estas atrocidades, ya sea como autores, cómplices, encubridores o simples sumisos aplaudidores, merecen no solo llevar por siempre el estigma de su infamia, sino también ser sujetos de sanciones ejemplares por los delitos de acción y omisión cometidos contra los más valiosos tesoros naturales del país.

Resulta inconcebible que además de todo lo que se ha descubierto y de lo que se sigue descubriendo: del endeudamiento desproporcionado, de la corrupción generalizada, de la usurpación de áreas protegidas, del desalojo o quizás incluso exterminio de pueblos no contactados y de la pasividad o permisividad para que los pesqueros chinos arrasen Galápagos, con su cinismo característico siguen hablando de soberanía, y todavía se llenan sus bocas (y en algunos casos sus panzas y sus cuentas corrientes) con esa palabreja manoseada y prostituida por ellos mismos.

Durante más de una década tuvimos que soportar el insufrible balido masivo que repetía cual letanía las palabras claves pronunciadas por los líderes de la manada, palabras entre las que siempre resaltaba la tan mentada soberanía, la misma que se han saltado impunemente para complacer, contentar, avalar o agradecer a los otros imperios que les son afines.

Es indignante, irresponsable y humillante saber que la reserva marina de las Islas Galápagos, uno de los ecosistemas más ricos del mundo, está siendo saqueado por depredadores que se aprovechan de nuestra indefensión en aguas territoriales y en las zonas económicas exclusivas definidas por la Convemar. Las gestiones diplomáticas que contempla esta convención son necesarias, por supuesto, pero se requiere también de acciones precisas y eficaces de defensa que también están tipificadas en ese convenio internacional. Y se necesita, obviamente, sensibilidad para defender nuestras áreas más vulnerables, aquellas que son parte integrante y fundamental de la nación y que esperan una respuesta firme sin vínculo alguno con ideologías o conveniencias políticas.

¿Y qué sucederá en adelante con el Parque Nacional Yasuní? ¿Vamos a revisar las decisiones políticas que alteraron sus límites y permitieron su explotación poniendo en riesgo su fauna y flora, a las tribus que lo habitan y a los pocos grupos de no contactados que aún quedan en el planeta? O, ¿seguiremos siendo cómplices de su devastación?

Al país no le sirven de nada las voces que solo hacen eco de lo que piensan y expresan otros. No sirven los alzamanos y subyugados. Solo son útiles la ideas propias que enriquecen y refrescan el diálogo. Solo sirve la rebeldía y la protesta orientada hacia el bien común, en este caso hacia la protección y defensa de nuestro patrimonio. Todo lo demás, todos los demás, serán parte de esta infamia.

Oscar Vela Descalzo

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SOMOS UNA ALDEA

La aldea se alborotó una vez más. No se trató de un escándalo mayúsculo, tampoco de una rebelión ni de un alzamiento en armas, ni siquiera del desfalco grosero de las arcas fiscales o, peor aún, de una protesta contra el ignominioso abuso de niños o contra el machismo incorregible de la sociedad. Fue más bien un hecho cotidiano, uno de aquellos patrones que precisamente nos definen como aldea, algo así como la última trifulca en la cantina, el rompimiento amoroso de la pareja modelo, el embarazo prematuro de la reina de las fiestas patronales, el arribo del nuevo párroco o la salida de su antecesor, la exhibición de una muestra pictórica como signo inevitable del final de los tiempos…

Es indudable que la aldea ha crecido de forma desordenada invadiendo montes y valles, rellenando quebradas, tendiendo puentes, secando lechos y manantiales, arrasando bosques. Incluso se ha modernizado y se ha llenado de luces, de pavimento, de gigantes y lujosos edificios, de construcciones siderales, de ruido, mucho ruido; pero su sociedad en cambio no crece, no madura, no evoluciona, sigue siendo la misma sociedad que habitaba el casco colonial y sus calles aledañas hace casi cinco siglos, la misma gente que se pasaba y se pasa la vida detrás de una cortina, al interior de la plaza central o frente al portal de su casa comentando las incidencias del día o los percances de la noche, la misma gente que hoy se conecta con el celular o se comunica con un teclado por medio de una pantalla para que todos sepan que fulano de tal salió del armario, que la fulana sí ha sido una fulana o que zutano se encuentra en este preciso momento en el aeropuerto de Comala, en el baño de un hotel plagado de estrellas o en el restaurante más exclusivo de todo el universo. Esto es lo que se discute en la aldea, esto es lo que interesa…

Igual que ha sucedido desde hace siglos, en la aldea el forastero es una amenaza, el libertario es un pecador, el blasfemo será condenado por su boca y el artista nunca dejará de ser transgresor. Al ateísmo en la aldea se lo ve como la bandera del demonio, al agnosticismo como una profanación, a la diversidad sexual se la considera antinatural y aberrante, y al arte mundano como el padre de todos los vicios y fuente de todas las impurezas. Y es que en la aldea la fe no se vive, la fe se exhibe.

La libertad al interior de la aldea ha estado condicionada todo este tiempo por el statuo quo que determine la religión o por el que imponga el caudillo de turno. El laicismo aún no se consolida del todo en este enorme y pueril poblado.

Somos una aldea, sin duda, y por eso el respeto hacia los demás es todavía un concepto relativo que depende del temor reverencial, del interés particular o del miedo a la diferencia. Si anteponemos nuestras creencias, nuestra comodidad y nuestra propia satisfacción a cualquier derecho individual que invada el espacio de las demás personas, seguiremos siendo parte de una aldea estancada en el tiempo.

Oscar Vela Descalzo

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LA LUZ Y SUS GIGANTES

Querida Gabi: hay instantes en la vida que merecen ser atesorados en un lugar especial para tenerlos a mano cuando necesitemos de ellos. Siempre he pensado que la memoria es un desván donde se almacenan nuestros recuerdos con algún orden de prioridad elaborado de forma anárquica por cada uno. Somos y actuamos, en consecuencia, según los dictámenes de esa bóveda que es la memoria.

El domingo pasado, cuando te vi llegar a la meta junto a tu hermano Roberto, imaginé que tu memoria debía estar ya repleta de momentos inolvidables y que ese día tan intenso y deslumbrante, tan amargo y dulce a la vez, no iba a tener más espacio en la vitrina central en la que deberían estar guardados los recuerdos esenciales.

En aquel momento supuse que, a pesar de tu corta vida, aquella vitrina ya debía estar colmada de recuerdos maravillosos y que esos nuevos instantes de esplendor, después de tantas horas de sacrificio, no iban a caber allí donde debían archivarse. Sin embargo, ahora sé que estaba equivocado. Lo sé porque vi varias veces aquellas imágenes y, gracias a esa sonrisa que casi siempre asoma en tus labios, y gracias al brillo permanente que flota en tus ojos, comprendí que tu memoria no es un desván en penumbra que encierra una vitrina transparente de recuerdos felices, como imagino es la de todos o casi todos, sino que la tuya esta hecha de luz y por esa razón los mejores recuerdos de tu vida se proyectan hacia el exterior en tu risa, en tu mirada, en tu sola presencia.

Jorge Luis Borges, que era un tipo de otro planeta, decía en un relato titulado ‘El Indigno’: “He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola”. Ahora creo que, de algún modo, este verso fue colgado desde el primer instante de tu vida en la puerta de aquel espacio en la que reside tu memoria. Solo así se explica que te acompañe siempre esa alegría tan diáfana y contagiosa, sin misterio alguno.

El Ironman fue solo otra hazaña tuya y de tu familia, una hazaña que nos muestra lo pequeños que somos todos cuando no contamos con la voluntad que tú posees y con la fuerza del amor de la que te has rodeado; lo insignificantes que terminaremos siendo si mantenemos dormido en nuestro interior el deseo de superar todas las barreras aunque parezcan imposibles.

Alguna vez te vi pintar y vi terminadas tus hermosas pinturas. En otra ocasión te vi llegar a la cima de una montaña escarpada acompañada de varios seres enormes que te arropaban y festejaban contigo haber terminado esa aventura. El domingo anterior todos te vimos completar una prueba que muy pocas personas en el mundo serían capaces de acabar, y otra vez estaba allí, acompañándote, ese gigante que es tu hermano Roberto, y muchos otros gigantes esperaban en la meta.

Ya nada nos sorprende, querida Gabi, pues además de ser una artista y una luchadora indoblegable, eres pura luz, y esos seres enormes que forman tu familia, a tu lado, son tus gigantes.

Oscar Vela Descalzo

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MARA Y SU MUNDO

Siempre será difícil hablar de estas cosas, Mara, pero el tiempo les dará a tu madre y a ti la fortaleza para hacerlo de forma natural. Acuérdate de esta palabra, “natural”, pues la escucharás muchas veces a lo largo de la vida, y por esa magia que tiene el mundo de los toros, el mundo del que provienes y al que pertenece tu familia, esa palabra te ligará íntimamente a tu padre como te liga a él la sangre que corre por tus venas.

Algo que aprenderás con el tiempo es que es imposible descifrar el misterio de la muerte desde la orilla de la vida. Por más que le des vueltas al asunto, que lo harás sin duda, nunca llegarás a encontrar las respuestas que buscas, pues alrededor de la muerte no hay respuestas posibles, solo hay interrogantes que agobian.

Lo que sí comprenderás cuando llegue el momento, es que la vida de tu padre no se apagó aquella tarde por la cornada de un toro, pues mientras tú existas, él también existirá. Los hijos, Mara, prolongan el tiempo de vida de los padres, y tu padre, además de vivir en ti desde esa tarde, vive en la historia taurina que es el sueño cumplido de unos pocos, poquísimos, privilegiados.

Pensarás alguna vez -quizá con razón- que el precio que debió pagar tu padre por ese sueño fue muy alto, y, que al final, serán tu madre y tú las que asumirán cada día la exorbitante deuda de no tenerlo a su lado. Y es posible, Mara, que llegues a rebelarte contra todo y contra todos, pero entonces, cuando suceda, en medio de la batalla que librarás en tu interior, sentirás que alguien desde tu alma te guiará hacia el único lugar que te dará sosiego. Ese lugar será el rincón de los sueños, como dijo tu padre en un mensaje hace años cuando expuso una foto de la plaza de tientas con su capote colgado en el burladero: “El rincón de mis sueños, aquí paso las horas. No sé lo que me deparará el futuro, pero si sé lo que yo le entregaré.” Estas fueron en aquella ocasión sus palabras, Mara, y te las dirigió a ti sin darse cuenta de que el tiempo se le venía encima.

Y a propósito de palabras, un par que flotará siempre a tu alrededor será “la suerte”. Al principio quizás les cogerás manía pues pensarás que fue precisamente lo que le faltó a tu padre el día de su muerte, o lo que tu madre y tú, que no habías cumplido aún los dos años, perdieron esa tarde aciaga. Sin embargo, pronto comprenderás que la suerte en términos generales está asociada a lo bueno o a lo malo, al azar o a la certeza, pero en el mundo tuyo y en el de tu padre, en el rincón de los sueños que ambos comparten, la suerte es un concepto mucho más amplio y plural: es ese lugar en el que se practican ritos, se lanzan plegarias y se domina el miedo; son los terrenos del toro y del torero; es el lance, la embestida, la bravura y la belleza; es el punto de equilibrio entre la vida y la muerte. Por todo eso, Mara, nunca culpes a la suerte.

Así me despido, Mara, imaginando que en aquel mundo, en el tuyo y de tus padres, los tres seguirán juntos.

Oscar Vela Descalzo

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SATYA

Cuando usted lea este artículo es probable que ‘Satya’, la niña a la que sus madres buscan registrar con sus apellidos, ya tendrá sentencia dentro de la acción extraordinaria de protección interpuesta en la Corte Constitucional ante la negativa del Registro Civil de inscribirla con su verdadera identidad, como hija de Helen Bicknell y Nicola Rothon.

Por un sentido de justicia y por el reconocimiento pleno de los derechos humanos en nuestro país espero que la sentencia sea favorable a Satya y a sus madres. Cualquier otra decisión solo demostraría que nuestra sociedad sigue estancada en discusiones arcaicas y mantiene inalterable su retrógrada división de los seres humanos en distintas categorías por sus creencias, raza u orientación sexual.

Una resolución adversa a Satya nos dejaría expuestos como una sociedad medieval anquilosada en prejuicios, violadora flagrante del derecho a la identidad de la niña y desconocedora de la existencia de diversos tipos de familias. Y por el contrario, una resolución favorable se constituirá en un ejemplo del respeto incondicional a los derechos humanos.

En todo caso la decisión sobre la identidad con la que Satya será registrada ha destapado, una vez más, la discusión por la vigencia o restricción de los derechos de una persona o de un colectivo en particular por razones de identidad sexual.

Varias perlas han surgido en este fuego cruzado, algunas dignas de ser publicadas en el compendio universal de la estupidez, como aquellas que atacan la homoparentalidad porque “la estructura de vida de una pareja homosexual expone a un nivel de estrés mayor a los niños”. O la sandez en la que se asegura que “las uniones homosexuales son mucho más inestables y cortas que las de los heterosexuales”. Ante tales argumentos no cabe sino lamentarse por el futuro de la humanidad en manos de estos seres cargados de una soberbia y simpleza tan grandes que apenas han logrado dividir a las personas, como en las películas, en buenas o malas, por su sexualidad.

¿Acaso existe sobre la faz de la tierra un solo ser humano que pueda atreverse a afirmar que es mejor padre o madre que otro que no tiene sus mismas preferencias sexuales o creencias religiosas? ¿Hemos llegado a un punto en el que la arrogancia, el egoísmo y la memez de un colectivo pueden impedir que una niña tenga su identidad, o que un niño abandonado disfrute de un hogar y sea amado por dos padres o dos madres? ¿Somos tan miserables como especie que preferimos ver los orfanatos llenos antes que un niño sea acogido y querido por dos personas que no consideramos idóneas porque no son una “familia tradicional”, una familia como “la nuestra”?

Independientemente del resultado de este proceso, Satya crecerá con el amor de sus madres, pero muchos otros niños de nuestro país no sabrán jamás lo que es vivir en familia porque alguien les dijo que esas personas que los querían no eran “normales”, y los que en apariencia sí lo eran, por lo visto, nunca aparecieron.

Oscar Vela Descalzo

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ENRIQUE, EL PERSONAJE

Hace pocas semanas falleció Enrique Muñoz Larrea (Quito, 1933). La enfermedad a la que había combatido durante años terminó por doblegarlo los primeros días de abril, pero él llevaba mucho tiempo atrincherado en su departamento, muy cerca del parque La Carolina. Allí se sentía protegido por un ejército de libros, cercado por sus objetos más preciados, acompañado por los recuerdos de María Luisa, su esposa, que partió al viaje definitivo demasiado tiempo antes que él.

Enrique Muñoz fue Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de Historia, Académico Correspondiente de la Real Academia Española de la Historia, autor de varios libros y trabajos de investigación relacionados especialmente con la época colonial y el nacimiento de la República.

Pocas semanas antes de su muerte hablé con Enrique por teléfono para concertar una entrevista. Al principio se mostró dubitativo, pero cuando le dije que se trataba de una novela que estaba escribiendo sobre un tío suyo, Manuel Antonio Muñoz Borrero, entusiasmado, acordamos vernos de inmediato.

Lo visité una tarde de marzo que, por fortuna para mí, terminaría siendo más larga de lo previsto. Allí, en su refugio, me brindó la última copa de un licor de endrinas (Pacharán) que él mismo había preparado tiempo atrás. Conversamos por más de tres horas sobre la Segunda Guerra Mundial y la apasionante vida de su tío que en el año 2011 fue nombrado Justo de las Naciones por el Estado de Israel como mérito por sus esfuerzos al haber salvado decenas de judíos de una muerte segura en los campos nazis de exterminio.

Esa tarde me reveló la gravedad de su salud, pero también me demostró la maravillosa lucidez que lo había acompañado siempre, remontándose con total claridad hacia distintos pasajes de la historia. Cuando ya anochecía y pensaba que nos acercábamos al final de la reunión, Enrique se levantó y desapareció durante un rato. Luego me dijo que había preparado café para tomar con bizcochos. Así, en la pequeña mesa de su cocina, mientras remojábamos los bizcochos, seguimos el hilo de la conversación sobre la hazaña de su tío.

Pero todavía habría más sorpresas, pues antes de concluir la velada me invitó a su biblioteca y me mostró con orgullo sus libros, condecoraciones e investigaciones. En una caja pequeña había separado varios objetos de regalo: sus obras ‘Albores Libertarios de Quito’, ‘Cuenca del Rey, Los Últimos Presidentes de la Real Audiencia’, una colección de textos históricos y varios documentos personales y fotografías familiares de Manuel Antonio Muñoz.

Esa noche, poco antes de salir, le dije que pensaba incluirlo en la novela como personaje principal. Enrique, esbozando una sonrisa y mostrando un destello de luz en sus ojos, comentó que le encantaría vivir para siempre entre las páginas de un libro. Y aunque la promesa de volver a vernos no se cumplió pues el tiempo se nos vino encima, Enrique se ha convertido en un personaje de novela y nuestras charlas continúan.

Oscar Vela Descalzo

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SIMÓN DICE…

En el popular juego infantil, Simón lleva la batuta de lo que los demás deben hacer. Simón dice que salten y todos saltan… Simón dice que bailen y todos bailan… En el Ecuador también hay un Simón que dice muchas cosas que provocan un efecto inmediato a pesar de que no se trata solo de un juego. Por ejemplo, si Simón escribe un artículo, lo leemos; si Simón destapa su buen humor, nos reímos; si Simón profundiza en un tema, lo comprendemos; Si Simón concluye que en un caso hubo corrupción, confiamos.

Simón Espinosa es por sobre todas las cosas un buen hombre, pero además es un connotado periodista, erudito y ensayista; un hombre de pluma severa y lapidaria dotada al mismo tiempo de un humor refinado. Hace algunos años mantuvimos una larga charla en la que reveló sus secretos de juventud, los que lo llevaron a separarse del sacerdocio por el amor hacia la mujer de toda su vida, los que más tarde lo condujeron por el camino de la opinión y la información, y también los que lo acercaron a la investigación de la corrupción, ese tumor canceroso que está matando a nuestro país.

Estos días he vuelto a escuchar esa entrevista en la que la voz de Simón cae implacable envuelta en una dicción clara y precisa, en especial cuando se refiere a la corrupción en el sector público a la que ha dedicado buena parte de sus últimos años. Al respecto afirmaba Simón: “La corrupción es parte de la sustancia de la que está hecha el ser humano. Se la puede combatir, pero nunca se la erradicará por completo”.

Sobre la libertad de expresión y la ausencia de reacción del pueblo frente a los excesos del poder, reflexionaba: “La definición de democracia dice que la autoridad nace del pueblo. Es por tanto el pueblo el que puede juzgar al poder, pero si a ese pueblo se lo adormece y se lo desinforma, si se censura la información que debe llegar a él, ya no podrá criticar ni levantar la voz. Eso es lo que hacen los tiranos cuando quieren perpetuarse en el poder”.

Aquella ocasión hablamos también de libros, algo inevitable cuando se charla con Simón Espinosa. El ‘Ulises’ de James Joyce, uno de sus libros favoritos, quizás su referencia literaria mayor, despierta en él la vocación del maestro generoso que no se cansa jamás de entregar su sabiduría a la distintas generaciones que lo han podido escuchar. “ Ulises es el viaje interior de un hombre (Leopold Bloom) que carga consigo todas sus miserias. Llegó a ser una obra tan conmovedora, tan crítica e impactante que la segunda edición fue quemada casi en su totalidad. Es que el ser humano no soporta que descubran lo que guarda en su interior”.

Durante los últimos días su nombre ha vuelto a copar los medios de comunicación por el vergonzoso juicio al que fue sometido junto con sus compañeros de la Comisión de Control Cívico de la Corrupción. A pesar de la tensión y de la humillación que sufrió, Simón dice que seguirá en la lucha, y nadie duda que así será, pues los que lo conocemos sabemos lo que vale su palabra.
Oscar Vela Descalzo

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LA CALLE

Las gestas más importantes de la historia política del mundo se han conseguido en la calle. Si nos remontarnos a las revoluciones famosas o a las grandes revueltas con las que se conquistaron derechos fundamentales del ser humano comprendemos lo poderosa que ha sido siempre su voz.

En la historia del Ecuador republicano hemos tenido infinidad de episodios heroicos con la calle como el principal escenario de lucha y conquista social. Allí surgieron líderes y cayeron tiranos, se rompieron cadenas, se aplacaron vergüenzas, se descubrieron mentiras, se doblegó a los déspotas, se destaparon cloacas inundadas de porquería. Allí se derramó la sangre de culpables e inocentes y se cometieron injusticias, ciertamente. Allí la libertad nació de un grito que nadie ha podido silenciar.

Más de una vez los gobernantes de turno subestimaron a la calle. Dijeron que eran pocos los que allí se convocaban, que eran voces sordas las que de ella surgían, que eran lágrimas falsas las que allí discurrían. Dijeron tantas tonterías que la calle los calló… No comprendieron nunca que puede haber mucha gente gritando detrás de las paredes sin provocar ningún efecto, pero que basta una sola voz en medio de la calle para levantar a todo un pueblo.

Durante los últimos tiempos la protesta social se trasladó a las autopistas tecnológicas y la gente abandonó la calle. El vértigo, la inmediatez y la comodidad reemplazaron las manifestaciones reales por rebeliones virtuales, en su gran mayoría insulsas, muchas de ellas anónimas, especulativas y tendenciosas, y, por tanto, poco creíbles y menos aún efectivas.

Sin embargo, el domingo anterior, frente a la información confusa y oscura que emitía el organismo de control electoral, frente a los festejos anticipados de un partido, frente a las sospechas y dudas que cayeron sobre las elecciones, la calle resurgió como un instrumento legítimo de protesta y reivindicación de derechos. Su reclamo, firme y altisonante, no se detuvo hasta que la autoridad emitió los resultados finales que confirmaban lo que habían anticipado días antes todos los conteos rápidos de votos: que el próximo presidente se elegirá en segunda vuelta.

En esta ocasión la calle hizo frente a las arbitrariedades e ilegalidades que se cernían sobre la elección. Ejerció presión y convocó a los actores a respetar la decisión popular. La oposición, que venía fragmentada desde siempre, se unió en ese espacio alrededor de un postulado: la democracia se ejerce con transparencia, respeto, tolerancia, diálogo y libertad.

Todos los gobernantes, los de hoy y los de mañana, deben entender que esa calle que alguna vez los encumbró, en el futuro bien los puede condenar. Los gobiernos que se desvían hacia la tiranía, que coartan las libertades, que auspician la ilegalidad y encubren la corrupción, cuando no son castigados a tiempo por la justicia, son juzgados por una calle que grita, hierve y contagia, una calle que cuando empieza a protestar, no se detiene.

Oscar Vela Descalzo

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